Capítulo 11
-ada-
Poco
después de volver empezamos un nuevo curso en la universidad (a
decir verdad, un mes después. En el cual quedamos bastante con
Roberto, Álex y Marcos. Me empezaron a caer mejor los dos primeros y
comencé a fiarme más de ellos a la hora de hablar. A las demás
las debió pasar lo mismo, porque cuando terminó el verano
parecíamos los nueve una gran familia que compartía todo. He
olvidado mencionar cómo son Álex y Roberto... El primero, es el más
alto de todos, metro noventa y cinco. Pelo cortito, color avellana
con reflejos rubios y pelirrojos. Algo de barba. Ojos marrones y
brillantes. Intenta llevarse bien con todo el mundo y tiene una
sonrisa preparada para cuando le hagas reír. Roberto, es más bajo,
pero el más mayor de todos. Ojos marrón azulado, son de un color
difícil de describir. Pelo cortito también, marrón oscuro, casi
negro. Pestañas enormes que parece que en cualquier momento saldrá
una mariposa de ellas. Tez pálida. Solía vestir de gótico, aunque
ahora salvo excepciones, suele llevar ropa más casual. Puedes
confiar en él para cualquier cosa. Siempre tiene tiempo para ti).
Comenzamos
el curso con nuevas asignaturas, nuevos profesores y mucho que
estudiar. ¡Y también practicas en hospirales!. Ainhoa empezó en su
universidad, Carolina empezó un día después que ella y dos días
después empezamos las demás. Yo... Pasaba mucho tiempo pensando en
Liam, algo estúpido sabiendo que no sabía nada de él, solo su
nombre. Pero el recuerdo del roce de su mano me mantenía ensimismada
cuando pensaba en ello. También Pensé mucho en cómo podría
empezar una conversación por email con él... Así pasé el primer
semestre de segundo de fisioterapia.
–¡Ada!
Deja de pensar y escucha a Mario ¿no ves que si no coges apuntes no
te vas a enterar? –me decía Sara cuando me ponía a pensar en lo
que no debía.
–Lo
siento, el tema de Liam siempre mantiene mi mente ocupada –me
excusaba.
–Amor
a primera vista –decía Julia mientras Sara se reía.
–Eso
parece –decía por picarme Javi, un amigo de la universidad que
sabía mi pequeño encuentro con Liam y lo que nos habíamos escrito
en la arena. También sabía de la existencia de la foto, que me
llevaba a todas partes.
–¿Parad
ya no? ¡chicos! –me quejaba yo siempre riendo cuando sacaban el
tema. Y así todos los días. El hecho de que me recordaran a menudo
a Liam hizo que le añorara más de lo que deseaba. Realmente no le
conocía, solo conocía algunos aspectos de su vida como su amanecer,
su edad... Pero al recordarme siempre a Liam, hacían que siempre le
tuviera en mente. Y poco a poco creo que se fue formando una visión
en mi cerebro de mi vida junto a Liam. Empecé a sentir cosas por él,
sin que él estuviera presente en todas las fantasías que yo solita
me montaba. Me imaginaba quedando con él, yendo a tomar algo,
nadando juntos, buceando... Incluso me le imaginaba recogiéndome en
la universidad. Me gustaba por todas las ideas que yo solita (con
ayuda de mis amigos, claro) me había formado de él.
Por
fin, un sábado por la mañana, me decidí a mandarle un email a
Liam. Abrí la caja donde tenía todos los recuerdos suyos. Cogí el
papel con su correo que casi me sabía de memoria y lo dejé sobre la
mesa. Me alejé de la mesa para coger mi portátil que estaba en mi
mochila de la universidad. Mientras trajinaba por la habitación, mi
madre entró en el cuarto.
–Abro
tu ventana para ventilar, ¿vale cariño? –me dijo mi madre.
–Claro
mamá –contesté.
–¿Tienes
algo en la mesa que se pueda volar? Hoy hay mucho viento y luego
siempre pierdes alguna hoja –me preguntó mi madre. Me quedé
pensativa mientras echaba un vistazo fugaz a la mesa sin apenas ver
nada, mientras sacaba el ordenador.
–No,
nada –contesté. Craso error. Mi madre abrió la ventana, con tan
mala suerte que la ventolera que se formó en mi habitación hizo que
algunos de mis apuntes y el papel de Liam volaran. Mis apuntes
cayeron al suelo, mientras el papel de Liam voló edificio abajo.
–Mierda
mamá –me quejé sin saber aún que el papel de Liam se había
esfumado.
–Te
lo advertí Ada, tienes que ser más cuidadosa –me recriminó mi
madre.
–Y
tú más observadora –contraataqué en mi defensa. Me acerqué a la
mesa y para mi desgracia vi que faltaba el papel del correo de Liam.
–Mamá
¿y el papel que estaba aquí? –pregunté. Mi madre se encogió de
hombros.
–No
lo sé. Tal vez se haya volado.
Lo
busqué por toda la habitación pero no encontré nada. Mierda,
mierda, mierda pensé. Ahora no podré hablar con él y pasará de mí
porque yo he pasado de él, aunque yo no quiero pasar de él, me
recriminé. Fue como un juego de palabras. Bajé a la calle a buscar
el papel, pero tampoco hubo suerte. Después de horas enfadada
conmigo misma, con mi madre, y después de llorar desesperada durante
unos cuantos minutos y después de haberle contado a mi hermano lo
sucedido, llamé a Marcos y a Ainhoa para contarles lo mismo. Lo que
me dijeron no me sirvió de nada, así que se me ocurrió que lo que
debía hacer era concentrarme en recordar su email. Lo había leído
ya unas cuantas veces. Pensé y pensé hasta que al final logré
recordarlo: “Liam-07@hotmail.com”.
Lo escribí en mi ordenador antes de olvidarlo. Estuve pensando cómo
saludarle durante tres cuartos de hora hasta que me cansé y le
tecleé en mi ordenador lo primero que se me pasó por la cabeza:
Hola
Liam, soy Ada, la chica que conociste en la playa, (vamos.. la chica
que tiene por mascota un pato). ¿Cómo va todo? Yo ya he empezado la
uni. Si quieres podríamos quedar algún día (si te viene bien,
claro). Te dejo y no me enroyo más.
Un
beso.
Ada.
No
leí el email antes de enviarlo, pues sabía que me arrepentiría
nada más releerlo.
Esperé
su respuesta impaciente, y dos días después reciví una
contestación:
Hola
Ada, soy Liam, pero creo que no soy el Liam por el que tú preguntas.
No conozco a ninguna chica llamada Ada que conociera en verano, y
menos con un pato como mascota. Siento decepcionarte.
PD:
posiblemente tengas el email mal escrito.
Un
saludo.
Me
quedé embobada leyendo el email una y otra vez. ¿Enserio me estaba
pasando a mí eso? No me lo podía creer... Pues genial porque ahora
si que no tenía ninguna posibilidad con Liam. El pensaría que había
pasado de escribirle... Pensé.
Volví
a hablar con mi hermano, con Marcos y Ainhoa, pero sus palabras no me
animaron en absoluto. Y aunque luego se pasaron los dos últimos por
casa para animarme, eso tamopco sirvió de mucho. Solo me quedaba
esperar al verano y pensar que Liam tendría tantas ganas como yo de
volver a vernos...
*
* *
Conocí
muchos chicos aquel año. Algunos fueron algo más que conocidos,
algunos se convirtieron en amigos, buenos amigos, otros no fueron
nada; pero no encontré ninguno por el que sintiera la mitad de lo
que sentí por Liam la primera vez que le vi.
Intenté
recordar todos los días su perfecta figura, su torso esbelto, sus
pectorales, sus ojos color mar, su boca, su pelo casi dorado... Hasta
sus orejas. El tacto de su piel al tocar la mía... Para que cuando
le volviera a ver, no pareciera que había pasado tanto tiempo.
Quedé
de vez en cuando con Marcos (por fin dejaron de preguntar si teníamos
algo juntos y aceptaron que fuéramos amigos). Nuestra amistad se fue
afianzando cada vez más y eso me encantaba. Podía contar con él
siempre y no temía por que entre los dos pasase algo, porque ambos
sabíamos que no pasaría. Nunca había tenido una amistad como
aquella con un chico, y al principio me pareció demasiado rara y
diferente para ser real. Tenía miedo de lo que pudiera llegar a
sentir yo en algún momento de nuestra amistad y de lo que él
pudiera llegar a sentir. Pero con el tiempo, empecé a pensar de
manera diferente. Hablábamos mucho de Liam, del verano, de lo mucho
que echábamos de menos la playa. Me ayudó a dormir las noches en
que no podía por algún problema con mis padres o mi hermano, o
simplemente porque empecé a darme cuenta de que estaba como
obsesionada con la idea de volver a ver a Liam. A veces venía a mi
casa a cenar y era bien recibido, otras iba yo a la suya y los
viernes solíamos salir juntos y dormir en casa el uno del otro. A
veces me pasaba a buscar a la universidad si no le tocaba trabajar y
yo le pasaba a buscar los viernes por la noche a sus prácticas. Creo
que la gente no entiende la amistad que tenemos, nos ve como si
supieran que en el momento más inesperado alguno de los dos fuera a
sentir algo diferente. Pero sé que no es verdad. No tengo pruebas de
por qué lo sé, pero simplemente lo sé. No es que Marcos no me
guste, a veces me he imaginado como sería todo con él, pero al
segundo se desvanece la idea. No soy capaz de imaginarme con él,
besarle, amarle de manera diferente a como lo hago. Le amo, pero como
amigo. Siento todo lo que se tiene que sentir por un amigo íntimo y
no hay más.
*
* *
Fueron
pasando las horas de universidad, las horas de cercanías
interminables para volver a casa, las horas de estudio antes de los
primeros exámenes, después las horas de descanso, los minutos de
los exámenes que exprimíamos al máximo, la hora de recibir las
calificaciones, hora de lloros, lamentos, lágrimas de tristeza y
felicidad..
Siguieron
pasando las horas y las semanas y los meses y llegó mi cumpleaños,
veintiseis de abril. Era sábado. Nada más levantarme, Dafne se puso
a piar, mi hermano se abalanzó sobre mí gritando “¡¡Felicidades!!”
y mis padres aparecieron en la puerta de la habitación, mirando el
barullo que había dentro. No fue hasta después de que me levanté
cuando me felicitaron. Me duché, me vestí y bajamos a desayunar al
Vips, que está en la calle de enfrente donde yo vivo. Vinieron dos
de mis tíos, Míguel y Quique. Pedimos lo mismo de siempre; mi
hermano, mis tíos y yo desayuno americano (dos huevos, dos tortitas,
bacon, patatas y un refresco), mi padre solo un café que siempre le
reprochamos y mi madre un desayuno inglés (huevos, bacon,
champiñones, tomate a la plancha, una salchica y una barra de pan).
Después de meternos todo eso en el cuerpo, parece mentira que nos
vaya a entrar una paella en cuatro horas... Pero entrará al igual
que el año pasado, pensé. Después de desayunar, mi padre y mi
hermano se bajan como siempre a por una tarta, tiene que ser
sorpresa, pero sé que será de manzana... Mi tarta favorita. Mi
madre y yo nos quedamos en casa haciendo una mini maleta, ya que esa
noche no dormiremos en casa, nos vamos a nuestra casa del pueblo con
mis abuelos, mis tíos, mis amigas y mis primos. Ese año, había
invitado a Marcos que no se negó a venir. Todos comemos allí y
pasamos la noche allí; esto último es desde hace dos o tres años.
Pensé en Liam; no estaría conmigo, claro, no sabía ni cuando era
mi cumpleaós, ni yo el suyo. Es una estupidez pero pienso largo y
tendido en él. Apenas lo conozco... pensé.
La
idea de quedar todos fue de mi tío Fran, al cual le gusta mucho
hacer paellas. Se compró una paellera eléctrica y me propuso usarla
el día de mi cumpleaños. Desde ese momento, quedábamos siempre
para hacer la paella en el jardín de la casa del pueblo. Siempre
terminábamos muy tarde y mi familia se iba a su casa sobre las doce
o la una de la noche. Así, mis padres decidieron comprar más
somieres, colchones, dos sofás cama, sacos de dormir para los
primos, mi hermano, mis amigas y yo y algún que otro colchón
hinchable. Ese año, nos tocaba a nosotros comprar el arroz para la
paella y a mis abuelos comprar el pollo y demás cosas que le echa mi
tío a la paella. Bajé con mis dos tíos a por el arroz, para
aprovechar al máximo el día en la sierra. Ninguno de nosotros suele
hacer la compra, por lo que tuvimos que llamar a Fran para saber qué
tipo de arroz teníamos que coger. Éramos unos completos inútiles
en lo que a comprar se refiere. Nunca lograba acordarme cuál era,
por mucho que intentaba que no se me olvidara. Se notaba que casi
nunca entrábamos en un supermercado, porque si no dimos cuatro
vueltas buscando el arroz, no dimos ninguna. Me eché a reír cuando
dimos la tercera vuelta; no me podía creer que no encontráramos el
arroz. En la cuarta vuelta, preguntamos a un dependiente, que nos
indicó como llegar al arroz, pero la avanzadilla fue un fracaso y
terminamos leyendo los carteles que vimos que había en cada pasillo,
donde te pone qué es lo que hay.
Cuando
llegamos a casa de comprar el arroz, me llamaron las chicas para
decirme que llegarían en cinco minutos. Nosotros deberíamos estar
listos cuando ellas llegaran. El día de mi cumpleaños siempre me
ponía nerviosa. Quería llegar antes que nadie para poner a hacer
cosas en la casa y prepararlo todo para cuando llegaran los demás.
Las
chicas llamaron al portero automático, nada más terminar de recoger
lo que faltaba para irnos. Nos esperaron abajo y bajamos enseguida.
Dafne iba suelta por la calle, aunque en los pasos de cebra siempre
la cogía. Ese año, mis amigas habían venido sin coche, porque
habíamos pensado que era mejor coger el coche de mis padres y mi
furgoneta. Bajamos al garaje donde estaban aparcados los coches. Mi
furgoneta en el piso tres en la plaza 201 y el coche de mis padres en
la 202. Metimos las maletas en el maletero de mi furgoneta y la
comida en el coche de mis padres. Me subí en la furgoneta y conmigo
se subieron también mi hermano y mis amigas. Mis tíos, se subieron
en el coche con mis padres para que no fueran solos y se llevaron a
Dafne con ellos.
-¿Te
han regalado algo ya?- me preguntó Ainhoa, que estaba en el asiento
justo de detrás de mí.
-No,
todavía no, ya sabes que mis padres siempre esperan a que estemos
todos para que me den los regalos y pueda abrirlos- contesté
-Es
verdad, siempre lo olvido- dijo Ainhoa sonriente.
-¡Tengo
unas ganas tremendas de llegar ya a la casa!- dije después de un
tiempo pensativa. Era el mejor día de todo el año. Podía juntar a
todas las personas que verdaderamente me importaban y nunca fallaba
ninguna. Nos juntábamos tantos.. Por parte de padre seis
tíos(Juanca, Rober, Fran, Jesús, Quique, Míguel), dos tías(Marga,
reyes), dos primas(Ester, Alicia) y un primo(Jorge), dos abuelos(Viví
y Pepe).. Por parte de madre tres tíos(Juanito, Jose, Bruno), cuatro
tías(Pili, Maluli, Isa, Marta), cuatro primas(Lola, Isabel, Celia,
Guadalupe) y un primo(Fernando) y por último tres abuelos(Pili,
Juan, Lili). Además de eso, también estaban mis padres(Ana y Jose)
y mi hermano(Miguel), mis cinco amigas, Marcos y Dafne. Cuando
estábamos todos allí, era difícil organizarse, por mucho que
estuviera planeado. Al final se comía demasiado tarde, se merendaba
demasiado tarde y no se llegaba a cenar. El desayuno de la mañana
siguiente, era divertido. Cada uno se levantaba a una hora y
desayunaba sobras del día anterior o algún bollo o galleta que
hubiera por la casa.
Pensé
una vez más en Liam; esta vez pensé en sí se lo pasaría igual de
bien que yo si hubiéramos sido amigos, si le hubiera invitado. Si
hubiera entendido lo que significa para el juntar a todas esas
personas, o si por el contrario no hubiera venido por no entender la
importancia de este acto para mí. Si le gustaría mi familia o por
el contrario la odiaría. Si él también se juntaría con toda su
familia en alguna época del año o si por el contrario no solía ver
a su familia.
No
tardamos mucho en llegar a la sierra, en lo que más tardamos fue en
salir de Madrid. Pasamos a buscar a Marcos a casa, ya que su casa nos
pillaba de camino. Odio el tráfico que hay, los coches que cambian
de carril sin avisar, los que se quedan atravesados en mitad de una
calle y te impiden pasar. Menos mal que en veinte minutos estamos en
la carretera. Después no tardamos apenas media hora en llegar a la
casa. No es muy grande y a veces me sorprendo de cómo podemos
entrar tantas personas allí. Tiene dos pisos, con seis habitaciones,
tres baños, el salón y la cocina. Todo es pequeño y donde más
estamos es en el jardín, ya que en ninguna estancia de la casa
entramos todos. Alguna vez lo hemos intentado, si llovía o hacía
mal tiempo, pero aprendimos que era imposible; por eso, mi padre hace
unos años construyó junto con mis tíos, mi hermano y yo un pequeño
tejado aparte del que tenía la casa para poder resguardarnos cuando
llovía; también pusimos unos cristales para que así el agua no nos
alcanzara, pero estuviéramos todos juntos de algún modo.
Cuando
llego a la calle de nuestra casa, me invade una alegría tremenda por
dentro, que va desde los pies hasta mi cabeza, pasando por mis ojos
que brillan intensamente. Estamos llegando. Todos sonreímos, todos
sentimos la misma alegría. Es un día que no se olvida, que siempre
es diferente aunque la meta sea comer paella y celebrar mi
cumpleaños. Pisé un poco más el acelerador para llegar antes, nos
faltaban apenas cinco metros para hacer la curva gigantesca que hay
en nuestra calle y podríamos ver la casa por fin. Cuatro, tres
metros.. y por fin la ví, la vimos. Marcos abrió la boca
sorprendido por la casa, parece que le gustó. Cuando vamos por que
es mi cumpleaños veo a la casa diferente, como si estuviera feliz de
poder albergar ese día a tanta gente dentro de ella.
-¡Hemos
llegado!-gritó mi hermano cuando eché el freno de mano.
-Sí,
ya estamos aquí- dijo Vanessa abriendo la puerta e intentando salir.
Sara aprovechó y salió corriendo para mientras salíamos del coche.
Bajamos
todos y esperamos a que llegaran mis padres y mis tíos. Todavía no
había llegado nadie, menos mal.
Cuando
aparcaron, bajamos la comida y las maletas. Cada uno fuimos a nuestro
respectivo cuarto y dejamos nuestras cosas. Nosotras solíamos dormir
en un cuarto lleno de colchones y sacos de dormir en el suelo, junto
con mi hermano y mis primos. En dos de los cuartos, mi padre había
tirado el muro que los separaba y había divido éstos con muros
delgados, en varias habitaciones pequeñas, para que mis abuelos, mis
tíos casados y mis padres pudieran dormir. Y en la otra habitación,
había camas, sofás camas y una litera para los solteros.
-Este
año me toca a mí dormir en saco- dije poniendo mi pequeña maleta
encima de un saco.
-A
mí también- dijo julia poniéndose en un saco justo al lado del
mío. A los demás les tocaba en cama, así que fueron eligiendo las
camas alrededor del saco de julia y del mío.
Una
vez distribuido el dormitorio, fuimos a la cocina, que estaba en el
piso de abajo. Colocamos la tarta, que no se comería hasta las 6.45,
hora en la que nací. Sacamos el arroz y lo dejamos en la encimera,
abrimos la llave de paso de agua y la del gas; en la casa hacía un
poco de frío. Después, nos fuimos al salón, donde debajo de un
sofá de cuatro plazas había una piscina hinchable; era para Dafne.
Se la hinchábamos, la sacábamos al jardín y la llenábamos de agua
con la manguera. Con este entretenimiento hacíamos que Dafne
prestara más atención al agua que al césped o a los árboles
recién plantados del jardín y así podían sobrevivir un día más
a ella. Mis tíos fueron llegando poco a poco mientras poníamos en
orden todo. Marcos se emocionó al ver a tanta gente llegar y
enseguida se presentaba y se ponía a hablar alegremente con ellos.
Parecía que formaba más parte de mi familia que mis amigas, que
desde siempre habían venido a mis cumpleaños. Marcos se desenvolvía
simplemente bien entre todas esas personas que se acercaban a ambos y
me felicitaban, me daban sus regalos y se quedaban como no, mirando
los ojos de Marcos.
Se
me ha olvidado comentar, que ese año, hicimos un concurso de
tortillas. Cada uno trajo su tortilla, yo también. Según iban
entrando en la cocina, Marcos les ponía una pegatina a cada tortilla
con un número. Yo, en una libreta apuntaba el número de tortilla y
de quién era. El concurso de tortillas era algo nuevo, que sin duda
deberíamos volver a repetir.
Fran
se puso a hacer la paella para todos con ayuda de mis abuelas.
Mientras, mis amigas, Marcos, mis primos y yo fuimos ordenando las
tortillas con una banderita con el número que le correspondía. La
banderita no era más que un palillo con un papel y celo. Fuimos
desenvolviendo las tortillas y no paramos de reír. Había tortillas
de todo tipo, la que más me gustó fue una que trajeron Juanca
Quique y Fran. Era una tortilla a la francesa y no de patata como
debería haber sido, para empezar. Pero se lo perdoné por haber
hecho una tortilla para el concurso. Venía en un taper, cortada en
trocitos que se habían ido moviendo por el camino. El aspecto no
parecía muy bueno y para colmo tenía trozos de salchicha dentro. Me
reí. No podía parar. Sabía que eso solo se les podía ocurrir a
ellos. Y por si esto pareciera poco, en la tapa del taper había
dibujado en un papel una medalla en la cual ponía: primer premio.
Debajo de la medalla había otro papel rectangular donde ponía:
caprichitos dorados. Sabía que aunque esa no fuera la mejor
tortilla, merecía ganar. Sara y mis primas pequeñas (Isa, Celia y
Guadalupe) se turnaron para hacernos fotos mientras colocábamos las
tortillas. Cuando todo estuvo hecho, mis primos Fernando y Jorge,
junto con Marcos, bajaron al jardín mesas plegables. Pusieron
manteles y fuimos bajando las tortillas, poniéndolas por orden. Una
vez todo estuvo hecho, llamamos a todos y repartimos unos papelitos
donde debían apuntar la nota sobre diez que le daban a cada
tortilla. Nadie sabía cuál era su tortilla, solo Marcos y yo que
habíamos estado apuntando de quién era cada una, pero aún así,
casi había olvidado todas, salvo los “caprichitos dorados”.
Mi
familia fue pasando una a una por las mesas, saboreando cada trozo de
tortilla, y dejando el papel con sus calificaciones al final de las
mesas, en una urna improvisada que era el sombrero de copa que había
traído mi tío Rober. Yo fui la última en probar cada una de las
tortillas. Algunas estaban riquísimas, otras muy saladas, o algo
sosas. Pero en conclusión, todas estaban buenas, incluso
“caprichitos dorados”.
Después
de aquello, procedimos entre todos a montar más mesas fuera para la
comida. Era un no parar de gente con vasos, platos, agua, vino,
refrescos, hielo, servilletas, cubiertos.. mientras mis primas
pequeñas se encargaron de irme diciendo las notas de cada tortilla.
Yo las iba apuntando y se las pasaba a Marcos que calculaba la
puntuación total.
Quedaron
dos tortillas en el primer puesto, una en el segundo y otras dos en
el tercero. “caprichitos dorados” no ganó nada, pero lo amañé
para que ganara el primer puesto junto con la tortilla número 2 que
creo recordar que había hecho mi madre. Lili ganó el segundo puesto
con la tortilla número 4 aunque había estado a un punto de haber
quedado empate con mi madre y mis tíos. Las dos tortillas del tercer
lugar fueron la mía y la de tía Pili.
Hubo
trofeos de plástico plateado y azul para los tres primeros puestos.
Para los demás, compré unas medallas. En las copas mandé grabar:
“As tortillero 2011” y en las medallas: “yo participé en el
<<As tortillero 2011>>”. Todos terminamos contentos. Mi
prima Isa y mi tío Juanca grabaron e hicieron fotos a todo el
proceso del concurso. Después me reiría viendo aquellas fotos.
Comimos,
tarde, como siempre y después de que soplara las velas de mi tarta a
las 6.45 salimos a caminar por el campo. Íbamos un coche detrás de
otro. Éramos al menos siete coches, cada uno de un color diferentes,
algunos pequeños, otros grandes.. Dejamos dos de los coches en la
casa y nos acomodamos en los coches más grandes todos. Yo iba en
cabeza, alejándonos de la casa para ir al puerto de Navacerrada.
Tengo que decir que nos confundimos de camino por las malas (por no
decir penosas) indicaciones que Marcos me dio según su GPS. Pasamos
por la misma rotonda, donde había dos coches de policía
controlando, dos veces. Dos de los coches y yo llevábamos un walkie
talkie que mi hermano tenía de cuando era pequeño-
-Ada,
como volvamos a pasar por la rotonda, nos van a parar, cambio- dijo
mi tío Quique. Tenía toda la razón, pero estábamos perdidos.
-Lo
sé, es el GPS, que nos manda por un sitio raro- dije como excusa.
Escuché risas al otro lado del walkie.
-No
sé cómo no nos han parado ya. Hemos pasado siete coches seguidos la
misma rotonda dos veces- dijo mi tío Rober que tenía el otro
walkie.
-Ya
veréis cómo no volvemos a parar- dije esperanzada. Pero me
equivoqué. Volvimos a pasar por la rotonda una tercera vez antes de
encontrar el camino correcto. Me reí en cuando volví a ver la
rotonda.
-Bueno
tíos, preparaos para pasar por la rotonda del infierno- dijo Marcos
cogiendo el walkie y hablando con mis tíos.
-Espero
que no nos paren- escuché que decía Quique.
-El
año que viene, iré yo delante- dijo Marga, la esposa de Rober. Me
reí ante su comentario. Ella se orientaba mucho mejor que los demás.
-Está
bien, si paran a alguno de los coches, el año que viene vayamos
donde vayamos, tú guiarás- la dije.
-Trato
hecho- sonó la voz de mi tía Marga a través del walkie. No nos
pararon, nos dejaron seguir a todos los coches y por fin llegamos al
puerto de Navacerrada. Anduvimos una hora y volvimos a casa (esta vez
sin perdernos). El día de mi cumpleaños siempre era ajetreado. Al
volver, en el salón merendamos la tarta y ya cada uno se fue a donde
quiso de la casa.
Los
más jóvenes nos cocinamos algo de pasta y nos fuimos a ver
películas hasta las cuatro de la mañana.
Al
día siguiente, no había quién nos despertara a ninguno. Pero
teníamos que levantarnos, desayunar algo, si es que quedaba alguna
sobra, recoger y volver a Madrid.
-Hasta
el año que viene- le susurré a la casa una vez terminamos de cerrar
las ventanas, las contraventanas, la puerta principal y echar el
candado a la cerca de fuera.
*
* *
Y
por último llegaron las horas de los últimos exámenes y de
preparar nuestra escapada para ese verano.
–Chicas
muchas gracias por cambiar todos vuestros planes para ir antes a la
playa este año –dije ilusionada. Ese verano cambiamos nuestros
planes de playa de siempre, yendo desde el día uno de julio al
treinta si era necesario para poder coincidir con Liam.
Coincidiríamos sí o sí ese año, me decía Vanessa a menudo.
¡Ais!, la verdad es que deseaba volver a encontrarme con él. No sé
qué me pasaba con él. Durante un año entero había dejado vagar mi
imaginación y el resultado era aquel. Se
podría decir que estaba enamorada de él en mi imaginación, a pesar
de saber que en la vida real jamás dejaría que mi corazón venciera
y me enamorara de alguien, no para volver a hacer daño.
–¡Ey!
No nos las des, no hace falta, solo espero que podamos conocer a Liam
este año, que nos quedamos con las ganas el año pasado –dijo Sara
quitándole importancia al echo de que todas me apoyaran. Porque
pensaran que tal y solo tal vez, Liam podría hacerme cambiar de
parecer respecto al amor (yo no lo creía, claro).
–¡¡Sí!!
después de las molestias que nos estamos tomando para coincidir con
los días que va siempre él, tendremos como recompensa mínimo
conocerle a él o a sus amigos ejem ejem que espero que estén muy
buenos –río Julia.
–Yo,
que los vi, te puedo asegurar que están muy buenos –dijo Ainhoa,
que recordaba el encuentro con Liam
–Tengo
muchas ganas de ir a la playa este año –dije entre risas tontas.
–Bueno
entonces... Ya esta todo arreglado ¿no? –preguntó Vanessa, que
era quien organizaba siempre las vacaciones y llevaba todo al día
sobre el dinero que nos gastaríamos, llamaba a Linda, y miraba
alguna excursión que hacer.
–Sí,
ya hemos hablado con Linda, nuestros padres saben el plan, tenemos
coche, toallas, lo único que nos falta es irnos de compras a por
bikinis –dijo Ainhoa poniendo cara de pena para convencernos de
irnos de compras.
–Está
bien, acepto ir de compras, te lo debo por lo de Liam –dije
revelando una sonrisa.
–¡Bien!
–gritó Ainhoa dando un salto.
Fuimos
de compras, compramos todos los bikinis que quisimos, camisetas,
pantalones..
–¿Me
queda bien esta camiseta? –pregunté saliendo de un probador a la
vez que Julia salía y preguntaba –¿Y a mi este bikini?
–Me
gusta el bikini –dije sonriendo a Julia.
–A
mi tu camiseta.. no me gusta del todo, demasiado holgada para mi
gusto –acertó a decir Julia
–Sí,
es verdad, tienes razón –dije mirándome al espejo que había al
lado de Julia, para después meterme en el probador otra vez. Me
estaba cambiando cuando oí a Sara hablar sobre el pantalón que se
había probado que no se llego a comprar por ser muy caro.
Después
de nuestras compras tomamos granizado en un puesto ambulante, reímos,
hicimos fotos durante el resto de la tarde y nos preparamos para
irnos de vacaciones; quizás las mejores vacaciones que habíamos
tenido hasta el momento.
*
* *
Los
días pasaban rápidamente y en un abrir cerrar de ojos nos
encontrábamos las seis en mi casa, la noche antes de irnos. Ese año,
Marcos, Álex y Roberto irían a la playa, pero más tarde, así que
los primeros días, los pasaríamos nosotras solas, como años
anteriores.
–Chicas
nos deberíamos acostar ya, sino mañana no habrá quien nos
despierte –aconsejó Sara.
–Vale,
sí, tienes razón –aceptó Ainhoa levantándose del sofá y yendo
al baño a cepillarse los dientes.
–Sí,
venga, vámonos a dormir –dije a pesar de saber que no dormiría
nada bien, como siempre pasaba. Y que vería las fotos que el año
pasado hicimos en la playa, además de las de siempre.
Esa
noche me costó dormir (más de lo habitual), no paré de pensar en
Liam después de ver todas las fotos del álbum de fotos cuando todas
estuvieron dormidas. ¿Y si mañana le veo? pensaba y seguía... Hay
que nervios, no voy a ser capaz de decirle nada... Se me van a trabar
las palabras. Al mismo tiempo que pensaba: creo que estoy exagerando,
es un chico guapo, sí, pero no sé nada de él, salvo su nombre y
dos cosas más. No tengo mucho de él, no puedo estar tan colada de
un chico solo por eso, no es lógico. Pero cada vez que recordaba sus
ojos un escalofrío recorría mi cuerpo, cada vez que recordaba el
roce de su mano, el choque eléctrico que sobrevino... Mi corazon se
aceleraba más de lo habitual. Cada vez quedaban menos segundos,
menos minutos, menos horas, menos días para volver a verle... Me
quedé pensando en que desde el verano, apenas había mirado la caja
donde había guardado todos los recuerdos de Liam. Era como si
tuviera miedo de abrir la caja y no ver lo que esperaba ver. La tenía
en mi mesa de estudio y siempre estaba tentada de abrirla pero al
final, salvo en contadas excepciones, no la había abierto. Había
metido la caja en la maleta. No sé por qué tenía la sensación de
que cuando llegara a la playa me resultaría más fácil abrirla y
mirar otra vez lo que en ella guardaba.
¿Qué
te esta pasando Ada?, ¡te estas volviendo loca! me reproché a mí
misma. Pensé por primera vez en mis sentimientos, los que mas temía.
El miedo que alvergaba dentro de mí al enamorarme, pero no iba a
llegar tan lejos, me calmé a mí misma. Es posible que me quedara
pensando aquellas cosas, una y otra vez, durante horas, horas que
pensando se pasaban volando; hasta que en un determinado momento de
la noche, dejé de pensar, mi cerebro se apagó y me quedé dormida.