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jueves, 21 de marzo de 2013

LA VIDA NOS VOLVERÁ A JUNTAR, TE LO PROMETO - Ada (Cap.11)


Capítulo 11


-ada-




     Poco después de volver empezamos un nuevo curso en la universidad (a decir verdad, un mes después. En el cual quedamos bastante con Roberto, Álex y Marcos. Me empezaron a caer mejor los dos primeros y comencé a fiarme más de ellos a la hora de hablar. A las demás las debió pasar lo mismo, porque cuando terminó el verano parecíamos los nueve una gran familia que compartía todo. He olvidado mencionar cómo son Álex y Roberto... El primero, es el más alto de todos, metro noventa y cinco. Pelo cortito, color avellana con reflejos rubios y pelirrojos. Algo de barba. Ojos marrones y brillantes. Intenta llevarse bien con todo el mundo y tiene una sonrisa preparada para cuando le hagas reír. Roberto, es más bajo, pero el más mayor de todos. Ojos marrón azulado, son de un color difícil de describir. Pelo cortito también, marrón oscuro, casi negro. Pestañas enormes que parece que en cualquier momento saldrá una mariposa de ellas. Tez pálida. Solía vestir de gótico, aunque ahora salvo excepciones, suele llevar ropa más casual. Puedes confiar en él para cualquier cosa. Siempre tiene tiempo para ti).
Comenzamos el curso con nuevas asignaturas, nuevos profesores y mucho que estudiar. ¡Y también practicas en hospirales!. Ainhoa empezó en su universidad, Carolina empezó un día después que ella y dos días después empezamos las demás. Yo... Pasaba mucho tiempo pensando en Liam, algo estúpido sabiendo que no sabía nada de él, solo su nombre. Pero el recuerdo del roce de su mano me mantenía ensimismada cuando pensaba en ello. También Pensé mucho en cómo podría empezar una conversación por email con él... Así pasé el primer semestre de segundo de fisioterapia.
–¡Ada! Deja de pensar y escucha a Mario ¿no ves que si no coges apuntes no te vas a enterar? –me decía Sara cuando me ponía a pensar en lo que no debía.
–Lo siento, el tema de Liam siempre mantiene mi mente ocupada –me excusaba.
–Amor a primera vista –decía Julia mientras Sara se reía.
–Eso parece –decía por picarme Javi, un amigo de la universidad que sabía mi pequeño encuentro con Liam y lo que nos habíamos escrito en la arena. También sabía de la existencia de la foto, que me llevaba a todas partes.
–¿Parad ya no? ¡chicos! –me quejaba yo siempre riendo cuando sacaban el tema. Y así todos los días. El hecho de que me recordaran a menudo a Liam hizo que le añorara más de lo que deseaba. Realmente no le conocía, solo conocía algunos aspectos de su vida como su amanecer, su edad... Pero al recordarme siempre a Liam, hacían que siempre le tuviera en mente. Y poco a poco creo que se fue formando una visión en mi cerebro de mi vida junto a Liam. Empecé a sentir cosas por él, sin que él estuviera presente en todas las fantasías que yo solita me montaba. Me imaginaba quedando con él, yendo a tomar algo, nadando juntos, buceando... Incluso me le imaginaba recogiéndome en la universidad. Me gustaba por todas las ideas que yo solita (con ayuda de mis amigos, claro) me había formado de él.
Por fin, un sábado por la mañana, me decidí a mandarle un email a Liam. Abrí la caja donde tenía todos los recuerdos suyos. Cogí el papel con su correo que casi me sabía de memoria y lo dejé sobre la mesa. Me alejé de la mesa para coger mi portátil que estaba en mi mochila de la universidad. Mientras trajinaba por la habitación, mi madre entró en el cuarto.
–Abro tu ventana para ventilar, ¿vale cariño? –me dijo mi madre.
–Claro mamá –contesté.
–¿Tienes algo en la mesa que se pueda volar? Hoy hay mucho viento y luego siempre pierdes alguna hoja –me preguntó mi madre. Me quedé pensativa mientras echaba un vistazo fugaz a la mesa sin apenas ver nada, mientras sacaba el ordenador.
–No, nada –contesté. Craso error. Mi madre abrió la ventana, con tan mala suerte que la ventolera que se formó en mi habitación hizo que algunos de mis apuntes y el papel de Liam volaran. Mis apuntes cayeron al suelo, mientras el papel de Liam voló edificio abajo.
–Mierda mamá –me quejé sin saber aún que el papel de Liam se había esfumado.
–Te lo advertí Ada, tienes que ser más cuidadosa –me recriminó mi madre.
–Y tú más observadora –contraataqué en mi defensa. Me acerqué a la mesa y para mi desgracia vi que faltaba el papel del correo de Liam.
–Mamá ¿y el papel que estaba aquí? –pregunté. Mi madre se encogió de hombros.
–No lo sé. Tal vez se haya volado.
Lo busqué por toda la habitación pero no encontré nada. Mierda, mierda, mierda pensé. Ahora no podré hablar con él y pasará de mí porque yo he pasado de él, aunque yo no quiero pasar de él, me recriminé. Fue como un juego de palabras. Bajé a la calle a buscar el papel, pero tampoco hubo suerte. Después de horas enfadada conmigo misma, con mi madre, y después de llorar desesperada durante unos cuantos minutos y después de haberle contado a mi hermano lo sucedido, llamé a Marcos y a Ainhoa para contarles lo mismo. Lo que me dijeron no me sirvió de nada, así que se me ocurrió que lo que debía hacer era concentrarme en recordar su email. Lo había leído ya unas cuantas veces. Pensé y pensé hasta que al final logré recordarlo: “Liam-07@hotmail.com”. Lo escribí en mi ordenador antes de olvidarlo. Estuve pensando cómo saludarle durante tres cuartos de hora hasta que me cansé y le tecleé en mi ordenador lo primero que se me pasó por la cabeza:

Hola Liam, soy Ada, la chica que conociste en la playa, (vamos.. la chica que tiene por mascota un pato). ¿Cómo va todo? Yo ya he empezado la uni. Si quieres podríamos quedar algún día (si te viene bien, claro). Te dejo y no me enroyo más.
Un beso.
Ada.

No leí el email antes de enviarlo, pues sabía que me arrepentiría nada más releerlo.
Esperé su respuesta impaciente, y dos días después reciví una contestación:

Hola Ada, soy Liam, pero creo que no soy el Liam por el que tú preguntas. No conozco a ninguna chica llamada Ada que conociera en verano, y menos con un pato como mascota. Siento decepcionarte.
PD: posiblemente tengas el email mal escrito.
Un saludo.

Me quedé embobada leyendo el email una y otra vez. ¿Enserio me estaba pasando a mí eso? No me lo podía creer... Pues genial porque ahora si que no tenía ninguna posibilidad con Liam. El pensaría que había pasado de escribirle... Pensé.
Volví a hablar con mi hermano, con Marcos y Ainhoa, pero sus palabras no me animaron en absoluto. Y aunque luego se pasaron los dos últimos por casa para animarme, eso tamopco sirvió de mucho. Solo me quedaba esperar al verano y pensar que Liam tendría tantas ganas como yo de volver a vernos...
* * *
Conocí muchos chicos aquel año. Algunos fueron algo más que conocidos, algunos se convirtieron en amigos, buenos amigos, otros no fueron nada; pero no encontré ninguno por el que sintiera la mitad de lo que sentí por Liam la primera vez que le vi.
Intenté recordar todos los días su perfecta figura, su torso esbelto, sus pectorales, sus ojos color mar, su boca, su pelo casi dorado... Hasta sus orejas. El tacto de su piel al tocar la mía... Para que cuando le volviera a ver, no pareciera que había pasado tanto tiempo.

Quedé de vez en cuando con Marcos (por fin dejaron de preguntar si teníamos algo juntos y aceptaron que fuéramos amigos). Nuestra amistad se fue afianzando cada vez más y eso me encantaba. Podía contar con él siempre y no temía por que entre los dos pasase algo, porque ambos sabíamos que no pasaría. Nunca había tenido una amistad como aquella con un chico, y al principio me pareció demasiado rara y diferente para ser real. Tenía miedo de lo que pudiera llegar a sentir yo en algún momento de nuestra amistad y de lo que él pudiera llegar a sentir. Pero con el tiempo, empecé a pensar de manera diferente. Hablábamos mucho de Liam, del verano, de lo mucho que echábamos de menos la playa. Me ayudó a dormir las noches en que no podía por algún problema con mis padres o mi hermano, o simplemente porque empecé a darme cuenta de que estaba como obsesionada con la idea de volver a ver a Liam. A veces venía a mi casa a cenar y era bien recibido, otras iba yo a la suya y los viernes solíamos salir juntos y dormir en casa el uno del otro. A veces me pasaba a buscar a la universidad si no le tocaba trabajar y yo le pasaba a buscar los viernes por la noche a sus prácticas. Creo que la gente no entiende la amistad que tenemos, nos ve como si supieran que en el momento más inesperado alguno de los dos fuera a sentir algo diferente. Pero sé que no es verdad. No tengo pruebas de por qué lo sé, pero simplemente lo sé. No es que Marcos no me guste, a veces me he imaginado como sería todo con él, pero al segundo se desvanece la idea. No soy capaz de imaginarme con él, besarle, amarle de manera diferente a como lo hago. Le amo, pero como amigo. Siento todo lo que se tiene que sentir por un amigo íntimo y no hay más.
* * *
Fueron pasando las horas de universidad, las horas de cercanías interminables para volver a casa, las horas de estudio antes de los primeros exámenes, después las horas de descanso, los minutos de los exámenes que exprimíamos al máximo, la hora de recibir las calificaciones, hora de lloros, lamentos, lágrimas de tristeza y felicidad..

Siguieron pasando las horas y las semanas y los meses y llegó mi cumpleaños, veintiseis de abril. Era sábado. Nada más levantarme, Dafne se puso a piar, mi hermano se abalanzó sobre mí gritando “¡¡Felicidades!!” y mis padres aparecieron en la puerta de la habitación, mirando el barullo que había dentro. No fue hasta después de que me levanté cuando me felicitaron. Me duché, me vestí y bajamos a desayunar al Vips, que está en la calle de enfrente donde yo vivo. Vinieron dos de mis tíos, Míguel y Quique. Pedimos lo mismo de siempre; mi hermano, mis tíos y yo desayuno americano (dos huevos, dos tortitas, bacon, patatas y un refresco), mi padre solo un café que siempre le reprochamos y mi madre un desayuno inglés (huevos, bacon, champiñones, tomate a la plancha, una salchica y una barra de pan). Después de meternos todo eso en el cuerpo, parece mentira que nos vaya a entrar una paella en cuatro horas... Pero entrará al igual que el año pasado, pensé. Después de desayunar, mi padre y mi hermano se bajan como siempre a por una tarta, tiene que ser sorpresa, pero sé que será de manzana... Mi tarta favorita. Mi madre y yo nos quedamos en casa haciendo una mini maleta, ya que esa noche no dormiremos en casa, nos vamos a nuestra casa del pueblo con mis abuelos, mis tíos, mis amigas y mis primos. Ese año, había invitado a Marcos que no se negó a venir. Todos comemos allí y pasamos la noche allí; esto último es desde hace dos o tres años. Pensé en Liam; no estaría conmigo, claro, no sabía ni cuando era mi cumpleaós, ni yo el suyo. Es una estupidez pero pienso largo y tendido en él. Apenas lo conozco... pensé.
La idea de quedar todos fue de mi tío Fran, al cual le gusta mucho hacer paellas. Se compró una paellera eléctrica y me propuso usarla el día de mi cumpleaños. Desde ese momento, quedábamos siempre para hacer la paella en el jardín de la casa del pueblo. Siempre terminábamos muy tarde y mi familia se iba a su casa sobre las doce o la una de la noche. Así, mis padres decidieron comprar más somieres, colchones, dos sofás cama, sacos de dormir para los primos, mi hermano, mis amigas y yo y algún que otro colchón hinchable. Ese año, nos tocaba a nosotros comprar el arroz para la paella y a mis abuelos comprar el pollo y demás cosas que le echa mi tío a la paella. Bajé con mis dos tíos a por el arroz, para aprovechar al máximo el día en la sierra. Ninguno de nosotros suele hacer la compra, por lo que tuvimos que llamar a Fran para saber qué tipo de arroz teníamos que coger. Éramos unos completos inútiles en lo que a comprar se refiere. Nunca lograba acordarme cuál era, por mucho que intentaba que no se me olvidara. Se notaba que casi nunca entrábamos en un supermercado, porque si no dimos cuatro vueltas buscando el arroz, no dimos ninguna. Me eché a reír cuando dimos la tercera vuelta; no me podía creer que no encontráramos el arroz. En la cuarta vuelta, preguntamos a un dependiente, que nos indicó como llegar al arroz, pero la avanzadilla fue un fracaso y terminamos leyendo los carteles que vimos que había en cada pasillo, donde te pone qué es lo que hay.
Cuando llegamos a casa de comprar el arroz, me llamaron las chicas para decirme que llegarían en cinco minutos. Nosotros deberíamos estar listos cuando ellas llegaran. El día de mi cumpleaños siempre me ponía nerviosa. Quería llegar antes que nadie para poner a hacer cosas en la casa y prepararlo todo para cuando llegaran los demás.
Las chicas llamaron al portero automático, nada más terminar de recoger lo que faltaba para irnos. Nos esperaron abajo y bajamos enseguida. Dafne iba suelta por la calle, aunque en los pasos de cebra siempre la cogía. Ese año, mis amigas habían venido sin coche, porque habíamos pensado que era mejor coger el coche de mis padres y mi furgoneta. Bajamos al garaje donde estaban aparcados los coches. Mi furgoneta en el piso tres en la plaza 201 y el coche de mis padres en la 202. Metimos las maletas en el maletero de mi furgoneta y la comida en el coche de mis padres. Me subí en la furgoneta y conmigo se subieron también mi hermano y mis amigas. Mis tíos, se subieron en el coche con mis padres para que no fueran solos y se llevaron a Dafne con ellos.
-¿Te han regalado algo ya?- me preguntó Ainhoa, que estaba en el asiento justo de detrás de mí.
-No, todavía no, ya sabes que mis padres siempre esperan a que estemos todos para que me den los regalos y pueda abrirlos- contesté
-Es verdad, siempre lo olvido- dijo Ainhoa sonriente.
-¡Tengo unas ganas tremendas de llegar ya a la casa!- dije después de un tiempo pensativa. Era el mejor día de todo el año. Podía juntar a todas las personas que verdaderamente me importaban y nunca fallaba ninguna. Nos juntábamos tantos.. Por parte de padre seis tíos(Juanca, Rober, Fran, Jesús, Quique, Míguel), dos tías(Marga, reyes), dos primas(Ester, Alicia) y un primo(Jorge), dos abuelos(Viví y Pepe).. Por parte de madre tres tíos(Juanito, Jose, Bruno), cuatro tías(Pili, Maluli, Isa, Marta), cuatro primas(Lola, Isabel, Celia, Guadalupe) y un primo(Fernando) y por último tres abuelos(Pili, Juan, Lili). Además de eso, también estaban mis padres(Ana y Jose) y mi hermano(Miguel), mis cinco amigas, Marcos y Dafne. Cuando estábamos todos allí, era difícil organizarse, por mucho que estuviera planeado. Al final se comía demasiado tarde, se merendaba demasiado tarde y no se llegaba a cenar. El desayuno de la mañana siguiente, era divertido. Cada uno se levantaba a una hora y desayunaba sobras del día anterior o algún bollo o galleta que hubiera por la casa.

Pensé una vez más en Liam; esta vez pensé en sí se lo pasaría igual de bien que yo si hubiéramos sido amigos, si le hubiera invitado. Si hubiera entendido lo que significa para el juntar a todas esas personas, o si por el contrario no hubiera venido por no entender la importancia de este acto para mí. Si le gustaría mi familia o por el contrario la odiaría. Si él también se juntaría con toda su familia en alguna época del año o si por el contrario no solía ver a su familia.

No tardamos mucho en llegar a la sierra, en lo que más tardamos fue en salir de Madrid. Pasamos a buscar a Marcos a casa, ya que su casa nos pillaba de camino. Odio el tráfico que hay, los coches que cambian de carril sin avisar, los que se quedan atravesados en mitad de una calle y te impiden pasar. Menos mal que en veinte minutos estamos en la carretera. Después no tardamos apenas media hora en llegar a la casa. No es muy grande y a veces me sorprendo de cómo podemos entrar tantas personas allí. Tiene dos pisos, con seis habitaciones, tres baños, el salón y la cocina. Todo es pequeño y donde más estamos es en el jardín, ya que en ninguna estancia de la casa entramos todos. Alguna vez lo hemos intentado, si llovía o hacía mal tiempo, pero aprendimos que era imposible; por eso, mi padre hace unos años construyó junto con mis tíos, mi hermano y yo un pequeño tejado aparte del que tenía la casa para poder resguardarnos cuando llovía; también pusimos unos cristales para que así el agua no nos alcanzara, pero estuviéramos todos juntos de algún modo.

Cuando llego a la calle de nuestra casa, me invade una alegría tremenda por dentro, que va desde los pies hasta mi cabeza, pasando por mis ojos que brillan intensamente. Estamos llegando. Todos sonreímos, todos sentimos la misma alegría. Es un día que no se olvida, que siempre es diferente aunque la meta sea comer paella y celebrar mi cumpleaños. Pisé un poco más el acelerador para llegar antes, nos faltaban apenas cinco metros para hacer la curva gigantesca que hay en nuestra calle y podríamos ver la casa por fin. Cuatro, tres metros.. y por fin la ví, la vimos. Marcos abrió la boca sorprendido por la casa, parece que le gustó. Cuando vamos por que es mi cumpleaños veo a la casa diferente, como si estuviera feliz de poder albergar ese día a tanta gente dentro de ella.
-¡Hemos llegado!-gritó mi hermano cuando eché el freno de mano.
-Sí, ya estamos aquí- dijo Vanessa abriendo la puerta e intentando salir. Sara aprovechó y salió corriendo para mientras salíamos del coche.
Bajamos todos y esperamos a que llegaran mis padres y mis tíos. Todavía no había llegado nadie, menos mal.

Cuando aparcaron, bajamos la comida y las maletas. Cada uno fuimos a nuestro respectivo cuarto y dejamos nuestras cosas. Nosotras solíamos dormir en un cuarto lleno de colchones y sacos de dormir en el suelo, junto con mi hermano y mis primos. En dos de los cuartos, mi padre había tirado el muro que los separaba y había divido éstos con muros delgados, en varias habitaciones pequeñas, para que mis abuelos, mis tíos casados y mis padres pudieran dormir. Y en la otra habitación, había camas, sofás camas y una litera para los solteros.
-Este año me toca a mí dormir en saco- dije poniendo mi pequeña maleta encima de un saco.
-A mí también- dijo julia poniéndose en un saco justo al lado del mío. A los demás les tocaba en cama, así que fueron eligiendo las camas alrededor del saco de julia y del mío.
Una vez distribuido el dormitorio, fuimos a la cocina, que estaba en el piso de abajo. Colocamos la tarta, que no se comería hasta las 6.45, hora en la que nací. Sacamos el arroz y lo dejamos en la encimera, abrimos la llave de paso de agua y la del gas; en la casa hacía un poco de frío. Después, nos fuimos al salón, donde debajo de un sofá de cuatro plazas había una piscina hinchable; era para Dafne. Se la hinchábamos, la sacábamos al jardín y la llenábamos de agua con la manguera. Con este entretenimiento hacíamos que Dafne prestara más atención al agua que al césped o a los árboles recién plantados del jardín y así podían sobrevivir un día más a ella. Mis tíos fueron llegando poco a poco mientras poníamos en orden todo. Marcos se emocionó al ver a tanta gente llegar y enseguida se presentaba y se ponía a hablar alegremente con ellos. Parecía que formaba más parte de mi familia que mis amigas, que desde siempre habían venido a mis cumpleaños. Marcos se desenvolvía simplemente bien entre todas esas personas que se acercaban a ambos y me felicitaban, me daban sus regalos y se quedaban como no, mirando los ojos de Marcos.
Se me ha olvidado comentar, que ese año, hicimos un concurso de tortillas. Cada uno trajo su tortilla, yo también. Según iban entrando en la cocina, Marcos les ponía una pegatina a cada tortilla con un número. Yo, en una libreta apuntaba el número de tortilla y de quién era. El concurso de tortillas era algo nuevo, que sin duda deberíamos volver a repetir.
Fran se puso a hacer la paella para todos con ayuda de mis abuelas. Mientras, mis amigas, Marcos, mis primos y yo fuimos ordenando las tortillas con una banderita con el número que le correspondía. La banderita no era más que un palillo con un papel y celo. Fuimos desenvolviendo las tortillas y no paramos de reír. Había tortillas de todo tipo, la que más me gustó fue una que trajeron Juanca Quique y Fran. Era una tortilla a la francesa y no de patata como debería haber sido, para empezar. Pero se lo perdoné por haber hecho una tortilla para el concurso. Venía en un taper, cortada en trocitos que se habían ido moviendo por el camino. El aspecto no parecía muy bueno y para colmo tenía trozos de salchicha dentro. Me reí. No podía parar. Sabía que eso solo se les podía ocurrir a ellos. Y por si esto pareciera poco, en la tapa del taper había dibujado en un papel una medalla en la cual ponía: primer premio. Debajo de la medalla había otro papel rectangular donde ponía: caprichitos dorados. Sabía que aunque esa no fuera la mejor tortilla, merecía ganar. Sara y mis primas pequeñas (Isa, Celia y Guadalupe) se turnaron para hacernos fotos mientras colocábamos las tortillas. Cuando todo estuvo hecho, mis primos Fernando y Jorge, junto con Marcos, bajaron al jardín mesas plegables. Pusieron manteles y fuimos bajando las tortillas, poniéndolas por orden. Una vez todo estuvo hecho, llamamos a todos y repartimos unos papelitos donde debían apuntar la nota sobre diez que le daban a cada tortilla. Nadie sabía cuál era su tortilla, solo Marcos y yo que habíamos estado apuntando de quién era cada una, pero aún así, casi había olvidado todas, salvo los “caprichitos dorados”.
Mi familia fue pasando una a una por las mesas, saboreando cada trozo de tortilla, y dejando el papel con sus calificaciones al final de las mesas, en una urna improvisada que era el sombrero de copa que había traído mi tío Rober. Yo fui la última en probar cada una de las tortillas. Algunas estaban riquísimas, otras muy saladas, o algo sosas. Pero en conclusión, todas estaban buenas, incluso “caprichitos dorados”.
Después de aquello, procedimos entre todos a montar más mesas fuera para la comida. Era un no parar de gente con vasos, platos, agua, vino, refrescos, hielo, servilletas, cubiertos.. mientras mis primas pequeñas se encargaron de irme diciendo las notas de cada tortilla. Yo las iba apuntando y se las pasaba a Marcos que calculaba la puntuación total.
Quedaron dos tortillas en el primer puesto, una en el segundo y otras dos en el tercero. “caprichitos dorados” no ganó nada, pero lo amañé para que ganara el primer puesto junto con la tortilla número 2 que creo recordar que había hecho mi madre. Lili ganó el segundo puesto con la tortilla número 4 aunque había estado a un punto de haber quedado empate con mi madre y mis tíos. Las dos tortillas del tercer lugar fueron la mía y la de tía Pili.
Hubo trofeos de plástico plateado y azul para los tres primeros puestos. Para los demás, compré unas medallas. En las copas mandé grabar: “As tortillero 2011” y en las medallas: “yo participé en el <<As tortillero 2011>>”. Todos terminamos contentos. Mi prima Isa y mi tío Juanca grabaron e hicieron fotos a todo el proceso del concurso. Después me reiría viendo aquellas fotos.
Comimos, tarde, como siempre y después de que soplara las velas de mi tarta a las 6.45 salimos a caminar por el campo. Íbamos un coche detrás de otro. Éramos al menos siete coches, cada uno de un color diferentes, algunos pequeños, otros grandes.. Dejamos dos de los coches en la casa y nos acomodamos en los coches más grandes todos. Yo iba en cabeza, alejándonos de la casa para ir al puerto de Navacerrada. Tengo que decir que nos confundimos de camino por las malas (por no decir penosas) indicaciones que Marcos me dio según su GPS. Pasamos por la misma rotonda, donde había dos coches de policía controlando, dos veces. Dos de los coches y yo llevábamos un walkie talkie que mi hermano tenía de cuando era pequeño-
-Ada, como volvamos a pasar por la rotonda, nos van a parar, cambio- dijo mi tío Quique. Tenía toda la razón, pero estábamos perdidos.
-Lo sé, es el GPS, que nos manda por un sitio raro- dije como excusa. Escuché risas al otro lado del walkie.
-No sé cómo no nos han parado ya. Hemos pasado siete coches seguidos la misma rotonda dos veces- dijo mi tío Rober que tenía el otro walkie.
-Ya veréis cómo no volvemos a parar- dije esperanzada. Pero me equivoqué. Volvimos a pasar por la rotonda una tercera vez antes de encontrar el camino correcto. Me reí en cuando volví a ver la rotonda.
-Bueno tíos, preparaos para pasar por la rotonda del infierno- dijo Marcos cogiendo el walkie y hablando con mis tíos.
-Espero que no nos paren- escuché que decía Quique.
-El año que viene, iré yo delante- dijo Marga, la esposa de Rober. Me reí ante su comentario. Ella se orientaba mucho mejor que los demás.
-Está bien, si paran a alguno de los coches, el año que viene vayamos donde vayamos, tú guiarás- la dije.
-Trato hecho- sonó la voz de mi tía Marga a través del walkie. No nos pararon, nos dejaron seguir a todos los coches y por fin llegamos al puerto de Navacerrada. Anduvimos una hora y volvimos a casa (esta vez sin perdernos). El día de mi cumpleaños siempre era ajetreado. Al volver, en el salón merendamos la tarta y ya cada uno se fue a donde quiso de la casa.
Los más jóvenes nos cocinamos algo de pasta y nos fuimos a ver películas hasta las cuatro de la mañana.

Al día siguiente, no había quién nos despertara a ninguno. Pero teníamos que levantarnos, desayunar algo, si es que quedaba alguna sobra, recoger y volver a Madrid.
-Hasta el año que viene- le susurré a la casa una vez terminamos de cerrar las ventanas, las contraventanas, la puerta principal y echar el candado a la cerca de fuera.
* * *
Y por último llegaron las horas de los últimos exámenes y de preparar nuestra escapada para ese verano.
–Chicas muchas gracias por cambiar todos vuestros planes para ir antes a la playa este año –dije ilusionada. Ese verano cambiamos nuestros planes de playa de siempre, yendo desde el día uno de julio al treinta si era necesario para poder coincidir con Liam. Coincidiríamos sí o sí ese año, me decía Vanessa a menudo. ¡Ais!, la verdad es que deseaba volver a encontrarme con él. No sé qué me pasaba con él. Durante un año entero había dejado vagar mi imaginación y el resultado era aquel. Se podría decir que estaba enamorada de él en mi imaginación, a pesar de saber que en la vida real jamás dejaría que mi corazón venciera y me enamorara de alguien, no para volver a hacer daño.
–¡Ey! No nos las des, no hace falta, solo espero que podamos conocer a Liam este año, que nos quedamos con las ganas el año pasado –dijo Sara quitándole importancia al echo de que todas me apoyaran. Porque pensaran que tal y solo tal vez, Liam podría hacerme cambiar de parecer respecto al amor (yo no lo creía, claro).
–¡¡Sí!! después de las molestias que nos estamos tomando para coincidir con los días que va siempre él, tendremos como recompensa mínimo conocerle a él o a sus amigos ejem ejem que espero que estén muy buenos –río Julia.
–Yo, que los vi, te puedo asegurar que están muy buenos –dijo Ainhoa, que recordaba el encuentro con Liam
–Tengo muchas ganas de ir a la playa este año –dije entre risas tontas.
–Bueno entonces... Ya esta todo arreglado ¿no? –preguntó Vanessa, que era quien organizaba siempre las vacaciones y llevaba todo al día sobre el dinero que nos gastaríamos, llamaba a Linda, y miraba alguna excursión que hacer.
–Sí, ya hemos hablado con Linda, nuestros padres saben el plan, tenemos coche, toallas, lo único que nos falta es irnos de compras a por bikinis –dijo Ainhoa poniendo cara de pena para convencernos de irnos de compras.
–Está bien, acepto ir de compras, te lo debo por lo de Liam –dije revelando una sonrisa.
–¡Bien! –gritó Ainhoa dando un salto.
Fuimos de compras, compramos todos los bikinis que quisimos, camisetas, pantalones..
–¿Me queda bien esta camiseta? –pregunté saliendo de un probador a la vez que Julia salía y preguntaba –¿Y a mi este bikini?
–Me gusta el bikini –dije sonriendo a Julia.
–A mi tu camiseta.. no me gusta del todo, demasiado holgada para mi gusto –acertó a decir Julia
–Sí, es verdad, tienes razón –dije mirándome al espejo que había al lado de Julia, para después meterme en el probador otra vez. Me estaba cambiando cuando oí a Sara hablar sobre el pantalón que se había probado que no se llego a comprar por ser muy caro.
Después de nuestras compras tomamos granizado en un puesto ambulante, reímos, hicimos fotos durante el resto de la tarde y nos preparamos para irnos de vacaciones; quizás las mejores vacaciones que habíamos tenido hasta el momento.
* * *
Los días pasaban rápidamente y en un abrir cerrar de ojos nos encontrábamos las seis en mi casa, la noche antes de irnos. Ese año, Marcos, Álex y Roberto irían a la playa, pero más tarde, así que los primeros días, los pasaríamos nosotras solas, como años anteriores.
–Chicas nos deberíamos acostar ya, sino mañana no habrá quien nos despierte –aconsejó Sara.
–Vale, sí, tienes razón –aceptó Ainhoa levantándose del sofá y yendo al baño a cepillarse los dientes.
–Sí, venga, vámonos a dormir –dije a pesar de saber que no dormiría nada bien, como siempre pasaba. Y que vería las fotos que el año pasado hicimos en la playa, además de las de siempre.
Esa noche me costó dormir (más de lo habitual), no paré de pensar en Liam después de ver todas las fotos del álbum de fotos cuando todas estuvieron dormidas. ¿Y si mañana le veo? pensaba y seguía... Hay que nervios, no voy a ser capaz de decirle nada... Se me van a trabar las palabras. Al mismo tiempo que pensaba: creo que estoy exagerando, es un chico guapo, sí, pero no sé nada de él, salvo su nombre y dos cosas más. No tengo mucho de él, no puedo estar tan colada de un chico solo por eso, no es lógico. Pero cada vez que recordaba sus ojos un escalofrío recorría mi cuerpo, cada vez que recordaba el roce de su mano, el choque eléctrico que sobrevino... Mi corazon se aceleraba más de lo habitual. Cada vez quedaban menos segundos, menos minutos, menos horas, menos días para volver a verle... Me quedé pensando en que desde el verano, apenas había mirado la caja donde había guardado todos los recuerdos de Liam. Era como si tuviera miedo de abrir la caja y no ver lo que esperaba ver. La tenía en mi mesa de estudio y siempre estaba tentada de abrirla pero al final, salvo en contadas excepciones, no la había abierto. Había metido la caja en la maleta. No sé por qué tenía la sensación de que cuando llegara a la playa me resultaría más fácil abrirla y mirar otra vez lo que en ella guardaba.
¿Qué te esta pasando Ada?, ¡te estas volviendo loca! me reproché a mí misma. Pensé por primera vez en mis sentimientos, los que mas temía. El miedo que alvergaba dentro de mí al enamorarme, pero no iba a llegar tan lejos, me calmé a mí misma. Es posible que me quedara pensando aquellas cosas, una y otra vez, durante horas, horas que pensando se pasaban volando; hasta que en un determinado momento de la noche, dejé de pensar, mi cerebro se apagó y me quedé dormida.

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