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lunes, 25 de febrero de 2013

La vida nos volverá a juntar, te lo prometo. Cap. 8 Liam


8.LIAM


El día se pasó deprisa surfeando. Eran las ocho de la noche casi y estaba seguro de que Ada ya había contestado. Supuse que después de todo el tiempo que había pasado, en algún momento volvería a su casa si no lo había hecho ya, así que decidí llevarla un recuerdo: una foto de una puesta de sol. Era la foto que más me gustaba de todos los amaneceres que había fotografiado. Por detrás escribí con un bolígrafo negro: “amanecer rojo” y pegué un trozo de papel con mi correo electrónico. No sabía cuando se iría Ada, pero no quería que se fuera sin que antes nos hubiéramos intercambiado al menos el correo electrónico o el móvil. Me acerqué, esta vez sin ir acompañado de Ángel a nuestro punto de encuentro. ¡Era de Madrid!. No pude reprimir una sonrisa. El que nos hubiéramos estado escribiendo, hacía que pensara que no estábamos tan lejos, que nos íbamos conociendo poco a poco, que quisiera saber más de ella.
Coloqué la foto del amanecer entre piedras para que no se pudiera volar y Ada pudiera llevársela sana y salva para tener algo que le recordara a mí.
Pensé en ella el resto del día. Empezaba a sentir cosas fuertes por ella a pesar de haberla visto una vez, a pesar de casi no conocerla, pero el hecho de que habláramos por mensajes en la arena, hacía como si estuviéramos destinados a estar juntos. Soñé con ella para intentar no olvidar los rasgos de su cara, a pesar de que sabía que según fuera pasando el tiempo la memoria iría borrando su cara, poco a poco, parte por parte y al final solo recordaría una silueta borrosa correspondiente a Ada. Siempre se me había dado bien ligar y conseguir a las chicas que quería. Con Ada, no logré entender entonces qué era tan diferente que me hacía actuar de una forma en la que nunca había actuado. Nunca había ido detrás de una chica, siempre he hecho que ellas vinieran tras/detrás de mí. Nunca me había tomado en serio eso de tener una novia (no me refiero que quisiera que Ada estuviera conmigo como pareja) y con Ada todo parecía distinto, diferente y no lograba entender por qué. Tal vez porque era la primera chica que nada más verla, había hecho que perdiera la cabeza, que la recordara todos los días. ¡Y si fuera una obsesión por el hecho de querer y no poder físicamente tenerla? Era una posibilidad.. En fin, tenía tiempo para averiguar lo que le pasaba a mi cerebro, un año para ser exactos. Si no me gustaba de verdad, la olvidaría. Solo me había gustado una chica de verdad, hacía ya tiempo. Ella por así decirlo.. me engañó y jugó conmigo y mi lealtad. Así que dejé de confiar en las mujeres en general y dejé de intentar buscar relaciones que fueran más allá de 24 horas/una noche. Me había vuelto un tío busca rollos, sin esperar algo más de su pareja de esa noche. Sin pedir nada más que unas horas en una noche larga. Con Ada no sabía si empezaba a sentir algo realmente, si era algo pasajero, o si simplemente la quería a ella. Me sentía atraído, de todas formas, por el hecho de no poder conseguirla. Soy de los que dicen que lo mejor de todo, es la fase de tonteo; así que esa afirmación podría ser la verdadera razón por la que Ada siempre estuviera en mis pensamientos: querer lo que no puedo tener. Después del tonteo, todo es rutina (o eso pensaba antes de todo), pero lo de antes es mejor. Currarte a dónde llevarla, saber si le gustas, tocarnos esperando que el otro no se de cuenta, lanzar miradas que lo dicen todo y que nadie más sabe qué significa, otras miradas lanzadas cuando nadie nos ve, saber cuándo es el momento de besarla..
Dejé de pensar en todo aquello y cerré los ojos intentando dormir. Sam se colocó a mi lado para que la acariciara y así hice hasta que caí dormido.






Abriendo los ojos - primera parte. Ana (cap.9)


Capítulo 9

     Un día más pasa, sin nada nuevo. Desayunamos, jugamos con Sami en el jardín. Después vamos a ayudar con la mesa, vemos una película. Hablamos de nada en concreto y llega la cena.
Mañana empiezo la uni –dice Ainhoa en la cena. No lo recordaba. Ángel también empezará en breves sus prácticas. Hago una mueca. No quiero estar sola otra vez.
¿Qué horario tienes? –pregunto. Me lo ha dicho millones de veces pero siempre lo olvido.
De ocho y media a una y media –dice Ainhoa. Me mira para ver mi rostro. Hago otra mueca.
Estarás aquí para la hora de comer –afirma mi madre. Eso me alegra.
¿Y tú Ángel? –pregunta mi padre.
Yo empiezo en dos días las prácticas. Me ha llegado hoy la confirmación –nos cuenta. Eso ya lo sabía. Me lo ha dicho hoy nada más leer el correo electrónico en mi ordenador. En dos días volveré a estar completamente como al principio, sola. Salvo que mi madre tenga tiempo para mí por la mañana entre arreglo y arreglo en la casa. No es que yo no la ayude, que lo hago... Pero me parece todo tan monótono...
¿Y tu horario? –pregunta mi padre.
De nueve a una –contesta éste.
¡Ah! perfecto. Te podrías llevar tu el coche, dejar a Ainhoa y a Miguel en clase e irte a trabajar. Y después les recoges y volvéis juntos –dice mi padre. Es un buen plan. Así les tendré en casa a la vez y no por fascículos, como las colecciones de los periódicos.
Me parece genial la idea. Pero.. ¿De verdad te parece bien que yo conduzca? –pregunta Ángel. Creo que nunca nadie ha confiado tanto en él como lo acaba de hacer mi padre dándole un coche.
Sí, sí, claro. Sé que conduces muy bien. El tiempo que estéis aquí ese coche es para vosotros cuatro –dice mirándonos a mi hermano, a Ainhoa a él y a mí.
Gracias papá –le digo. Sigo enfadada con el por habernos traido a todos a aquí, pero nadie lo sabe.. Todos piensan que lo he olvidado. Prefiero que piensen así. Se que mi padre se está esforzando bastante en que todo salga bien en casa. Aunque sinceramente, cada vez me cuesta más seguir enfadada
Por cierto, mañana por la mañana vendrá Luca un rato. Tenemos que revisar algunas anotaciones –dice mi padre. ¿Luca? ¿Quién es ese? Supongo que alguno de los hombres que vinieron a la cena de Navidad.
¿Quién es? –pregunta Ángel.
Es el jovencito –contesta mi padre. Ya sé quien es.. el chico guapo de pelo oscuro, que se vino con nosotros a Madrid. Se llama Luca. Bonito nombre, es italiano ¿no?. De todas formas.. lo único que hace estando en casa es que mi padre le preste más atención a él y menos a mi hermano a mi madre y a mi. Un asco vamos. De todas formas, no sé cómo he podido olvidar tan pronto el nombre del chaval... Será que aún no me he propuesto aprenderme su nombre de memoria. Cada vez que oigo su nombre me sorprendo.
¿Por qué no haces lo que tengas que hacer en el laboratorio o donde sea en vez de meterle en casa? –pregunto con voz enfadada. Ya ha pasado mucho tiempo en casa, no tiene por qué pasar más. Me comporto de forma egoísta y egocéntrica, lo sé.
Porque me parece mejor así. Luego se puede quedar a cenar –dice mi padre, pasando de mí y mirando a mi madre. ¡Oh genial! Sí, lo que faltaba, que también cenara en casa.
Yo creo que no debería –digo picando a mi padre. No sé callarme. Siempre intento tener la última palabra. Quiero a mi padre, y solo a mi padre. No al científico loco en el cual se convierte cuando alguien de su trabajo entra en casa.
Puedes pensar lo que quieras hija mía, pero va a venir. Es mi trabajo –dice mi padre con autoridad. Le estoy crispando los nervios. Como alguno de los dos reviente, vamos mal. Para eso está mi madre en estos casos.
Ana trata de ser comprensiva. Solo va a ser hoy, ¿verdad papá? –le pregunta mi madre a mi padre. Lo hace para que estemos en paz ambos. Ella es la única que entiende lo que me pasa, y no es porque se lo haya contado. Simplemente, mi madre sabe leerme. Desde siempre.
Sí, de momento solo hoy –contesta él. Bueno algo más tranquila me quedo. Aun así tendré que soportarles toda la mañana. ¡Guay! Miro a mi madre y la doy las gracias con la mirada. Ella me regala una pequeña sonrisa, sin que mi padre se de cuenta.

Terminamos de cenar y nos vamos a mi cuarto mis amigos, mi hermano, Sami y yo.
¿Os acostareis tarde? –pregunta mi hermano. Le gusta que estemos los cinco juntos pero luego tiene que madrugar, así que no se ira tarde.
No hoy no. mañana yo madrugo – contesta Ainhoa.
Nosotros nos acostaremos cuando ella –contesto por Ángel y por mí misma.
Vale genial. ¿Vemos una peli? –pregunta mi hermano.
Está bien, pero primero quiero ver si hay alguien conectado –digo y me acerco a mi ordenador, que está encendido. Abro las dos páginas y el mismo programa de siempre, pero no hay nadie. Vaya chasco. Cierro todo y apago el ordenador.
¿Vemos la peli pues? –dice mi hermano viendo que el ordenador está apagándose.
Sí –contesto. Nos tumbamos todos en la cama que ahora comparto con Ainhoa y la que mis padres han comprado a Ángel. Ahí cabemos todos de sobra. Sami también sube a la cama y se coloca entre mi hermano y yo.
Me paso toda la película pensando en mis cosas. No sé por qué ese tal Luca no me cae bien. No le conozco, en realidad. Salvo por el echo del viaje juntos y verle en casa y eso y por que me quita a mi padre. Y mañana pasará toda la mañana en casa. Yo que pensaba que ya me le había quitado del medio. A lo mejor son solo cosas de padres y quieren que le conozca mejor porque saben que es buen chico. Pero bua no sé. A mí no me inspira confianza. Me parece un chulo y tendrá pájaros en la cabeza, sobre todo si se junta con gente como mi padre. Y en Reyes no es que me alegrara el día, más bien me lo marchitó.
Bueno, es tarde, vámonos a la cama –dice Ainhoa bostezando. Asiento. Yo también estoy cansada.
Me parece bien –dice mi hermano mientras se despereza y se levanta de la cama. Me da un beso en la frente y desaparece tras su puerta.
Minutos más tarde, o tal vez solo segundos más tarde ya estamos Ainhoa, Ángel y yo metidos en la cama. Sami entre mis piernas echa un ovillo.
Buenas noches –digo
Buenas noches princesa –dice Ángel.
Buenas noches chicos –dice Ainhoa.
Los tres estamos cansados, y además Ainhoa tiene que madrugar.. pensando esto, mi cabeza empieza a vagar por mi subconsciente y me quedo dormida.

* * *

Despierto por los ladridos de Sami. Ainhoa no está en mi habitación. Miro el colchón de Ángel esperando ver sus rizos sobre la almohada, pero él tampoco está. En su cama, echa, hay una nota. Supongo que mi hermano tampoco estará ya en la suya. A pesar de que fuera hace frío, dentro hace demasiado calor. Como si estuviéramos en verano. De hecho llevo puesto mi pijama de verano (camiseta de tirantes y un pantalón demasiado corto para salir a la calle incluso en verano por Madrid).
Salgo de la cama y me acerco hacia la de Ángel y leo la nota: He salido con Ainhoa y Miguel a mi centro de prácticas a resolver unas cosillas. No tardo en volver. Te quiero azuni. NARANGI.
Suspiro, doblo la nota y la dejo sobre mi mesa de estudio.

Buenos días –digo a nadie en especial cuando termino de bajar las escaleras.
Bongiorno. Buenos días –me contesta una voz que no conozco. Una cara algo familiar asoma de la puerta del salón. Es Luca. Se apoya en el marco de la puerta.
No te lo decia a ti –contesto secamente. No me gusta este chaval. –. ¿Y mis padres? –pregunto.
¿Hablas conmigo? –pregunta Luca con voz arrogante. Ah genial, lo que me faltaba. Alguien que fuera más tozudo que yo. Con lo calladito que estuvo en Noche Buena y en el viaje. Podría seguir así de calladito. En el viaje no fue tan... ¡Puaj! Ahora parece que vuelve a ser el mismo tío que odio, en su propia salsa. Maldita Alaska.
Sí, contigo, idiota –digo con voz enfadada. Él se rie. ¡Será imbécil!
En la cocina –contesta mirándome fijamente a los ojos. Desvío mi mirada y me fijo en su cuerpo de abajo arriba. Voy subiendo la vista poco a poco. No está nada nada mal. Parece estar en forma, aunque no creo que tenga un cuerpo escultural. Nariz bonita. Tez pálida. Sus ojos son iguales que la noche anterior, grises como las nubes antes de derramar gotas de agua, como la nieve sucia que se puede ver a menudo por aquí.. Muy esbeltos. Manos grandes. El pelo casi le tapa las orejas, pero puedo ver que tiene un pendiente en el cartílago de la oreja derecha. Es una barra, no me había fijado en eso. Me pregunto qué más cosas esconde.. Un escalofrío me recorre el cuerpo. ¡Dios como debe doler eso! Si a mí me dolió un montón el que me hice en el cartílago, donde llevo un arito.. a él que le hicieron dos agujeros de golpe y además con esa barra que no destaca por ser fina.. me fijo que en su otra oreja, lleva tatuada una calavera. La verdad es que le queda mejor que bien. Es muy sexy. La calavera está de perfil. Tiene cuatro o cinco vértebras. Boca entornada que mira hacia el cartílago y la nuca de Luca. No sé qué más tatuajes puede esconder bajo su camiseta o sus pantalones. Me quedo divagando durante segundos. Luca no se ha movido un ápice, permanece pegado al marco de la puerta.
Gracias –digo en voz baja cuando paso por su lado. Él me dedica una sonrisa un poco bastante falsa y me guiña un ojo. No me inmuto y sigo mi camino seguida de Sami que quiere que la salude. Me paro en mitad del pasillo y la acaricio.
Venga, sí, Sami. Buenos días, buenos días –digo con voz de niña pequeña. Olvido por un instante que el chaval está en el salón y que seguramente esté mirando. Vamos, estoy segura, porque noto su mirada penetrante en la nuca.
Venga anda, vamos a saludar a papá y a mamá –digo al levantarme y seguir hacia la cocina.
Hola mi niña –dice mi padre al verme.
Hola papá –le digo dándole un beso y un abrazo.
Hola mamá –saludo a mi madre dándole un gran abrazo y dos besos seguidos.
Hola cielo –contesta sonriente mi madre.
Ya he visto que el chaval anda ya por casa --digo con voz seca.
No seas mala con él. No tiene a nadie aquí. Imagínate que tú no tuvieras a nadie aquí –dice mi madre defendiéndole. ¡Oh genial! ¿Por qué? Si ayer no le defendía... ¿Qué ha cambiado?.
No estaría aquí entonces. Créeme –contesto sarcásticamente.
Pórtate bien con él. Porque a partir de ahora pasará más tiempo aquí jovencita –dice mi padre. ¡Oh genial del todo entonces!. Le miro echa una furia. Ayer dijo que solo hoy... y ya me le quiere encasquetar ¡todos los días!
No os vale con traerme aquí, sino que además tenéis que meter en casa a una persona que.. que... –no se como terminar la frase.
¿Que qué? –me incita mi padre. Quiere pelea.
¡Que odio! –digo casi gritando. Sí, es cierto. Le odio sin saber muy bien por qué.
Me da igual lo que sientas por él porque se quedará el tiempo que digamos nosotros –dice mi padre autoritario. Miro a mi madre que me mira sin entender. Como si hubiera pensado desde el principio que el chico me caída bien. Tal vez se está dando cuenta de que fue un error intentar juntarnos en el avión, y regalarme un casco de moto para no ser usado nunca.
Lo que tú digas –contesto. Mi madre pone cara apenada. No le gusta cuando discutimos – Me voy al cuarto –digo sin más y comienzo a marcharme.
¿No desayunas cariño? –pregunta mi madre preocupada.
Se me ha quitado el hambre –digo con voz agria antes de salir de la cocina. Luca sigue donde le he dejado al entrar en la cocina.
Un desayuno rápido ¿eh? –me dice. Supongo que no quiere tocarme las narices, pero lo hace.
¿Y a ti que coño te importa? –le pregunto con los ojos abiertos como platos. Como si fuera impensable que me hablara si quiera. Enarca una ceja y se queda mirándome.
Lo que tú quieras –contesta él alejándose del marco de la puerta del salón y desapareciendo en éste. Genial, le he espantado. Mejor. Una cosa menos.

La mañana ha sido toda igual de aburrida. Mi padre ha subido a pedirme perdon, hemos hecho las paces. He aceptado a regañadientes que el señorito venga a casa cuando sea y he bajado a ayudarles con el experimento que se traen entre manos. No es que se me de muy bien eso de la química, ni lo que suele hacer sobre botánica, pero es un pretexto para estar con él. Si no le ayudara casi no le vería. Así que hago que me interesa y que sé mucho del tema para ayudarle. Pero no sé mucho. Me suelo dedicar a mirar textos en internet de bases de datos científicas, como Cinald o Medline; y allí me informo de otras investigaciones que han hecho otros científicos. Así podemos irnos guiando poco a poco. Sé que con eso lograré captar la atención de mi padre, pues él no se maneja bien con el ordenador y tiene que depender de mí. Yo, por mi parte, hago mi trabajo poco a poco, sin pausa pero sin prisa, para que me pueda dedicar tiempo mi padre. Y bueno ahora, estoy aquí con mi padre y el chaval pensando en el experimento que quieren llevar a cabo.
Ana, ¿Cómo lo ves? –me pregunta mi padre.
-No lo sé, por lo que yo sé no sé si eso que dices tendría efectos secundarios ¿no? –digo. No me quiero mojar. Mi padre sabe ya la respuesta, pero le gusta saber lo que pienso y explicarme las cosas cuando me confundo.
Tú eres la fisio –afirma mi padre para que me moje más. Pero no lo voy a hacer, hoy no.
Y tú el médico y el experto –le contraataco. Se queda mirándome y sonríe.
¿Y tú Luca? –pregunta mi padre.
Tengo que darle la razón a tu hija. Creo que tendría efectos secundarios que no serían buenos para lo que queremos conseguir. Tenemos que intentar que no tenga ningún efecto secundario, ninguna contraindicación --dice Luca. No parece muy listo. No sé que habrá estudiado o que está estudiando pero parece no tener ni guarra del tema. Le miro de forma arrogante y chulesca. Quiero demostrarle que estoy por encima de él y que mi padre es mío. Es entonces cuando me fijo que bajo su camiseta blanca en el principio del brazo izquierdo hay unas líneas tatuadas, como si fuera un tribal, grande. No sé de dónde a dónde va. Solo puedo ver tres líneas que desaparecen bajo su camiseta. Seguramente el tatuaje le cubra el hombro y el pecho o algo así. Es algo que me atrae mucho en un chico. Esa pose de chico malo.. la cosa es que el chaval y yo nunca podremos llevarnos bien por mi padre. Porque él es mío y yo no lo comparto. Debería dejárselo claro.
Seguiré experimentando. De todas formas Ana, quiero que te mires los resultados de algunas de mis pruebas. Creo que no son tan malas como esperaba pero quiero tu visión como fisio – dice mi padre. Sé que en realidad si a él le parecen bien las pruebas es que están bien. Pero me gusta que cuente conmigo –. Tú también puedes verlas –dice mirando a Luca. ¡Oh! genial. Antes éramos solo mi padre y yo en todas sus locuras. Y ahora también su amiguito..
Vale papá. ¿Te importa si lo llevo al desván y me quedo allí leyendo? Seguro que teneis cosas de las qué hablar vosotros, así no molesto –digo con la voz algo tocada. Me sienta mal tener que separarme de mi padre. Pero esque no soporto a este chico.
Vale mi niña. Luego subo a verte –me dice. Le sonrío y le beso en la mejilla.
Adios –me despido
Adios –contesta mi padre.
Ciao. Adios –me dice el chaval. Aprieto mis puños. No quiero ni que me hable. Subo al desván malhumorada.


miércoles, 20 de febrero de 2013

LA VIDA NOS VOLVERÁ A JUNTAR, TE LO PROMETO - Cap. 7 Ada

7.ADA

     Quedan dos días para que nos vayamos, o uno y medio, depende de cómo se mire, ya que al día siguiente dormiríamos en Madrid ya.
Cogí una magdalena, me vestí, cogí la cámara de fotos y bajé a ver que otra cosa querría saber Liam de mí.

Cuando llegué al sitio habitual, vi que ponía esta vez escrito con una piedra: “MAD”. Era de Madrid. Mis labios se curvaron para formar una sonrisa brillante. Teníamos posibilidades de encontrarnos incluso en Madrid, aunque era muy difícil. Me fijé en la huella que había dejado yo el día anterior; solo que esta era algo más grande, era de Liam, estaba segura. Me acerqué y para comprobar que no era mi misma huella del día anterior, puse mi mano sobre la huella. La huella era unos pocos centímetros más grande que mi mano. Imaginé que nuestros dedos se entrelazaban, cerré los ojos e imaginé. Cuando conseguí erguirme y dejar de posar mi mano sobre su huella, hice las correspondientes fotos y borré sus tres letras, pero dejé su huella con la mía marcada dentro. Cogí la piedra que había dejado preparada para mí y tracé sus mismas letras “MAD”. Cuando terminé, me guardé la piedra al igual que me había guardado el palo el día anterior.

Volví a casa y llamé a Marcos para irnos todos a tomar algo. Necesitaba contarle lo que me había escrito. Nos habíamos convertido en muy buenos amigos aunque hacía unos pocos días que nos habíamos conocido. A las chicas les pareció bien que saliéramos con los chicos, así que quedamos en la puerta de casa y nos fuimos a un bar al que solíamos ir nosotras a veces. Estaba en la orilla de la playa y tenía unas vistas perfectas de toda la playa. Aún no me había aprendido los nombres de los amigos de Marcos, mis amigas me los tenían que recordar siempre.
-¡Hola mi niña!- me dijo Marcos al verme.
-¡Hola amoor!- contesté abrazándole. Habíamos pensado que ya que todos esperaban que estuviéramos juntos teníamos que darles lo que querían, así que les vacilábamos haciendo cosas por el estilo y cuando llegábamos a nuestros apartamentos desmentíamos que estuviéramos liados. Después nos mandábamos mensajes para contarnos todo lo que decían de nuestra no-relación nuestros amigos.
-Saludándoos así no sé cómo pretendéis que nos creamos que no tenéis nada- me dijo por lo bajo Ainhoa mientras se acercaba a saludar a Roberto. Yo reí por lo bajo y Marcos me acompañó.
Tomamos algo juntos pero comimos cada uno en su casa y por la tarde Marcos y los otros dos se pasaron a por nosotras y fuimos a la playa. Me metí en el agua con Dafne y Marcos y nadamos un rato, hicimos una carrera corta que gané y aunque a mí me hubiera gustado quedarme nadando con Marcos y Dafne en seguida salimos y nos unimos a los demás que merendaban patatas y zumo en sus respectivas toallas. A pesar de que habíamos pasado bastante tiempo todos juntos, no había logrado conectar con los amigos de Marcos, solo con él. No es que hubiera nada malo en ellos, solo que su forma de mirarme, de hablar con aire de superioridad no me gustaba, así que no es que les ignorara pero.. evitaba hablar con ellos si era posible y dedicaba mi tiempo a Marcos.

Esa noche, llamé a mi hermano. Le conté todo lo que nos había pasado aquellos días y prometí llamarle más a menudo (aun que bueno, ya no quedaba nada para volver). Más tarde, no podía dormir, así que decidí que era el momento de despertar a Ainhoa y contarla todo. La desperté tras zarandearla durante unos segundos y la hice ir al salón. Desde hacía dos años, Ainhoa y yo habíamos prometido contarnos todo lo que nos pasara con otros chicos y era mi turno de contarle lo que sentía por el misterioso Liam..
-bueno que cuéntame!- me dijo Ainhoa con una sonrisa radiante en la cara. La sonreí  Ella tan vivaz como siempre a pesar de que la acaba de desvelar. Comencé a contarla cómo me sentía por que Liam hubiera puesto todas aquellas cosas en la arena. Por supuesto, Ainhoa no dejo de interrumpirme.
-entonces.. eh.. hay algo que no me ha quedado claro..- dijo. Hice un mohín y puse los ojos en blanco. Ya me estaba interrumpiendo otra vez.. estaba cansada ya de siempre lo mismo.. me agobiaba el tener que contestar a sus millones de preguntas sin haber terminado de contar las cosas, pues algunas de las respuestas se hallaban en lo que estaba a punto de contar después..
-vamos a hacer una cosa Ainho, vamos a cambiar las reglas..- dije. Ainhoa abrió los ojos de par en par. No sabía lo que quería decir, pero sabía que sería malo para ella y su afán de entender mis sentimientos.
-yo hablaré y tu no comentarás nada, solo escucharas- dije frunciendo el ceño.
-pero Ada! Si no he echo nada- protestó. Pero si que lo había echo! Como podía decir que no había hecho nada! Acaso acosarme con preguntas no era nada?
-que no Ainhoa, que cuando hablas eres peor que mi conciencia! Solo quiero que me escuches! Sabes que no te voy a hacer caso- la dije. Ella hizo un mohín y esperó a que siguiera hablando.
-bueno pues como te decía.. me está empezando a gustar este chico aunque no sé nada de él..- me callé y me quedé mirando a Ainhoa. Con cada palabra que no le gustaba su semblante cambiaba enarcando la ceja, frunciendo el ceño, negando con la cabeza..
-que?- explotó Ainhoa mientras me miraba incrédula.
-como que que?- dije enarcando una ceja.
-no estoy hablando!- se defendió Ainhoa.
-ahora gesticulas lo cual es casi peor..- dije mirándola fijamente. Sabía que lo hacía aposta. Para retarme..
-eso no me lo has prohibido- dijo con voz burlona.
-vale, te prohíbo que gesticules cuando te cuente mis cosas- dije sin más. Ella frunció el ceño y esperó a que siguiera hablando.
-no sé por donde me he quedado.. ah si! Bueno.. me encantaría volver a verle..- me callé de sopetón y enarqué una ceja. Eso no podía estar pasando. Intenté pasar de la cara de muerta que tenía ainhoa pero era superior a mí.
-está bien, interrumpeme cuanto quieras, pero por favor quítate esta cara de muerta que me has puesto!- dije dándome por vencida.
-bien!- dijo Ainhoa estirando los brazos en señal de victoria. La fulminé con la mirada.
-venga cuéntame! No te quedes callada!- me apremió Ainhoa.
-creo que prefiero tus gestos a que no pares de interrumpirme..- dije con voz neutra.
-vale pues no hablaré hasta que termines- me dijo (mentira. Me siguió interrumpiendo durante toda la maldita hora que tuvimos para hablar).

lunes, 11 de febrero de 2013

LA VIDA NOS VOLVERÁ A JUNTAR, TE LO PROMETO - cap. 6 LIAM


6.LIAM

     Como era de esperar, al día siguiente, después de cenar, Ángel se acercó a mí para preguntarme si bajaría a la playa, quería ver si Ada había contestado. Y como era de esperar, no tuve más remedio que bajar con él. Estaba casi más entusiasmado que yo. Es uno de los encantos de Ángel, sea como sea, siempre está más contesto que tú por cosas que son tuyas, como ésa. Esta vez, no era Ángel el que iba detrás de mí mientras le guiaba a la orilla, sino él que iba unos metros por delante de mí, entusiasmado por la idea de que Ada hubiera podido contestar.
-diecinueve años- dijo Ángel después de mirar la arena. Supuse que había leído lo que Ada había escrito. Era un caga prisas. –¿qué vas a ponerla hoy?- me preguntó Ángel. Yo todavía ni siquiera había llegado al sitio, y él ya pensaba en borrar lo que había escrito Ada y que yo escribiera más. Me acerqué y contemplé los dos números y la letra “19ª”. No nos sacábamos mucho, mejor. Al lado de aquello, había un surco en la arena que formaba el contorno de una mano, la de Ada seguramente. Contemplé el surco, queriéndome acercar y tocar con mi mano el surco echo por la suya.
-No lo sé- contesté –supongo que podría ponerla de dónde somos- dije pensando en otra alternativa, pero creí que supiera que era de Madrid era importante.
Cogí una piedra que había cerca de nosotros, borré con mucho espero y cuidado lo escrito por ella, me agaché y admiré el surco de arena de su mano, era perfecta. No sé por qué pensé aquello, pero para mí era la mejor mano que había visto. Acerqué mi mano a su huella y la rocé con mis dedos, después coloqué mi mano entera en el hueco de la suya. Mi mano quedó marcada por encima de la suya, y por un instante, intenté pensar que rozaba su mano. Rotulé “MAD” y dejé la piedra que había usado al lado, para que Ada pudiera usarla. Por su parte, Ángel, se había portado bastante bien, sin decir una palabra mientras yo me deleitaba tocando la huella que había dejado Ada. Volvimos al apartamento sin apenas hablar, pero en la cara de ambos, se podía entrever una sonrisa, la mía pícara, la de Ángel de satisfacción al estar enterado de los “ líos” que nos traíamos Ada y yo entre menos.
Ninguno sospechó de nosotros cuando volvimos a entrar en el apartamento. Ya habían terminado de recoger la mesa y estaban en el salón jugando a la play. Yo me senté en una silla, mientras Carlos me pasaba su mando para que jugara. Carlos era con quien más salía de discotecas además de Ángel. No era my alto, pero sí delgado. Tampoco era muy musculoso, pero estaba en forma como todos nosotros. Tenía los ojos verdosos, la cara no tan pálida como Ángel pero algo parecido y el pelo de color marrón. En realidad casi todos nosotros nos parecíamos. El único que podría ser diferente a los demás era Pablo, que era el más moreno de los seis. Es también alto y delgado como todos nosotros. Pero a diferencia de nosotros, él hace mucho deporte. Se pasa horas jugando al futbol cuando estamos en Madrid y se nota. Tiene el pelo oscuro, negro como el carbón algo más largo que Ángel, ojos también oscuros. De por si es moreno de piel así que cuando vuelve de la playa está completamente negro. También sale bastante de discotecas, aunque suele salir por discotecas más “chic” que los demás. Hacer botellón en la calle no es su estilo. Se puede confiar en él, pero no siempre se puede contar con él para poder salir, ya que siempre tiene millones de planes que hacer los fines de semana. 

domingo, 10 de febrero de 2013

ABRIENDO LOS OJOS - primera parte-Ana (cap.8)


Capítulo 8

      Me despierto, es el día de reyes, seis de enero. Llevo ya unos seis meses aquí. Abro mis ojos lentamente, veo borroso. Ainhoa está casi encima de mí. Su brazo rodea mi espalda. Con cuidado coloco su brazo a su lado, para poder escapar. No la quiero despertar así que me muevo lentamente. Poco a poco mi vista se acostumbra y dejo de ver chiribitas. Estoy tentada a despertar a Ainhoa y a Ángel.
El día de reyes me encanta. Antes de venir aquí, el día de reyes era mucho mejor. Mi hermano me despertaba entrando en mi cuarto mientras gritaba “han venido los reyes” y saltaba encima de mí. Después íbamos corriendo al cuarto de mis padres y les despertábamos. Abríamos los regalos y nos íbamos a desayunar roscón a casa de mis abuelos maternos. Allí abríamos más regalos. Después comíamos con ellos. Por la tarde íbamos a casa de mis abuelos paternos y allí merendábamos roscón y abríamos más regalos. Este año, solo abriremos regalos en una casa.
Intento salir de la habitación sin hacer demasiado ruido. Pero mi plan fracasa. Sami, que estaba dormida a mi lado, se despierta y comienza a saltar por la cama, despertando a Ainhoa. Cuando ésta está despierta, salta sobre la cama de Ángel y también despierta a éste.
¡Oh no! ¡Sami! ¿Ni el día de reyes me puedo librar de ti? –le dice Ángel a Sami sin abrir los ojos todavía. Ainhoa no dice nada. Se queda donde está entornando los ojos.
¿Es reyes ya? –Pregunta Ainhoa abriendo un poco más los ojos. Asiento mientras la miro.
Qué rápido pasa el tiempo ¡eh! –dice Ángel mientras se incorpora y abre poco a poco los ojos.
Ya ves... Pensaba que quedaba más... –dice Ainhoa, arrastrando las palabras; aún no se ha despertado del todo. Será que ayer no nos pasamos el día entero hablando del día de reyes...
¿Despertamos a Miguel? Seguro que aún sigue dormido –digo. Así me podre vengar por todos los años que me ha despertado el primero.
Me parece la mejor idea del mundo –dice ángel.
Estoy con vosotros –dice Ainhoa mientras sonríe. Sami se lanza encima de mí pidiendo caricias.
Sí, Sami sí... Tú también tendrás un regalo de reyes, seguro –la susurro sonriente mientras la acaricio detrás de la oreja.
¿Vamos? –nos apremia Ángel que ya está de pie y acercándose a la puerta que une mi cuarto con el de mi hermano.
Sí, sí, impaciente –digo mientras dejo a Sami encima de mi cama y me dirijo a la puerta. Ainhoa viene detrás de mí. Rezo para que Sami no salga corriendo a despertar a mi hermano en cuanto abramos la puerta.
Venga Ángel abre –susurro a éste al oído. Abre la puerta suavemente. No llega ni a chirriar, mejor.
Vamos –nos insta Ángel acercándose a la cama de mi hermano, que duerme plácidamente. Ainhoa se coloca a los pies de la cama. Ángel en el lado derecho y yo en el izquierdo.
A la de tres –susurro.
Uno –dice Ainhoa.
Dos –digo.
¡Tres! –dice Ángel. En cuanto dice tres, los tres saltamos encima de la cama de mi hermano.
¡Han venido los reyes! –grito.
¡Despierta dormilón! –grita Ainhoa.
¡Vamos men! –grita Ángel.
¡Jooo dejadme! –gime mi hermano mientras se retuerce, intentando deshacerse de nuestros pesos muertos sobre él. Ahora sabe lo que es que le despierten el día de reyes. Me echo a reír con risa malvada, como las malas de las películas de Disney. Todos se echan a reír, incluso mi hermano.
¡Malvados! –nos dice levantando la voz mi hermano. Todos nos reímos a carcajada limpia.
 Estáis todos despiertos por lo que veo –dice mi padre entrando en el cuarto de mi hermano. Todos callamos de repente. Le miramos los cuatro a la vez mientras Sami y mi madre entran en la habitación. Mi padre sonríe y nos volvemos a echar a reir por donde lo habíamos dejado.
¿Qué está pasando aquí? –pregunta mi madre mientras sonríe levemente negando con la cabeza.
El despertar de Miguel –contesto.
Creo que esta escena la he vivido alguna otra vez –dice mi madre riéndose.
Sí, pero este año es al revés –dice Ángel. Todos volvemos a reír.
Es Miguel probando
 su propia medicina multiplicada por tres –dice Ainhoa. Sonrío mirándola.
Bueno, ¿Abrimos ya los regalos? –digo y al segundo suena el timbre.
Ese debe él –dice mi padre mientras se dirige a la puerta bajando las escaleras.
¿Quién? –pregunta mi hermano a mi padre, pero él está demasiado lejos.
El chico jovencito que vino en Navidad –nos dice mi madre a todos. La miro incrédula. ¿Enserio va a venir el chaval? No me lo creo.. no... ¿Él? Con lo borde, arrogante y lo mucho que le odio.. puff otro día soportándole.. Como no he tenido suficiente todas las navidades...
¿Está aquí de verdad? –pregunto. Sé que la respuesta es sí, pero aun tengo esperanza de que me digan que no.
Sí, iba a pasar el día de Reyes solo y papá pensó que lo mejor era que se viniera –dice mi madre. Intenta que lo entienda. Sé que los demás lo hacen. Pero es que yo no soporto al chaval. No sé por qué pero no le puedo ni ver.. Bueno, sí que lo sé. Por cómo es, por su comportamiento, por lo que sus ojos hacen en mí.
Oigo murmullos en la entrada de casa. Seguro que es mi padre hablando con el chico. Después empiezo a escuchar pasos sobre la escalera. Noto como los zapatos chocan con la madera. Distingo la voz de mi padre y la del chaval. La de éste último la verdad es que es dulce con un matiz algo... no sé como describirlo. Como si fuera poderoso y persuasivo. Pero bueno, qué más me da. Por mucha voz dulce que tenga, no voy a cambiar de parecer. Resoplo.
Feliz día de Reyes –nos dice el chaval según entra por la puerta. Todos le sonríen excepto yo.
Igualmente –contesta mi madre por todos.
Minutos más tarde, mi hermano sale de la cama y todos bajamos al salón. Hay un árbol decorado con bolas de cristal, espumillón y luces de colores encendidas. Debajo del árbol  hay un montón de regalos. Salgo corriendo para verlo más de cerca. ¡Estoy emocionada!. Tal vez este día de Reyes no vaya a ser tan malo a pesar de estar aquí.
Hay un montón de regalos –digo emocionada mirando a mis padres.
Abridlos chicos –nos dice mi madre mientras con sus manos y sus brazos nos insta a acercarnos al árbol. Yo me acerco sin decir más y me quedo mirando todos los regalos.
Toma Ángel esto es para ti – digo mientras le entrego una caja grande y pesada.
¿Qué es? –se precipita a preguntar el chaval.
Si lo supiera no estaría envuelto –digo con voz socarrona. Esta vez soy yo la que sobresale. Tío, ¡de verdad! No me puedo creer que sea tan imbécil de preguntar algo así...
Ana no seas borde –me recrimina mi padre. Le miro desafiante.
Sigue repartiendo anda, Ana –pide mi hermano para evitar la confrontación.
Sigo entregando regalos a todos. Ángel tiene dos. Ainhoa otros dos, mi hermano cuatro, mis padres uno cada uno y otro conjunto, Luca tiene dos.. un momento.. ¿Luca? ¿Quién coño es Luca? Miro a todos lados enarcando una ceja. Mi madre señala con su mirada al chaval. ¡Aahh! Le tiro el regalo que coge con una sola mano. Osea que él también tiene regalos en casa.. bien.. Me río de mí misma, no sé en qué momento he olvidado el nombre del chico. Tal vez porque no le llamo por su nombre. O porque no me interesa saber cómo se llama. Sami también tiene un regalo y yo tres. Todavía no he abierto ninguno. Miro las cajas. Una grande, otra más pequeña y un sobre. Empiezo por la caja grande, no es más que ropa, seguramente la típica que me elegiría mi madre. Hace unos días me quejé de que no tenía ropa. Sonrío a todo el mundo para que piensen que me ha gustado. Abro el siguiente regalo. ¡La caja está llena de libros! ¡Libros de mi lista de libros que me quiero leer!
¡Gracias! –digo casi con un gritito. Me encanta leer. Solo me queda un regalo. El sobre. Lo miro por delante y por detrás. Lo único que hay escrito es: Esperamos que te guste. Los Reyes Magos. Lo abro y dentro hay una hoja escrita. Abro los ojos de par en par. No me esperaba una.. especie de carta, la verdad.
Léela en voz alta –me pide mi madre mientras sonríe. Hago caso y la leo en voz alta.
Querida Ana. Te deseamos un feliz día de Reyes, por eso, a pesar de que no se pueda celebrar el mismo día con tu familia en Madrid, aquí te dejamos un vale por un viaje para toda la familia y amigos para volar esta tarde (día 6 de enero) a Madrid para celebrar el día de Reyes el día 7.
Esperamos que te guste nuestro regalo de última hora. Los Reyes Magos (Melchor, Gaspar, Baltasar) –digo. Me quedo sin habla. ¿Cómo? ¿Nos vamos a Madrid a celebrar el día de Reyes? ¡No me lo puedo creer! Me encantan los días de Reyes. Siempre son los mejores de todo el año...
No me lo puedo creer –susurro mientras releo la carta. Mis ojos se empañan de lágrimas. Estoy emocionada. Me empieza a costar respirar y mi corazón va a mil por hora.
¿Te gusta el regalo? –pregunta mi padre sonriente. Me acerco a él con lágrimas en los ojos y sollozo mientras le abrazo.
Gracias –susurro.
Dales las gracias a los Reyes Magos –me contesta él. Le abrazo fuerte. Después voy hacia mi madre y también la abrazo y la beso. Por último me acerco a mi hermano y le abrazo fuertemente mientras él me besa en la frente.
Pero.. es muy caro –digo con voz apenada. Un solo viaje son unos mil quinientos euros..
No te preocupes por nada Ana. Nos ha salido casi todo gratis. La compañía que contrató a papá lo paga –dice mi madre. Asiento.
Ya bueno pero.... –digo sin saber qué más decir. Nos estamos gastando mucho dinero por un capricho mío..
Disfruta de tu regalo y no pienses en dinero ¿vale? –me pide mi padre.
Hemos echo todo lo que hemos podido para que estés feliz el día de Reyes, así que no estés triste o estropearás el regalo, aprovéchalo –me anima mi hermano.

Tras media hora, me siento mucho más tranquila. Todos han terminado de abrir los regalos. Todos tienen lo que querían y yo también, por descontado.
¿Cuándo nos vamos? –pregunto emocionada.
Dentro de unas horas. Prepara tu maleta anda –dice mi madre mientras me sonríe  Tengo ganas de llegar a Madrid y comerme un roscón yo solita. Corro escaleras arriba y preparo mi maleta.

¿Cuándo volveremos? –pregunto después de hacer mi maleta, mientras salimos de casa todos. Sami también viene.
El día diez por la mañana. No podemos estar en Madrid mucho. Solo tenemos el tiempo suficiente de celebrar Reyes y volver –me dice mi padre. Es muy poco tiempo pero.. No me quejo, es mejor que nada. El chaval se sube con nosotros en el coche que conduce Ángel. Será que le vamos a dejar en su casa. Pero no es así  Nos acompaña al aeropuerto y saca una maleta del coche que ha estado conduciendo mi padre.
Ah.. ¿Que viene? –pregunto enfadada por lo bajo. Sé que todos me han oído y saben que me refiero al chaval.
Sí, él viene. No le íbamos a dejar aquí solo. Así conoce España –dice mi padre sonriente. A mí, la felicidad que me había embriagado al leer la nota, se me va por instantes. No digo nada más. Me resigno y entramos en el aeropuerto. Pienso pasar de él todo el viaje. Pero parece que todo el mundo se pone en mi contra en el avión y mientras meto mi maleta en el cajón encima de uno de los asientos, el chaval se pone a mi lado y coloca su maleta. Preferiría que estuviera más lejos de mí. Una azafata, enfadada porque molestamos y no dejamos pasar al resto de pasajeros y colocar sus maletas, nos hace sentarnos uno al lado del otro en el avión. ¡¡Oh genial!. Refunfuño y pongo los ojos en blanco.
-¿Enserio?- digo a nadie en especial. El chaval me mira fijamente y sonríe. Lo único que quiere es joderme.. pues ya lo ha echo. Mis padres pasan por nuestro lado y nos sonríen. Sé que les gusta pensar que nos llevamos bien. Pero es que yo no quiero llevarme bien con él. Por muchas razones, pero dos de ellas son lo arrogante que es conmigo siempre, que parece que él también me odia y que está en el equipo de mi padre.
¿Algún problema bambina? –pregunta el chaval. Le miro odiosa.
Ninguno, ninguno –digo con voz irónica. Él me sonríe socarronamente. Tengo ganas de pegarle tal torta que le quite esa sonrisa de la cara. ¡Es odioso! Cierro los ojos, los abro y miro por la ventanilla. Es mejor eso que estar mirándole a él. Y menos a sus ojos que me hipnotizan. Y creo que él ya se ha dado cuenta de lo que sus ojos hacen en mí, pues creo que a veces me mira fijamente solo para ver mi reacción.
Se me hace muy largo el viaje. Sobre todo con las escalas. En el segundo avión que cogemos Luca y yo vamos separados ¡Menos mal! (a pesar de que mis padres quieren que vayamos juntos) y en el tercer avión que cogemos volvemos a sentarnos uno al lado del otro, pues todos se ponen de acuerdo para que nos sentemos juntos. No sé que esperan que pase, o si se creen que somos muy amigos. Pero a mí, me da igual. Puedo ignorarle todo el trayecto en avión sin ningún problema. O eso creo.. aunque bueno.. es imposible no querer girarme un poco para mirar sus ojos.. que me encandilan.. de verdad.. nunca había visto unos ojos tan bonitos. Si les pudiera hacer una foto... así no tendría que mirar al chaval cada vez que quisiera mirar sus preciosos ojos color nieve manchada.
Una de las azafatas, nos pasa al chaval y a mí unas revistas. En cuanto le da la revista al chaval mi mano se lanza para quitársela, con tan mala fortuna que nuestros dedos se rozan sin querer. Una descarga recorre todo mi cuerpo, le miro fijamente, con unos nuevos ojos. Le miro curiosa. Él parece haber sentido lo mismo, pues también me mira de forma diferente. Sus ojos me cautivan y ya no puedo desviar mi mirada a ninguna parte, por más que lo intente. No sé por qué han saltado chispas entre nosotros si somos completamente opuestos, dos polos positivos que no tienen ninguna opción de terminar unidos por magnetismo.

Tardamos demasiadas horas en volver a Madrid por las escalas que hemos hecho en Atlanta y Frankfurt.. Cuando aterrizamos en Madrid es por la tarde del día siete. Dormimos todos (menos Ainhoa y Ángel, pues estos se van nada más llegar a Madrid con sus padres) en nuestra casa de Madrid. Mañana será un día genial, seguro.

Me despierta el olor a casa. Abro los ojos lentamente y veo mi habitación. Me siento tan bien aquí. No soy capaz de describir con palabras lo a gusto que se está en casa. Me levanto y miro mi habitación. La echaba de menos.
Ciao. Hola –dice el chaval de repente. Está apoyado en la puerta de mi cuarto. Pego un bote y me giro. ¿Estaba espiándome mientras dormía? Suena sexy y a la vez estravagantemente mal. Como si fuera su víctima y él mi cazador.
¿Qué quieres? –pregunto volviendo en mí.
Niente. Nada. Los demás están dormidos. He visto la luz de tu cuarto y he venido a ver qué tal estás –me contesta. Enarco una ceja en contestación.
Sí, ya, seguro. Puedes marcharte por donde has venido –contesto.
¿Qué es lo que te pasa conmigo? –me pregunta el chaval. ¿Enserio me está preguntando eso?
Lo mismo que te pasa a ti conmigo. Simplemente no te soporto –contesto con voz sincera. Me he callado lo suficientemente deprisa para no seguir la frase diciendo lo arrogante, chulo, prepotente y demás cosas que pienso que es. El chaval enarca una ceja y abre la boca para contestar, pero aparece mi hermano y el chaval no tiene más remedio que cerrar su preciosa boca y callarse.
Echo tanto a mi hermano como al chaval de mi cuarto y me cambio de ropa. Abro mi armario buscando los vestidos que he dejado aquí. Cojo uno negro que me llega casi a rozar las rodillas. Ángel siempre me ha dicho que parece el típico vestido de romana, pero en negro. No se parece en nada, pero es verdad que cuando lo llevo puesto me doy un aire. Me pinto la raya de los ojos y me voy al baño. Allí me aseo. Me peino y me trenzo el pelo.
Me acerco a la cocina, que está al final de la casa, pasados los dos baños, el salón, la habitación de mi hermano y la de mis padres. Están allí todos. Vestidos. Soy la última, como siempre.
¿Ya estás? –pregunta mi madre.
Sí, claro –contesto.
Pues vamos. Que desayunamos hoy con los tíos, los primos y los abuelos –dice mi madre. Asiento. Cojo la correa de Sami y la engancho. Salimos de casa y vamos andando hasta la casa de mis abuelos, que está a un cuarto de hora de nuestra casa. En cuanto Sami se da cuenta de a dónde vamos, comienza a tirar en dirección a casa de mis abuelos. La suelto y corre al portal. Allí se queda sentada, moviendo el rabo. Cuando ve que no llegamos se gira hacia nosotros, nos ladra y da con la pata en el cristal de la puerta mientras lloriquea. Mi hermano y yo reímos.
Llamamos al telefonillo. Es mi tía Pili quien nos abre. No vamos directamente a casa de mis abuelos, primero hacemos el mismo ritual: llevar a Sami al patio para que corra. Mi abuela y mi tía se lo saben, y siempre salen a vernos. Hoy no es una excepción. Las llamo a grito pelado y en seguida veo la cabeza de mi abuela y mi tía Pili. Nos saludan a todos con énfasis. ¡Tengo ganas de subir y besarlas de una vez!

No estamos mucho en el patio, pues no aguanto mucho más. Subo las escaleras corriendo, seguida de Sami. Llamo al timbre y enseguida la puerta de abre y puedo ver a mi tía Pili, a mi abuela, mi abuelo, a mi prima Lola, mi primo Pola, a mi tío Juanito, a mi tía Maluli y a mi tercera abuela Lili.
¡Hola tía! –saludo lanzándome a los brazos de mi tía Pili. Es morena, más alta que yo, pelo corto, ojos marrones y tez pálida. Siempre lleva muy cuidadas las uñas y los labios pintados. Es mi madrina y una tía muy guay.
Hola Churrita –me saluda ella. La sonrío con mi mejor sonrisa.
Tenía ganas de verte –digo.
Ya estás aquí –me contesta mientras me sonrío.
Me alejo de ella para acercarme a mis abuelos. Ambos son más bajos que yo, ojos verdes (que tan solo mi tío ha heredado), tez pálida. Mi abuelo con bigote y pelo negro, mi abuela con su moño rubio. Les saludo a ambos efusivamente y me voy a buscar a más gente a quien saludar. Me encuentro con Lili, más alta que mis abuelos, ojos marrones, tez morena, pelo canoso y corto. Me sonríe al verme. Después saludo a Lola, mi prima, junto a su novio Pola. Ambos son altos y delgados, pegan un montón. Mi prima con el pelo largo, muy largo y castaño, liso; con ojos marrones, tez morena. Mi primo de ojos marrones, rasgos suaves y pelo corto. Mis tíos Juanito y Maluli, están al lado de mis primos. Ambos son altos, ojos verdes. Mi tío con pelo negro y camisa, tez pálida; mientras mi tía tiene el pelo ondulado color castaño y es algo más morena. Aún faltan por llegar mis primas Isa, Celia y Guadalupe (de trece, doce y once años), mis tías Isa y Marta (Isa rubia, Marta morena, con tez más morena que Isa); y sus maridos: Jose y Bruno (Jose tez pálida, pelo castaño y Bruno, alto, tez pálida y pelo canoso). También falta mi otra tía, Marta “La Chica”, y mi tío Carlos (Marta de tez morena, mientras que Carlos es de tez pálida. Ambos de pelo castaño).

Miro a mi abuelo. Con noventa años y ahí está. Increíble  Sigue trabajando aún, es lo que le llena (aparte de su familia). Viste siempre con camisa, chaqueta y pantalones de traje. A veces le veo con corbata. Está sentado en el sofá, en la esquina. Desde siempre ese ha sido su sitio. De pequeña solía sentarme a su lado para ver con él la televisión. Le sonrío mientras me fijo en todo él, empezando por su cabello, que es negro y corto. Arrugas en la frente. Cejas negras, ojos de un color devastador  Esmeralda, verde, color hierba, color de las ojas de los tallos de las rosas; esos colores no pueden describir exactamente el color de los ojos de mi abuelo, simplemente son.. no hay palabras. Preciosos, perfectos, bonitos, encantadores... Ninguna palabra es capaz de describir sus ojos. Me puedo sumergir en ellos y ver toda su vida pasando por ellos: desde que nació, pasando por cuando dejó su pueblo y vino a Madrid, cuando conoció a mi abuela, se casó, tuvo a mi madre y a mis tíos, hasta que llegamos nosotros, los nietos. Puedo ver la felicidad pura reflejada en sus ojos al vernos a todos juntos. Sus ojos son un mapa abierto a su mundo, su vida.
Bigote negro. Lleva puestas sus gafas sobre el puente de su nariz, que no es ni grande, ni pequeña, simplemente es como es. Orejas no muy pegadas al rostro o al cuerpo cabelludo. Bajo mi mirada por su torso hasta llegar a su manos, donde reposan en sus dedos varios anillos. Manos fuertes, a pesar de que con la edad, su piel está algo arrugada. Se pueden apreciar las venas llenas de sangre fluyendo por las manos y desapareciendo en la base de la muñeca. Sigo bajando hasta sus dedos de los pies, que los cubre bajo unos zapatos de vestir negros. Cierro los ojos y recuerdo las cosas que he echo con él. Me acuerdo de cuando me regaló una cajita de madera con dos o tres cristalcitos minúsculos sobre el cierre. Tiene forma de cofrecito. Me la llevaba a todas partes. Recuerdo cuando me regaló el caballo de madera que tanto adoraba de pequeña. Aún lo conservo. Me subía en mi caballito de madera y me pasaba las tardes corriendo por el pasillo de mi casa mientras mi madre se quejaba de que rallaba el parquét. Cuando los abro mi abuelo está mirando fijamente a mi abuela, con unos ojos... Que ojalá me miren a mí así alguna vez. Rebosan amor. Mi abuela sonríe ante su mirada. Están igual de enamorados que cuando se casaron a pesar que desde eso hace más de cincuenta años.
Miro que tiene sobre su regazo un artículo. Posiblemente uno que él haya escrito. Nació en La Roda, un pueblo de Albacete. Cuando era joven se vino a Madrid, donde conoció a mi abuela. Dejó todo atrás, su vida. Por eso, muchas veces escribe sobre ello en un periódico de La Roda. Yo, me siento muy orgullosa de que lea y escriba tanto. También le gusta leer libros de teología (es ateo pero le gusta saber acerca de la religión) y apuntar sus pensamientos en un cuaderno, al igual que hago yo. En ese aspecto, mi abuelo y yo somos muy parecidos. Él escribe más literariamente que yo, sus giros de lenguaje son mucho mejores y más enriquecedores que los míos, que son casi nulos, por no decir que son simplemente nulos.
Admiro todo en él. Sobre todo su manera de escribir.

Esperamos que lleguen todos y una vez estamos juntos, nos acercamos al árbol de navidad blanco que pone todos los años mi tía, ¡Mola un montón! A los pies del árbol  están nuestros regalos, con un cartel con la letra de mi tía Pili. Paso a cada uno su regalo y los abrimos. No me fijo en los regalos de los demás, solo en el mío, que es un casco de moto. ¡Guau! Con eso me dan a entender que habrá más días que tenga que ir en la moto de Luca... O... Que me van a comprar una moto. Pero no lo veo factible. Miro sorprendida a todo el mundo. Ellos parecen complacidos ante mi mirada de sorpresa. Creo que se creen que me hace ilusión, pero lo único que ha hecho el regalo ha sido darme naúseas.

Después desayunamos chocolate con roscón de reyes. Me encanta el roscón. Me como cinco o seis trozos grandes sin apenas darme cuenta, hasta que mi madre me hace parar de comer porque me he comido yo sola casi dos tercios del roscón.
¡Es que está tan bueno! –digo. Con eso de vivir lejos de Madrid, no he probado el roscón en todas las navidades.
Deja sitio para la comida anda –me insta mi madre. Hago un mohín y cojo el último trozo de roscón.

Chicos sentaos que ahora toca comida de Noche Buena –dice mi abuela. La miro con mi rostro lleno de sorpresa.
¿Comida de Noche Buena? –pregunto.
Sí. Este año tocaba comida de Noche Buena en casa. Así que repetimos la cena con vosotros – dice mi tía Pili. Miro a sombrada a todos. ¡Que guay!
¿Tenemos que ayudar en algo? –pregunto con una sonrisa de oreja a oreja. Me gusta cuando todos preparamos las cosas. Es desesperante, un caos y a la vez es tan... Navidad y familiar.
Sí, venga vente Churri –dice mi tía. La acompaño a la cocina. No me había dado cuenta pero está llena de marisco, como siempre que celebramos Noche Buena o fin de año. No me gusta el marisco, solo las gambas blancas, pero... hoy... se me cae la baba al ver al marisco. Porque eso significa que vuelve a ser Noche Buena en casa de mis abuelos.
Hay pollo en pepitoria ¿no? –pregunto. Todos los años cenamos lo mismo. Es tradición. A mi abuelo le gusta mucho el pollo cocinado de esa manera.
Sí claro. Y marisco, ya sabes –me dice mi tía Pili. Me pongo a recordar años anteriores... el año que compramos gulas... con lo caras que son, y no sabíamos como cocinarlas... lo tuvimos que mirar por internet unas horas antes de ponernos a cenar. Me lo pasé genial ese año. Toda la familia opinando sobre las recetas que encontrábamos y diciendo que no lo veían, pero nadie daba una solución.

Hemos comprado gambas blancas por ti –me dice mi abuelo. Le miro y sonrío.
¡Gracias abuelo! –contesto.
¿Te acuerdas mamá de cuando pidió para merendar gambas? –pregunta mi tía Pili a mi abuela. Las miro a ambas contenta. Me sé la historia de memoria, pero me gusta que lo cuenten.
Cuenta cuenta –pido.
¡Pero si ya lo sabes! –me dice mi tía Pili.
Sí, pero... mmmm eehh... Luca no lo sabe –digo sin mirarle. ¡Ups! He metido de lleno a Luca y no me arrepiento. Algo bueno tendrá que hacer estando aquí ¿no? Pues le utilizo para que me cuenten la historia que tanto me gusta.
Está bien. Tú eras pequeñita, posiblemente unos.. cuatro años. Y pasaste aquí la tarde –cuenta mi tía.
Te preguntamos que querías merendar a media tarde y nos dijiste que gambas –sigue contando mi abuela.
Así que salimos a comprar gamas para la niña –termina por contar mi tía Pili mientras sonríe.
¡Anda que merendar gambas! –dice mi prima. A ella no le gusta nada el marisco, nada que tenga ojitos que miran cuando te los vas a comer.

Ponemos la mesa entre todos. De primero hay embutido cortado por mi abuelo (trozos grandes y gordos como a él le gustan. Los demás casi que tenemos que cortarlo en mitades y mitades de mitades para poder comérnoslo. Aunque yo, sinceramente, me lo como tal y como está), hay gambas blancas, nécoras, gambones, y más y más marisco. Hay ajioli echo por mi abuelo y mahonesa. Mi tía ha hecho canapés de queso con hilos de huevo y de queso con aceitunas. ¡Están buenísimo! También hay patés, muy buenos todos.
No me acuerdo del chaval hasta que nos sentamos todos en la mesa y mi sitio está entre Luca y mi hermano. ¿Le gustará la comida que hay? ¿O en su casa solo comerá pizza? Pero... ¿Qué? ¿Por qué narices tengo que pensar en él? ¿Y por qué va a comer todos los días pizza? No seas tonta Ana, pasa de él, me digo.

Como hasta reventar; veintiuna gambas, un montón de lomo, queso con membrillo y nueces, pan con paté, canapés a mogollón... y por último el pollo en pepitoria. Me derrito de recordar lo que acabo de comer. Estaba buenísimo.
De postre hay polvorones y turrón. Está todo muy bien colocado por mi tía. Me acerco a los platos de polvorones y turrón, les quito el papel transparente y los acerco a la mesa. En estos platos, siempre, todos los años, hay turrón de color rosa más que de los demás. Sabe a jarabe de fresa, está bueno. Pero mi favorito es el turrón duro.

Hacemos una gran sobremesa, hablando de todo. Mi hermano pregunta a mis tíos, que dan clases en institutos, sobre cómo es eso de dar clases, pues se está pensando si estudiar matemáticas y dar clases. Mi tía Pili y mi prima, hablan de aplicaciones para móviles... cada uno va a su rollo. Yo solo intento estar en todas las conversaciones. Echaba de menos esto. En algún momento de la tarde, el chaval se me queda mirando, como esperando que le cuente qué hago o algo así. ¡Será idiota!
¿Qué miras? –pregunto de forma borde.
A te –contesta. Para los que no sabem italiano, significa “a ti” ya que no tiene la menor intención de decirlo en español. ¡Mierda! No esperaba que contestara. No sé qué decirle, me acaba de pillar.
¿Te importaría no mirar? –le pido con voz enfadada.
Puedo mirar donde yo quiera, nadie ni nada me lo puede prohibir –me dice el chaval. Creo que solo lo dice por molestarme. Creo que le gusta molestarme. ¡Será... mmmm! ¡¡No tengo palabras!!
Lo que tú digas –digo con voz ofendida antes de girarme 180º para darle la espalda y mirar a mi hermano, que termina cambiándome el sitio para que hable con mi tía Pili y mis primas pequeñas, mientras él habla con el chaval y mi primo.

Sigue pasando la tarde y como me temía, mi prima y mi tía Pili, me separan del resto de la mesa para hablar conmigo.
¿Y este chico Ana? –me pregunta Lola.
Ya ves. Compañero de mi padre. ¿¿Te lo puedes creer?? – digo consternada.
Es guapo –afirma mi tía Pili. Pongo los ojos en blanco.
Ña –contesto por decir algo.
¿Tienes algo con él? –pregunta Lola.
¿Debería? –pregunto a modo de respuesta.
No he hablado mucho con él, pero es muy educado, guapo, y majo –afirma Lola.
No me cae bien –digo.
¿Qué? ¿Por qué? –pregunta Lola.
No sé, es solo que no le trago –contesto poniéndome ya nerviosa por la conversación. Cualquiera lo notaría, pues no paro de mover las manos y gesticular mucho al hablar.
No te entiendo Ana. Tus anteriores novios eran bastante peores que Luca –me recuerda mi tía.
Bueno –es lo único que digo.
Creo que te gusta pero que no quieres admitirlo –dice mi prima entrecerrando los ojos, como si haciendo eso, pudiera leer mi mente a través de mis ojos. Intento mantenerme impasible, sin que se pueda leer a través de mi rostro ningún sentimiento. Como si tuviera una máscara puesta.
Sí, te gustará –termina determinando mi prima. Pongo los ojos en blanco por segunda vez desde que empezamos la conversación.
¡Anda ya! Ni que fueras pitonisa –digo negando con la cabeza. No quiero hablar más del chaval.
Verás –es todo lo que me dice mi prima. Asiento y las insto a volver a la mesa, con todos. Nadie se ha dado cuenta de que nos hemos ido, mejor. Prefiero que quede entre nosotras la conversación.
¿Por qué me tiene que gustar? ¡¡Si seguramente no tendremos ni la misma edad!! ¡¡Puuff!!

En la mesa, se sigue hablando de anécdotas de cuándo éramos todos más jóvenes  se habla de política, de dinero... Echo un vistazo al salón de mis abuelos. Hay una réplica de La Rendición de Breda, a escala real casi. Es lo que más resalta en la casa. Lámparas de araña y un sofá gigante en forma de L, en el cual entran nueve o diez personas ampliamente. El suelo es moqueta, algo que a Sami de pequeña le ponía muy nerviosa.
Ana, trae el comedero de Sami, que la echo lo que ha sobrado de pollo –dice mi madre. Asiento y voy a por el comedero de Sami. En esta casa, Sami tiene su propio comedero que le compró mi tía, junto con algunas chucherías y un hueso de morder. Sami me sigue de cerca cuando ve que me alejo de la mesa sola. Cojo su comedero que está en el baño guardado, y ya empieza a saltar sobre mí para ver qué hay dentro del comedero.
¡Sami! ¡Pero si no hay nada! ¡Lo acabo de coger! –digo sorprendida mientras camino por el pasillo para llegar al salón.
Toma mamá –digo a mi madre. Ésta le pone en el comedero el pollo troceado, sin huesos, pues los de pollo se astillan y no se los pueden comer los perros.
Sami, ¿Quieres pollo? –pregunta mi madre. Esto sirve para que Sami se ponga más nerviosa y mueva su rabito, mientras está sentada al lado de mi madre. Mi madre acerca el comedero al suelo y enseguida Sami va a por él y se come en pollo en un segundo.
Después de eso, alguien, no sé quien, pone un vídeo en el que salimos todos los que estamos en esta casa hoy, jugando a los bolos cuando cumplí los dieciocho, es decir, hace un año. Nos reímos más que nunca. La mayoría hacía mucho que no jugaba a los bolos y no tiraban ni uno. Yo era de esa mayoría. Una minoría aún seguía yendo a jugar a los bolos. Esa minoría eran mi hermano y mi tío Jose. Fue graciosísimo revivir toda la tarde. Estuvimos alrededor de veinte personas esperando a que se quedaran varias pistas vacías juntas. Montamos un jorgorio memorable. Todos hablando con todos. Una vez que tuvimos tres pistas juntas, dimos nuestros nombres, cogimos los zapatos y fuimos a las pistas. El tema era que quien ganara se llevaba una copa (la típica que se le da al ganador de alguna competición). Hasta mis abuelos jugaron. Es divertido ver todo otra vez desde el punto de vista de mi tío Juanito, que fue quien grabó las dos horas, sin parar que jugamos.

Poco más tarde, muy a mi pesar, abandonamos la casa de mis abuelos, dejando a mis primos, a mis tíos y a mis abuelos allí... alejándome de ellos otra vez... A saber cuándo les vuelvo a ver...

* * *

Por fin conseguimos aparcar. Soy la primera en bajar. Ya hemos llegado a casa de mis abuelos Pepe y Viví.
Tengo ganas de verles a todos –digo con una media sonrisa.
Yo también. Hace mucho que no les veo –dice mi tía Pili mientras me coge de la cintura. Ella siempre se apunta en Reyes a ir a ver a mis abuelos (los que no son sus padres, claro). Mi tía, es mi única tía real. La quiero mucho.
¡Venga chicos! –dice mi hermano, que con la tontería, ya ha salido del coche y a cruzado la acera.
Ya vamos, ya –dice mi madre que esta detrás de mi tía y de mí.
Andamos diez metros y llegamos al patio del edificio de mis abuelos. Sami está nerviosa, como siempre que visitamos a algún familiar. El patio está lleno de plantas y árboles. Siempre me ha gustado. Hay una palmera que trajo mi abuela de la playa y que plantó allí, pues a todos los vecinos les pareció bien. Mi abuelo se encarga de regarla casi todos los días. Llamamos al portero automático y subimos cuatro pisos a pie (aunque hay ascensor). Mis abuelos viven en el último piso; después solo queda la azotea por encima de su piso. Cuando vamos por el tercer piso oigo como abren una puerta. La de casa de mis abuelos. Sé que es esa por el chirrido de las bisagras de ésta. Suelto a Sami, que sé que correrá y se lanzará sobre quien haya abierto la puerta para saludarlo. Después seguro que busca a fran (porque fue quién la cuidó cuando nos fuimos e hizo todo el papeleo para que Sami pudiera venirse con nosotros a Alaska). Y efectivamente así hace. En la puerta está Quique. Es alto, de tez pálida, ojos marrones. Gafas redondas, unos treinta y cinco o cuarenta años, a pesar de que aparenta tener muchos menos. Pelo corto y marrón oscuro, casi negro. Es el más joven de todos mis tíos; también mi padrino y el mejor tío del mundo. Con él y con otro de mis tíos, Míguel, solemos ir al cine mi hermano y yo. Abrazo a Quique efusivamente.
¿Qué tal Anuska? ¡Cuanto tiempo! – me dice Quique.
Ya ves... –digo sin saber que más decir. Le vuelvo a abrazar.
Te he traido una cosa de Sevilla que llevabas pidiéndome durante mucho tiempo –me dice mi tío. No caigo en qué puede ser, seguro que es por la emoción de verle. Me separo de él muy a mi pesar y busco a mis tíos, tías, primos y abuelos. Saludo a mi tío Míguel, es el segundo más joven. Alto, pálido, ojos marrones. De constitución delgada. Gafas cuadradas. Le encantan los ordenadores y es un crack arreglándolos.
¿Qué tal Anuska? –me pregunta mi tío Míguel abrazándome. Sonrío y yo también le estrecho hacia mí. No me importa contestar mil veces a la misma pregunta.
Bien, por ahí – digo sin más. No me apetece hablar de mí. Quiero saber cosas de él, de Madrid –¿Y tú? ¿Qué tal es todo por Madrid? –pregunto.
Bueno no está mal. Tengo ganas de volver a nuestras andadas de plan Ginos-cine-cena que hacíamos antes de que os mudarais –dice mi tío Míguel. Asiento y sonrío. Me encantan esos planes. Comíamos en el Ginos hasta reventar: un plato o dos cada uno y dos o tres postres (también cada uno). Después con la barriga bien hinchada, íbamos a sacar las entradas de cine, tomábamos algo en un par de terrazas, nunca nada contundente. Después íbamos a alguna de nuestras casas a hacer palomitas e íbamos al cine. Después, la cena en mi casa. Otras veces, también desayunábamos. Esos días si que eran de reventar... Desayunábamos el típico desayuno Americano: dos tortitas, dos huevos, patatas, bacon y un refresco. A las dos horas, ya estábamos en el Ginos preparados para comer uno o dos platos.
Sigo andando después de saludar a Míguel y me topo con Fran. Sami corretea a sus pies. Fran también es mi tío. Es alto, ni delgado ni regordete. Pelo castaño oscuro, canoso. Con gafas. Es muy buena persona. Me enrollo a hablar con él y al final es él quien frena nuestra conversación para que pueda saludar a los demás.
Después veo a mi tío Juanca; alto, con una buena mata de pelo de color grisáceo y con algún que otro pelo negro. Es el que más pelo tiene de todos mis tíos y mi padre. Camisa a cuadros y pantalón de pana, igual que todos mis tíos y mi padre. Lleva un puro en la boca, ¡Cómo no! Le saludo, está hablando con su hija, mi prima Alicia. Ella es más baja que yo, pelo largo, castaño oscuro, liso y con flequillo. Gafas de ver rectangulares color fuxia, pues tiene miopía, igual que todos mis tíos, salvo mi padre. Mi prima siempre está contenta y la encanta la serie de House y su protagonista. ¡Ah! ¡Y también Titanic! Cuando éramos más pequeñas, solíamos ver Titanic con mi abuela las dos, pero no nos dejaba ver el final nunca. Me río recordando eso.
Sigo mi camino para saludar a los demás y me encuentro Marga, mi tía y esposa de Rober. Es de complexión delgada, pelo rizado castaño, gafas y en invierno siempre la veo con una super bufanda de color rojo y orejeras. Sabe alemán, igual que yo; y cuando era más pequeñita, alguna vez intentamos entablar una conversación en alemán. Mi tío, pega con ella. Es alto y delgado. Pelo canoso, con gafas. Antes, fumaba un montón. Sigo mi andadura hasta toparme con Jesús. Es muy delgado, pelo canoso y ojos marrones, como todos mis tíos. No fuma, uno de los pocos que no lo hace. Saludo a mi prima Ester también. Tiene un año más que yo, es la hija de Jesús. Es más alta, pelo castaño claro, ojos marrón verdoso... Sigo mi camino y me encuentro en mi camino con Jorge, hijo también de Jesús. Es alto, con perilla, ojos marrones y pelo castaño oscuro. Es delgaducho y le encanta montar en bici. Su madre, Reyes, es de estura media, pelo rizado, cortito y rubio. Y por último voy con mis abuelos, que están sentados cada uno en el extremo opuesto de la mesa. Mi abuela, con gafas, pelo recogido en un moño rubio, con una sonrisa siempre que ve a algún nieto. Me abraza y me besa en la mejilla. Mi abuelo, delgado, de pelo blanco y ojos juveniles, se levanta de su silla y con su garrota se acerca a mí para saludarme, y saludar a Sami que ha irrumpido en el comedor intentando que mis abuelos jueguen con ella.

Abrimos los regalos ¿no? –pregunta mi tío Miguel.
Sí, claro –dice mi tía Marga.
Pues venga señores –dice Quique. Me río. Me encanta como habla mi tío. Por cierto, no sé si os he dicho ya que es mi padrino...
Los sobrinos/nietos somos los encargados de repartir los regalos. Antes no era así. Cuando éramos pequeños, los Reyes Magos dejaban nuestros regalos en el cuarto más alejado de la entrada de casa de mis abuelos. Cuando estábamos todos, nos dejaban entrar y ver los regalos. Hubo un año que quisimos entrar antes de tiempo y mi tío Juanca dijo que entraba él antes. Cuando salió del cuarto, nos dijo que un rey mago le había pegado con la garrota en la cabeza por no saber esperar a que se fueran y nos dejó ver el “supuesto chichón” que le había echo el rey mago. Me río recordando aquello. Sacamos tres bolsas grandes llenas de regalos. Nos vamos al salón y comenzamos a gritar los nombres que ponen en los paquetes. Damos a cada uno su regalo. Oigo como mi prima Alicia dice el nombre de Luca... no esperaba que aquí también tuviera regalo el creído chaval este que es como un grano en el culo... Los adultos suelen tener un regalo, pero los “niños” tenemos más, uno de nuestro padrino y otro de la familia en general. Mi padrino es Quique, mi madrina Pili (aunque eso ya lo sabéis . Este año tengo tres regalos. Uno debe ser el que decía Quique. Todos comienzan a abrir sus regalos así que yo no me quedo atrás. El primero es un e-book. Sonrío y doy las gracias. Así podré leer todos los libros que quiera. El segundo regalo es el de Quique, lo sé porque pone que es de su parte. Está dentro de una bolsa. Abro la bolsa y dentro hay un envoltorio, lo abro y dentro hay una especie de saquito, lo abro y me encuentro con una caja con un lazo, la abro y por fin veo mi regalo. Es una pulsera de Swarovski. Preciosa. Cuentas de cristal de un azul zafiro y transparentes, separadas unas de otras con cuentas de tipo rosquilla plateadas con cristales transparentes incrustados. Es de princesa. Miro a mi tío y le sonrío.
Me encanta Quique –digo medio gritando para que me escuche entre todo el barullo de familiares hablando. Abro mi tercer regalo. ¡Es una bola de nieve de Sevilla!
¡Quiquee! ¡Gracias por acordarte! –le grito a mi tío. Es el regalo que más me ha echo ilusión de todos. Además del del viaje claro... Me encanta que mi tío se haya acordado de comprarme una bola de nieve. Tengo una bola de cada sitio al que he ido, y también tengo de sitios donde ha ido mi familia. Tengo bolas de nieve que me han traído Ramon y Ana, los amigos de mis padres. De Suiza, Zamora, Ávila, Barcelona... De los padres de Ana (que son como mis abuelos) de Navacerrada, Madrid, Grecia y de La manga. Mis padres y mi hermano me han comprado de Madrid, La Manga, Lugo, Triacastela, Toledo, Chicago, Andorra, dos de París, dos de Papá Noel que me regaló mi madre cuando era pequeña... Y también tengo una de mi amigo Álex de París. Me encantan. Son mi tesoro.
Las tengo todas en una vitrina, bueno más bien las tenía. Me las llevé a Alaska pero.. No he visto el momento de colocarlas... Tal vez sea porque cuando coloque las bolas de nieve, estaré diciendo que Alaska es mi nueva casa, y eso nunca pasará. Yo no tengo nada que ver con Alaska. Mi casa es Madrid.
Me pongo a pensar en reyes pasados y recuerdo cuando mi abuelo recordó durante seis meses que había visto con el en una tienda un caballo que quería y el día de Reyes, encima de mis regalos encontré el caballo. Al verlo fui corriendo a cogerlo. Casi lo había olvidado por completo, pero mi abuelo lo recordó y me lo compró. Ahora el caballo es mi amuleto de la suerte.

Después de esto, comemos más roscón. Éste, siempre es mucho más grande, casi un metro de largo, pues somos muchos a comer. Me tomo cuatro trozos de roscón antes de llenarme. Y después cojo otro trozo más, solo por pura gula. Después tomamos el chocolate caliente. Normalmente lo hace mi abuela, pero hace un par de años que se encargan mis tíos y bueno... Da qué decir... este año... no está tan malo... el año pasado lo hizo Rober, y el chocolate se quemó... era... ¡Puaj! El antepasado, se quedó gelatinoso y espeso, demasiado espeso...
Este chocolate se merece un cinco ¡Por fin! –dice uno de mis tíos.
¡Sí! Hemos superado la etapa de cargarnos los chocolates de reyes –dice Rober. Me río.
¿Quién lo ha echo? –pregunto. Seguro que ha sido una de mis tías, si no no hubiera salido así.
¡Ahh! eso no se dice –me dice Rober. Seguro que ha sido su mujer, Marga.
Ha sido Marga ¿verdad? –pregunto mirando a Rober.
Es posible –me contesta. Vamos que sí, que ha sido Marga.

Después de merendar, empiezan las divagaciones de mi familia. Saber diferenciar la angula de la anguila, de la gula... hacer pompas con un pompero y meter humo de puro en ellas... (idea de mi tío Juanca, cómo no)... cosas típicas que suelen pasar cuando nos juntamos todos aquí.. es lo que tiene tener seis tíos... en esta casa, todo lo que se hace, es por mis tíos.

¿Dónde está el chico? –pregunta mi madre. Elevo mis hombros para mostrar indiferencia y también para mostrar que no sé dónde está –. Papá le está buscando –explica mi madre después. Suspiro y resoplo al mismo tiempo.
Ya le busco yo –digo. Sé que mi madre a acudido a mí para tal fin.
Gracias cariño –dice mi madre mientras roza mi mejilla con el dorso de su mano.
No hay de qué –digo con voz abochornada. Me dedico a buscar al chaval por todas partes, pero no le encuentro.
¿Qué buscas Anuska? Te veo como.. desesperada –me dice Fran. Le miro con cara algo angustiada
No sé dónde está el chaval –digo con voz seca mientras mi cara se transforma en asco.
¡Ah! Está en la azotea –dice Fran, obviando mi cara de asco. Posiblemente se cree que la cara es porque no lo encuentro, no porque no me caiga nada bien.
¿Qué? ¿Por qué está ahí y no aquí con todos? –pregunto atónita. Es el único lugar donde creo que jamás le hubiera buscado. Tal vez por eso esté allí.
Estuvimos hablando de la azotea antes de merendar y después de abrir los regalos me pidió las llaves para subir –me cuenta mi tío. Asiento.
Vale. Pues voy a por él, si alguien pregunta díselo –le pido a Fran. Éste asiente y yo salgo por la puerta de la casa de mis abuelos. Subo dos tramos de escaleras más y llego a la azotea. Me paro con la mano en el pomo. Abro lentamente la puerta de la azotea. El chaval ha sido listo y no la ha cerrado. Menos mal. Le veo nada más abrir del todo la puerta. Está apoyado sobre sus codos en la barandilla de la azotea. Creo que no me ha sentido entrar. Me acerco a él y me pongo a su lado, sin saber qué hacer o qué decir. Él da un respingo y me mira. Cuando ve que paso de él, vuelve a mirar al infinito. Parece una escena bonita de la típica película de amor, pero esto no es una película, y no hay amor entre nosotros.
Mi padre te busca –digo secamente.
Bisogno di estare da solo. Necesito estar solo –es la contestación del chaval.
Me ire cuando te vengas conmigo. Mi padre te busca –repito cortante. Ahora soy yo la borde y no él.
No quiero y no voy a bajar ahora –dice tajantemente. Le miro y él a mí. Nuestras miradas se cruzan y nos desafiamos. Esta vez sus ojos no son capaces de cautivarme, tal vez porque tanto en mis ojos como en los suyos hay ira.
¿Que pasa? ¿Mi familia no es suficiente para ti? –digo picándole. Me ha sentado mal que no quiera estar con nosotros.
Tu familia es... Toda ella es... Las dos son... Todo lo... –dice el chico. Mira hacia el frente y mira al infinito desenfocando su vista –. Dimentica. Olvídalo –dice negando con la cabeza. Es la primera vez desde que le conozco que me deja ver algo de lo que es él en realidad. Parece que cuando le pillo desprevenido es cuando más trapos sucios puedo sacar de él. ¡Joder! Me ha hecho sentir mal y todo, pero no soy tan débil. Aunque por dentro me sienta mal por fuera pondré mi mejor cara y saldré ilesa de esto.
Entendido –digo sin más. Le miro unos instantes –. Te espero fuera –digo refiriéndome a la puerta de la azotea –. No tardes o te llevaré arrastras abajo. Mi padre no dejará de buscarte e intentar sacar a todos de quicio preguntando por ti –digo finalmente. No intento ser maja. Solo le cuento lo que hay. El chaval gira la cabeza levemente hacia mí y me mira por el rabillo del ojo, me hace un rápido repaso y asiente. Yo por mi parte me alejo hacia la puerta de la azotea. Espero al lado de la escalera y termino sentándome en ésta. Al chico solo le lleva veinte minutos salir de la azotea (irónicamente ese SOLO, pues me aburro como una ostra en esos veinte minutos).
Dai. Vamos –me dice después de cerrar con llave la azotea. Le miro con ojos suplicantes, comprensivos, cansados y enfadados. Él me dedica una media sonrisa arrogante. Ya vuelve a ser él. El chico que he visto en la azotea no era más que él mismo, sin embargo, éste de ahora, es solo fachada. Aunque creo que él no se ha dado cuenta. Se cree que es superior...
¿Me darás alguna explicación? –pregunto. Él enarca una ceja en contestación –. ¿Tal vez algún día? –pregunto.
Non credo. No creo contesta con voz dura. Asiento.
Bajamos las escaleras y llamamos al timbre del piso de mis abuelos. Nos unimos a mi familia.
Habeis tardado mucho –dice Fran cuando nos ve entrar por la puerta de casa. Ya no puedo escaquearme..
Nos hemos quedado hablando –suelto. ¡Estoy encubriendo al chaval! No sé por qué han salido esas palabras de mi boca. Pero lo hecho, hecho está. Sonrío a mi tío por si acepta mis palabras y me deja ir con los demás.
¿Tanto tiempo? –pregunta Quique que aparece por detrás y se une al cotilleo.
Sí... –digo con voz cansada y monótona. Veo como el chaval sonríe. Sabe que me estoy metiendo en un aprieto, pero él que va a hacer.. nada, por supuesto..
¿Problemas en el paraíso –dice mi primo detrás de mí, como para unirse a la conversación... El que faltaba... Ya empezamos otra vez..
No existe un paraíso así que no puede haber problemas en él –contesto airadamente.
Lo que tú digas –dice mi primo con una medio sonrisa. Mis tíos y mi primo siempre se meten conmigo y meten el dedo donde no deben para que salte. Sé que lo hacen para que sea más abierta con ellos de lo que soy. Y sobre todo porque quieren saber con quién salgo por si me hace algo, ellos defenderme.
Dinos Anuska, ¿Estás con él? –me pregunta mi tío Quique señalando al chaval. Miro al suelo y me sonrojo, así que evito mirar al chaval, pues se que ahora mismo me echaría una mirada asesina o algo así.
¿Tiene que estar él aquí? –digo sin mirar al chico.
Sí, ¿Por qué no? Es de la familia –dice Quique. Resoplo.
Dinos Anuska –dice Jorge apremiante.
Ojalá –digo en un susurro apenas audible. Espera... ¿Qué? ¿Qué acabo de decir? No, por Dios... no sé por qué lo he dicho. No me entiendo. Si le odio... ¿Por qué querría estar con él? Aunque bueno... me atrae mucho.... ¡Pero no! El físico no lo es todo y yo le odio a él como persona. Me sonrojo. Miro a mis tíos y mi primo, que parecen no haber escuchado nada. Después miro a Luca, quien por su sonrisa socarrona, me ha escuchado. Mierda, mierda mierda.... Me ha escuchado. Creo que es lo que me faltaba ya para que se vuelva más arrogante y más creído, que se piense que encima me gusta.
Me le quedo mirando malhumorada cuando vocaliza sin que ningún sonido salga de su boca para que sus labios formen la frase: más quisieras. Dejo mi mente en blanco y me aclaro la garganta. Bajo la mirada.
No –digo en un susurro, con voz cansada. Suspiro y levanto la vista, mirando a ninguna parte en especial –. Él es solo un compañero de mi padre.
¿No es tu novio? –pregunta enarcando una ceja Jorge. Le miro ¿enserio? Todo el mundo está loco hoy... Todos quieren que el chaval y yo estemos juntos.. no les entiendo.. ¿Qué le ven?
No –digo secamente.
Lástima. Es buen chico. Le dábamos nuestro aprobado –dice mi tío Fran. Pongo los ojos en blanco. No puedo reprimir lo que quiero decir. La palabra que quiero decir sale a borbotones de mi boca
¿Enserio? –digo incrédulamente.
Sí –contesta mi primo. Evito mirar al chaval, pero en estos momentos se debe estar partiendo el culo de risa. Sin embargo no se mueve de donde está. Le miro por el rabillo del ojo. Me está mirando. Evito su mirada.
No me lo puedo creer –digo. ¿De verdad que les parece buena persona el chaval? Porque a mi no me lo parece...
Créelo –dice mi tío Quique sonriéndome.
De todos los chicos que habéis conocido, ¿Él es quien os gusta? –digo con asombro.
Los demás no eran tu estilo –dice Fran con voz casual, como si fuera una conversación cualquiera. Pero no lo es.
No eran buenos chicos –corrobora Quique. Resoplo.
A mí me gustaban –digo algo enfadada. Oigo como en un susurro el chaval se ríe  Le miro furibunda. Le estamparía la cara contra el suelo si no fuera porque me controlo –. Tú calla –siseo. Él me mira enarcando una ceja, pero se calla.
Javier solo pensaba con el pene cuando tú apenas tenías los quince, Jaime te llevaba a sitios muy raros que a ti no te gustaban y Alberto era un chaval que no tenía metas en la vida –dice Jorge enumerando con los dedos de la mano. Resoplo.
Sí –corrobora mi tío Fran –. Aunque has sido demasiado bueno al decir sus defectos menores... –termina por decir Fran.
Eran más que eso –digo enfurecida.
Serían más cosas, pero sobre todo las que ha dicho Jorge y todas las demás que no ha dicho – apoya mi tío Quique. Les miro a los ojos a los tres, en ellos puedo ver el reflejo de la paz interior y la tranquilidad. En los míos sé que hay ira.
Lo que digáis –digo cortante –. Pero no sé que le habéis visto a este tío, con lo.. da igual. Los otros eran mejores –digo y me dispongo a irme.
No te enfades Anuska –dice Quique cogiéndome de la mano. Así evita que pueda marcharme.
Sí me enfado, sí –digo enrabietada. Lágrimas de ira amenazan con brotar de mis ojos.
Lo siento. Estábamos bromeando. Nos conoces –dice Quique. Sé que todo es para mofarse de los chicos con los que he salido y me han hecho daño pero.. yo los quería... antes.. pero los quería a pesar de todos sus defectos.
No te preocupes –digo algo más tranquila. Respiro fuertemente. Me voy a poner a llorar aun así en cualquier momento. Pero Fran, Quique y Jorge saben lo que tienen que hacer para que no llore. Nos apretamos los cuatro en un gran abrazo, aunque la escena se asemeja más a un sandwhich. Yo estoy en medio. Me hacen reír con ese gesto y la ira, el pánico, la vergüenza y el enfado que sentía, se esfuman.
¿Mejor? –me pregunta Fran en con voz suave y bajita. Seguimos los cuatro unos en un enorme abrazo-sandwich.
Mucho mejor –digo sorbiéndome la nariz, pues a pesar de no haber derramado una sola lágrima, se me cae el moco. Sé que ellos no tenían la intención de herirme. Tal vez sea yo demasiado susceptible.
Entonces chicos creo que es mejor que nos unamos a los demás que están por el salón –dice Jorge. Asiento y miro al chaval que nos mira a los cuatro como si no pudiera creer lo que acaba de presenciar. Había olvidado que se encontraba a nuestro lado. Le sonrío a modo de disculpa por todo lo que ha tenido que ver. Lo que tengo claro es que de mi boca no saldrá una disculpa para él. Pero me parece de ser grosero y maleducado no mandarle alguna señal para que sepa que esto no era lo que esperaba que pasara cuando le he pedido que bajara. Mientras mis tíos, mi primo y el chaval se alejan hablando, yo me quedo donde estoy, pensando. Pensando en cual es su problema. ¿Cual es su secreto?
No entiendo por qué mis tíos son capaces de sacarme de quicio y hacer que me meta en su juego, mientras con mi tía y mi prima, suelo salirme con la mía. Con mis tíos y mi primo da igual qué máscara me ponga, que conseguirán lo que quieren..
Ana no te quedes ahí parada, vente- dice mi padre. Salgo de mi ensimismamiento y sigo el sonido de su voz que me conduce al salón, donde están todos. –. Ya he visto que has encontrado al chico –me dice cuando me uno a los demás. Están viendo diapositivas de fotos de cuando yo no era más que un mico y mi hermano un precioso bebe rubito.

Son las once y media. Es la hora del segundo fin de año –dice a voz en grito mi tío Juanca.
¿Segundo fin de año? –pregunto a nadie en particular.
Es una sorpresa para vosotros –susurra mi abuela en mi odio.
Gracias –digo con lágrimas en los ojos. Hoy es el día perfecto. El ocho de enero es mi día.
Mis tíos traen cartoncitos con uvas. Todo ha sido preparado por mis tíos para mi padre, mi madre, mi hermano y Sami (y bueno para el chaval también al parecer). Cogemos cada uno un cartoncito y algunos, como yo, pelamos y sacamos los pipos de las uvas. Juanca se pone una peluca de rizos morados. Mi padre, ahí donde le veis, también se pone una que es de brillantitos de colores. Mi primo Jorge toca la zambomba y todos reímos. Parece que vamos a revivir realmente fin de año. Alicia pone bajito un CD de villancicos, de los que cantábamos cuando éramos pequeños.
¡Atención señores! Es la hora –dice mi tío Míguel. Todos los años lo dice.
¡Pulsa el play! –pide Rober a Jesús que tiene el mando delante de él.
A sus ordenes –dice Jesús. Coge el mando y se prepara para pulsar el botón.
¡Yesus! –dice mi tio juanca. Mi tío Jesús asiente –. En tres.. dos.. uno.. –dice mi tío Juanca mirando su reloj.
¡Ya! –grita Jorge. Miro la televisión. Han grabado todo lo anterior a las uvas. Me río. Los presentadores hablan sobre el nuevo año que entra.
¿Te gusta? –me pregunta mi abuelo que se ha acercado a mí por detrás.
Me encanta –le contesto con una sonrisa radiante. Lo tenían todo preparado.. pasan los minutos y son casi las doce.
¡No os confundáis  ¡Estos son los cuartos! –grita mi tía Marga. Ella es la encargada de decirlo año tras año. Si no fuera por ella, más de uno hubiera empezado a meter las uvas en su boca antes de tiempo.
¡ Oído cocina! –dice uno de mis tíos. Me siento en casa. ¡Estoy feliz!
Suenan las doce campanadas y justo cuando el treinta y uno de diciembre se convierte en uno de enero en la televisión, en casa de mis abuelos, el día ocho de enero se convierte en día nueve de enero. Eso sí que es precisión. Nos besamos unos a otros felicitándonos el año nuevo.
Espero que os haya gustado –dice Quique que se encuentra a unos cuantos metros.
Claro –digo con una sonrisa de oreja a oreja.
Eso espero porque llevamos planeando esta sorpresa dos días –dice mi tío Míguel. Río  No me puedo creer lo que mi familia ha echo por nosotros. Todos están en el ajo. Igual que ha pasado en casa de los abuelos Juan y Pili.
Brindamos todos con champán, algo que también hemos echo con mis abuelos Juan y Pili antes de irnos. A mi no me gusta, pero tomo un sorbo igualmente. Es lo que menos que puedo hacer después de lo que han echo por mí, por mis padres y mi hermano.

Subimos a la azotea a tirar petardos como hacemos cuando vamos a celebrar fin de año o Navidad a una casa rural. Todos ponemos petardos. ¡Este año hasta mi madre y mis tías lo hacen! Algo muuuy raro. Después ponemos los cohetes, que es lo que más le gusta a mi abuela. Todo es perfecto.

No nos podemos quedar mucho más, pues mañana volvemos a Alaska. El cambio de Alaska a Madrid es muy grande, pero bueno,es lo que hay y por lo menos he pasado en un día Noche Buena, Navidad, Reyes y fin de año todo junto. Me cuesta despedirme de mi familia.
Te echaré de menos –digo a cada uno de mis tíos y mis tías  A mi primo y mis primas. Les abrazo y les doy dos besos, uno en cada mejilla. Igual que he hecho con mi familia antes cuando me he despedido y les he dejado allí... No quiero alejarme de ninguno de ellos...

El resto de la noche pasa deprisa y cuando quiero darme cuenta estoy en el aeropuerto con los padres de Ainhoa y Ángel. Todos volvemos más cargados que como vinimos.

Llegamos al aeropuerto de Fairbanks por la noche. Estoy cansada. El chaval duerme con nosotros en casa. En el cuarto de mi hermano.
Buenos días dormilona –dice Ainhoa zarandeándome  Gruño –. ¡Has pasado catorce horas durmiendo! –me dice. Abro un ojo. Veo borroso y vuelvo a cerrarlo.
¡Venga Anaa! ¡Queremos desayunar! –dice Ángel saltando sobre mi cama. Eso no es una muy buena maniobra.
¡Déjame en paz! –digo medio gruñendo. Estoy enfadada.
Está bien, está bien. ¡Llorona! –dice Ángel con voz burlona mientras me da con la palma de mi mano en un hombro. Me hace daño. Lo hace para picarme, lo sé.
¡Joder Ángel! –me quejo.
Vaya buenos días –dice Ángel quitándole importancia al echo de que le haya casi expulsado de la habitación por saltar sobre mí. Se aleja de mí, devolviéndome mi espacio.
Lo siento –digo en voz bajita. El asiente y me devuelve una sonrisa. Me levanto por fin como todos quieren y bajamos a desayunar.

Desayunamos sin hablar demasiado y por fin el chaval decide que debe abandonar la casa, bueno, nuestra casa. Aunque no, no es mi casa. ¡No!. Pero que él se vaya me parece una estupenda idea.
Gracias por todo –dice el chaval dirigiéndose a todos antes de salir por la puerta. Aunque no sé por qué, pero tengo la sensación que a mí no va dirigida esa frase.
No hay de qué –dice mi madre. Mi padre asiente a lo que ha dicho mi madre.
Nos despedimos y el chaval se va. El resto del día trascurre tranquilo: comida, un par de películas en DVD, un paseo con Sami por la finca y por último la cena y la cama.