Capítulo
8
Me despierto, es
el día de reyes, seis de enero. Llevo ya unos seis meses aquí. Abro
mis ojos lentamente, veo borroso. Ainhoa está casi encima de mí. Su
brazo rodea mi espalda. Con cuidado coloco su brazo a su lado, para
poder escapar. No la quiero despertar así que me muevo lentamente.
Poco a poco mi vista se acostumbra y dejo de ver chiribitas. Estoy
tentada a despertar a Ainhoa y a Ángel.
El día de reyes
me encanta. Antes de venir aquí, el día de reyes era mucho mejor.
Mi hermano me despertaba entrando en mi cuarto mientras gritaba “han
venido los reyes” y saltaba encima de mí. Después íbamos
corriendo al cuarto de mis padres y les despertábamos. Abríamos los
regalos y nos íbamos a desayunar roscón a casa de mis abuelos
maternos. Allí abríamos más regalos. Después comíamos con ellos.
Por la tarde íbamos a casa de mis abuelos paternos y allí
merendábamos roscón y abríamos más regalos. Este año, solo
abriremos regalos en una casa.
Intento salir de
la habitación sin hacer demasiado ruido. Pero mi plan fracasa. Sami,
que estaba dormida a mi lado, se despierta y comienza a saltar por la
cama, despertando a Ainhoa. Cuando ésta está despierta, salta sobre
la cama de Ángel y también despierta a éste.
–¡Oh
no! ¡Sami! ¿Ni el día de reyes me puedo librar de ti? –le dice
Ángel a Sami sin abrir los ojos todavía. Ainhoa no dice nada. Se
queda donde está entornando los ojos.
–¿Es
reyes ya? –Pregunta Ainhoa abriendo un poco más los ojos. Asiento
mientras la miro.
–Qué
rápido pasa el tiempo ¡eh! –dice Ángel mientras se incorpora y
abre poco a poco los ojos.
–Ya
ves... Pensaba que quedaba más... –dice Ainhoa, arrastrando las
palabras; aún no se ha despertado del todo. Será que ayer no nos
pasamos el día entero hablando del día de reyes...
–¿Despertamos
a Miguel? Seguro que aún sigue dormido –digo. Así me podre vengar
por todos los años que me ha despertado el primero.
–Me
parece la mejor idea del mundo –dice ángel.
–Estoy
con vosotros –dice Ainhoa mientras sonríe. Sami se lanza encima de
mí pidiendo caricias.
–Sí,
Sami sí... Tú también tendrás un regalo de reyes, seguro –la
susurro sonriente mientras la acaricio detrás de la oreja.
–¿Vamos?
–nos apremia Ángel que ya está de pie y acercándose a la puerta
que une mi cuarto con el de mi hermano.
–Sí,
sí, impaciente –digo mientras dejo a Sami encima de mi cama y me
dirijo a la puerta. Ainhoa viene detrás de mí. Rezo para que Sami no
salga corriendo a despertar a mi hermano en cuanto abramos la puerta.
–Venga
Ángel abre –susurro a éste al oído. Abre la puerta suavemente.
No llega ni a chirriar, mejor.
–Vamos
–nos insta Ángel acercándose a la cama de mi hermano, que duerme
plácidamente. Ainhoa se coloca a los pies de la cama. Ángel en el
lado derecho y yo en el izquierdo.
–A
la de tres –susurro.
–Uno
–dice Ainhoa.
–Dos
–digo.
–¡Tres!
–dice Ángel. En cuanto dice tres, los tres saltamos encima de la
cama de mi hermano.
–¡Han
venido los reyes! –grito.
–¡Despierta
dormilón! –grita Ainhoa.
–¡Vamos
men! –grita Ángel.
–¡Jooo
dejadme! –gime mi hermano mientras se retuerce, intentando
deshacerse de nuestros pesos muertos sobre él. Ahora sabe lo que es
que le despierten el día de reyes. Me echo a reír con risa malvada,
como las malas de las películas de Disney. Todos se echan a reír,
incluso mi hermano.
–¡Malvados!
–nos dice levantando la voz mi hermano. Todos nos reímos a
carcajada limpia.
– Estáis todos despiertos por lo que veo –dice mi padre entrando en el
cuarto de mi hermano. Todos callamos de repente. Le miramos los
cuatro a la vez mientras Sami y mi madre entran en la habitación. Mi
padre sonríe y nos volvemos a echar a reir por donde lo habíamos
dejado.
–¿Qué
está pasando aquí? –pregunta mi madre mientras sonríe levemente
negando con la cabeza.
–El
despertar de Miguel –contesto.
–Creo
que esta escena la he vivido alguna otra vez –dice mi madre riéndose.
–Sí,
pero este año es al revés –dice Ángel. Todos volvemos a reír.
–Es
Miguel probando
su propia medicina multiplicada por tres –dice
Ainhoa. Sonrío mirándola.
–Bueno,
¿Abrimos ya los regalos? –digo y al segundo suena el timbre.
–Ese
debe él –dice mi padre mientras se dirige a la puerta bajando las
escaleras.
–¿Quién?
–pregunta mi hermano a mi padre, pero él está demasiado lejos.
–El
chico jovencito que vino en Navidad –nos dice mi madre a todos. La
miro incrédula. ¿Enserio va a venir el chaval? No me lo creo..
no... ¿Él? Con lo borde, arrogante y lo mucho que le odio.. puff
otro día soportándole.. Como no he tenido suficiente todas las
navidades...
–¿Está
aquí de verdad? –pregunto. Sé que la respuesta es sí, pero aun
tengo esperanza de que me digan que no.
–Sí,
iba a pasar el día de Reyes solo y papá pensó que lo mejor era que
se viniera –dice mi madre. Intenta que lo entienda. Sé que los
demás lo hacen. Pero es que yo no soporto al chaval. No sé por qué
pero no le puedo ni ver.. Bueno, sí que lo sé. Por cómo es, por su
comportamiento, por lo que sus ojos hacen en mí.
Oigo murmullos
en la entrada de casa. Seguro que es mi padre hablando con el chico.
Después empiezo a escuchar pasos sobre la escalera. Noto como los
zapatos chocan con la madera. Distingo la voz de mi padre y la del
chaval. La de éste último la verdad es que es dulce con un matiz
algo... no sé como describirlo. Como si fuera poderoso y persuasivo.
Pero bueno, qué más me da. Por mucha voz dulce que tenga, no voy a
cambiar de parecer. Resoplo.
–Feliz
día de Reyes –nos dice el chaval según entra por la puerta. Todos
le sonríen excepto yo.
–Igualmente
–contesta mi madre por todos.
Minutos más
tarde, mi hermano sale de la cama y todos bajamos al salón. Hay un árbol decorado con bolas de cristal, espumillón y luces de colores
encendidas. Debajo del árbol hay un montón de regalos. Salgo
corriendo para verlo más de cerca. ¡Estoy emocionada!. Tal vez este
día de Reyes no vaya a ser tan malo a pesar de estar aquí.
–Hay
un montón de regalos –digo emocionada mirando a mis padres.
–Abridlos
chicos –nos dice mi madre mientras con sus manos y sus brazos nos
insta a acercarnos al árbol. Yo me acerco sin decir más y me quedo
mirando todos los regalos.
–Toma
Ángel esto es para ti – digo mientras le entrego una caja grande y
pesada.
–¿Qué
es? –se precipita a preguntar el chaval.
–Si
lo supiera no estaría envuelto –digo con voz socarrona. Esta vez
soy yo la que sobresale. Tío, ¡de verdad! No me puedo creer que sea
tan imbécil de preguntar algo así...
–Ana
no seas borde –me recrimina mi padre. Le miro desafiante.
–Sigue
repartiendo anda, Ana –pide mi hermano para evitar la
confrontación.
Sigo entregando
regalos a todos. Ángel tiene dos. Ainhoa otros dos, mi hermano
cuatro, mis padres uno cada uno y otro conjunto, Luca tiene dos.. un
momento.. ¿Luca? ¿Quién coño es Luca? Miro a todos lados
enarcando una ceja. Mi madre señala con su mirada al chaval. ¡Aahh!
Le tiro el regalo que coge con una sola mano. Osea que él también
tiene regalos en casa.. bien.. Me río de mí misma, no sé en qué
momento he olvidado el nombre del chico. Tal vez porque no le llamo
por su nombre. O porque no me interesa saber cómo se llama. Sami
también tiene un regalo y yo tres. Todavía no he abierto ninguno.
Miro las cajas. Una grande, otra más pequeña y un sobre. Empiezo
por la caja grande, no es más que ropa, seguramente la típica que
me elegiría mi madre. Hace unos días me quejé de que no tenía
ropa. Sonrío a todo el mundo para que piensen que me ha gustado.
Abro el siguiente regalo. ¡La caja está llena de libros! ¡Libros
de mi lista de libros que me quiero leer!
–¡Gracias!
–digo casi con un gritito. Me encanta leer. Solo me queda un
regalo. El sobre. Lo miro por delante y por detrás. Lo único que
hay escrito es: Esperamos
que te guste. Los Reyes Magos.
Lo abro y dentro hay una hoja escrita. Abro los ojos de par en par.
No me esperaba una.. especie de carta, la verdad.
–Léela
en voz alta –me pide mi madre mientras sonríe. Hago caso y la leo
en voz alta.
–Querida
Ana. Te deseamos un feliz día de Reyes, por eso, a pesar de que no
se pueda celebrar el mismo día con tu familia en Madrid, aquí te
dejamos un vale por un viaje para toda la familia y amigos para volar
esta tarde (día 6 de enero) a Madrid para celebrar el día de Reyes
el día 7.
Esperamos que te
guste nuestro regalo de última hora. Los Reyes Magos (Melchor,
Gaspar, Baltasar) –digo. Me quedo sin habla. ¿Cómo? ¿Nos vamos a
Madrid a celebrar el día de Reyes? ¡No me lo puedo creer! Me
encantan los días de Reyes. Siempre son los mejores de todo el año...
–No
me lo puedo creer –susurro mientras releo la carta. Mis ojos se
empañan de lágrimas. Estoy emocionada. Me empieza a costar respirar
y mi corazón va a mil por hora.
–¿Te
gusta el regalo? –pregunta mi padre sonriente. Me acerco a él con
lágrimas en los ojos y sollozo mientras le abrazo.
–Gracias
–susurro.
–Dales
las gracias a los Reyes Magos –me contesta él. Le abrazo fuerte.
Después voy hacia mi madre y también la abrazo y la beso. Por
último me acerco a mi hermano y le abrazo fuertemente mientras él
me besa en la frente.
–Pero..
es muy caro –digo con voz apenada. Un solo viaje son unos mil
quinientos euros..
–No
te preocupes por nada Ana. Nos ha salido casi todo gratis. La
compañía que contrató a papá lo paga –dice mi madre. Asiento.
–Ya
bueno pero.... –digo sin saber qué más decir. Nos estamos
gastando mucho dinero por un capricho mío..
–Disfruta
de tu regalo y no pienses en dinero ¿vale? –me pide mi padre.
–Hemos
echo todo lo que hemos podido para que estés feliz el día de Reyes,
así que no estés triste o estropearás el regalo, aprovéchalo –me
anima mi hermano.
Tras media hora,
me siento mucho más tranquila. Todos han terminado de abrir los
regalos. Todos tienen lo que querían y yo también, por descontado.
–¿Cuándo
nos vamos? –pregunto emocionada.
–Dentro
de unas horas. Prepara tu maleta anda –dice mi madre mientras me sonríe Tengo ganas de llegar a Madrid y comerme un roscón yo
solita. Corro escaleras arriba y preparo mi maleta.
–¿Cuándo
volveremos? –pregunto después de hacer mi maleta, mientras salimos
de casa todos. Sami también viene.
–El
día diez por la mañana. No podemos estar en Madrid mucho. Solo
tenemos el tiempo suficiente de celebrar Reyes y volver –me dice mi
padre. Es muy poco tiempo pero.. No me quejo, es mejor que nada. El
chaval se sube con nosotros en el coche que conduce Ángel. Será que
le vamos a dejar en su casa. Pero no es así Nos acompaña al
aeropuerto y saca una maleta del coche que ha estado conduciendo mi
padre.
–Ah..
¿Que viene? –pregunto enfadada por lo bajo. Sé que todos me han
oído y saben que me refiero al chaval.
–Sí,
él viene. No le íbamos a dejar aquí solo. Así conoce España
–dice mi padre sonriente. A mí, la felicidad que me había
embriagado al leer la nota, se me va por instantes. No digo nada más.
Me resigno y entramos en el aeropuerto. Pienso pasar de él todo el
viaje. Pero parece que todo el mundo se pone en mi contra en el avión
y mientras meto mi maleta en el cajón encima de uno de los asientos,
el chaval se pone a mi lado y coloca su maleta. Preferiría que
estuviera más lejos de mí. Una azafata, enfadada porque molestamos
y no dejamos pasar al resto de pasajeros y colocar sus maletas, nos
hace sentarnos uno al lado del otro en el avión. ¡¡Oh genial!.
Refunfuño y pongo los ojos en blanco.
-¿Enserio?-
digo a nadie en especial. El chaval me mira fijamente y sonríe. Lo
único que quiere es joderme.. pues ya lo ha echo. Mis padres pasan
por nuestro lado y nos sonríen. Sé que les gusta pensar que nos
llevamos bien. Pero es que yo no quiero llevarme bien con él. Por
muchas razones, pero dos de ellas son lo arrogante que es conmigo
siempre, que parece que él también me odia y que está en el equipo
de mi padre.
–¿Algún
problema bambina?
–pregunta el chaval. Le miro odiosa.
–Ninguno,
ninguno –digo con voz irónica. Él me sonríe socarronamente.
Tengo ganas de pegarle tal torta que le quite esa sonrisa de la cara.
¡Es odioso! Cierro los ojos, los abro y miro por la ventanilla. Es
mejor eso que estar mirándole a él. Y menos a sus ojos que me
hipnotizan. Y creo que él ya se ha dado cuenta de lo que sus ojos
hacen en mí, pues creo que a veces me mira fijamente solo para ver
mi reacción.
Se me hace muy
largo el viaje. Sobre todo con las escalas. En el segundo avión que
cogemos Luca y yo vamos separados ¡Menos mal! (a pesar de que mis
padres quieren que vayamos juntos) y en el tercer avión que cogemos
volvemos a sentarnos uno al lado del otro, pues todos se ponen de
acuerdo para que nos sentemos juntos. No sé que esperan que pase, o
si se creen que somos muy amigos. Pero a mí, me da igual. Puedo
ignorarle todo el trayecto en avión sin ningún problema. O eso
creo.. aunque bueno.. es imposible no querer girarme un poco para
mirar sus ojos.. que me encandilan.. de verdad.. nunca había visto
unos ojos tan bonitos. Si les pudiera hacer una foto... así no
tendría que mirar al chaval cada vez que quisiera mirar sus
preciosos ojos color nieve manchada.
Una
de las azafatas, nos pasa al chaval y a mí unas revistas. En cuanto
le da la revista al chaval mi mano se lanza para quitársela, con tan
mala fortuna que nuestros dedos se rozan sin querer. Una
descarga recorre todo mi cuerpo, le miro fijamente, con unos nuevos
ojos. Le miro curiosa. Él parece haber sentido lo mismo, pues
también me mira de forma diferente. Sus ojos me cautivan y ya no
puedo desviar mi mirada a ninguna parte, por más que lo intente. No
sé por qué han saltado chispas entre nosotros si somos
completamente opuestos, dos polos positivos que no tienen ninguna
opción de terminar unidos por magnetismo.
Tardamos
demasiadas horas en volver a Madrid por las escalas que hemos hecho
en Atlanta y Frankfurt.. Cuando aterrizamos en Madrid es por la tarde
del día siete. Dormimos todos (menos Ainhoa y Ángel, pues estos se
van nada más llegar a Madrid con sus padres) en nuestra casa de
Madrid. Mañana será un día genial, seguro.
Me despierta el
olor a casa. Abro los ojos lentamente y veo mi habitación. Me siento
tan bien aquí. No soy capaz de describir con palabras lo a gusto que
se está en casa. Me levanto y miro mi habitación. La echaba de
menos.
–Ciao.
Hola –dice
el chaval de repente. Está apoyado en la puerta de mi cuarto. Pego
un bote y me giro. ¿Estaba espiándome mientras dormía? Suena sexy
y a la vez estravagantemente mal. Como si fuera su víctima y él mi
cazador.
–¿Qué
quieres? –pregunto volviendo en mí.
–Niente.
Nada.
Los demás están dormidos. He visto la luz de tu cuarto y he venido
a ver qué tal estás –me contesta. Enarco una ceja en
contestación.
–Sí,
ya, seguro. Puedes marcharte por donde has venido –contesto.
–¿Qué
es lo que te pasa conmigo? –me pregunta el chaval. ¿Enserio me
está preguntando eso?
–Lo
mismo que te pasa a ti conmigo. Simplemente no te soporto –contesto
con voz sincera. Me he callado lo suficientemente deprisa para no
seguir la frase diciendo lo arrogante, chulo, prepotente y demás
cosas que pienso que es. El chaval enarca una ceja y abre la boca
para contestar, pero aparece mi hermano y el chaval no tiene más
remedio que cerrar su preciosa boca y callarse.
Echo tanto a mi
hermano como al chaval de mi cuarto y me cambio de ropa. Abro mi
armario buscando los vestidos que he dejado aquí. Cojo uno negro que
me llega casi a rozar las rodillas. Ángel siempre me ha dicho que
parece el típico vestido de romana, pero en negro. No se parece en
nada, pero es verdad que cuando lo llevo puesto me doy un aire. Me
pinto la raya de los ojos y me voy al baño. Allí me aseo. Me peino
y me trenzo el pelo.
Me acerco a la
cocina, que está al final de la casa, pasados los dos baños, el
salón, la habitación de mi hermano y la de mis padres. Están allí
todos. Vestidos. Soy la última, como siempre.
–¿Ya
estás? –pregunta mi madre.
–Sí,
claro –contesto.
–Pues
vamos. Que desayunamos hoy con los tíos, los primos y los abuelos
–dice mi madre. Asiento. Cojo la correa de Sami y la engancho.
Salimos de casa y vamos andando hasta la casa de mis abuelos, que
está a un cuarto de hora de nuestra casa. En cuanto Sami se da
cuenta de a dónde vamos, comienza a tirar en dirección a casa de
mis abuelos. La suelto y corre al portal. Allí se queda sentada,
moviendo el rabo. Cuando ve que no llegamos se gira hacia nosotros,
nos ladra y da con la pata en el cristal de la puerta mientras
lloriquea. Mi hermano y yo reímos.
Llamamos al
telefonillo. Es mi tía Pili quien nos abre. No vamos directamente a
casa de mis abuelos, primero hacemos el mismo ritual: llevar a Sami
al patio para que corra. Mi abuela y mi tía se lo saben, y siempre
salen a vernos. Hoy no es una excepción. Las llamo a grito pelado y
en seguida veo la cabeza de mi abuela y mi tía Pili. Nos saludan a
todos con énfasis. ¡Tengo ganas de subir y besarlas de una vez!
No estamos mucho
en el patio, pues no aguanto mucho más. Subo las escaleras
corriendo, seguida de Sami. Llamo al timbre y enseguida la puerta de
abre y puedo ver a mi tía Pili, a mi abuela, mi abuelo, a mi prima
Lola, mi primo Pola, a mi tío Juanito, a mi tía Maluli y a mi
tercera abuela Lili.
–¡Hola
tía! –saludo lanzándome a los brazos de mi tía Pili. Es morena,
más alta que yo, pelo corto, ojos marrones y tez pálida. Siempre
lleva muy cuidadas las uñas y los labios pintados. Es mi madrina y
una tía muy guay.
–Hola
Churrita –me saluda ella. La sonrío con mi mejor sonrisa.
–Tenía
ganas de verte –digo.
–Ya
estás aquí –me contesta mientras me sonrío.
Me
alejo de ella para acercarme a mis abuelos. Ambos son más bajos que
yo, ojos verdes (que tan solo mi tío ha heredado), tez pálida. Mi
abuelo con bigote y pelo negro, mi abuela con su moño rubio. Les
saludo a ambos efusivamente y me voy a buscar a más gente a quien
saludar. Me encuentro con Lili, más alta que mis abuelos, ojos
marrones, tez morena, pelo canoso y corto. Me sonríe al verme.
Después saludo a Lola, mi prima, junto a su novio Pola. Ambos son
altos y delgados, pegan un montón. Mi prima con el pelo largo, muy
largo y castaño, liso; con ojos marrones, tez morena. Mi primo de
ojos marrones, rasgos suaves y pelo corto. Mis tíos Juanito y
Maluli, están al lado de mis primos. Ambos son altos, ojos verdes.
Mi tío con pelo negro y camisa, tez pálida; mientras mi tía tiene
el pelo ondulado color castaño y es algo más morena. Aún faltan
por llegar mis primas Isa, Celia y Guadalupe (de trece, doce y once
años), mis tías Isa y Marta (Isa rubia, Marta morena, con tez más
morena que Isa); y sus maridos: Jose y Bruno (Jose tez pálida, pelo
castaño y Bruno, alto, tez pálida y pelo canoso). También falta mi
otra tía, Marta “La Chica”, y mi tío Carlos
(Marta
de tez morena, mientras que Carlos es de tez pálida. Ambos de pelo
castaño).
Miro
a mi abuelo. Con noventa años y ahí está. Increíble Sigue
trabajando aún, es lo que le llena (aparte de su
familia). Viste siempre con camisa, chaqueta y pantalones de traje. A
veces le veo con corbata. Está sentado en el sofá, en la esquina.
Desde siempre ese ha sido su sitio. De pequeña solía sentarme a su
lado para ver con él la televisión. Le sonrío mientras me fijo en
todo él, empezando por su cabello, que es negro y corto. Arrugas en
la frente. Cejas negras, ojos de un color devastador Esmeralda,
verde, color hierba, color de las ojas de los tallos de las rosas;
esos colores no pueden describir exactamente el color de los ojos de
mi abuelo, simplemente son.. no hay palabras. Preciosos, perfectos,
bonitos, encantadores... Ninguna palabra es capaz de describir sus
ojos. Me puedo sumergir en ellos y ver toda su vida pasando por
ellos: desde que nació, pasando por cuando dejó su pueblo y vino a
Madrid, cuando conoció a mi abuela, se casó, tuvo a mi madre y a
mis tíos, hasta que llegamos nosotros, los nietos. Puedo ver la
felicidad pura reflejada en sus ojos al vernos a todos juntos. Sus
ojos son un mapa abierto a su mundo, su vida.
Bigote
negro. Lleva puestas sus gafas sobre el puente de su nariz, que no es
ni grande, ni pequeña, simplemente es como es. Orejas no muy pegadas
al rostro o al cuerpo cabelludo. Bajo mi mirada por su torso hasta
llegar a su manos, donde reposan en sus dedos varios anillos. Manos
fuertes, a pesar de que con la edad, su piel está algo arrugada. Se
pueden apreciar las venas llenas de sangre fluyendo por las manos y
desapareciendo en la base de la muñeca. Sigo bajando hasta sus dedos
de los pies, que los cubre bajo unos zapatos de vestir negros. Cierro
los ojos y recuerdo las cosas que he echo con él. Me acuerdo de
cuando me regaló una cajita de madera con dos o tres cristalcitos
minúsculos sobre el cierre. Tiene forma de cofrecito. Me la llevaba
a todas partes. Recuerdo cuando me regaló el caballo de madera que
tanto adoraba de pequeña. Aún lo conservo. Me subía en mi
caballito de madera y me pasaba las tardes corriendo por el pasillo
de mi casa mientras mi madre se quejaba de que rallaba el parquét.
Cuando los abro mi abuelo está mirando fijamente a mi abuela, con
unos ojos... Que ojalá me miren a mí así alguna vez. Rebosan amor.
Mi abuela sonríe ante su mirada. Están igual de enamorados que
cuando se casaron a pesar que desde eso hace más de cincuenta años.
Miro
que tiene sobre su regazo un artículo. Posiblemente uno que él haya
escrito. Nació en La Roda, un pueblo de Albacete. Cuando era joven
se vino a Madrid, donde conoció a mi abuela. Dejó todo atrás, su
vida. Por eso, muchas veces escribe sobre ello en un periódico de La
Roda. Yo, me siento muy orgullosa de que lea y escriba tanto. También
le gusta leer libros de teología (es ateo pero le gusta saber acerca
de la religión) y apuntar sus pensamientos en un cuaderno, al igual
que hago yo. En ese aspecto, mi abuelo y yo somos muy parecidos. Él
escribe más literariamente que yo, sus giros de lenguaje son mucho
mejores y más enriquecedores que los míos, que son casi nulos, por
no decir que son simplemente nulos.
Admiro
todo en él. Sobre todo su manera de escribir.
Esperamos
que lleguen todos y una vez estamos juntos, nos acercamos al árbol de
navidad blanco que pone todos los años mi tía, ¡Mola un montón! A
los pies del árbol están nuestros regalos, con un cartel con la
letra de mi tía Pili. Paso a cada uno su regalo y los abrimos. No me
fijo en los regalos de los demás, solo en el mío, que es un
casco de moto. ¡Guau! Con eso me dan a entender que habrá más días
que tenga que ir en la moto de Luca... O... Que me van a comprar una
moto. Pero no lo veo factible. Miro sorprendida a todo el mundo.
Ellos parecen complacidos ante mi mirada de sorpresa. Creo que se
creen que me hace ilusión, pero lo único que ha hecho el regalo ha
sido darme naúseas.
Después
desayunamos chocolate con roscón de reyes. Me encanta el roscón. Me
como cinco o seis trozos grandes sin apenas darme cuenta, hasta que
mi madre me hace parar de comer porque me he comido yo sola casi dos
tercios del roscón.
–¡Es
que está tan bueno! –digo. Con eso de vivir lejos de Madrid, no he
probado el roscón en todas las navidades.
–Deja
sitio para la comida anda –me insta mi madre. Hago un mohín y cojo
el último trozo de roscón.
–Chicos
sentaos que ahora toca comida de Noche Buena –dice mi abuela. La
miro con mi rostro lleno de sorpresa.
–¿Comida
de Noche Buena? –pregunto.
–Sí.
Este año tocaba comida de Noche Buena en casa. Así que repetimos la
cena con vosotros – dice mi tía Pili. Miro a sombrada a todos.
¡Que guay!
–¿Tenemos
que ayudar en algo? –pregunto con una sonrisa de oreja a oreja. Me
gusta cuando todos preparamos las cosas. Es desesperante, un caos y a
la vez es tan... Navidad y familiar.
–Sí,
venga vente Churri –dice mi tía. La acompaño a la cocina. No me
había dado cuenta pero está llena de marisco, como siempre que
celebramos Noche Buena o fin de año. No me gusta el marisco, solo
las gambas blancas, pero... hoy... se me cae la baba al ver al
marisco. Porque eso significa que vuelve a ser Noche Buena en casa de
mis abuelos.
–Hay
pollo en pepitoria ¿no? –pregunto. Todos los años cenamos lo
mismo. Es tradición. A mi abuelo le gusta mucho el pollo cocinado de
esa manera.
–Sí
claro. Y marisco, ya sabes –me dice mi tía Pili. Me pongo a
recordar años anteriores... el año que compramos gulas... con lo
caras que son, y no sabíamos como cocinarlas... lo tuvimos que mirar
por internet unas horas antes de ponernos a cenar. Me lo pasé genial
ese año. Toda la familia opinando sobre las recetas que
encontrábamos y diciendo que no lo veían, pero nadie daba una
solución.
–Hemos
comprado gambas blancas por ti –me dice mi abuelo. Le miro y
sonrío.
–¡Gracias
abuelo! –contesto.
–¿Te
acuerdas mamá de cuando pidió para merendar gambas? –pregunta mi
tía Pili a mi abuela. Las miro a ambas contenta. Me sé la historia
de memoria, pero me gusta que lo cuenten.
–Cuenta
cuenta –pido.
–¡Pero
si ya lo sabes! –me dice mi tía Pili.
–Sí,
pero... mmmm eehh... Luca no lo sabe –digo sin mirarle. ¡Ups! He
metido de lleno a Luca y no me arrepiento. Algo bueno tendrá que
hacer estando aquí ¿no? Pues le utilizo para que me cuenten la
historia que tanto me gusta.
–Está
bien. Tú eras pequeñita, posiblemente unos.. cuatro años. Y
pasaste aquí la tarde –cuenta mi tía.
–Te
preguntamos que querías merendar a media tarde y nos dijiste que
gambas –sigue contando mi abuela.
–Así
que salimos a comprar gamas para la niña –termina por contar mi
tía Pili mientras sonríe.
–¡Anda
que merendar gambas! –dice mi prima. A ella no le gusta nada el
marisco, nada que tenga ojitos que miran cuando te los vas a comer.
Ponemos la mesa
entre todos. De primero hay embutido cortado por mi abuelo (trozos
grandes y gordos como a él le gustan. Los demás casi que tenemos
que cortarlo en mitades y mitades de mitades para poder comérnoslo.
Aunque yo, sinceramente, me lo como tal y como está), hay gambas
blancas, nécoras, gambones, y más y más marisco. Hay ajioli echo
por mi abuelo y mahonesa. Mi tía ha hecho canapés de queso con
hilos de huevo y de queso con aceitunas. ¡Están buenísimo! También
hay patés, muy buenos todos.
No me acuerdo
del chaval hasta que nos sentamos todos en la mesa y mi sitio está
entre Luca y mi hermano. ¿Le gustará la comida que hay? ¿O en su
casa solo comerá pizza? Pero... ¿Qué? ¿Por qué narices tengo que
pensar en él? ¿Y por qué va a comer todos los días pizza? No seas
tonta Ana, pasa de él, me digo.
Como hasta
reventar; veintiuna gambas, un montón de lomo, queso con membrillo y
nueces, pan con paté, canapés a mogollón... y por último el pollo
en pepitoria. Me derrito de recordar lo que acabo de comer. Estaba
buenísimo.
De postre hay
polvorones y turrón. Está todo muy bien colocado por mi tía. Me
acerco a los platos de polvorones y turrón, les quito el papel
transparente y los acerco a la mesa. En estos platos, siempre, todos
los años, hay turrón de color rosa más que de los demás. Sabe a
jarabe de fresa, está bueno. Pero mi favorito es el turrón duro.
Hacemos
una gran sobremesa, hablando de todo. Mi hermano pregunta a mis tíos,
que dan clases en institutos, sobre cómo es eso de dar clases, pues
se está pensando si estudiar matemáticas y dar clases. Mi tía Pili
y mi prima, hablan de aplicaciones para móviles... cada uno va a su
rollo. Yo solo intento estar en todas las conversaciones. Echaba de
menos esto. En algún momento de la tarde, el chaval se me queda
mirando, como esperando que le cuente qué hago o algo así. ¡Será
idiota!
–¿Qué
miras? –pregunto de forma borde.
–A
te –contesta.
Para los que no sabem italiano, significa “a ti” ya que no tiene
la menor intención de decirlo en español. ¡Mierda!
No esperaba que contestara. No sé qué decirle, me acaba de pillar.
–¿Te
importaría no mirar? –le pido con voz enfadada.
–Puedo
mirar donde yo quiera, nadie ni nada me lo puede prohibir –me dice
el chaval. Creo que solo lo dice por molestarme. Creo que le gusta
molestarme. ¡Será... mmmm! ¡¡No tengo palabras!!
–Lo
que tú digas –digo con voz ofendida antes de girarme 180º para
darle la espalda y mirar a mi hermano, que termina cambiándome el
sitio para que hable con mi tía Pili y mis primas pequeñas,
mientras él habla con el chaval y mi primo.
Sigue pasando la
tarde y como me temía, mi prima y mi tía Pili, me separan del resto
de la mesa para hablar conmigo.
–¿Y
este chico Ana? –me pregunta Lola.
–Ya
ves. Compañero de mi padre. ¿¿Te lo puedes creer?? – digo
consternada.
–Es
guapo –afirma mi tía Pili. Pongo los ojos en blanco.
–Ña
–contesto por decir algo.
–¿Tienes
algo con él? –pregunta Lola.
–¿Debería?
–pregunto a modo de respuesta.
–No
he hablado mucho con él, pero es muy educado, guapo, y majo –afirma
Lola.
–No
me cae bien –digo.
–¿Qué?
¿Por qué? –pregunta Lola.
–No
sé, es solo que no le trago –contesto poniéndome ya nerviosa por
la conversación. Cualquiera lo notaría, pues no paro de mover las
manos y gesticular mucho al hablar.
–No
te entiendo Ana. Tus anteriores novios eran bastante peores que Luca
–me recuerda mi tía.
–Bueno
–es lo único que digo.
–Creo
que te gusta pero que no quieres admitirlo –dice mi prima
entrecerrando los ojos, como si haciendo eso, pudiera leer mi mente a
través de mis ojos. Intento mantenerme impasible, sin que se pueda
leer a través de mi rostro ningún sentimiento. Como si tuviera una
máscara puesta.
–Sí,
te gustará –termina determinando mi prima. Pongo los ojos en
blanco por segunda vez desde que empezamos la conversación.
–¡Anda
ya! Ni que fueras pitonisa –digo negando con la cabeza. No quiero
hablar más del chaval.
–Verás
–es todo lo que me dice mi prima. Asiento y las insto a volver a la
mesa, con todos. Nadie se ha dado cuenta de que nos hemos ido, mejor.
Prefiero que quede entre nosotras la conversación.
¿Por qué me
tiene que gustar? ¡¡Si seguramente no tendremos ni la misma edad!!
¡¡Puuff!!
En la mesa, se
sigue hablando de anécdotas de cuándo éramos todos más jóvenes
se habla de política, de dinero... Echo un vistazo al salón de mis
abuelos. Hay una réplica de La Rendición de Breda, a escala real
casi. Es lo que más resalta en la casa. Lámparas de araña y un
sofá gigante en forma de L, en el cual entran nueve o diez personas
ampliamente. El suelo es moqueta, algo que a Sami de pequeña le
ponía muy nerviosa.
–Ana,
trae el comedero de Sami, que la echo lo que ha sobrado de pollo
–dice mi madre. Asiento y voy a por el comedero de Sami. En esta
casa, Sami tiene su propio comedero que le compró mi tía, junto con
algunas chucherías y un hueso de morder. Sami me sigue de cerca
cuando ve que me alejo de la mesa sola. Cojo su comedero que está en
el baño guardado, y ya empieza a saltar sobre mí para ver qué hay
dentro del comedero.
–¡Sami!
¡Pero si no hay nada! ¡Lo acabo de coger! –digo sorprendida
mientras camino por el pasillo para llegar al salón.
–Toma
mamá –digo a mi madre. Ésta le pone en el comedero el pollo
troceado, sin huesos, pues los de pollo se astillan y no se los
pueden comer los perros.
–Sami,
¿Quieres pollo? –pregunta mi madre. Esto sirve para que Sami se
ponga más nerviosa y mueva su rabito, mientras está sentada al lado
de mi madre. Mi madre acerca el comedero al suelo y enseguida Sami va
a por él y se come en pollo en un segundo.
Después de eso,
alguien, no sé quien, pone un vídeo en el que salimos todos los que
estamos en esta casa hoy, jugando a los bolos cuando cumplí los
dieciocho, es decir, hace un año. Nos reímos más que nunca. La
mayoría hacía mucho que no jugaba a los bolos y no tiraban ni uno.
Yo era de esa mayoría. Una minoría aún seguía yendo a jugar a los
bolos. Esa minoría eran mi hermano y mi tío Jose. Fue graciosísimo
revivir toda la tarde. Estuvimos alrededor de veinte personas
esperando a que se quedaran varias pistas vacías juntas. Montamos
un jorgorio memorable. Todos hablando con todos. Una vez que tuvimos
tres pistas juntas, dimos nuestros nombres, cogimos los zapatos y
fuimos a las pistas. El tema era que quien ganara se llevaba una copa
(la típica que se le da al ganador de alguna competición). Hasta
mis abuelos jugaron. Es divertido ver todo otra vez desde el punto de
vista de mi tío Juanito, que fue quien grabó las dos horas, sin
parar que jugamos.
Poco más tarde,
muy a mi pesar, abandonamos la casa de mis abuelos, dejando a mis
primos, a mis tíos y a mis abuelos allí... alejándome de ellos
otra vez... A saber cuándo les vuelvo a ver...
* * *
Por fin
conseguimos aparcar. Soy la primera en bajar. Ya hemos llegado a casa
de mis abuelos Pepe y Viví.
–Tengo
ganas de verles a todos –digo con una media sonrisa.
–Yo
también. Hace mucho que no les veo –dice mi tía Pili mientras me
coge de la cintura. Ella siempre se apunta en Reyes a ir a ver a mis
abuelos (los que no son sus padres, claro). Mi tía, es mi única tía
real. La quiero mucho.
–¡Venga
chicos! –dice mi hermano, que con la tontería, ya ha salido del
coche y a cruzado la acera.
–Ya
vamos, ya –dice mi madre que esta detrás de mi tía y de mí.
Andamos diez
metros y llegamos al patio del edificio de mis abuelos. Sami está
nerviosa, como siempre que visitamos a algún familiar. El patio está
lleno de plantas y árboles. Siempre me ha gustado. Hay una palmera
que trajo mi abuela de la playa y que plantó allí, pues a todos los
vecinos les pareció bien. Mi abuelo se encarga de regarla casi todos
los días. Llamamos al portero automático y subimos cuatro pisos a
pie (aunque hay ascensor). Mis abuelos viven en el último piso;
después solo queda la azotea por encima de su piso. Cuando vamos por
el tercer piso oigo como abren una puerta. La de casa de mis abuelos.
Sé que es esa por el chirrido de las bisagras de ésta. Suelto a
Sami, que sé que correrá y se lanzará sobre quien haya abierto la
puerta para saludarlo. Después seguro que busca a fran (porque fue
quién la cuidó cuando nos fuimos e hizo todo el papeleo para que
Sami pudiera venirse con nosotros a Alaska). Y efectivamente así
hace. En la puerta está Quique. Es alto, de tez pálida, ojos
marrones. Gafas redondas, unos treinta y cinco o cuarenta años, a
pesar de que aparenta tener muchos menos. Pelo corto y marrón
oscuro, casi negro. Es el más joven de todos mis tíos; también mi
padrino y el mejor tío del mundo. Con él y con otro de mis tíos,
Míguel, solemos ir al cine mi hermano y yo. Abrazo a Quique
efusivamente.
–¿Qué
tal Anuska? ¡Cuanto tiempo! – me dice Quique.
–Ya
ves... –digo sin saber que más decir. Le vuelvo a abrazar.
–Te
he traido una cosa de Sevilla que llevabas pidiéndome durante mucho
tiempo –me dice mi tío. No caigo en qué puede ser, seguro que es
por la emoción de verle. Me separo de él muy a mi pesar y busco a
mis tíos, tías, primos y abuelos. Saludo a mi tío Míguel, es el
segundo más joven. Alto, pálido, ojos marrones. De constitución
delgada. Gafas cuadradas. Le encantan los ordenadores y es un crack
arreglándolos.
–¿Qué
tal Anuska? –me pregunta mi tío Míguel abrazándome. Sonrío y yo también le estrecho hacia mí. No me importa contestar mil veces a la
misma pregunta.
–Bien,
por ahí – digo sin más. No me apetece hablar de mí. Quiero saber
cosas de él, de Madrid –¿Y tú? ¿Qué tal es todo por Madrid?
–pregunto.
–Bueno
no está mal. Tengo ganas de volver a nuestras andadas de plan Ginos-cine-cena que hacíamos antes de que os mudarais –dice mi
tío Míguel. Asiento y sonrío. Me encantan esos planes. Comíamos
en el Ginos hasta reventar: un plato o dos cada uno y dos o tres
postres (también cada uno). Después con la barriga bien hinchada,
íbamos a sacar las entradas de cine, tomábamos algo en un par de
terrazas, nunca nada contundente. Después íbamos a alguna de
nuestras casas a hacer palomitas e íbamos al cine. Después, la cena
en mi casa. Otras veces, también desayunábamos. Esos días si que
eran de reventar... Desayunábamos el típico desayuno Americano: dos
tortitas, dos huevos, patatas, bacon y un refresco. A las dos horas,
ya estábamos en el Ginos preparados para comer uno o dos platos.
Sigo andando
después de saludar a Míguel y me topo con Fran. Sami corretea a sus
pies. Fran también es mi tío. Es alto, ni delgado ni regordete.
Pelo castaño oscuro, canoso. Con gafas. Es muy buena persona. Me
enrollo a hablar con él y al final es él quien frena nuestra
conversación para que pueda saludar a los demás.
Después veo a
mi tío Juanca; alto, con una buena mata de pelo de color grisáceo y
con algún que otro pelo negro. Es el que más pelo tiene de todos
mis tíos y mi padre. Camisa a cuadros y pantalón de pana, igual que
todos mis tíos y mi padre. Lleva un puro en la boca, ¡Cómo no! Le
saludo, está hablando con su hija, mi prima Alicia. Ella es más
baja que yo, pelo largo, castaño oscuro, liso y con flequillo. Gafas
de ver rectangulares color fuxia, pues tiene miopía, igual que todos
mis tíos, salvo mi padre. Mi prima siempre está contenta y la
encanta la serie de House y su protagonista. ¡Ah! ¡Y también
Titanic! Cuando éramos más pequeñas, solíamos ver Titanic con mi
abuela las dos, pero no nos dejaba ver el final nunca. Me río
recordando eso.
Sigo mi camino
para saludar a los demás y me encuentro Marga, mi tía y esposa de
Rober. Es de complexión delgada, pelo rizado castaño, gafas y en
invierno siempre la veo con una super bufanda de color rojo y
orejeras. Sabe alemán, igual que yo; y cuando era más pequeñita,
alguna vez intentamos entablar una conversación en alemán. Mi tío,
pega con ella. Es alto y delgado. Pelo canoso, con gafas. Antes,
fumaba un montón. Sigo mi andadura hasta toparme con Jesús. Es muy
delgado, pelo canoso y ojos marrones, como todos mis tíos. No fuma,
uno de los pocos que no lo hace. Saludo a mi prima Ester también.
Tiene un año más que yo, es la hija de Jesús. Es más alta, pelo
castaño claro, ojos marrón verdoso... Sigo mi camino y me encuentro
en mi camino con Jorge, hijo también de Jesús. Es alto, con
perilla, ojos marrones y pelo castaño oscuro. Es delgaducho y le
encanta montar en bici. Su madre, Reyes, es de estura media, pelo
rizado, cortito y rubio. Y por último voy con mis abuelos, que están
sentados cada uno en el extremo opuesto de la mesa. Mi abuela, con
gafas, pelo recogido en un moño rubio, con una sonrisa siempre que
ve a algún nieto. Me abraza y me besa en la mejilla. Mi abuelo,
delgado, de pelo blanco y ojos juveniles, se levanta de su silla y
con su garrota se acerca a mí para saludarme, y saludar a Sami que
ha irrumpido en el comedor intentando que mis abuelos jueguen con
ella.
–Abrimos
los regalos ¿no? –pregunta mi tío Miguel.
–Sí,
claro –dice mi tía Marga.
–Pues
venga señores –dice Quique. Me río. Me encanta como habla mi tío.
Por cierto, no sé si os he dicho ya que es mi padrino...
Los
sobrinos/nietos somos los encargados de repartir los regalos. Antes
no era así. Cuando éramos pequeños, los Reyes Magos dejaban
nuestros regalos en el cuarto más alejado de la entrada de casa de
mis abuelos. Cuando estábamos todos, nos dejaban entrar y ver los
regalos. Hubo un año que quisimos entrar antes de tiempo y mi tío
Juanca dijo que entraba él antes. Cuando salió del cuarto, nos dijo
que un rey mago le había pegado con la garrota en la cabeza por no
saber esperar a que se fueran y nos dejó ver el “supuesto chichón”
que le había echo el rey mago. Me río recordando aquello. Sacamos
tres bolsas grandes llenas de regalos. Nos vamos al salón y
comenzamos a gritar los nombres que ponen en los paquetes. Damos a
cada uno su regalo. Oigo como mi prima Alicia dice el nombre de
Luca... no esperaba que aquí también tuviera regalo el creído
chaval este que es como un grano en el culo... Los adultos suelen
tener un regalo, pero los “niños” tenemos más, uno de nuestro
padrino y otro de la familia en general. Mi padrino es Quique, mi
madrina Pili (aunque eso ya lo sabéis . Este año tengo tres regalos.
Uno debe ser el que decía Quique. Todos comienzan a abrir sus
regalos así que yo no me quedo atrás. El primero es un e-book.
Sonrío y doy las gracias. Así podré leer todos los libros que
quiera. El segundo regalo es el de Quique, lo sé porque pone que es
de su parte. Está dentro de una bolsa. Abro la bolsa y dentro hay un
envoltorio, lo abro y dentro hay una especie de saquito, lo abro y me
encuentro con una caja con un lazo, la abro y por fin veo mi regalo.
Es una pulsera de Swarovski. Preciosa. Cuentas de cristal de un azul
zafiro y transparentes, separadas unas de otras con cuentas de tipo
rosquilla plateadas con cristales transparentes incrustados. Es de
princesa. Miro a mi tío y le sonrío.
–Me
encanta Quique –digo medio gritando para que me escuche entre todo
el barullo de familiares hablando. Abro mi tercer regalo. ¡Es una
bola de nieve de Sevilla!
–¡Quiquee!
¡Gracias por acordarte! –le grito a mi tío. Es el regalo que más
me ha echo ilusión de todos. Además del del viaje claro... Me
encanta que mi tío se haya acordado de comprarme una bola de nieve.
Tengo una bola de cada sitio al que he ido, y también tengo de
sitios donde ha ido mi familia. Tengo bolas de nieve que me han traído Ramon y Ana, los amigos de mis padres. De Suiza, Zamora,
Ávila, Barcelona... De los padres de Ana (que son como mis abuelos)
de Navacerrada, Madrid, Grecia y de La manga. Mis padres y mi hermano
me han comprado de Madrid, La Manga, Lugo, Triacastela, Toledo,
Chicago, Andorra, dos de París, dos de Papá Noel que me regaló mi
madre cuando era pequeña... Y también tengo una de mi amigo Álex
de París. Me encantan. Son mi tesoro.
Las tengo todas
en una vitrina, bueno más bien las tenía. Me las llevé a Alaska
pero.. No he visto el momento de colocarlas... Tal vez sea porque
cuando coloque las bolas de nieve, estaré diciendo que Alaska es mi
nueva casa, y eso nunca pasará. Yo no tengo nada que ver con Alaska.
Mi casa es Madrid.
Me pongo a
pensar en reyes pasados y recuerdo cuando mi abuelo recordó durante
seis meses que había visto con el en una tienda un caballo que
quería y el día de Reyes, encima de mis regalos encontré el
caballo. Al verlo fui corriendo a cogerlo. Casi lo había olvidado
por completo, pero mi abuelo lo recordó y me lo compró. Ahora el
caballo es mi amuleto de la suerte.
Después de
esto, comemos más roscón. Éste, siempre es mucho más grande, casi
un metro de largo, pues somos muchos a comer. Me tomo cuatro trozos
de roscón antes de llenarme. Y después cojo otro trozo más, solo
por pura gula. Después tomamos el chocolate caliente. Normalmente lo
hace mi abuela, pero hace un par de años que se encargan mis tíos y
bueno... Da qué decir... este año... no está tan malo... el año
pasado lo hizo Rober, y el chocolate se quemó... era... ¡Puaj! El
antepasado, se quedó gelatinoso y espeso, demasiado espeso...
–Este
chocolate se merece un cinco ¡Por fin! –dice uno de mis tíos.
–¡Sí!
Hemos superado la etapa de cargarnos los chocolates de reyes –dice
Rober. Me río.
–¿Quién
lo ha echo? –pregunto. Seguro que ha sido una de mis tías, si no
no hubiera salido así.
–¡Ahh!
eso no se dice –me dice Rober. Seguro que ha sido su mujer, Marga.
–Ha
sido Marga ¿verdad? –pregunto mirando a Rober.
–Es
posible –me contesta. Vamos que sí, que ha sido Marga.
Después de
merendar, empiezan las divagaciones de mi familia. Saber diferenciar
la angula de la anguila, de la gula... hacer pompas con un pompero y
meter humo de puro en ellas... (idea de mi tío Juanca, cómo no)...
cosas típicas que suelen pasar cuando nos juntamos todos aquí.. es
lo que tiene tener seis tíos... en esta casa, todo lo que se hace,
es por mis tíos.
–¿Dónde
está el chico? –pregunta mi madre. Elevo mis hombros para mostrar
indiferencia y también para mostrar que no sé dónde está –.
Papá le está buscando –explica mi madre después. Suspiro y
resoplo al mismo tiempo.
–Ya
le busco yo –digo. Sé que mi madre a acudido a mí para tal fin.
–Gracias
cariño –dice mi madre mientras roza mi mejilla con el dorso de su
mano.
–No
hay de qué –digo con voz abochornada. Me dedico a buscar al chaval
por todas partes, pero no le encuentro.
–¿Qué
buscas Anuska? Te veo como.. desesperada –me dice Fran. Le miro con
cara algo angustiada
–No
sé dónde está el chaval –digo con voz seca mientras mi cara se
transforma en asco.
–¡Ah!
Está en la azotea –dice Fran, obviando mi cara de asco.
Posiblemente se cree que la cara es porque no lo encuentro, no porque
no me caiga nada bien.
–¿Qué?
¿Por qué está ahí y no aquí con todos? –pregunto atónita. Es
el único lugar donde creo que jamás le hubiera buscado. Tal vez por
eso esté allí.
–Estuvimos
hablando de la azotea antes de merendar y después de abrir los
regalos me pidió las llaves para subir –me cuenta mi tío.
Asiento.
–Vale.
Pues voy a por él, si alguien pregunta díselo –le pido a Fran.
Éste asiente y yo salgo por la puerta de la casa de mis abuelos.
Subo dos tramos de escaleras más y llego a la azotea. Me paro con la
mano en el pomo. Abro lentamente la puerta de la azotea. El chaval ha
sido listo y no la ha cerrado. Menos mal. Le veo nada más abrir del
todo la puerta. Está apoyado sobre sus codos en la barandilla de la
azotea. Creo que no me ha sentido entrar. Me acerco a él y me pongo
a su lado, sin saber qué hacer o qué decir. Él da un respingo y me
mira. Cuando ve que paso de él, vuelve a mirar al infinito. Parece
una escena bonita de la típica película de amor, pero esto no es
una película, y no hay amor entre nosotros.
–Mi
padre te busca –digo secamente.
–Bisogno
di estare da solo. Necesito
estar solo –es
la contestación del chaval.
–Me
ire cuando te vengas conmigo. Mi padre te busca –repito cortante.
Ahora soy yo la borde y no él.
–No
quiero y no voy a bajar ahora –dice tajantemente. Le miro y él a
mí. Nuestras miradas se cruzan y nos desafiamos. Esta vez sus ojos
no son capaces de cautivarme, tal vez porque tanto en mis ojos como
en los suyos hay ira.
–¿Que
pasa? ¿Mi familia no es suficiente para ti? –digo picándole. Me
ha sentado mal que no quiera estar con nosotros.
–Tu
familia es... Toda ella es... Las dos son... Todo lo... –dice
el chico. Mira hacia el frente y mira al infinito desenfocando su
vista –. Dimentica.
Olvídalo
–dice
negando con la cabeza. Es la primera vez desde que le conozco que me
deja ver algo de lo que es él en realidad. Parece que cuando le
pillo desprevenido es cuando más trapos sucios puedo sacar de él.
¡Joder! Me ha hecho sentir mal y todo, pero no soy tan débil.
Aunque por dentro me sienta mal por fuera pondré mi mejor cara y
saldré ilesa de esto.
–Entendido
–digo sin más. Le miro unos instantes –. Te espero fuera –digo
refiriéndome a la puerta de la azotea –. No tardes o te llevaré
arrastras abajo. Mi padre no dejará de buscarte e intentar sacar a
todos de quicio preguntando por ti –digo finalmente. No intento ser
maja. Solo le cuento lo que hay. El chaval gira la cabeza levemente
hacia mí y me mira por el rabillo del ojo, me hace un rápido repaso
y asiente. Yo por mi parte me alejo hacia la puerta de la azotea.
Espero al lado de la escalera y termino sentándome en ésta. Al
chico solo le lleva veinte minutos salir de la azotea (irónicamente ese SOLO, pues me aburro como una ostra en esos veinte minutos).
–Dai.
Vamos –me
dice después de cerrar con llave la azotea. Le miro con ojos
suplicantes, comprensivos, cansados y enfadados. Él me dedica una
media sonrisa arrogante. Ya vuelve a ser él. El chico que he visto
en la azotea no era más que él mismo, sin embargo, éste de ahora,
es solo fachada. Aunque creo que él no se ha dado cuenta. Se cree
que es superior...
–¿Me
darás alguna explicación? –pregunto. Él enarca una ceja en
contestación –. ¿Tal vez algún día? –pregunto.
–Non
credo.
No creo –contesta
con voz dura. Asiento.
Bajamos las
escaleras y llamamos al timbre del piso de mis abuelos. Nos unimos a
mi familia.
–Habeis
tardado mucho –dice Fran cuando nos ve entrar por la puerta de
casa. Ya no puedo escaquearme..
–Nos
hemos quedado hablando –suelto. ¡Estoy encubriendo al chaval! No
sé por qué han salido esas palabras de mi boca. Pero lo hecho,
hecho está. Sonrío a mi tío por si acepta mis palabras y me deja
ir con los demás.
–¿Tanto
tiempo? –pregunta Quique que aparece por detrás y se une al
cotilleo.
–Sí...
–digo con voz cansada y monótona. Veo como el chaval sonríe. Sabe
que me estoy metiendo en un aprieto, pero él que va a hacer.. nada,
por supuesto..
–¿Problemas
en el paraíso –dice mi primo detrás de mí, como para unirse a la
conversación... El que faltaba... Ya empezamos otra vez..
–No
existe un paraíso así que no puede haber problemas en él –contesto
airadamente.
–Lo
que tú digas –dice mi primo con una medio sonrisa. Mis tíos y mi
primo siempre se meten conmigo y meten el dedo donde no deben para
que salte. Sé que lo hacen para que sea más abierta con ellos de lo
que soy. Y sobre todo porque quieren saber con quién salgo por si me
hace algo, ellos defenderme.
–Dinos
Anuska, ¿Estás con él? –me pregunta mi tío Quique señalando al
chaval. Miro al suelo y me sonrojo, así que evito mirar al chaval,
pues se que ahora mismo me echaría una mirada asesina o algo así.
–¿Tiene
que estar él aquí? –digo sin mirar al chico.
–Sí,
¿Por qué no? Es de la familia –dice Quique. Resoplo.
–Dinos
Anuska –dice Jorge apremiante.
–Ojalá
–digo en un susurro apenas audible. Espera... ¿Qué? ¿Qué acabo
de decir? No, por Dios... no sé por qué lo he dicho. No me
entiendo. Si le odio... ¿Por qué querría estar con él? Aunque
bueno... me atrae mucho.... ¡Pero no! El físico no lo es todo y yo
le odio a él como persona. Me sonrojo. Miro a mis tíos y mi primo,
que parecen no haber escuchado nada. Después miro a Luca, quien por
su sonrisa socarrona, me ha escuchado. Mierda, mierda mierda.... Me
ha escuchado. Creo que es lo que me faltaba ya para que se vuelva más
arrogante y más creído, que se piense que encima me gusta.
Me le quedo
mirando malhumorada cuando vocaliza sin que ningún sonido salga de
su boca para que sus labios formen la frase: más quisieras. Dejo mi
mente en blanco y me aclaro la garganta. Bajo la mirada.
–No
–digo en un susurro, con voz cansada. Suspiro y levanto la vista,
mirando a ninguna parte en especial –. Él es solo un compañero de
mi padre.
–¿No
es tu novio? –pregunta enarcando una ceja Jorge. Le miro ¿enserio?
Todo el mundo está loco hoy... Todos quieren que el chaval y yo
estemos juntos.. no les entiendo.. ¿Qué le ven?
–No
–digo secamente.
–Lástima.
Es buen chico. Le dábamos nuestro aprobado –dice mi tío Fran.
Pongo los ojos en blanco. No puedo reprimir lo que quiero decir. La
palabra que quiero decir sale a borbotones de mi boca
–¿Enserio?
–digo incrédulamente.
–Sí
–contesta mi primo. Evito mirar al chaval, pero en estos momentos
se debe estar partiendo el culo de risa. Sin embargo no se mueve de
donde está. Le miro por el rabillo del ojo. Me está mirando. Evito
su mirada.
–No
me lo puedo creer –digo. ¿De verdad que les parece buena persona
el chaval? Porque a mi no me lo parece...
–Créelo
–dice mi tío Quique sonriéndome.
–De
todos los chicos que habéis conocido, ¿Él es quien os gusta? –digo
con asombro.
–Los
demás no eran tu estilo –dice Fran con voz casual, como si fuera
una conversación cualquiera. Pero no lo es.
–No
eran buenos chicos –corrobora Quique. Resoplo.
–A
mí me gustaban –digo algo enfadada. Oigo como en un susurro el
chaval se ríe Le miro furibunda. Le estamparía la cara contra el
suelo si no fuera porque me controlo –. Tú calla –siseo. Él me
mira enarcando una ceja, pero se calla.
–Javier
solo pensaba con el pene cuando tú apenas tenías los quince, Jaime
te llevaba a sitios muy raros que a ti no te gustaban y Alberto era
un chaval que no tenía metas en la vida –dice Jorge enumerando con
los dedos de la mano. Resoplo.
–Sí
–corrobora mi tío Fran –. Aunque has sido demasiado bueno al
decir sus defectos menores... –termina por decir Fran.
–Eran
más que eso –digo enfurecida.
–Serían
más cosas, pero sobre todo las que ha dicho Jorge y todas las demás
que no ha dicho – apoya mi tío Quique. Les miro a los ojos a los
tres, en ellos puedo ver el reflejo de la paz interior y la
tranquilidad. En los míos sé que hay ira.
–Lo
que digáis –digo cortante –. Pero no sé que le habéis visto a
este tío, con lo.. da igual. Los otros eran mejores –digo y me
dispongo a irme.
–No
te enfades Anuska –dice Quique cogiéndome de la mano. Así evita
que pueda marcharme.
–Sí
me enfado, sí –digo enrabietada. Lágrimas de ira amenazan con
brotar de mis ojos.
–Lo
siento. Estábamos bromeando. Nos conoces –dice Quique. Sé que todo
es para mofarse de los chicos con los que he salido y me han hecho
daño pero.. yo los quería... antes.. pero los quería a pesar de
todos sus defectos.
–No
te preocupes –digo algo más tranquila. Respiro fuertemente. Me voy
a poner a llorar aun así en cualquier momento. Pero Fran, Quique y
Jorge saben lo que tienen que hacer para que no llore. Nos apretamos
los cuatro en un gran abrazo, aunque la escena se asemeja más a un
sandwhich. Yo estoy en medio. Me hacen reír con ese gesto y la ira,
el pánico, la vergüenza y el enfado que sentía, se esfuman.
–¿Mejor?
–me pregunta Fran en con voz suave y bajita. Seguimos los cuatro
unos en un enorme abrazo-sandwich.
–Mucho
mejor –digo sorbiéndome la nariz, pues a pesar de no haber
derramado una sola lágrima, se me cae el moco. Sé que ellos no
tenían la intención de herirme. Tal vez sea yo demasiado
susceptible.
–Entonces
chicos creo que es mejor que nos unamos a los demás que están por
el salón –dice Jorge. Asiento y miro al chaval que nos mira a los
cuatro como si no pudiera creer lo que acaba de presenciar. Había
olvidado que se encontraba a nuestro lado. Le sonrío a modo de
disculpa por todo lo que ha tenido que ver. Lo que tengo claro es que
de mi boca no saldrá una disculpa para él. Pero me parece de ser
grosero y maleducado no mandarle alguna señal para que sepa que esto
no era lo que esperaba que pasara cuando le he pedido que bajara.
Mientras mis tíos, mi primo y el chaval se alejan hablando, yo me
quedo donde estoy, pensando. Pensando en cual es su problema. ¿Cual
es su secreto?
No entiendo por
qué mis tíos son capaces de sacarme de quicio y hacer que me meta
en su juego, mientras con mi tía y mi prima, suelo salirme con la
mía. Con mis tíos y mi primo da igual qué máscara me ponga, que
conseguirán lo que quieren..
–Ana
no te quedes ahí parada, vente- dice mi padre. Salgo de mi
ensimismamiento y sigo el sonido de su voz que me conduce al salón,
donde están todos. –. Ya he visto que has encontrado al chico –me
dice cuando me uno a los demás. Están viendo diapositivas de fotos
de cuando yo no era más que un mico y mi hermano un precioso bebe
rubito.
–Son
las once y media. Es la hora del segundo fin de año –dice a voz en
grito mi tío Juanca.
–¿Segundo
fin de año? –pregunto a nadie en particular.
–Es
una sorpresa para vosotros –susurra mi abuela en mi odio.
–Gracias
–digo con lágrimas en los ojos. Hoy es el día perfecto. El ocho
de enero es mi día.
Mis tíos traen
cartoncitos con uvas. Todo ha sido preparado por mis tíos para mi
padre, mi madre, mi hermano y Sami (y bueno para el chaval también
al parecer). Cogemos cada uno un cartoncito y algunos, como yo,
pelamos y sacamos los pipos de las uvas. Juanca se pone una peluca de
rizos morados. Mi padre, ahí donde le veis, también se pone una que
es de brillantitos de colores. Mi primo Jorge toca la zambomba y
todos reímos. Parece que vamos a revivir realmente fin de año.
Alicia pone bajito un CD de villancicos, de los que cantábamos
cuando éramos pequeños.
–¡Atención
señores! Es la hora –dice mi tío Míguel. Todos los años lo
dice.
–¡Pulsa
el play! –pide Rober a Jesús que tiene el mando delante de él.
–A
sus ordenes –dice Jesús. Coge el mando y se prepara para pulsar el
botón.
–¡Yesus!
–dice mi tio juanca. Mi tío Jesús asiente –. En tres.. dos..
uno.. –dice mi tío Juanca mirando su reloj.
–¡Ya!
–grita Jorge. Miro la televisión. Han grabado todo lo anterior a
las uvas. Me río. Los presentadores hablan sobre el nuevo año que
entra.
–¿Te
gusta? –me pregunta mi abuelo que se ha acercado a mí por detrás.
–Me
encanta –le contesto con una sonrisa radiante. Lo tenían todo
preparado.. pasan los minutos y son casi las doce.
–¡No
os confundáis ¡Estos son los cuartos! –grita mi tía Marga. Ella
es la encargada de decirlo año tras año. Si no fuera por ella, más
de uno hubiera empezado a meter las uvas en su boca antes de tiempo.
–¡ Oído cocina! –dice uno de mis tíos. Me siento en casa. ¡Estoy feliz!
Suenan las doce
campanadas y justo cuando el treinta y uno de diciembre se convierte
en uno de enero en la televisión, en casa de mis abuelos, el día
ocho de enero se convierte en día nueve de enero. Eso sí que es
precisión. Nos besamos unos a otros felicitándonos el año nuevo.
–Espero
que os haya gustado –dice Quique que se encuentra a unos cuantos
metros.
–Claro
–digo con una sonrisa de oreja a oreja.
–Eso
espero porque llevamos planeando esta sorpresa dos días –dice mi
tío Míguel. Río No me puedo creer lo que mi familia ha echo por
nosotros. Todos están en el ajo. Igual que ha pasado en casa de los
abuelos Juan y Pili.
Brindamos todos
con champán, algo que también hemos echo con mis abuelos Juan y
Pili antes de irnos. A mi no me gusta, pero tomo un sorbo igualmente.
Es lo que menos que puedo hacer después de lo que han echo por mí,
por mis padres y mi hermano.
Subimos a la
azotea a tirar petardos como hacemos cuando vamos a celebrar fin de
año o Navidad a una casa rural. Todos ponemos petardos. ¡Este año
hasta mi madre y mis tías lo hacen! Algo muuuy raro. Después ponemos
los cohetes, que es lo que más le gusta a mi abuela. Todo es
perfecto.
No nos podemos
quedar mucho más, pues mañana volvemos a Alaska. El cambio de
Alaska a Madrid es muy grande, pero bueno,es lo que hay y por lo
menos he pasado en un día Noche Buena, Navidad, Reyes y fin de año
todo junto. Me cuesta despedirme de mi familia.
–Te
echaré de menos –digo a cada uno de mis tíos y mis tías A mi
primo y mis primas. Les abrazo y les doy dos besos, uno en cada
mejilla. Igual que he hecho con mi familia antes cuando me he
despedido y les he dejado allí... No quiero alejarme de ninguno de
ellos...
El resto de la
noche pasa deprisa y cuando quiero darme cuenta estoy en el
aeropuerto con los padres de Ainhoa y Ángel. Todos volvemos más
cargados que como vinimos.
Llegamos al
aeropuerto de Fairbanks por la noche. Estoy cansada. El chaval duerme
con nosotros en casa. En el cuarto de mi hermano.
–Buenos
días dormilona –dice Ainhoa zarandeándome Gruño –. ¡Has
pasado catorce horas durmiendo! –me dice. Abro un ojo. Veo borroso
y vuelvo a cerrarlo.
–¡Venga
Anaa! ¡Queremos desayunar! –dice Ángel saltando sobre mi cama.
Eso no es una muy buena maniobra.
–¡Déjame
en paz! –digo medio gruñendo. Estoy enfadada.
–Está
bien, está bien. ¡Llorona! –dice Ángel con voz burlona mientras
me da con la palma de mi mano en un hombro. Me hace daño. Lo hace
para picarme, lo sé.
–¡Joder
Ángel! –me quejo.
–Vaya
buenos días –dice Ángel quitándole importancia al echo de que le
haya casi expulsado de la habitación por saltar sobre mí. Se aleja
de mí, devolviéndome mi espacio.
–Lo
siento –digo en voz bajita. El asiente y me devuelve una sonrisa.
Me levanto por fin como todos quieren y bajamos a desayunar.
Desayunamos sin
hablar demasiado y por fin el chaval decide que debe abandonar la
casa, bueno, nuestra casa. Aunque no, no es mi casa. ¡No!. Pero que
él se vaya me parece una estupenda idea.
–Gracias
por todo –dice el chaval dirigiéndose a todos antes de salir por la
puerta. Aunque no sé por qué, pero tengo la sensación que a mí no
va dirigida esa frase.
–No
hay de qué –dice mi madre. Mi padre asiente a lo que ha dicho mi
madre.
Nos despedimos y
el chaval se va. El resto del día trascurre tranquilo: comida, un
par de películas en DVD, un paseo con Sami por la finca y por último
la cena y la cama.