Capítulo
13
-
Ada -
Y
llegó el momento, día uno de julio, las diez en punto de la mañana.
Sonó mi despertador (que me hizo pegar un brinco).
–¡¡Chicaasss!!
¡¡arribaaaa!! ¡son las diez, nos vamos a la playa! –fui gritando
por el pasillo de mi casa, intentando despertarlas, despertando
incluso a mis padres y a mi hermano sin poder remediarlo.
No
tardamos en ponernos en marcha, colocamos las maletas en la
furgoneta, comimos de camino a la playa y llegamos a la playa sobre
las seis.
Cogimos
las llaves de nuestro apartamento en casa de Linda y nos fuimos
corriendo a la playa, antes incluso de hacer la compra. Dafne se bajó
con nosotras y se puso encima de su toalla, ya que no había policías
al acecho.
–¿Ves
a Liam? –preguntó Carolina después de colocar la sombrilla.
–No,
no está –dije un poco apenada.
–Bueno,
no importa, mañana seguro que está –dijo Ainhoa intentando
animarme.
–Mañana
seguro que hay olas más grandes y le vemos –dijo Vanessa para
animarme también. Liam surfeaba, así que tal vez si hubiera habido
más olas y más grandes, él hubiera estado ahí, en mitad del mar
con su tabla de surf. Pero no lo estaba,no ese día.
–Sí,
es que las de hoy son pequeñas –dijo Julia. Asentí mirando al mar
azulado.
–Es
verdad, venga no pasa nada Ada – terminó diciendo Sara.
Estuvimos
hasta las ocho en la playa y después fuimos corriendo al
supermercado para comprar algo de cenar y de desayunar. Cenamos y nos
fuimos a la piscina un rato para después irnos a dormir.
*
* *
Los
cuatro días siguientes pasaron rápidamente ya que estuvimos
haciendo muchas actividades por nuestro pueblo y por los alrededores.
Echaba de menos eso durante todo el año y llegar allí me hacía
sentir viva.
El
segundo día de estar en la playa lo pasamos en la montaña, viendo
el mar a lo lejos. Solíamos ir algunos años por esa montaña cuando
corría algo de brisa y había algunas nubes ya que sino era
imposible para nosotras subir aquella montaña. No era muy alta, pero
era difícil de subir cuando el sol te daba de lleno y no había ni
un árbol donde refugiarse. Eran todo matorrales de media altura, de
un color verde pálido. La tierra estaba seca y te resbalabas con
facilidad. A veces pisabas y alguna que otra piedrecita se desprendía
de la tierra y comenzaba a rodar hacia abajo; otras veces éramos
alguna de nosotras la que resbalaba por culpa de alguna piedra medio
desprendida, pero lográbamos sujetarnos a los matorrales que nos
mantenían en pie para no caer por la ladera de la montaña. Solíamos
subir a la cima de la montaña haciendo zig-zag a lo largo de toda
ella. Dafne iba casi siempre a mi lado. Parece mentira, pero había
aprendido a escalar bastante bien. Se agarraba con sus largas garras
y nunca se resbalaba (tenía unas buenas zarpas. Yo aún tenía de
veces anteriores cicatrices en los brazos, de cuando la cogía y ella
se resistía y se enganchaba en mis brazos como si fuera el suelo.
También de cuando jugaba con ella, me sentaba en el suelo y ella
trepaba apoyándose en mi brazo para llegar hasta mi regazo o mi
hombro. También tenía alguna que otra marca de algún picotazo por
el brazo que me daba por las mañanas cuando era más pequeña y no
controlaba su fuerza para que me despertara y la echara de comer). El
camino a la cima no es nada bonito, pero al llegar a la cima todo
cambia. Se puede ver a lo lejos el faro, el mar en la falda de la
montaña, el valle que forma aquella montaña y la siguiente... El
pueblo donde veraneamos, el pueblo al otro lado de la montaña donde
vamos a veces a comprar y al cine de verano... Allí podíamos
quedarnos horas mirando el paisaje, hacíamos bocadillos y nos
sentábamos en el suelo, a veces con las piernas colgando por el
acantilado que se formaba en uno de los lados de la montaña que daba
el mar. Si te acercas muy muy cerca y te asomas puedes ver con algo
de dificultad cómo las olas chocan contra la montaña, puedes ver la
espuma que se forma cuando chocan y cómo la ola vuelve echa pedazos
hacia dentro para que otra ola nueva llegue. Es majestuoso ver todo
aquello desde las alturas, sabiendo que a ti no te pasará nada,
pero que si estuvieras más abajo, el mar te engulliría en cuanto
una ola te rozara.
–Está
tan bonito como siempre –dijo Julia cuando se asomó a mirar el
mar.
–Sí,
como siempre –aceptó Vanessa. Me asomé otra vez a mirar. Sí,
majestuoso, seguía siendo majestuoso.
Nos
gustaba subir allí, porque era una de las pocas cosas que no
cambiaban. El pueblo se hacía algo más grande cada año, los
pueblos de los alrededores crecían también, algunas playas se
descuidaban... Pero aquella montaña desvencijada seguía igual que
el primer día y el mar chocando también.
El
tercer día lo pasamos en un pueblo que estaba a unos cien kilómetros
del nuestro, donde había un acuario muy grande que nos gustaba ver
una vez cada tres o cuatro años. Para llegar allí teníamos que
pasar la montaña y pasar dos pueblos más antes de llegar. Se podía
ver el mar a lo lejos antes de entrar en el acuario. Éste, no era
nada del otro mundo, había peces que se encontraban por aquellas
zonas. Aun así era espectacular ver lo gigantescos que podían
llegar a ser. Algunos de ellos, los habíamos visto en libertad, por
lo menos yo, en el mar alguna vez, pero nunca con el tamaño que
tenían los que allí estaban. Había cristaleras enormes, llenas de
peces. Teníamos que girarnos y mirar hacia arriba y abajo ya que no
podíamos abarcar todo un acuario con la vista. Era maravilloso estar
ahí dentro. Perfecto. Parecía casi que podías tocarlos, te sentías
como dentro de aquel agua salada, nadando con ellos; por lo menos así
me sentía yo cada vez que íbamos a verlo. Sabía que en realidad
íbamos por mí al acuario, ya que era a la que más le gustaba el
mar y los pececillos. También había en aquel acuario sepias,
calamares, erizos, estrellas de mar, pulpos y medusas, aunque he de
decir que en nuestra playa solo había visto, de éstos, un par de
pulpos, muchos erizos y medusas. Las medusas siempre atraían mi
atención. Estaban en un tanque bastante pequeño, con un espejo, que
hacía parecer que había miles de ellas revoloteando unas por encima
de las otras, aunque solo fueran unas cincuenta. Me las quedaba
mirando siempre, pensado que con lo torpes y débiles que parecían,
causaban mucho daño si te picaban.
El
cuarto día no hicimos gran cosa ya que estábamos vagas, así que
aprovechamos para hacer la compra grande y tener para los días que
nos quedaban la típica comida que no caduca: arroz, pasta y ese tipo
de comidas, dejando para comprar en nuestro pueblo, la fruta, la
verdura y esas cosas. Aunque ese día ya aprovechamos y compramos
algo de fruta y verdura para los dos días siguientes. Al llegar a
casa después de hacer la compra, una de las bolsas que yo llevaba,
se rompió al chocar con el mueble de la entrada y calló al suelo un
tarro de mermelada de cristal que se rompió nada más caer, junto
con dos bolsas de lechuga que llevaba y un kilo de tomates. Maldije
en voz baja algo que solo yo entendí (pues lo dije en alemán),
odiaba aquel mueble. El ruido que hizo el bote al caer fue
ensordecedor y todas nos dimos un sobresalto.
–¡¿Qué
ha sido eso!? –preguntó Sara con un medio gritito desde la cocina
mientras yo seguía maldiciendo en voz baja, casi en un susurro. Yo
había sido la ultima en entrar y las demás ya estaban en la cocina
o camino de ésta.
–Lo
siento, he sido yo, se me ha roto la bolsa con los tomates, la
lechuga y la mermelada, pero no es nada –farfullé apuradamente
mientras me encaminaba a la cocina para dejar la bolsa que me quedaba
y volver a la entrada con una fregona. Ainhoa me siguió con la bolsa
de basura para tirar los restos de cristal envueltos en periódico,
mientras las demás colocaban la compra en las estanterías, la
alacena y la nevera de la cocina. La mermelada , la santa mermelada,
justo había caído en el mueble de la entrada y se resbalaba por
todo él hasta llegar al suelo y debajo del mueble (sí, debajo del
mueble...). La verdad que ese mueble estaba muy mal puesto ya que al
abrir la puerta, ésta chocaba contra el mueble si no la habrías
despacito (cosa que era poco habitual ya que solíamos entrar en la
casa con las manos llenas de cosas y no podíamos frenar la puerta).
Enfadada, trasladé junto con Carolina (que vino a ayudar) el mueble
a la terraza. Ahí debería haber estado siempre, lejos de todo.
Todavía seguía enfadada cuando Carolina me ayudó a limpiar el
mueble.
–¡Ada!
ven aquí –me gritó apremiadamente Ainhoa llamándome un segundo
después de haber dejado el mueble en la terraza y terminar de
limpiarlo –. ¡Corre! –gritó, una octava más alta de lo
habitual, al ver que no tenía prisa por llegar donde ella estaba.
Fui casi corriendo hasta ella, por evitar que volviera a gritar mi
nombre. Tenía un sobre en la mano (mugriente, he de señalar), donde
ponía mi nombre. Mi corazón empezó a latir rápidamente y por un
instante me quedé paralizada. Porun segundo deseé que fuera una
nota o una carta de Liam, pero enseguida quité de mi mente esa idea,
pues él no sabía donde teníamos el apartamento. Además, el sobre
estaba lleno de polvo. Seguramente llevara ahí mucho tiempo
(demasiado, pensé). A lo mejor lo había escrito Linda. Ainhoa y yo
miramos detenidamente el sobre. Pero... Fijándome en él me di
cuenta de que era la letra de Liam, era de él. Ninguna de las dos
hablaba, hasta que llegó Sara y rompió el silencio que nos envolvía
a ambas.
–¿Qué
es lo que pasa Ainhoa? –preguntó y al ver que realmente lo que
quería era cotillear se excusó diciendo –. De repente te han
entrado unas prisas tremendas por que Ada viniera y aquí estáis las
dos quietas y mudas.
–Mira
esto –alcancé a decir en un susurro señalando la mano de Ainhoa
que sostenía la carta con mi nombre.
–Sí,
un sobre –dijo Sara, como si fuera evidente que lo fuera. Nos miró
rodando los ojos, sin entender nada. Parecía algo confusa.
–No
es su sobre cualquiera –dije en voz bajita. Craso error.
–¡Chicas!
al salón –decidió Sara a voz en grito. Ella no sabía de quién
era la carta ni lo que contenía, pero por mi voz, entendió que
seguramente sería de Liam. Todas fuimos al salón, aunque yo a duras
penas podía caminar, estaba nerviosa, mis piernas eran flanes y no
sabía por qué estaba nerviosa realmente. Sí, tenía mucho polvo
encima, lo que significaba que llevaba allí mucho tiempo. O tal vez
porque deseaba con todas mis fuerzas que fuera de Liam y no de
cualquier otra persona, seguramente era eso. Me senté en el suelo,
al lado de Ainhoa, que sostenía la carta todavía en su mano. En
frente de nosotras, en el sofá, se sentaron Carolina, Sara y Julia y
en una silla a mi izquierda se sentó Vanessa. Todas nos miramos.
–¿De
dónde ha salido eso? –preguntó Carolina, rompiendo el incómodo
silencio que se había formado.
–De
debajo del mueble horrible –dije mirando fijamente el suelo,
intentando controlar mi voz temblorosa y mis piernas gelatinosas.
–¿De
quién creéis que es y de hace cuáto tiempo? –preguntó Sara
examinando el sobre. Estaba lleno de polvo y pelusas.
–De
hace bastante a juzgar por la carroña que tiene –dijo Julia
mirando con cara de asco al sobre.
–Es
de Liam, lo sé, es su letra –dije suspirando. Y al decirlo en voz
alta, la tristeza me embriagó. Hacía meses que me había escrito y
yo no lo había visto, había perdido su email... ¿Qué más podía
pasar?
–Tendrás
que abrirlo entonces, ¿no? –me animó Ainhoa examinando de cerca
el sobre. Lo levantó por encima de su cabeza para verlo al trasluz
–. Toma ábrelo –dijo al ver que no hacía ademán de cogerlo. Me
pasó el sobre que cogí con manos temblorosas.
Todas
estaban atentas del sobre, la única que no prestaba atención era
Dafne que deambulaba por la casa como si tal cosa.
Lo
primero que hice fue soplar y quitar con la mano el polvo que tenía
encima el sobre. Tenía un tacto un tanto áspero (por el polvo
supongo y la arena de playa que tenía). Estaba completamente cerrado
y me llevó mi tiempo poder abrirlo, ya que con tanto nerviosismo,
las manos me temblaban y no era capaz de coordinar los movimientos de
mi mano para poder abrirlo. El sonido del sobre mientras lo rasgaba
penetraba en mis oídos y tenía la sensación de que el sonido
inundaba toda la casa, hasta el último rincón. Cuando terminé de
abrirlo, se produjo un silencio espectral, tan solo se oían nuestras
respiraciones y el sonido de las patas de Dafne sobre el parqué. Mi
corazón empezó a ir más rápido si es que eso es posible, mi
respiración empezó a sonar más ajetreada y por un momento pensé
que me iba a dar algo. Metí la mano en el sobre y encontré una
nota. Estaba doblada meticulosamente en tres. Me acerqué la nota a
la nariz y sentí que un olor poco familiar se introducía por mis
fosas nasales hasta llegar a mi garganta y mi lengua. Olía como a
sal, arena y mar.
Saboreé aquel olor antes de abrir la nota. El olor era maravilloso.
Olía a Liam, lo sabía a pesar de no saber cuál era su olor. Era de
Liam. Me proponía quedar, justo donde nos habíamos conocido, por la
mañana, al amanecer. No sabía cómo había llegado a saber cual era
mi apartamento. Sabía que era él el de la nota y no pude pensar en
cuándo me la habría escrito. Estaría enfadado, seguro. No había
acudido a la cita. Una tristeza recorrió todo mi cuerpo. Le había
fallado una vez más a pesar de no conocerle. Seguramente me había
escrito la nota el día que me dejó la foto del amanecer. No había
acudido a su cita y no le había mandado ningún correo... ¿Qué más
pruebas necesitaba Liam para pensar que pasaba de él? Pues ninguna,
claro está. Tuve ganas de empezar a llorar, pero me concentré en no
derramar ni una sola lágrima. No al menos con mis amigas delante.
–No
te preocupes Ada –me intentó animar Ainhoa después del enorme
silencio desde que había leído la nota en voz alta.
–Ainho
tiene razón –dijo Carolina acariciándome el pelo desde la silla.
Pero sí, sí me preocupaba, sí importaba.
–¿Cómo
adivinó que estábamos aquí? –preguntó Julia pensativa, un poco
después, cuando yo empecé a parecer más atenta y volví a la
realidad. Me gustó eso de Julia, cambiar de tema en vez de intentar
consolarme. Sabía lo que necesitaba en ese momento, un poco de
soledad y nada de consuelos. La miré y se lo agradecí con la
mirada.
–Eso
mismo pienso yo –pregunté susurrando mientras desviaba la mirada
para seguir mirando la nota. Las palabras se me habían quedado
grabadas. Casi me lo sabía todas las palabras de memoria aunque solo
hiciera pocos minutos que lo había leído por primera vez.
–Creo
que deberíamos dejar de rayarnos por eso, este año le veremos, con
nota o sin nota, con o sin email... –dijo Sara levantándose
animadamente. Con su vos llena de alegría y esperanza. En parte
también tenía razón, pero había perdido un día junto a Liam, un
día que no podría recuperar. Un amanecer pálido a su lado...
Pusimos
la mesa y cenamos poco después. Esa noche, apenas pude dormir. Me
quedé mirando las fotos de nuestra pequeña conversación en la
arena, la foto del amanecer, leyendo la nota una y otra vez. Mirando
cada palabra, repasando el contorno de cada línea de cada letra con
la mirada, con el dedo... Y con la nota en la mano, me quedé
dormida.
*
* *
Al
día siguiente nos fuimos a una playa que había encontrado Carolina
hacía unos meses en Internet donde decían que el fondo marino era
espectacular; y para nada nos decepcionó. Llegamos pronto el día
que fuimos para poder coger un buen sitio, ya que nunca habíamos ido
allí y por lo famosa que era debería estar llena. Pero al llegar,
estaba casi vacía; mejor. La playa tenía arena diferente a las
demás playas donde habíamos estado, esta arena se te deslizaba
entre los dedos de los pies y casi no sentías que andabas sobre
arena de playa, parecía que flotabas sobre ella. La arena estaba
caliente y daba sensación de calidez y de estar como en casa.
Dejamos las cosas y sin muchas ganas al principio por lo del día
anterior, cogí mi tubo, gafas y las aletas, me sumergí y esperé
ver lo asombroso que aquella playa nos ofrecía: miles de peces, de
todos los colores, bancos gigantescos de peces iban de un lado a
otro, muchas piedras llenas de erizos negros y granates de todos los
tamaños; algas grandes, pequeñas, rojas, verdes... Caracoles,
cangrejos ermitaños corriendo de una roca sumergida a otra,
agarrándose bien, luchando contra las olas. Las olas no eran muy
grandes y me mecían y ayudaban a alcanzar las piedras a las que me
quería acercar. No vi ni un solo cangrejo que no fuera ermitaño, ni
una nécora.. Pero sí mil y un peces más, más erizos aún y algún
que otro cangrejo ermitaño más.
El
sol daba de lleno en el agua y llegaba hasta la arena del fondo que
se veía perfectamente. Me quedé unos minutos paraba, mirando las
ondas que las olas dibujaban en la arena, dejándome llevar por el
mar. Se me pasaron las penas. No quería irme de allí, era lo que
más me gustaba del verano, bucear en la playa, en cualquier playa.
Me hacía olvidar. Solo disfrutar del momento. Del agua salada
rozando mi piel, acariciándola. Mirando los peces hacer su vida
cotidiana. Me sentía como si estuviera en una obra de teatro,
contemplando todo desde cerca, sin poder cambiar nada, solamente
mirar como se desarrolla la acción. Eso era especial para mí.
El
sexto día me desperté antes que las demás. (sí, algo raro en mi).
No me podía dormir por lo que decidí preparar tostadas para todas,
café y chocolate. Hice cruasanes a la plancha con jamón y queso,
con mantequilla y mermelada y como me sobró tiempo, decidí salir a
correr por la playa un rato para no poner la televisión y
despertarlas. Cogí la nota de Liam y me la guardé cuidadosamente en
el bolsillo. Después de correr, me sentaría en la arena para volver
a leerla y volver a analizar cada letra, cada palabra.
Eran
las diez de la mañana y todavía no había mucha gente por la playa,
apenas seis sombrillas y doce personas. Era la primera vez ese verano
que salía a correr por las mañanas ya que siempre me acostaba
tarde, me despertaba muy tarde y no tenía tiempo. Salí decidida a
desfogarme, correr como el viento, cansarme y darme un baño mañanero
en el mar mientras las demás seguían durmiendo. Salí del
apartamento sin hacer ruido dejando a las cinco con Dafne en casa.
Bajé las escaleras, giré hacia la derecha y por el pasillo de
apartamentos ya podía ver el mar tan azul como siempre, tan cerca..
Llegué a la arena y me detuve a escuchar el mar, cerré los ojos.
Seguí andando hasta la orilla y una ola me alcanzó los pies. Pegué
un respingo al notar lo fría que estaba a esas horas de la mañana.
Me quedé mirando fijamente las olas romper contra las rocas de la
cala que estaba a pocos metros de donde yo me encontraba. Mientras,
en mi mente no paraba de repetir las palabras que Liam en su día
había escrito en la nota. Instintivamente mi mano se fue hacia el
bolsillo del pantalón donde la había guardado. El día parecía ser
perfecto, ni una nube a la vista. Gaviotas revoloteando cerca de la
orilla, algunas logrando coger peces, otras observaban como lo hacían
las demás. No había olas grandes y la playa parecía más amplia de
lo habitual, como si no tuviera fin y la cala fuera el principio de
esa extensión de agua salada mezclada con arena, la cual ya empezaba
a calentarse bajo los rayos del sol que lamían la superficie de agua
salada. Los cangrejos empezaban a asomar por sus agujeros en las
rocas de la cala por donde yo me encontraba. Empecé a andar viendo
lo hermoso que era todo al ver que me iba a ser imposible ponerme a
correr. A medida que paseaba por entre las rocas, los cangrejos se
iban escondiendo, para salir una vez había pasado por su lado. Los
peces se alejaban de la orilla, lo único que no huía eran las olas,
que seguían persiguiendo mis pies, lamiendo la orilla formada por
arena, restos de algas y alguna que otra concha. Siempre había
querido poder hacer aquello, pasear una mañana solitariamente,
contemplar toda la naturaleza a mi alrededor, pero nunca lo había
hecho (siempre había echado a correr por la orilla, o como el año
pasado, solo había aparecido temprano en la playa para mirar qué me
habría escrito Liam en la arena). Era impresionante poder ver cada
cambio de la marea, del viento, en absoluto silencio; escuchando
solamente el sonido de la naturaleza, algo más que guardar en mi
baúl de los recuerdos. Me gustaba sentarse a ver el amanecer si me
ponía el despertador lo suficientemente temprano y no me volvía a
quedar dormida, mirar al infinito cuando era demasiado tarde para
llegar a verlo. Me quedaba embobada con cada gaviota que pasaba
volando, cada vez que veía huir por el agua cristalina un pez de
otro más grande, cada erizo negro como el carbón, cada soplo de
viento, cada ola romper, cada niño que salía corriendo a bañarse...
Y decidí que definitivamente era imposible que me pusiera a correr,
por lo menos aquel día. Así que me senté en la orilla, saqué la
nota de mi bolsillo, la leí tres veces, o quien sabe cuántas más
veces, cerré los ojos y dejé que la naturaleza se apoderara de mí;
me rendí completamente a ella.
–¡Ey!,
¡Pequeña delfín! ¿eres tú? –preguntó una voz algo familiar
que a continuación exclamaba –. ¡Dónde está Dafne! –esto me
hizo volver a la realidad, me giré para ver qué pasaba y miré
aquella figura que tanto llevaba esperando encontrar por la playa.
Había pensado cómo sería volver a encontrarme con él. Me lo había
imaginado de tantas maneras, nadando, él surfeando y yo en la
orilla, los dos andando por el pueblo, ambos yendo a comprar el
pan... Y siempre era preciosa la sensación que me invadía el volver
a verle. Era todo tan bonito que tenía miedo de que cuando le
volviera a ver, nuestras reacciones no fueran las que tanto había
soñado. Pero me equivocada, la sensación que me invadió al verle,
fue más allá de lo que tantas veces me había imaginado. Estaba
nerviosa, mi corazón latía a mil por hora y deseaba poder rozar su
mano contra la mía. Esbocé una gran sonrisa mientras comenzaba a
decir
–¡creo
que me toca invitarte a tomar algo! ese era el trato –dije. Mi voz
temblorosa aunque intenté ocultarlo.
Liam
se acercó a mí, decidido. Cuando estuvo lo suficientemente cerca de
mí se dio cuenta de la nota que tenía entre mis manos. Se quedó
mirándola con cara de felicidad y a continuación se sentó a mi
lado, mirando el mar. Temí que dijera algo sobre por qué no le
había mandado ningún email.
–Te
llegó la nota –dijo él con una pequeña mezcla de felicidad y
ternura en su voz.
–Ss...í
–titubeé en respuesta. No sabía por qué estaba tan feliz de que
me llegara su nota, si me la había mandado el año anterior a juzgar
por el polvo que tenía el sobre.
Liam
se giró al oírme decir aquello y dio un breve y pequeño suspiro;
supongo que al saber que no es que pasara de él, sino que no la
había visto hasta hacía dos días. Como no contestaba pregunté
–¿Cómo
lograste saber dónde tenemos el apartamento?
Debería
haberle dicho que encontré la nota hacía unos días, que lo sentía
por no haber acudido a la cita, que en qué momento había dejado la
nota... Pero solo se me ocurrió preguntarle que cómo sabía donde
vivía.. ¡Qué tonta era!
–Exactamente
no lo sé –admitió con ternura. Me miró a los ojos. Al ver que
mis ojos expresaban dudas, preguntas, continuó –. Después de que
volvieras a Madrid, te escribí la nota y salí por el pueblo a
preguntar por ti para saber donde vivías. Por casualidad en el
supermercado te conocían. No sabían donde vivías exactamente, pero
sí quien te alquila el apartamento, así que fui a ver a Linda. Ella
me dijo que te daría la nota –terminó diciendo. Me quedé sin
habla. Se había preocupado por mí... No me conocía y se había
preocupado por mí. Un calor que comenzó en mi corazón me embriagó
pro completo. Eso es malo, me recordé. Estaba tentando a la suerte
al hablar con Liam de esas cosas. Tentando a mi corazón, que ya
sabía como funcionaban las relaciones y no quería pasar por otra
trágica experiencia.
–¿Por
qué escribiste la nota cuando yo ya me había ido? –pregunté
ahora con voz curiosa. No entendía el por qué de la nota después
de que me fuera... Suspiré aliviada después, por lo menos él sabía
que no leería la nota hasta que volviera. Eso era bueno ¿no?.
–Pensé
que la leerías este año nada más llegar y vendrías aquí. Por si
pasabas de escribirme o algo... –dijo con voz neutra mirándome. Me
quedé ensimismada mirándole. Había pensado en todo... Luego
tendría que explicarle por qué no le había mandado ningún correo.
Liam continuó hablando –. Así me aseguraba de que este año nos
viéramos –dijo esto último en un susurro que casi no logré
descifrar. Al ver que no contestaba preguntó para romper el silencio
–. ¿Desde cuándo estás aquí?
–Desde
el día uno –contesté. Le miré, en sus ojos vi tristeza y supe
que tenía que arreglar lo que había dicho de alguna manera, no
podía permitir que pensara que había leído la nota y no había
querido ir a ver con él el amanecer, así que añadí con voz
risueña –. ¿Sabes? Tu correo se me voló el día que fui a
escribirte y... No recordaba muy bien como era, así que me arriesgué
y me contestó un chico llamado Liam diciendo que me había
equivocado... –dije sonrojándome. Liam rió por lo bajo –. Y
bueno... la nota... Linda la metió por debajo de la puerta y debe
ser que al abrir nosotras la puerta y entrar terminó debajo del
mueble de la entrada –dije esto ultimo casi susurrando, hablando
para mí misma. Estaba encajando las piezas del pequeño puzzle. Liam
pareció aceptar mi explicación, ya que su mirada fue cambiando a
medida que iba hablando. Cuando terminé de hablar, una pequeña
carcajada surgió de su boca. Eso era bueno. Yo también reí.
–¿Te
parece bien si nos vamos ahora a tomar algo? –dijo Liam mientras
hundía las manos en la arena, una vez paramos los dos de reír.
–¡Vale!
–dije encantada de que propusiera sin pensárselo dos veces tomar
algo conmigo y dando por zanjado el tema anterior. Hablar de la nota
y del correo me había puesto algo nerviosa y no quería volver a
hablar de aquello.
Liam
se quedó pensativo y me sonrió.
–¿No
esperabas que dijera que sí? –pregunté intentando adivinar el por
qué de su cara. La verdad, me sentí un poco ofendida al ver su
cara, que parecía como de incredulidad. Como si realmente no se
quisiera venir conmigo ni a la vuelta de la esquina y esperara que le
dijera que no. Lo que no entendía es por qué me lo había
preguntado entonces. Si su intención era que dijera que no era
imbécil y además a mí se me habría caído un mito.
–Es
la primera vez que me dicen que sí a algo de forma tan convencida
como lo has dicho tú –dijo Liam levantándose de la arena. Le
sonreí irónicamente a modo de respuesta, era estúpido lo que
acababa de decir, y me preguntó–. ¿Te paso a buscar a casa en
media hora?
–¿No
podemos ir ahora? –pregunté un poco sorprendida. Su cara era casi
incluso peor que la mía, de incredulidad otra vez. Al ver que le
miraba ceñuda se apresuró a decir el por qué de su cara.
–¿No
tienes que hacer algo antes?. Suelen decirme eso todas las chicas.
Que si cambiarse, que si maquillarse... –dejó caer. ¿Qué quería?
¿que me cambiara?
–Esto,
pues mmmm... No.. no tengo pensado ir a cambiarme... ¿Es que voy mal
así? –le pregunté con voz ofendida mirándome a mí misma. La
verdad es que no iba muy bien vestida. Había salido con mi pijama;
una camiseta gris de Snoopy y unos shorts, nada del otro mundo, nada
elegante... Un simple pijama, pero aún así no tenía intención de
cambiarme, así iba cómoda. No sé con qué tipo de chicas había
salido él, pero yo en la playa iba como por casa.
–No,
no, no es por eso –dijo rápidamente intentando excusarse otra vez
y prosiguió –. Vas perfecta; pero estoy acostumbrado a tener que
esperar horas y horas hasta que una chica decide que va a ponerse, se
pinta... Y me resulta muy atractivo ver que no eres igual que ellas
–dijo con una sonrisa de oreja a oreja, diciendo esto último
bajando la voz, casi susurrando, mientras me tendía sus manos para
ayudarme a levantarme. En aquel momento, le disculpé por todo lo que
me había hecho creer. Un escalofrío recorrió mi piel, mientras me
sonrojaba por el piropo enmascarado que me hacía regalado. Me
gustaba más de lo que me había gustado un chico nunca. Era tan
especial todo con él... Lo cual no era nada bueno. Sé como funciona
todo. No quiero estar en medio de una relación, me dije a mi misma.
–Soy
así de rara –dije sonriente, mientras sacudía mi cabeza alejando
mis pensamientos y me acercaba a él. Necesitaba verle más de cerca
incluso que cuando habíamos estado sentados en la arena, después de
un año... Necesitaba ver si algo había cambiado... Y sí... Ahora
me gustaba más. Nada en él había cambiado, tal vez estaba incluso
más guapo a como le recordaba. Escruté su mirada, su pelo, su boca,
sus manos, sus brazos, sus piernas, su torso cincelado bajo su
camiseta... Todo era casi como lo recordaba. ¿Y su tacto? ¿seguiría
siendo igual? ¿sería mejor aun a como lo recodaba?
–Me
gustas –dijo en un susurro apenas audible Liam mientras nos
poníamos a andar por la arena que ya quemaba, para llevarme a un bar
cerca de la playa. Sonreí para mis adentros mientras me sonrojaba.
No le contesté, quería hacerle sufrir un poco. Ya me había abierto
mucho a él esa mañana, de momento era suficiente.
Caminamos
por la playa en dirección al bar sin hablar a principio, solo
mirándonos fugazmente cuando creíamos que el otro no miraba.
Estábamos muy cerca el uno del otro. Casi podía sentir el calor que
desprendía su mano y en general su cuerpo, sobre mi mano y mi
mismísimo cuerpo. Empezamos a contarnos nuestro verano anterior,
cómo nos había ido en nuestras respectivas universidades, lo que
estudiábamos, cosas que solíamos hacer por allí o por los
alrededores, el sitio favorito de cada uno allí y cualquier otra
cosa que diera pie a una conversación que podría durar horas,
días... No parábamos de hablar, no había fin. Empecé diciendo
“vamos a tomar algo” y terminamos desayunando justos unos
cruasanes y un gran vaso de leche. Sonreí al pensar en aquello (y
aún hoy lo hago).
–Me
gustó tu foto del amanecer –dijo en un susurro, con una gran
sonrisa en la cara, como si me estuviera contando algún secreto,
algo importante, que solo quisiera que escuchara yo.
–Y
a mi la tuya –contesté. Sentí de repente unas ganas tremendas de
que supiera que era la foto perfecta, pero no sabía qué más decir.
Con él se me trababan las palabras y lo único que me salía decir
eran frases cortas que no contenían ningún toque de cómo era yo
misma, nada que demostrara mi personalidad. Además él ya me había
dicho que le gustaba mi foto y cualquier cosa que dijera yo de la
suya quedaría como si quisiera quedar bien con él y sus artes para
fotografiar amaneceres. Por un momento, creo que ambos pensamos en lo
mismo: todo lo que nos habíamos escrito el verano anterior en la
arena. Una sonrisa amenazó con salir de mis labios. Miré por el
rabillo del ojo a Liam que intentaba reprimir su sonrisa.
–¿A
qué hora sueles bajar a la playa? –preguntó Liam, supongo que en
un atisbo de conocer más sobre las costumbres que teníamos las
chicas y yo cuando veníamos a la playa.
–Pues...
Depende del día. Me suelo levantar la última, sobre las tres de la
tarde si me dejan dormir; los días que madrugo y me levanto antes
preparo el desayuno de todas, me visto y me voy a ver el amanecer y
si no llego a tiempo me quedo mirando el mar. Pero eso solo pasa dos
veces cada verano –dije sonriendo. Por fin había dicho algo que
demostraba cómo era yo misma (¡bien Ada! Un minipunto para tí,
pensé). Empezaba a soltarme... Aunque... No podía dejar de mirar
sus ojos azul verdosos más perfectos que el océano que me
embriagaban y me hechizaban, haciendo desaparecer todo lo demás.
Miré cómo movía sus labios mientras hablaba conmigo. Miré
ensimismada como se pasaba la lengua por los labios antes de cada
frase que decía. Y todo lo que hacía, cada gesto, cada palabra,
cada sonrisa que me dedicaba, cada parpadeo, me hacía derretir,
hacía que mi pulso se acelerara, que me volviera loca...
–¿Y
esta mañana, veías el amanecer o mirabas el mar? –preguntó Liam
divertido haciéndome salir de mi ensimismamiento.
–Pues
esta mañana en realidad quería correr, pero me he quedado embobada
mirando todo; las gaviotas, la arena, los cangrejos... Y me ha dado
un poco de pereza ponerme a correr. No me he podido resistir a
sentarme y descansar, y bueno... leer tu nota –dije esto último en
voz baja y con la cabeza gacha. Hice una pausa y seguí –. Sé que
suena a tontería, pero soy así –dije con un aspaviento de manos
señalándome. Después de decir ésto, pensé que Liam pensaría que
era rara, muy rara.
–Sí,
a mi me suele pasar igual; suelo salir por las mañanas a dar una
vuelta por la playa cuando todavía no hay nadie; pero no hago
desayunos –dijo Liam riendo. Por su contestación no parecía
haberse dado cuenta, todavía, de lo rara que era. Suspiré aliviada.
–¡Ufff!
eres de los que madrugan mucho, ¿no? –pregunté un poco
sorprendida, no sé por qué, no le pegaba madrugar. Miré sus ojos
risueños de color azul verdoso y me dejé llevar.
–Sí,
bueno, no necesito dormir mucho para estar bien al día siguiente así
que suelo ser de los primeros en levantarme y mientras los demás se
despiertan salgo por aquí –dijo señalando la playa, que estaba a
escasos metros de nosotros y del bar, claro.
Nos
quedamos callados, mirándonos, minutos, quién sabe cuantos. Yo no
paraba de mirar su boca, sus labios perfectos, sus ojos en los que me
veía reflejada, sus manos lisas, sin arrugas a penas; sus uñas
perfectamente cortadas y ovaladas, raro en un chico. Su pelo color
arena cayendo sobre su frente... El en sí me parecía más que
perfecto, como un ángel. Quería conocerle más aún (a pesar de que
mi sentido común me gritaba que no lo hiciera) y se me ocurrió una
idea que esperé que le pareciera bien a él. Estaba deseando que
entre los dos la llama que había creciera y se hiciera un fuego
enorme que ninguno de los dos pudiéramos controlar. Quería que
tonteara conmigo más de lo que nunca lo había hecho ningún otro.
–Se
me acaba de ocurrir una cosa –dije. Espere a que me hiciera un
gesto con la cabeza para proponerle lo que había pensado –. Tal
vez os podríais pasar esta tarde para hacer una merienda-cena por
nuestro apartamento – dije dubitativamente. Esperaba que dijera que
sí, era lo que más deseaba.
–¿Cuál
es el truco? –preguntó Liam con cara divertida. En cuanto ví el
destello en sus ojos, supe que me diría que sí.
–Que
vosotros nos ayudáis a preparar la cena y la mesa, no es muy difícil
–Trato
hecho. ¿Te parece bien si nos pasamos por allí a las siete?
–Perfecto
–dije y seguí comiendo el cruasán que Liam me había pedido.
No
me esperaba que cediera tan rápidamente, ni que yo tuviera tanta
labia como para preguntarle si se querían pasar por nuestro
apartamento a cenar. Me estaba empezando a poner nerviosa. De repente
un sentimiento fugaz cruzó por delante de mis ojos: besarle. Sentí
unas ganas horribles de besarle. Yo siempre había sabido esperar el
momento adecuado para lanzarme y conseguir el beso que tanto ansiaba,
pero con él... perdía el control. Tenía que dejar de pensar en él
de ese modo. Pero es que lo que más deseaba era que sus manos
rozaran mi cara, mis labios, que sus labios besaran los míos...
Vale,
genial,
pensé. Lo
que me faltaba... estar más que colada por él,
me reproché. Tanto tiempo intentando que aunque me gustara un chico
solo fuera eso... Y con Liam no estaba nada segura de lo que sentía,
ni si podría contenerme y no sentir más que deseo por él y unas
ganas locas de besarle. Sabes
cómo funciona todo esto Ada, no la cagues,
me recordé.
La
mañana se pasó deprisa, y sobre las doce y media, cada uno volvimos
a nuestro apartamento. Nos despedimos con un largo beso en la
mejilla, pero eso bastó para que me emocionara. Me grabé en la
memoria, en mis propios ojos cada mirada de Liam, cada parpadeo que
había dado, cada movimiento... Todo. No podía olvidar nada de
aquella mañana. Había sido casi como una cita. Aunque no pude
llegar a tocarle lo que hubiera querido, me sentí como en casa al
estar a su lado; todo él era calidez.
Llegué
a paso ligero al apartamento, con una sonrisa en la cara, saludando a
la gente que veía por el camino. ¿Qué significaba eso? ¿Me estaba
enamorando? No podía ser, demasiado rápido para ser amor... Además
hacía bastante que me había prohibido a mí misma enamorarme y lo
había cumplido. ¿Tal vez un capricho? Ojalá no lo fuera, porque
Liam me pareció un chico increíble, mejor de lo que me lo esperaba
la primera vez que le vi el año anterior, mejor que cuando me
desperté los últimos días del año anterior contenta por ver qué
habría escrito en la arena esa noche. Con su pelo corto pero lo
suficientemente largo como para que le tapara parte de la frente, con
esos ojos azul verdoso que no podía dejar de mirar; parecían la
continuación del océano. Con esos brazos y esas piernas tan
perfectas... No podía esperar a entrar por la puerta, despertar a
las dormilonas de mis amigas y contarlas con pelos y señales todo lo
que me había pasado esa mañana, que aunque corto, fue intenso.