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lunes, 22 de abril de 2013

LA VIDA NOS VOLVERÁ A JUNTAR, TE LO PROMETO - ADA (cap.13)



Capítulo 13


- Ada -



     Y llegó el momento, día uno de julio, las diez en punto de la mañana. Sonó mi despertador (que me hizo pegar un brinco).
–¡¡Chicaasss!! ¡¡arribaaaa!! ¡son las diez, nos vamos a la playa! –fui gritando por el pasillo de mi casa, intentando despertarlas, despertando incluso a mis padres y a mi hermano sin poder remediarlo.
No tardamos en ponernos en marcha, colocamos las maletas en la furgoneta, comimos de camino a la playa y llegamos a la playa sobre las seis.

Cogimos las llaves de nuestro apartamento en casa de Linda y nos fuimos corriendo a la playa, antes incluso de hacer la compra. Dafne se bajó con nosotras y se puso encima de su toalla, ya que no había policías al acecho.
–¿Ves a Liam? –preguntó Carolina después de colocar la sombrilla.
–No, no está –dije un poco apenada.
–Bueno, no importa, mañana seguro que está –dijo Ainhoa intentando animarme.
–Mañana seguro que hay olas más grandes y le vemos –dijo Vanessa para animarme también. Liam surfeaba, así que tal vez si hubiera habido más olas y más grandes, él hubiera estado ahí, en mitad del mar con su tabla de surf. Pero no lo estaba,no ese día.
–Sí, es que las de hoy son pequeñas –dijo Julia. Asentí mirando al mar azulado.
–Es verdad, venga no pasa nada Ada – terminó diciendo Sara.
Estuvimos hasta las ocho en la playa y después fuimos corriendo al supermercado para comprar algo de cenar y de desayunar. Cenamos y nos fuimos a la piscina un rato para después irnos a dormir.
* * *
Los cuatro días siguientes pasaron rápidamente ya que estuvimos haciendo muchas actividades por nuestro pueblo y por los alrededores. Echaba de menos eso durante todo el año y llegar allí me hacía sentir viva.
El segundo día de estar en la playa lo pasamos en la montaña, viendo el mar a lo lejos. Solíamos ir algunos años por esa montaña cuando corría algo de brisa y había algunas nubes ya que sino era imposible para nosotras subir aquella montaña. No era muy alta, pero era difícil de subir cuando el sol te daba de lleno y no había ni un árbol donde refugiarse. Eran todo matorrales de media altura, de un color verde pálido. La tierra estaba seca y te resbalabas con facilidad. A veces pisabas y alguna que otra piedrecita se desprendía de la tierra y comenzaba a rodar hacia abajo; otras veces éramos alguna de nosotras la que resbalaba por culpa de alguna piedra medio desprendida, pero lográbamos sujetarnos a los matorrales que nos mantenían en pie para no caer por la ladera de la montaña. Solíamos subir a la cima de la montaña haciendo zig-zag a lo largo de toda ella. Dafne iba casi siempre a mi lado. Parece mentira, pero había aprendido a escalar bastante bien. Se agarraba con sus largas garras y nunca se resbalaba (tenía unas buenas zarpas. Yo aún tenía de veces anteriores cicatrices en los brazos, de cuando la cogía y ella se resistía y se enganchaba en mis brazos como si fuera el suelo. También de cuando jugaba con ella, me sentaba en el suelo y ella trepaba apoyándose en mi brazo para llegar hasta mi regazo o mi hombro. También tenía alguna que otra marca de algún picotazo por el brazo que me daba por las mañanas cuando era más pequeña y no controlaba su fuerza para que me despertara y la echara de comer). El camino a la cima no es nada bonito, pero al llegar a la cima todo cambia. Se puede ver a lo lejos el faro, el mar en la falda de la montaña, el valle que forma aquella montaña y la siguiente... El pueblo donde veraneamos, el pueblo al otro lado de la montaña donde vamos a veces a comprar y al cine de verano... Allí podíamos quedarnos horas mirando el paisaje, hacíamos bocadillos y nos sentábamos en el suelo, a veces con las piernas colgando por el acantilado que se formaba en uno de los lados de la montaña que daba el mar. Si te acercas muy muy cerca y te asomas puedes ver con algo de dificultad cómo las olas chocan contra la montaña, puedes ver la espuma que se forma cuando chocan y cómo la ola vuelve echa pedazos hacia dentro para que otra ola nueva llegue. Es majestuoso ver todo aquello desde las alturas, sabiendo que a ti no te pasará nada, pero que si estuvieras más abajo, el mar te engulliría en cuanto una ola te rozara.
–Está tan bonito como siempre –dijo Julia cuando se asomó a mirar el mar.
–Sí, como siempre –aceptó Vanessa. Me asomé otra vez a mirar. Sí, majestuoso, seguía siendo majestuoso.
Nos gustaba subir allí, porque era una de las pocas cosas que no cambiaban. El pueblo se hacía algo más grande cada año, los pueblos de los alrededores crecían también, algunas playas se descuidaban... Pero aquella montaña desvencijada seguía igual que el primer día y el mar chocando también.

El tercer día lo pasamos en un pueblo que estaba a unos cien kilómetros del nuestro, donde había un acuario muy grande que nos gustaba ver una vez cada tres o cuatro años. Para llegar allí teníamos que pasar la montaña y pasar dos pueblos más antes de llegar. Se podía ver el mar a lo lejos antes de entrar en el acuario. Éste, no era nada del otro mundo, había peces que se encontraban por aquellas zonas. Aun así era espectacular ver lo gigantescos que podían llegar a ser. Algunos de ellos, los habíamos visto en libertad, por lo menos yo, en el mar alguna vez, pero nunca con el tamaño que tenían los que allí estaban. Había cristaleras enormes, llenas de peces. Teníamos que girarnos y mirar hacia arriba y abajo ya que no podíamos abarcar todo un acuario con la vista. Era maravilloso estar ahí dentro. Perfecto. Parecía casi que podías tocarlos, te sentías como dentro de aquel agua salada, nadando con ellos; por lo menos así me sentía yo cada vez que íbamos a verlo. Sabía que en realidad íbamos por mí al acuario, ya que era a la que más le gustaba el mar y los pececillos. También había en aquel acuario sepias, calamares, erizos, estrellas de mar, pulpos y medusas, aunque he de decir que en nuestra playa solo había visto, de éstos, un par de pulpos, muchos erizos y medusas. Las medusas siempre atraían mi atención. Estaban en un tanque bastante pequeño, con un espejo, que hacía parecer que había miles de ellas revoloteando unas por encima de las otras, aunque solo fueran unas cincuenta. Me las quedaba mirando siempre, pensado que con lo torpes y débiles que parecían, causaban mucho daño si te picaban.

El cuarto día no hicimos gran cosa ya que estábamos vagas, así que aprovechamos para hacer la compra grande y tener para los días que nos quedaban la típica comida que no caduca: arroz, pasta y ese tipo de comidas, dejando para comprar en nuestro pueblo, la fruta, la verdura y esas cosas. Aunque ese día ya aprovechamos y compramos algo de fruta y verdura para los dos días siguientes. Al llegar a casa después de hacer la compra, una de las bolsas que yo llevaba, se rompió al chocar con el mueble de la entrada y calló al suelo un tarro de mermelada de cristal que se rompió nada más caer, junto con dos bolsas de lechuga que llevaba y un kilo de tomates. Maldije en voz baja algo que solo yo entendí (pues lo dije en alemán), odiaba aquel mueble. El ruido que hizo el bote al caer fue ensordecedor y todas nos dimos un sobresalto.
–¡¿Qué ha sido eso!? –preguntó Sara con un medio gritito desde la cocina mientras yo seguía maldiciendo en voz baja, casi en un susurro. Yo había sido la ultima en entrar y las demás ya estaban en la cocina o camino de ésta.
–Lo siento, he sido yo, se me ha roto la bolsa con los tomates, la lechuga y la mermelada, pero no es nada –farfullé apuradamente mientras me encaminaba a la cocina para dejar la bolsa que me quedaba y volver a la entrada con una fregona. Ainhoa me siguió con la bolsa de basura para tirar los restos de cristal envueltos en periódico, mientras las demás colocaban la compra en las estanterías, la alacena y la nevera de la cocina. La mermelada , la santa mermelada, justo había caído en el mueble de la entrada y se resbalaba por todo él hasta llegar al suelo y debajo del mueble (sí, debajo del mueble...). La verdad que ese mueble estaba muy mal puesto ya que al abrir la puerta, ésta chocaba contra el mueble si no la habrías despacito (cosa que era poco habitual ya que solíamos entrar en la casa con las manos llenas de cosas y no podíamos frenar la puerta). Enfadada, trasladé junto con Carolina (que vino a ayudar) el mueble a la terraza. Ahí debería haber estado siempre, lejos de todo. Todavía seguía enfadada cuando Carolina me ayudó a limpiar el mueble.
–¡Ada! ven aquí –me gritó apremiadamente Ainhoa llamándome un segundo después de haber dejado el mueble en la terraza y terminar de limpiarlo –. ¡Corre! –gritó, una octava más alta de lo habitual, al ver que no tenía prisa por llegar donde ella estaba. Fui casi corriendo hasta ella, por evitar que volviera a gritar mi nombre. Tenía un sobre en la mano (mugriente, he de señalar), donde ponía mi nombre. Mi corazón empezó a latir rápidamente y por un instante me quedé paralizada. Porun segundo deseé que fuera una nota o una carta de Liam, pero enseguida quité de mi mente esa idea, pues él no sabía donde teníamos el apartamento. Además, el sobre estaba lleno de polvo. Seguramente llevara ahí mucho tiempo (demasiado, pensé). A lo mejor lo había escrito Linda. Ainhoa y yo miramos detenidamente el sobre. Pero... Fijándome en él me di cuenta de que era la letra de Liam, era de él. Ninguna de las dos hablaba, hasta que llegó Sara y rompió el silencio que nos envolvía a ambas.
–¿Qué es lo que pasa Ainhoa? –preguntó y al ver que realmente lo que quería era cotillear se excusó diciendo –. De repente te han entrado unas prisas tremendas por que Ada viniera y aquí estáis las dos quietas y mudas.
–Mira esto –alcancé a decir en un susurro señalando la mano de Ainhoa que sostenía la carta con mi nombre.
–Sí, un sobre –dijo Sara, como si fuera evidente que lo fuera. Nos miró rodando los ojos, sin entender nada. Parecía algo confusa.
–No es su sobre cualquiera –dije en voz bajita. Craso error.
–¡Chicas! al salón –decidió Sara a voz en grito. Ella no sabía de quién era la carta ni lo que contenía, pero por mi voz, entendió que seguramente sería de Liam. Todas fuimos al salón, aunque yo a duras penas podía caminar, estaba nerviosa, mis piernas eran flanes y no sabía por qué estaba nerviosa realmente. Sí, tenía mucho polvo encima, lo que significaba que llevaba allí mucho tiempo. O tal vez porque deseaba con todas mis fuerzas que fuera de Liam y no de cualquier otra persona, seguramente era eso. Me senté en el suelo, al lado de Ainhoa, que sostenía la carta todavía en su mano. En frente de nosotras, en el sofá, se sentaron Carolina, Sara y Julia y en una silla a mi izquierda se sentó Vanessa. Todas nos miramos.
–¿De dónde ha salido eso? –preguntó Carolina, rompiendo el incómodo silencio que se había formado.
–De debajo del mueble horrible –dije mirando fijamente el suelo, intentando controlar mi voz temblorosa y mis piernas gelatinosas.
–¿De quién creéis que es y de hace cuáto tiempo? –preguntó Sara examinando el sobre. Estaba lleno de polvo y pelusas.
–De hace bastante a juzgar por la carroña que tiene –dijo Julia mirando con cara de asco al sobre.
–Es de Liam, lo sé, es su letra –dije suspirando. Y al decirlo en voz alta, la tristeza me embriagó. Hacía meses que me había escrito y yo no lo había visto, había perdido su email... ¿Qué más podía pasar?
–Tendrás que abrirlo entonces, ¿no? –me animó Ainhoa examinando de cerca el sobre. Lo levantó por encima de su cabeza para verlo al trasluz –. Toma ábrelo –dijo al ver que no hacía ademán de cogerlo. Me pasó el sobre que cogí con manos temblorosas.
Todas estaban atentas del sobre, la única que no prestaba atención era Dafne que deambulaba por la casa como si tal cosa.
Lo primero que hice fue soplar y quitar con la mano el polvo que tenía encima el sobre. Tenía un tacto un tanto áspero (por el polvo supongo y la arena de playa que tenía). Estaba completamente cerrado y me llevó mi tiempo poder abrirlo, ya que con tanto nerviosismo, las manos me temblaban y no era capaz de coordinar los movimientos de mi mano para poder abrirlo. El sonido del sobre mientras lo rasgaba penetraba en mis oídos y tenía la sensación de que el sonido inundaba toda la casa, hasta el último rincón. Cuando terminé de abrirlo, se produjo un silencio espectral, tan solo se oían nuestras respiraciones y el sonido de las patas de Dafne sobre el parqué. Mi corazón empezó a ir más rápido si es que eso es posible, mi respiración empezó a sonar más ajetreada y por un momento pensé que me iba a dar algo. Metí la mano en el sobre y encontré una nota. Estaba doblada meticulosamente en tres. Me acerqué la nota a la nariz y sentí que un olor poco familiar se introducía por mis fosas nasales hasta llegar a mi garganta y mi lengua. Olía como a sal, arena y mar. Saboreé aquel olor antes de abrir la nota. El olor era maravilloso. Olía a Liam, lo sabía a pesar de no saber cuál era su olor. Era de Liam. Me proponía quedar, justo donde nos habíamos conocido, por la mañana, al amanecer. No sabía cómo había llegado a saber cual era mi apartamento. Sabía que era él el de la nota y no pude pensar en cuándo me la habría escrito. Estaría enfadado, seguro. No había acudido a la cita. Una tristeza recorrió todo mi cuerpo. Le había fallado una vez más a pesar de no conocerle. Seguramente me había escrito la nota el día que me dejó la foto del amanecer. No había acudido a su cita y no le había mandado ningún correo... ¿Qué más pruebas necesitaba Liam para pensar que pasaba de él? Pues ninguna, claro está. Tuve ganas de empezar a llorar, pero me concentré en no derramar ni una sola lágrima. No al menos con mis amigas delante.
–No te preocupes Ada –me intentó animar Ainhoa después del enorme silencio desde que había leído la nota en voz alta.
–Ainho tiene razón –dijo Carolina acariciándome el pelo desde la silla. Pero sí, sí me preocupaba, sí importaba.
–¿Cómo adivinó que estábamos aquí? –preguntó Julia pensativa, un poco después, cuando yo empecé a parecer más atenta y volví a la realidad. Me gustó eso de Julia, cambiar de tema en vez de intentar consolarme. Sabía lo que necesitaba en ese momento, un poco de soledad y nada de consuelos. La miré y se lo agradecí con la mirada.
–Eso mismo pienso yo –pregunté susurrando mientras desviaba la mirada para seguir mirando la nota. Las palabras se me habían quedado grabadas. Casi me lo sabía todas las palabras de memoria aunque solo hiciera pocos minutos que lo había leído por primera vez.
–Creo que deberíamos dejar de rayarnos por eso, este año le veremos, con nota o sin nota, con o sin email... –dijo Sara levantándose animadamente. Con su vos llena de alegría y esperanza. En parte también tenía razón, pero había perdido un día junto a Liam, un día que no podría recuperar. Un amanecer pálido a su lado...

Pusimos la mesa y cenamos poco después. Esa noche, apenas pude dormir. Me quedé mirando las fotos de nuestra pequeña conversación en la arena, la foto del amanecer, leyendo la nota una y otra vez. Mirando cada palabra, repasando el contorno de cada línea de cada letra con la mirada, con el dedo... Y con la nota en la mano, me quedé dormida.
* * *
Al día siguiente nos fuimos a una playa que había encontrado Carolina hacía unos meses en Internet donde decían que el fondo marino era espectacular; y para nada nos decepcionó. Llegamos pronto el día que fuimos para poder coger un buen sitio, ya que nunca habíamos ido allí y por lo famosa que era debería estar llena. Pero al llegar, estaba casi vacía; mejor. La playa tenía arena diferente a las demás playas donde habíamos estado, esta arena se te deslizaba entre los dedos de los pies y casi no sentías que andabas sobre arena de playa, parecía que flotabas sobre ella. La arena estaba caliente y daba sensación de calidez y de estar como en casa. Dejamos las cosas y sin muchas ganas al principio por lo del día anterior, cogí mi tubo, gafas y las aletas, me sumergí y esperé ver lo asombroso que aquella playa nos ofrecía: miles de peces, de todos los colores, bancos gigantescos de peces iban de un lado a otro, muchas piedras llenas de erizos negros y granates de todos los tamaños; algas grandes, pequeñas, rojas, verdes... Caracoles, cangrejos ermitaños corriendo de una roca sumergida a otra, agarrándose bien, luchando contra las olas. Las olas no eran muy grandes y me mecían y ayudaban a alcanzar las piedras a las que me quería acercar. No vi ni un solo cangrejo que no fuera ermitaño, ni una nécora.. Pero sí mil y un peces más, más erizos aún y algún que otro cangrejo ermitaño más.
El sol daba de lleno en el agua y llegaba hasta la arena del fondo que se veía perfectamente. Me quedé unos minutos paraba, mirando las ondas que las olas dibujaban en la arena, dejándome llevar por el mar. Se me pasaron las penas. No quería irme de allí, era lo que más me gustaba del verano, bucear en la playa, en cualquier playa. Me hacía olvidar. Solo disfrutar del momento. Del agua salada rozando mi piel, acariciándola. Mirando los peces hacer su vida cotidiana. Me sentía como si estuviera en una obra de teatro, contemplando todo desde cerca, sin poder cambiar nada, solamente mirar como se desarrolla la acción. Eso era especial para mí.

El sexto día me desperté antes que las demás. (sí, algo raro en mi). No me podía dormir por lo que decidí preparar tostadas para todas, café y chocolate. Hice cruasanes a la plancha con jamón y queso, con mantequilla y mermelada y como me sobró tiempo, decidí salir a correr por la playa un rato para no poner la televisión y despertarlas. Cogí la nota de Liam y me la guardé cuidadosamente en el bolsillo. Después de correr, me sentaría en la arena para volver a leerla y volver a analizar cada letra, cada palabra.
Eran las diez de la mañana y todavía no había mucha gente por la playa, apenas seis sombrillas y doce personas. Era la primera vez ese verano que salía a correr por las mañanas ya que siempre me acostaba tarde, me despertaba muy tarde y no tenía tiempo. Salí decidida a desfogarme, correr como el viento, cansarme y darme un baño mañanero en el mar mientras las demás seguían durmiendo. Salí del apartamento sin hacer ruido dejando a las cinco con Dafne en casa. Bajé las escaleras, giré hacia la derecha y por el pasillo de apartamentos ya podía ver el mar tan azul como siempre, tan cerca.. Llegué a la arena y me detuve a escuchar el mar, cerré los ojos. Seguí andando hasta la orilla y una ola me alcanzó los pies. Pegué un respingo al notar lo fría que estaba a esas horas de la mañana. Me quedé mirando fijamente las olas romper contra las rocas de la cala que estaba a pocos metros de donde yo me encontraba. Mientras, en mi mente no paraba de repetir las palabras que Liam en su día había escrito en la nota. Instintivamente mi mano se fue hacia el bolsillo del pantalón donde la había guardado. El día parecía ser perfecto, ni una nube a la vista. Gaviotas revoloteando cerca de la orilla, algunas logrando coger peces, otras observaban como lo hacían las demás. No había olas grandes y la playa parecía más amplia de lo habitual, como si no tuviera fin y la cala fuera el principio de esa extensión de agua salada mezclada con arena, la cual ya empezaba a calentarse bajo los rayos del sol que lamían la superficie de agua salada. Los cangrejos empezaban a asomar por sus agujeros en las rocas de la cala por donde yo me encontraba. Empecé a andar viendo lo hermoso que era todo al ver que me iba a ser imposible ponerme a correr. A medida que paseaba por entre las rocas, los cangrejos se iban escondiendo, para salir una vez había pasado por su lado. Los peces se alejaban de la orilla, lo único que no huía eran las olas, que seguían persiguiendo mis pies, lamiendo la orilla formada por arena, restos de algas y alguna que otra concha. Siempre había querido poder hacer aquello, pasear una mañana solitariamente, contemplar toda la naturaleza a mi alrededor, pero nunca lo había hecho (siempre había echado a correr por la orilla, o como el año pasado, solo había aparecido temprano en la playa para mirar qué me habría escrito Liam en la arena). Era impresionante poder ver cada cambio de la marea, del viento, en absoluto silencio; escuchando solamente el sonido de la naturaleza, algo más que guardar en mi baúl de los recuerdos. Me gustaba sentarse a ver el amanecer si me ponía el despertador lo suficientemente temprano y no me volvía a quedar dormida, mirar al infinito cuando era demasiado tarde para llegar a verlo. Me quedaba embobada con cada gaviota que pasaba volando, cada vez que veía huir por el agua cristalina un pez de otro más grande, cada erizo negro como el carbón, cada soplo de viento, cada ola romper, cada niño que salía corriendo a bañarse... Y decidí que definitivamente era imposible que me pusiera a correr, por lo menos aquel día. Así que me senté en la orilla, saqué la nota de mi bolsillo, la leí tres veces, o quien sabe cuántas más veces, cerré los ojos y dejé que la naturaleza se apoderara de mí; me rendí completamente a ella.
–¡Ey!, ¡Pequeña delfín! ¿eres tú? –preguntó una voz algo familiar que a continuación exclamaba –. ¡Dónde está Dafne! –esto me hizo volver a la realidad, me giré para ver qué pasaba y miré aquella figura que tanto llevaba esperando encontrar por la playa. Había pensado cómo sería volver a encontrarme con él. Me lo había imaginado de tantas maneras, nadando, él surfeando y yo en la orilla, los dos andando por el pueblo, ambos yendo a comprar el pan... Y siempre era preciosa la sensación que me invadía el volver a verle. Era todo tan bonito que tenía miedo de que cuando le volviera a ver, nuestras reacciones no fueran las que tanto había soñado. Pero me equivocada, la sensación que me invadió al verle, fue más allá de lo que tantas veces me había imaginado. Estaba nerviosa, mi corazón latía a mil por hora y deseaba poder rozar su mano contra la mía. Esbocé una gran sonrisa mientras comenzaba a decir
–¡creo que me toca invitarte a tomar algo! ese era el trato –dije. Mi voz temblorosa aunque intenté ocultarlo.
Liam se acercó a mí, decidido. Cuando estuvo lo suficientemente cerca de mí se dio cuenta de la nota que tenía entre mis manos. Se quedó mirándola con cara de felicidad y a continuación se sentó a mi lado, mirando el mar. Temí que dijera algo sobre por qué no le había mandado ningún email.
–Te llegó la nota –dijo él con una pequeña mezcla de felicidad y ternura en su voz.
–Ss...í –titubeé en respuesta. No sabía por qué estaba tan feliz de que me llegara su nota, si me la había mandado el año anterior a juzgar por el polvo que tenía el sobre.
Liam se giró al oírme decir aquello y dio un breve y pequeño suspiro; supongo que al saber que no es que pasara de él, sino que no la había visto hasta hacía dos días. Como no contestaba pregunté
–¿Cómo lograste saber dónde tenemos el apartamento?
Debería haberle dicho que encontré la nota hacía unos días, que lo sentía por no haber acudido a la cita, que en qué momento había dejado la nota... Pero solo se me ocurrió preguntarle que cómo sabía donde vivía.. ¡Qué tonta era!
–Exactamente no lo sé –admitió con ternura. Me miró a los ojos. Al ver que mis ojos expresaban dudas, preguntas, continuó –. Después de que volvieras a Madrid, te escribí la nota y salí por el pueblo a preguntar por ti para saber donde vivías. Por casualidad en el supermercado te conocían. No sabían donde vivías exactamente, pero sí quien te alquila el apartamento, así que fui a ver a Linda. Ella me dijo que te daría la nota –terminó diciendo. Me quedé sin habla. Se había preocupado por mí... No me conocía y se había preocupado por mí. Un calor que comenzó en mi corazón me embriagó pro completo. Eso es malo, me recordé. Estaba tentando a la suerte al hablar con Liam de esas cosas. Tentando a mi corazón, que ya sabía como funcionaban las relaciones y no quería pasar por otra trágica experiencia.
–¿Por qué escribiste la nota cuando yo ya me había ido? –pregunté ahora con voz curiosa. No entendía el por qué de la nota después de que me fuera... Suspiré aliviada después, por lo menos él sabía que no leería la nota hasta que volviera. Eso era bueno ¿no?.
–Pensé que la leerías este año nada más llegar y vendrías aquí. Por si pasabas de escribirme o algo... –dijo con voz neutra mirándome. Me quedé ensimismada mirándole. Había pensado en todo... Luego tendría que explicarle por qué no le había mandado ningún correo. Liam continuó hablando –. Así me aseguraba de que este año nos viéramos –dijo esto último en un susurro que casi no logré descifrar. Al ver que no contestaba preguntó para romper el silencio –. ¿Desde cuándo estás aquí?
–Desde el día uno –contesté. Le miré, en sus ojos vi tristeza y supe que tenía que arreglar lo que había dicho de alguna manera, no podía permitir que pensara que había leído la nota y no había querido ir a ver con él el amanecer, así que añadí con voz risueña –. ¿Sabes? Tu correo se me voló el día que fui a escribirte y... No recordaba muy bien como era, así que me arriesgué y me contestó un chico llamado Liam diciendo que me había equivocado... –dije sonrojándome. Liam rió por lo bajo –. Y bueno... la nota... Linda la metió por debajo de la puerta y debe ser que al abrir nosotras la puerta y entrar terminó debajo del mueble de la entrada –dije esto ultimo casi susurrando, hablando para mí misma. Estaba encajando las piezas del pequeño puzzle. Liam pareció aceptar mi explicación, ya que su mirada fue cambiando a medida que iba hablando. Cuando terminé de hablar, una pequeña carcajada surgió de su boca. Eso era bueno. Yo también reí.
–¿Te parece bien si nos vamos ahora a tomar algo? –dijo Liam mientras hundía las manos en la arena, una vez paramos los dos de reír.
–¡Vale! –dije encantada de que propusiera sin pensárselo dos veces tomar algo conmigo y dando por zanjado el tema anterior. Hablar de la nota y del correo me había puesto algo nerviosa y no quería volver a hablar de aquello.
Liam se quedó pensativo y me sonrió.
–¿No esperabas que dijera que sí? –pregunté intentando adivinar el por qué de su cara. La verdad, me sentí un poco ofendida al ver su cara, que parecía como de incredulidad. Como si realmente no se quisiera venir conmigo ni a la vuelta de la esquina y esperara que le dijera que no. Lo que no entendía es por qué me lo había preguntado entonces. Si su intención era que dijera que no era imbécil y además a mí se me habría caído un mito.
–Es la primera vez que me dicen que sí a algo de forma tan convencida como lo has dicho tú –dijo Liam levantándose de la arena. Le sonreí irónicamente a modo de respuesta, era estúpido lo que acababa de decir, y me preguntó–. ¿Te paso a buscar a casa en media hora?
–¿No podemos ir ahora? –pregunté un poco sorprendida. Su cara era casi incluso peor que la mía, de incredulidad otra vez. Al ver que le miraba ceñuda se apresuró a decir el por qué de su cara.
–¿No tienes que hacer algo antes?. Suelen decirme eso todas las chicas. Que si cambiarse, que si maquillarse... –dejó caer. ¿Qué quería? ¿que me cambiara?
–Esto, pues mmmm... No.. no tengo pensado ir a cambiarme... ¿Es que voy mal así? –le pregunté con voz ofendida mirándome a mí misma. La verdad es que no iba muy bien vestida. Había salido con mi pijama; una camiseta gris de Snoopy y unos shorts, nada del otro mundo, nada elegante... Un simple pijama, pero aún así no tenía intención de cambiarme, así iba cómoda. No sé con qué tipo de chicas había salido él, pero yo en la playa iba como por casa.
–No, no, no es por eso –dijo rápidamente intentando excusarse otra vez y prosiguió –. Vas perfecta; pero estoy acostumbrado a tener que esperar horas y horas hasta que una chica decide que va a ponerse, se pinta... Y me resulta muy atractivo ver que no eres igual que ellas –dijo con una sonrisa de oreja a oreja, diciendo esto último bajando la voz, casi susurrando, mientras me tendía sus manos para ayudarme a levantarme. En aquel momento, le disculpé por todo lo que me había hecho creer. Un escalofrío recorrió mi piel, mientras me sonrojaba por el piropo enmascarado que me hacía regalado. Me gustaba más de lo que me había gustado un chico nunca. Era tan especial todo con él... Lo cual no era nada bueno. Sé como funciona todo. No quiero estar en medio de una relación, me dije a mi misma.
–Soy así de rara –dije sonriente, mientras sacudía mi cabeza alejando mis pensamientos y me acercaba a él. Necesitaba verle más de cerca incluso que cuando habíamos estado sentados en la arena, después de un año... Necesitaba ver si algo había cambiado... Y sí... Ahora me gustaba más. Nada en él había cambiado, tal vez estaba incluso más guapo a como le recordaba. Escruté su mirada, su pelo, su boca, sus manos, sus brazos, sus piernas, su torso cincelado bajo su camiseta... Todo era casi como lo recordaba. ¿Y su tacto? ¿seguiría siendo igual? ¿sería mejor aun a como lo recodaba?
–Me gustas –dijo en un susurro apenas audible Liam mientras nos poníamos a andar por la arena que ya quemaba, para llevarme a un bar cerca de la playa. Sonreí para mis adentros mientras me sonrojaba. No le contesté, quería hacerle sufrir un poco. Ya me había abierto mucho a él esa mañana, de momento era suficiente.
Caminamos por la playa en dirección al bar sin hablar a principio, solo mirándonos fugazmente cuando creíamos que el otro no miraba. Estábamos muy cerca el uno del otro. Casi podía sentir el calor que desprendía su mano y en general su cuerpo, sobre mi mano y mi mismísimo cuerpo. Empezamos a contarnos nuestro verano anterior, cómo nos había ido en nuestras respectivas universidades, lo que estudiábamos, cosas que solíamos hacer por allí o por los alrededores, el sitio favorito de cada uno allí y cualquier otra cosa que diera pie a una conversación que podría durar horas, días... No parábamos de hablar, no había fin. Empecé diciendo “vamos a tomar algo” y terminamos desayunando justos unos cruasanes y un gran vaso de leche. Sonreí al pensar en aquello (y aún hoy lo hago).
–Me gustó tu foto del amanecer –dijo en un susurro, con una gran sonrisa en la cara, como si me estuviera contando algún secreto, algo importante, que solo quisiera que escuchara yo.
–Y a mi la tuya –contesté. Sentí de repente unas ganas tremendas de que supiera que era la foto perfecta, pero no sabía qué más decir. Con él se me trababan las palabras y lo único que me salía decir eran frases cortas que no contenían ningún toque de cómo era yo misma, nada que demostrara mi personalidad. Además él ya me había dicho que le gustaba mi foto y cualquier cosa que dijera yo de la suya quedaría como si quisiera quedar bien con él y sus artes para fotografiar amaneceres. Por un momento, creo que ambos pensamos en lo mismo: todo lo que nos habíamos escrito el verano anterior en la arena. Una sonrisa amenazó con salir de mis labios. Miré por el rabillo del ojo a Liam que intentaba reprimir su sonrisa.
–¿A qué hora sueles bajar a la playa? –preguntó Liam, supongo que en un atisbo de conocer más sobre las costumbres que teníamos las chicas y yo cuando veníamos a la playa.
–Pues... Depende del día. Me suelo levantar la última, sobre las tres de la tarde si me dejan dormir; los días que madrugo y me levanto antes preparo el desayuno de todas, me visto y me voy a ver el amanecer y si no llego a tiempo me quedo mirando el mar. Pero eso solo pasa dos veces cada verano –dije sonriendo. Por fin había dicho algo que demostraba cómo era yo misma (¡bien Ada! Un minipunto para tí, pensé). Empezaba a soltarme... Aunque... No podía dejar de mirar sus ojos azul verdosos más perfectos que el océano que me embriagaban y me hechizaban, haciendo desaparecer todo lo demás. Miré cómo movía sus labios mientras hablaba conmigo. Miré ensimismada como se pasaba la lengua por los labios antes de cada frase que decía. Y todo lo que hacía, cada gesto, cada palabra, cada sonrisa que me dedicaba, cada parpadeo, me hacía derretir, hacía que mi pulso se acelerara, que me volviera loca...
–¿Y esta mañana, veías el amanecer o mirabas el mar? –preguntó Liam divertido haciéndome salir de mi ensimismamiento.
–Pues esta mañana en realidad quería correr, pero me he quedado embobada mirando todo; las gaviotas, la arena, los cangrejos... Y me ha dado un poco de pereza ponerme a correr. No me he podido resistir a sentarme y descansar, y bueno... leer tu nota –dije esto último en voz baja y con la cabeza gacha. Hice una pausa y seguí –. Sé que suena a tontería, pero soy así –dije con un aspaviento de manos señalándome. Después de decir ésto, pensé que Liam pensaría que era rara, muy rara.
–Sí, a mi me suele pasar igual; suelo salir por las mañanas a dar una vuelta por la playa cuando todavía no hay nadie; pero no hago desayunos –dijo Liam riendo. Por su contestación no parecía haberse dado cuenta, todavía, de lo rara que era. Suspiré aliviada.
–¡Ufff! eres de los que madrugan mucho, ¿no? –pregunté un poco sorprendida, no sé por qué, no le pegaba madrugar. Miré sus ojos risueños de color azul verdoso y me dejé llevar.
–Sí, bueno, no necesito dormir mucho para estar bien al día siguiente así que suelo ser de los primeros en levantarme y mientras los demás se despiertan salgo por aquí –dijo señalando la playa, que estaba a escasos metros de nosotros y del bar, claro.

Nos quedamos callados, mirándonos, minutos, quién sabe cuantos. Yo no paraba de mirar su boca, sus labios perfectos, sus ojos en los que me veía reflejada, sus manos lisas, sin arrugas a penas; sus uñas perfectamente cortadas y ovaladas, raro en un chico. Su pelo color arena cayendo sobre su frente... El en sí me parecía más que perfecto, como un ángel. Quería conocerle más aún (a pesar de que mi sentido común me gritaba que no lo hiciera) y se me ocurrió una idea que esperé que le pareciera bien a él. Estaba deseando que entre los dos la llama que había creciera y se hiciera un fuego enorme que ninguno de los dos pudiéramos controlar. Quería que tonteara conmigo más de lo que nunca lo había hecho ningún otro.
–Se me acaba de ocurrir una cosa –dije. Espere a que me hiciera un gesto con la cabeza para proponerle lo que había pensado –. Tal vez os podríais pasar esta tarde para hacer una merienda-cena por nuestro apartamento – dije dubitativamente. Esperaba que dijera que sí, era lo que más deseaba.
–¿Cuál es el truco? –preguntó Liam con cara divertida. En cuanto ví el destello en sus ojos, supe que me diría que sí.
–Que vosotros nos ayudáis a preparar la cena y la mesa, no es muy difícil
–Trato hecho. ¿Te parece bien si nos pasamos por allí a las siete?
–Perfecto –dije y seguí comiendo el cruasán que Liam me había pedido.
No me esperaba que cediera tan rápidamente, ni que yo tuviera tanta labia como para preguntarle si se querían pasar por nuestro apartamento a cenar. Me estaba empezando a poner nerviosa. De repente un sentimiento fugaz cruzó por delante de mis ojos: besarle. Sentí unas ganas horribles de besarle. Yo siempre había sabido esperar el momento adecuado para lanzarme y conseguir el beso que tanto ansiaba, pero con él... perdía el control. Tenía que dejar de pensar en él de ese modo. Pero es que lo que más deseaba era que sus manos rozaran mi cara, mis labios, que sus labios besaran los míos... Vale, genial, pensé. Lo que me faltaba... estar más que colada por él, me reproché. Tanto tiempo intentando que aunque me gustara un chico solo fuera eso... Y con Liam no estaba nada segura de lo que sentía, ni si podría contenerme y no sentir más que deseo por él y unas ganas locas de besarle. Sabes cómo funciona todo esto Ada, no la cagues, me recordé.
La mañana se pasó deprisa, y sobre las doce y media, cada uno volvimos a nuestro apartamento. Nos despedimos con un largo beso en la mejilla, pero eso bastó para que me emocionara. Me grabé en la memoria, en mis propios ojos cada mirada de Liam, cada parpadeo que había dado, cada movimiento... Todo. No podía olvidar nada de aquella mañana. Había sido casi como una cita. Aunque no pude llegar a tocarle lo que hubiera querido, me sentí como en casa al estar a su lado; todo él era calidez.

Llegué a paso ligero al apartamento, con una sonrisa en la cara, saludando a la gente que veía por el camino. ¿Qué significaba eso? ¿Me estaba enamorando? No podía ser, demasiado rápido para ser amor... Además hacía bastante que me había prohibido a mí misma enamorarme y lo había cumplido. ¿Tal vez un capricho? Ojalá no lo fuera, porque Liam me pareció un chico increíble, mejor de lo que me lo esperaba la primera vez que le vi el año anterior, mejor que cuando me desperté los últimos días del año anterior contenta por ver qué habría escrito en la arena esa noche. Con su pelo corto pero lo suficientemente largo como para que le tapara parte de la frente, con esos ojos azul verdoso que no podía dejar de mirar; parecían la continuación del océano. Con esos brazos y esas piernas tan perfectas... No podía esperar a entrar por la puerta, despertar a las dormilonas de mis amigas y contarlas con pelos y señales todo lo que me había pasado esa mañana, que aunque corto, fue intenso.

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