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martes, 7 de mayo de 2013

LA VIDA NOS VOLVERÁ A JUNTAR, TE LO PROMETO - Liam (Cap.14)




Capítulo 14


- Liam -


      Me levanté pronto, así que aproveché que todos, incluida Sam estaban dormidos para darme la vuelta de por las mañanas; a lo mejor encontraba a Ada por fin. Desde el día uno de julio que habíamos llegado al mar, todas las mañanas salía al amanecer para ver si la encontraba y me quedaba hasta que la playa se llenaba de gente y sabía con exactitud que ese día no acudiría a nuestra cita y no la vería. Llevaba ya días o quizás meses, o quizás desde que la había visto pensando cómo sería cuando la volviera a ver. Ojalá ella también pensara en mí, aunque fuera la mitad del tiempo que la dedicaba yo en mi mente. Primero soñaba que me la encontraba en cualquier lugar de la playa, o incluso en Madrid, pero según se fue acercando la fecha de volver a la playa, me imaginaba encontrarla en el lugar donde nos habíamos conocido, mirando el mar, el amanecer, mientras yo aparecía por detrás. Ella oía el ruido que hacían mis pies descalzos sobre la suave y fría arena, se giraba, me sonreía y por fin nos fundíamos en un beso. Entonces todo se detenía y solo existía ese beso mientras el sol iba naciendo y se colocaba en el fondo azul del cielo, despacio, con cuidado, como si no quisiera dañar a las pocas nubes que hubiera en el cielo. Aunque me olvidé de ella durante un tiempo al ver que no me mandaba ningún email, fue como si se quedara en la recámara de mi cerebro y en cuanto comenzamos a planear las vacaciones, su nombre, sus rasgos, su pelo de color morado volvió a aparecer en mi mente a todas horas. No se lo conté a nadie, pues la gente me veía como un chuloputas (o algo por el estilo), superficial... En realidad no era nada de eso. No era un romántico, pero tampoco un chuloputas como se pensaban, no era superficial, pero tampoco un panoli. Era discreto, listo, bastante buen estudiante... Pero me disfrazaba ante los demás por miedo a pasarlo mal, como me pasó con María. Tenía una cáscara que tan solo mis amigos eran capaces de atravesar y verme tal y como era. Y esa cáscara caía en la playa, cuando solo estaba con mis amigos. Pero ese año, también estaba Ada.

Me puse lo primero que encontré en mi armario y salí a la calle. Hacía un día estupendo, calor, sin nubes. Me acerqué hacia el mar y contemplé lo vacía que se encontraba la arena. No había casi nadie, como casi todas las mañanas. Contemplé al sol nacer otro día más y a la luna huir del sol. Ahí mismo se veía tan bien todo. Recordé la fotografía de Ada, era casi como aquello que estaba viendo; pero su fotografía era mejor. Pasaron las horas y el sol fue subiendo. Me tumbé en el suelo y esperé. Volví a mirar a mi alrededor y esta vez me levanté. Seguía sin haber gente, algo raro ya que a estar horas solía haber ya bastante. Fui andando cerca de la orilla. Algunas olas alcanzaban mis chanclas y las mojaban completamente al igual que mis pies, otras solo conseguían rozar las suelas. Dentro de poco me iría.

Y ahí estaba ella, en la orilla, sentada, con los ojos cerrados. Era ella, estaba seguro, no podía ser otra persona. Pelo morado que le caía como una cascada sobre sus bellos hombros delgados pero fuertes, nariz preciosa, parpados perfectos, brazos de infarto. Era ella, estaba más que seguro. Me acerqué, y cuando estuve lo suficientemente cerca la llamé.
–¡Ey! ¡Pequeña delfín! ¿eres tú?, ¿dónde está Dafne?
Ella se giró y se quedó mirándome; por su expresión creo que no se esperaba verme. Tenía la cara como desencajada, como si yo fuera un fantasma o no fuera real. Algo que me sorprendió, ya que pensaba que había acudido a nuestra cita, aunque algo tarde.
–¡Creo que me toca invitarte a tomar algo! ¡ese era el trato! –me dijo Ada con una sonrisa.
Me acerqué a ella para saludarla y ayudarla a levantarse, cuando vi que tenía mi nota en la mano. Sabía que esa era la nota que había escrito. Era mi letra. Sonreí para mis adentros. Me senté a su lado, intentando no rozar mis piernas con las suyas. Quería esperar. Había venido por mi nota, estaba encantado de que estuviera allí.
–Te llegó la nota –dije empezando la conversación.
Hablamos, largo y tendido y durante ese largo tiempo, hablamos de la nota. De cómo hacía unos días la había encontrado; de por qué no había recibido ningún email suyo... Cuando me lo explicó todo, la creí, ¡cómo no iba a creerla! En un segundo, parece ser que desarrollé una fe ciega en ella. Confiaba en ella sin apenas conocerla, o mejor dicho, sin conocerla. No tenía por qué mentirme, creí.
La ayudé a levantarse y la llevé a desayunar donde solía desayunar yo. Te atendían bien y tenías el mar al lado. Me resultó raro y chocante que Ada fuera a venirse conmigo a desayunar tal y como iba. Iba como siempre había querido que fuera la chica de mis sueños; sin preocuparse por lo que llevaba puesto, solamente que fuera cómodo; no tener que ir a cambiarse y pintarse.
–me gustas –dije. Me salió solo, era solo un pensamiento... Pero lo dije en voz alta. ¡Esa chica realmente me encantaba!
Fuimos andando juntos, muy juntos, si me movía medio milímetro mi cuerpo se podía unir al suyo; podíamos ser uno. La escuché todo el camino hasta llegar al bar, hablando del verano anterior, contándome su fiesta de cumpleaños. Por lo que me decía su familia y sus amigas eran todo. Inconscientemente fui apuntando todo en mi cabeza. Para conseguir a Ada, debería conseguir también a sus amigas y a su familia. Me contó lo que estudiaba y me preguntó por lo que estudiaba yo. Me di cuenta de que iba buscando más información sobre mí para construir en su cabeza una idea de cómo era yo, y ella consciente o inconscientemente me daba la misma información para que yo me formase en mi mente con todas las piezas del puzzle una idea de cómo era ella. Pensé en una relación con ella, era imposible. Mi corazón me ordenaba que no y mi cerebro, lejos de mentirme, también me decía que no... Pero yo, decía que sí.
Desayunamos un cruasán y un vaso de leche, a pesar de que yo ya había desayunado en casa. Seguro que ella también había desayunado, pero daba igual, no me importaba, ni a ella tampoco parecía importarle.
Entre los dos saltaban chispas, nos complementábamos. Lo sabía a pesar de conocerla tan poco y solo saber fragmentos de su vida, los que ella consideraba más importantes o que me podía desvelar.
Quería verla más días y creí que la única forma de verla sería coincidiendo con ella en la playa, así que la pregunté cuándo solía bajar a la playa; así, intentaría bajar con mis amigos a la misma hora. Cuanto más sabía de ella, menos podía dejar de mirarla, de observarla, de desearla a mi lado. No era amor, pero si deseo y pasión lo que sentía en ese momento por ella. Cariño, ternura, también sentía por ella. Si todo seguía así de bien entre nosotros, sabía que en algún momento mis sentimientos hacia ella cambiarían y serían amor; lo cual no era bueno. No podía empezar una relación con ella que acabara en desastre, cuando ella me dejara... María, maldita María... Ella me hizo ser así, me volvió así.
Seguimos hablando y hablando y no sé en qué momento de nuestra conversación Ada se decidió a invitarnos a cenar a su apartamento con sus amigas. No esperaba que nos invitase y me sentí alagado. Sentía algo por mí, ¿no?. Aunque de momento solo fuera amistad, con eso me conformaba.
Después de desayunar la acompañé cerca de su apartamento, nos despedimos muy a mi pesar y ella echó a andar. No se giró en ningún momento hasta que entró en su apartamento, por lo que me quedé mirando cómo se alejaba, cómo se hacía más pequeña y borrosa con cada paso que daba. Cuando supe que había entrado en su apartamento y que nada podía pasarle, me fui hacia el mío. Seguro que mis amigos me estaban esperando y me preguntarían por qué me había ido y había vuelto tan tarde...
Al llegar a casa, nada más lejos de la realidad, todo fueron preguntas y más preguntas.
¿Dónde has estado?, ¿por qué vienes tan tarde?, ¿acaso te has encontrado con ella?... Les conté todo, casi con pelos y señales. No me gustaba contarles mucho a ellos, no porque no quisiera, simplemente no soy de ir contando lo que me va pasando. Me lo guardo todo para mí, pero esta vez tenía que contarlo si no quería tenerles todo el día detrás de mí haciendo preguntas.
–Genial entonces Liam –me dijo un alegre Ángel, que acababa de levantarse a juzgar por las legañas de sus ojos, cuando terminé de contarles todo. Sabía que me pasaría el día pensando en volver a verla aquella noche. No quería esperar tanto hasta volver a verla. Sentía que habíamos perdido un año y no quería perder más tiempo.
–Voy a ir a buscar a Ada a su apartamento mientras vosotros vais bajando a la playa –dije sin siquiera pensar en lo que estaba diciendo. Las palabras salieron solas de mi boca. Pero no me arrepentí de haberlas pronunciado.
–¿Sabes siquiera dónde vive? –pregunto Ángel enarcando una ceja a la vez que Pablo decia –¿Te acompaño?
Pablo es moreno de piel, muy moreno, ojos marrón oscuro, o mejor dicho, color carbón. El más alto de todos.
–Sí, si quieres te podemos acompañar –dijo Carlos apoyando a Pablo. 
–Sé más o menos donde vive y no, prefiero ir solo; pero las diré que se vengan con nosotros a pasar la mañana en la playa –dije, y a los cinco minutos estaba saliendo por la puerta de nuestro apartamento con mis amigos. Ellos se fueron hacia la derecha en dirección a la playa junto con Sam, mientras yo me fui a la izquierda para adentrarme en el pueblo y llegar a la parte de los apartamentos donde había visto a Ada desaparecer. Contemplé los apartamentos. Eran blancos, con las persianas y las contraventanas azul claro. Todos iguales. Parecía más fácil encontrar a Ada antes que ahora viendo todos los apartamentos iguales que había. Así que me aventuré. Me acerqué al primer bloque de apartamentos. Había dos apartamentos en la parte baja y otros dos subiendo unas escaleras de color azul. Me acerqué a los que estaban más abajo y llamé: no conocían a ninguna Ada, en el de al lado tampoco, subí a los de arriba y tampoco hubo suerte. Seguí andando hacia el segundo bloque de apartamentos y llamé a los dos de abajo, de allí, me mandaron un bloque más a la derecha, al piso de arriba; allí es dónde tenía el apartamento Ada. Fue entonces cuando realmente me puse nervioso. Empecé a sudar más de lo que sudaba por el calor que hacía. Me acerqué al bloque y subí temeroso las escaleras. Algunas de las baldosas azules estaban resquebrajadas, mientras otras estaban como nuevas. Se notaba por donde pasaba la gente al subir por aquellas escaleras. Cuando estuve frente a su puerta, tuve el sentimiento fugaz de que ojalá no estuviera en casa. Estaba con la mano alzada para llamar al timbre, cuando la puerta se abrió y vi a una chica, joven, riéndose.
–¡Hola! me llamo Liam, estoy buscando a Ada –me presenté.

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