Capítulo
14
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Liam
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Me
levanté pronto, así que aproveché que todos, incluida Sam estaban
dormidos para darme la vuelta de por las mañanas; a lo mejor
encontraba a Ada por fin. Desde el día uno de julio que habíamos
llegado al mar, todas las mañanas salía al amanecer para ver si la
encontraba y me quedaba hasta que la playa se llenaba de gente y
sabía con exactitud que ese día no acudiría a nuestra cita y no la
vería. Llevaba ya días o quizás meses, o quizás desde que la
había visto pensando cómo sería cuando la volviera a ver. Ojalá
ella también pensara en mí, aunque fuera la mitad del tiempo que la
dedicaba yo en mi mente. Primero soñaba que me la encontraba en
cualquier lugar de la playa, o incluso en Madrid, pero según se fue
acercando la fecha de volver a la playa, me imaginaba encontrarla en
el lugar donde nos habíamos conocido, mirando el mar, el amanecer,
mientras yo aparecía por detrás. Ella oía el ruido que hacían mis
pies descalzos sobre la suave y fría arena, se giraba, me sonreía y
por fin nos fundíamos en un beso. Entonces todo se detenía y solo
existía ese beso mientras el sol iba naciendo y se colocaba en el
fondo azul del cielo, despacio, con cuidado, como si no quisiera
dañar a las pocas nubes que hubiera en el cielo. Aunque me olvidé
de ella durante un tiempo al ver que no me mandaba ningún email, fue
como si se quedara en la recámara de mi cerebro y en cuanto
comenzamos a planear las vacaciones, su nombre, sus rasgos, su pelo
de color morado volvió a aparecer en mi mente a todas horas. No se
lo conté a nadie, pues la gente me veía como un chuloputas (o algo
por el estilo), superficial... En realidad no era nada de eso. No era
un romántico, pero tampoco un chuloputas como se pensaban, no era
superficial, pero tampoco un panoli. Era discreto, listo, bastante
buen estudiante... Pero me disfrazaba ante los demás por miedo a
pasarlo mal, como me pasó con
María.
Tenía una cáscara que tan solo mis amigos eran capaces de atravesar
y verme tal y como era. Y esa cáscara caía en la playa, cuando solo
estaba con mis amigos. Pero ese año, también estaba Ada.
Me
puse lo primero que encontré en mi armario y salí a la calle. Hacía
un día estupendo, calor, sin nubes. Me acerqué hacia el mar y
contemplé lo vacía que se encontraba la arena. No había casi
nadie, como casi todas las mañanas. Contemplé al sol nacer otro día
más y a la luna huir del sol. Ahí mismo se veía tan bien todo.
Recordé la fotografía de Ada, era casi como aquello que estaba
viendo; pero su fotografía era mejor. Pasaron las horas y el sol fue
subiendo. Me tumbé en el suelo y esperé. Volví a mirar a mi
alrededor y esta vez me levanté. Seguía sin haber gente, algo raro
ya que a estar horas solía haber ya bastante. Fui andando cerca de
la orilla. Algunas olas alcanzaban mis chanclas y las mojaban
completamente al igual que mis pies, otras solo conseguían rozar las
suelas. Dentro de poco me iría.
Y
ahí estaba ella, en la orilla, sentada, con los ojos cerrados. Era
ella, estaba seguro, no podía ser otra persona. Pelo morado que le
caía como una cascada sobre sus bellos hombros delgados pero
fuertes, nariz preciosa, parpados perfectos, brazos de infarto. Era
ella, estaba más que seguro. Me acerqué, y cuando estuve lo
suficientemente cerca la llamé.
–¡Ey!
¡Pequeña delfín! ¿eres tú?, ¿dónde está Dafne?
Ella
se giró y se quedó mirándome; por su expresión creo que no se
esperaba verme. Tenía la cara como desencajada, como si yo fuera un
fantasma o no fuera real. Algo que me sorprendió, ya que pensaba que
había acudido a nuestra cita, aunque algo tarde.
–¡Creo
que me toca invitarte a tomar algo! ¡ese era el trato! –me dijo
Ada con una sonrisa.
Me
acerqué a ella para saludarla y ayudarla a levantarse, cuando vi que
tenía mi nota en la mano. Sabía que esa era la nota que había
escrito. Era mi letra. Sonreí para mis adentros. Me senté a su
lado, intentando no rozar mis piernas con las suyas. Quería esperar.
Había venido por mi nota, estaba encantado de que estuviera allí.
–Te
llegó la nota –dije empezando la conversación.
Hablamos,
largo y tendido y durante ese largo tiempo, hablamos de la nota. De
cómo hacía unos días la había encontrado; de por qué no había
recibido ningún email suyo... Cuando me lo explicó todo, la creí,
¡cómo no iba a creerla! En un segundo, parece ser que desarrollé
una fe ciega en ella. Confiaba en ella sin apenas conocerla, o mejor
dicho, sin conocerla. No tenía por qué mentirme, creí.
La
ayudé a levantarse y la llevé a desayunar donde solía desayunar
yo. Te atendían bien y tenías el mar al lado. Me resultó raro y
chocante que Ada fuera a venirse conmigo a desayunar tal y como iba.
Iba como siempre había querido que fuera la chica de mis sueños;
sin preocuparse por lo que llevaba puesto, solamente que fuera
cómodo; no tener que ir a cambiarse y pintarse.
–me
gustas –dije. Me salió solo, era solo un pensamiento... Pero lo
dije en voz alta. ¡Esa chica realmente me encantaba!
Fuimos
andando juntos, muy juntos, si me movía medio milímetro mi cuerpo
se podía unir al suyo; podíamos ser uno. La escuché todo el camino
hasta llegar al bar, hablando del verano anterior, contándome su
fiesta de cumpleaños. Por lo que me decía su familia y sus amigas
eran todo. Inconscientemente fui apuntando todo en mi cabeza. Para
conseguir a Ada, debería conseguir también a sus amigas y a su
familia. Me contó lo que estudiaba y me preguntó por lo que
estudiaba yo. Me di cuenta de que iba buscando más información
sobre mí para construir en su cabeza una idea de cómo era yo, y
ella consciente o inconscientemente me daba la misma información
para que yo me formase en mi mente con todas las piezas del puzzle
una idea de cómo era ella. Pensé en una relación con ella, era
imposible. Mi corazón me ordenaba que no y mi cerebro, lejos de
mentirme, también me decía que no... Pero yo, decía que sí.
Desayunamos
un cruasán y un vaso de leche, a pesar de que yo ya había
desayunado en casa. Seguro que ella también había desayunado, pero
daba igual, no me importaba, ni a ella tampoco parecía importarle.
Entre
los dos saltaban chispas, nos complementábamos. Lo sabía a pesar de
conocerla tan poco y solo saber fragmentos de su vida, los que ella
consideraba más importantes o que me podía desvelar.
Quería
verla más días y creí que la única forma de verla sería
coincidiendo con ella en la playa, así que la pregunté cuándo
solía bajar a la playa; así, intentaría bajar con mis amigos a la
misma hora. Cuanto más sabía de ella, menos podía dejar de
mirarla, de observarla, de desearla a mi lado. No era amor, pero si
deseo y pasión lo que sentía en ese momento por ella. Cariño,
ternura, también sentía por ella. Si
todo seguía así de bien entre nosotros, sabía que en algún
momento mis sentimientos hacia ella cambiarían y serían amor; lo
cual no era bueno. No podía empezar una relación con ella que
acabara en desastre, cuando ella me dejara... María, maldita
María... Ella me hizo ser así, me volvió así.
Seguimos
hablando y hablando y no sé en qué momento de nuestra conversación
Ada se decidió a invitarnos a cenar a su apartamento con sus amigas.
No esperaba que nos invitase y me sentí alagado. Sentía algo por
mí, ¿no?. Aunque de momento solo fuera amistad, con eso me
conformaba.
Después
de desayunar la acompañé cerca de su apartamento, nos despedimos
muy a mi pesar y ella echó a andar. No se giró en ningún momento
hasta que entró en su apartamento, por lo que me quedé mirando cómo
se alejaba, cómo se hacía más pequeña y borrosa con cada paso que
daba. Cuando supe que había entrado en su apartamento y que nada
podía pasarle, me fui hacia el mío. Seguro que mis amigos me
estaban esperando y me preguntarían por qué me había ido y había
vuelto tan tarde...
Al
llegar a casa, nada más lejos de la realidad, todo fueron preguntas
y más preguntas.
¿Dónde
has estado?, ¿por qué vienes tan tarde?, ¿acaso te has encontrado
con ella?... Les conté todo, casi con pelos y señales. No me
gustaba contarles mucho a ellos, no porque no quisiera, simplemente
no soy de ir contando lo que me va pasando. Me lo guardo todo para
mí, pero esta vez tenía que contarlo si no quería tenerles todo el
día detrás de mí haciendo preguntas.
–Genial
entonces Liam –me dijo un alegre Ángel, que acababa de levantarse
a juzgar por las legañas de sus ojos, cuando terminé de contarles
todo. Sabía que me pasaría el día pensando en volver a verla
aquella noche. No quería esperar tanto hasta volver a verla. Sentía
que habíamos perdido un año y no quería perder más tiempo.
–Voy
a ir a buscar a Ada a su apartamento mientras vosotros vais bajando a
la playa –dije sin siquiera pensar en lo que estaba diciendo. Las
palabras salieron solas de mi boca. Pero no me arrepentí de haberlas
pronunciado.
–¿Sabes
siquiera dónde vive? –pregunto Ángel enarcando una ceja a la vez
que Pablo decia –¿Te acompaño?
Pablo
es moreno de piel, muy moreno, ojos marrón oscuro, o mejor dicho,
color carbón. El más alto de todos.
–Sí,
si quieres te podemos acompañar –dijo Carlos apoyando a Pablo.
–Sé
más o menos donde vive y no, prefiero ir solo; pero las diré que se
vengan con nosotros a pasar la mañana en la playa –dije, y a los
cinco minutos estaba saliendo por la puerta de nuestro apartamento
con mis amigos. Ellos se fueron hacia la derecha en dirección a la
playa junto con Sam, mientras yo me fui a la izquierda para
adentrarme en el pueblo y llegar a la parte de los apartamentos donde
había visto a Ada desaparecer. Contemplé los apartamentos. Eran
blancos, con las persianas y las contraventanas azul claro. Todos
iguales. Parecía más fácil encontrar a Ada antes que ahora viendo
todos los apartamentos iguales que había. Así que me aventuré. Me
acerqué al primer bloque de apartamentos. Había dos apartamentos en
la parte baja y otros dos subiendo unas escaleras de color azul. Me
acerqué a los que estaban más abajo y llamé: no conocían a
ninguna Ada, en el de al lado tampoco, subí a los de arriba y
tampoco hubo suerte. Seguí andando hacia el segundo bloque de
apartamentos y llamé a los dos de abajo, de allí, me mandaron un
bloque más a la derecha, al piso de arriba; allí es dónde tenía
el apartamento Ada. Fue entonces cuando realmente me puse nervioso.
Empecé a sudar más de lo que sudaba por el calor que hacía. Me
acerqué al bloque y subí temeroso las escaleras. Algunas de las
baldosas azules estaban resquebrajadas, mientras otras estaban como
nuevas. Se notaba por donde pasaba la gente al subir por aquellas
escaleras. Cuando estuve frente a su puerta, tuve el sentimiento
fugaz de que ojalá no estuviera en casa. Estaba con la mano alzada
para llamar al timbre, cuando la puerta se abrió y vi a una chica,
joven, riéndose.
–¡Hola!
me llamo Liam, estoy buscando a Ada –me presenté.
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