1.ADA
Quedan
menos de doce horas para que empiecen mis verdaderas vacaciones.
Bueno, me corrijo, nuestras verdaderas vacaciones, pienso. Estaba en
mi casa, tumbada en mi cama, boca arriba. No podía dormir. Giré
sobre mí misma y alargué mi brazo para dar la luz de mi mesilla. La
luz me deslumbró e instintivamente cerré mis ojos y gruñí. Me
incorporé sobre mis codos una vez me acostumbré a la luz y miré a
ambos lados de mi cama. Mis cinco amigas dormían plácidamente.
Podía escuchar cada una de sus respiraciones, a pesar de no saber a
quién correspondía cada una. Sonreí, al menos ellas pueden
descansar para el viaje de mañana, pensé. Ninguna de ellas se
movía, ni siquiera se inmutaron cuando saqué del cajón de la
mesilla mi álbum de fotos. Lo abrí para ver, como siempre, las
fotos de la playa. Cada año pesa un poco más el álbum. La primera
foto es de la primera vez que fuimos juntas a la playa. Éramos muy
pequeñas. Miré el pie de foto: 8-julio-1998. Salimos todos en la
foto. Cerré los ojos y me imaginé allí, rememorando aquellos días,
cuando no éramos más que unas mocosas. Me sumerjo en la foto, como
otras muchas veces he hecho. Y allí nos veo a las seis, jugando en
la arena a hacer castillos de arena, a hacer montañas y túneles
subterráneos que las unían, a hacer un hoyo y cavar, no muy lejos
del mar, hasta que saliera agua del fondo (esto último solía
hacerlo con mi padre y mi hermano) imagino a Vanessa con sus padres y
su hermano, que no es más que un pequeño bebé de apenas dos meses.
También imagino a Julia, Sara, Carolina y Ainhoa con sus respectivos
padres, hermanos y hermanas. Y por ultimo me imagino a mí, junto con
mis padres y mi hermano pequeño (solo nos sacamos dos años). Íbamos
las seis familias en cinco coches en dirección a la playa a pasar
unos días inimaginables. Abro los ojos y una sonrisa amenaza con
formarse en mis labios. Dejo que gane y esbozo una sonrisa para mí
misma. Aquella foto nos la hicieron hace doce años y ese año,
siguiendo la tradición, nosotras seis nos juntamos y hacemos lo
mismo que hacían nuestros padres cuando éramos más canijas. De las
seis yo soy la que vive más intensamente las dos o tres semanas que
pasamos en la playa. El ver a mis amigas juntas, felices, es lo que
hace que siempre siga adelante al caer. Continué pasando las fotos,
recordando viejos tiempos hasta que levanté la cabeza y miré por
encima del álbum, enfocando el reloj, que marcaba las 3:02 de la
mañana. Cerré el álbum a regañadientes, apagué la luz y me volví
a tumbar boca arriba, mirando el techo. Debería dormir, me dije.
Mañana será un largo día, pensé; sabiendo que me tocaría
conducir casi quinientos kilómetros hasta llegar al mar. Cerré los
ojos, esta vez para imaginarme allí al día siguiente con mis amigas
y Dafne (mi mascota).
-¡Ada!,
¡Despierta!- me llamó Ainhoa mientras me zarandeaba suavemente.
Entorné los ojos y gruñí. Odio que me despierten. Obviamente,
Ainhoa lo sabía por lo que en cuanto vio que estaba más o menos en
el mundo real, se alejó de mi cama y se fue a la cocina a preparar
el desayuno con Vanessa por lo que pude oír. Me mantuve tumbada en
la cama, envuelta entre las sábanas, con los ojos cerrados unos
minutos más. Poco a poco me fui incorporando en la cama, con los
ojos aun cerrados. Los abrí despacio y al principio, todo lo que
veía era borroso. En cuanto estuve más despierta, me acerqué al
nido de Dafne, mi pata. (Si, habéis leído bien, mi mascota es un
pato). Desde hace unos meses pone huevos, así que me asomé a coger
el de ese día. No había ningunos, ni tampoco había rastro de
Dafne. Supuse que lo habría cogido alguna de las chicas para
desayunar y Dafne las había seguido como siempre que veía unos
pies. Dafne es un pato mudo(híbrido de pato y oca, a pesar de que yo
la compré como un pato de granja). Las plumas son blancas, grises,
marrones y negras. De pequeña era completamente amarilla. Según fue
creciendo, perdió el plumón y se le quedo la cola negra, las alas
grises con las plumas finales blancas, el cuello con plumas negras
con manchas marrones en las puntas de éstas y el resto blanca. Tiene
el pico diferente a los demás patos, es de color crema azulado como
el atardecer. Los ojos son grises como un atardecer lluvioso. Así,
parece no ser muy bonita, pero lo es. Como la crié desde pequeña
(tenía menos de un día cuando me la dieron), me sigue a todas
partes y cuando me pierde pía como si me llamara mientras me busca.
Le encanta nadar, y en cuanto se mete en el agua “canta”. Como ya
os he dicho, desde hacía unos meses, ponía un huevo cada día, lo
que nos venía muy bien en ese momento que nos íbamos a la playa,
para el desayuno. Admito que es difícil viajar con un pato pero ya
nos hemos acostumbrado.
Antes
de salir al pasillo y dirigirme a la cocina, hice mi cama viendo que
las demás ya lo habían hecho. Después me metí en el baño que
está en el pasillo, nada más salir de mi cuarto, para arreglar mis
pelos y las ojeras que seguramente tendría. Encendí la luz del baño
y me miré al espejo. Parecía otra persona: pelo enredado (de loca),
ojos entornados y ojerosos, mirada cansada y semblante tenso.
Normalmente no soy así. Mi pelo suele ser ondulado con algún que
otro rizo o tirabuzón. Lo llevo largo y de color morado (mi color
natural es el marrón como la corteza de los árboles). Parte de mi
flequillo y del resto de mi pelo es morado claro, mientras que el
resto es morado oscuro. Mis ojos son marrones (iguales a los del 90%
de la población española, nada del otro mundo), pestañas largas
(como las de mi padre). Tengo la piel de color claro (aunque en
verano cojo un tono terroso muy bonito) con pecas en mi nariz y mis
pómulos, sobre todo en verano. Labios carnosos y un lunar pequeño
marrón, en la parte derecha de mi labio inferior (como mi madre).
Nunca me pinto, algo que mi madre me reprocha cuando salimos a comer
o cenar a algún sitio especial. Soy una chica del montón, no muy
alta, no muy delgada. Me gusta vestir con pantalones y nada de
vestidos. Soy muy sentimental con las tradiciones, muy habladora y
vergonzosa por otro lado. Me gusta la naturaleza, no madrugar, y mi
pata Dafne. (creo que ya os habéis podido hacer una idea de cómo
soy yo). Me recogí el pelo con un palo en una especie de moño
quedando algunos pelos sueltos. No tenía ganas de intentar
desenredarlo y poner cada pelo en su sitio. Suspiré frente al espejo
y me dispuse a salir sin volver a mirar mi reflejo.
-Buenos
días- me dijo Vanessa acercándose a mí para darme un abrazo y
después las demás también se acercaron para darme los buenos días
y abrazarme (sería para darme fuerza para poder conducir los
quinientos kilómetros que nos separaban de la playa, supuse).
Nos
sentamos a desayunar las seis sin esperar a mis padres o a mi hermano
ya que era muy pronto, a penas acababa de amanecer. Me quedé mirando
a mis amigas. Empecé con Sara, es la mayor. Desde la primera vez que
nos vimos de peques nos hemos llevado genial y ahora estudiamos
fisioterapia juntas. Es de brillantes ojos marrón chocolate(no como
los míos, los suyos siempre brillan intensamente), morena de pelo
largo, liso, muy muy liso; es lo que más he envidiado yo siempre de
ella ya que yo lo tengo siempre enredado por culpa de los rizos y las
ondulaciones. Es muy activa y siempre propone cosas que podemos
hacer. No le gusta la monotonía, y normalmente consigue salirse con
la suya. Siempre se apunta a cualquier plan, así que sé que siempre
puedo contar con ella para todo. Dirigí mi mirada hacia Ainhoa. Con
ella fui al mismo colegio durante un tiempo, por eso es con la que
más he compartido y es lo que ha hecho que estemos más unidas. Ella
estudia turismo. Que no estudiemos en la misma universidad no impide
que nos veamos cada viernes. Es pálida, de ojos color miel, pelo
largo, liso y reflejos pelirrojos. Delgada y alta, muy alta, la más
alta de las seis. Siempre es sincera con todo el mundo, te sabe
ayudar, escuchar.. Prefiere estar descansando que salir, pero la
encanta el deporte, sobre todo el padel. Desvié la mirada a Julia
que untaba una tostada con mermelada. También estudia fisioterapia,
está con Sara y conmigo. Es pálida como Ainhoa, ojos marrones
verdoso y pelo liso y rojizo(como el color rojo sangre). Siempre
tiene ganas de salir por las noches y le encanta el “Manga” (ya
sabéis típicos dibujos japoneses) al igual que a Sara. Es muy
abierta y habla con todo el mundo, siempre está riendo, lo que hace
que sonriamos nosotras también. Nunca falta una enorme sonrisa en su
cara dedicada a nosotras. En el cercanías hacia la universidad, por
la mañana, jugamos con nuestra Ds al Mario party. Casi siempre me
gana. Algunos de nuestros amigos también se unen a nuestra partida y
nos pasamos el largo camino en cercanías riendo. Seguí mi recorrido
y observé a Vanessa que daba vueltas a la leche con una cuchara
absorta en sus pensamientos, como yo. Estudió un año fisioterapia
con nosotras, pero después se cambió a la carrera de educadora
infantil. Tiene el pelo color chocolate con reflejos naranjas y muy
muy largo el más largo que he visto nunca, rizado(un rizado bonito,
no como el mío) ojos marrón clarito. Se la puede contar todo que
ella no dirá nada. Es muy buena, la mejor de todas. Te ayuda
siempre, por encima de las cosas que tiene que hacer ella. Siempre
está dispuesta a ayudar, es lo que más me fascina de ella. Te deja
todo, sea lo que sea, es imposible que no te caiga bien. Y por último
me detuve a mirar a Carolina que estaba a mi derecha haciendo pedazos
las galletas para mojarlas en el café. Es pelirroja y rubia a la
vez, una mezcla extraña y atractiva. Ojos marrones casi negros como
el carbón. Estuvo también conmigo en el colegio los últimos años.
Ahora estudia bellas artes. Le gusta mucho el “Manga” y los
videojuegos, algo que comparte con Sara y Julia (no paran de
viciarse). En general puedes pedirla cualquier favor, que lo hará.
Es muy buena persona y siempre es atenta con todo el mundo. Le gustan
mucho los animales, igual que a mí. De pequeñas teníamos hamsters
y nos pasábamos tardes enteras las dos juntas jugando con ellos.
Cuando se pone nerviosa se le ponen los mofletes rojos y aparenta ser
más buena aún de lo que ya es; así es como logra convencernos
siempre de todo.
Dafne
me picoteó el dedo gordo del pie, haciendo que pegara un grito
ahogado, un bote, y mi rodilla diera de lleno bajo la mesa (todo lo
bueno que esperas que te pase nada más levantarte, vamos). Todo lo
que había sobra la mesa se tambaleó, haciendo que mis amigas
centraran su atención en mí.
-lo
siento- dije mientras bajaba la mirada y me frotaba la rodilla. Nada
más terminar de disculparme mis amigas rompieron el silencio que se
había formado después de mi espectáculo a carcajada limpia. Si,
si, se desternillaron de risa unos cuantos minutos y al final, cuando
el dolor hubo pasado, yo también me uní a sus risas. Busqué con la
mirada a Dafne para regañarla y la vi debajo de la mesa, tal y como
estaba cuando me había pellizcado el dedo con su pico. La miré con
cara enfadada a pesar de saber de antemano que no serviría de nada.
-¡No
vuelvas a hacerlo Dafne!- la reprendí. Se quedó mirándome como si
no fuera con ella. Eso me sacaba de quicio. ¿Cuántas veces la habré
dicho esta frase, a pesar de que no sirva de nada? Pensé. Con Dafne
no paraba de repetirlo a pesar de saber que no iba a aprender.
-Ada,
sabes que no sirve de nada- dijo Julia intentando “animarme” a su
manera, quitándole importancia a que me hubiera hecho daño mi
mascota.
-Ya
sabes cómo soy- la contesté fulminándola con la mirada
-Cabezota-
dijo sin más Sara señalándome con la cuchara. Tenía toda la razón
del mundo, pero no iba a aceptarlo.
-Sí,
Sara tiene razón- dijo Carolina, poniéndose de su parte. Detestaba
darlas la razón en lo que a Dafne se refiere, así que no contesté
a su pregunta, simplemente cambié de tema preguntando -¿A qué hora
saldremos?-. Nosotras solíamos llegar por la tarde a la playa,
instalarnos en el apartamento, hacer la compra, descansábamos un
rato y pasábamos el resto de la poca tarde que nos quedaba en la
playa y en la piscina que tenía nuestro apartamento (alquilado, pero
siempre el mismo) en la azotea.
-Cuando
tú digas, tú conduces- me contestó Sara. Las demás asintieron. A
todas les pareció bien cambiar de tema (será que sabían que no me
convencerían de nada, como siempre pasaba en estos casos).
-En
una hora creo que podríamos salir. Son.. las nueve y media- dije
mirando mi reloj. Ya había amanecido.
-perfecto,
en marcha entonces- dijo Julia dando por zanjado el tiempo para
desayunar. Yo aún no había tomado ni un sorbo de mi leche. Hacía
unos años que nos habíamos propuesto salir antes de Madrid (Sí,
somos de Madrid todas, excepto Sara que nació en Ourense) para poder
disfrutar de más playa, pero nunca lo conseguíamos, por unas cosas
o por otras. Como por ejemplo dejar olvidada la comida de Dafne en la
puerta de la entrada de casa (culpa mía), olvidar la maleta con las
mantas y las sábanas (culpa de Vanessa), esas cositas que hacen que
pierdas casi todo el día de ida en ir y volver a casa a por las
cosas olvidadas.
Sara
solía conducir por ser la mayor, pero el año pasado me saqué el
carnet y me regalaron por mi cumpleaños (entre mi familia y ellas)
la furgoneta Volkswagen, esa de los hippies. Es de color blanco y
azul oscuro. Tiene nueve plazas y un maletero gigante, muchas
ventanas a los lados y unas más pequeñitas entre el techo y las
ventanas grandes. A veces, aún hoy, no me puedo creer que me la
regalaran. Es el coche de mis sueños, donde podemos viajar todos.
Recogimos
la mesa justo cundo mis padres aparecieron en la cocina
-¿Llegamos
tarde para el desayuno?- preguntó mi padre mirándonos.
-Un
poco tarde Jose- dijo Ainhoa con cara de disculpa
-Hola
papá, hola mamá- saludé acercándome a ellos para darles un beso.
Mis amigas una a una pronunciaron las palabras: “Hola Jose, hola
Ana, buenos días”
-bueno,
tendremos que hacernos nosotros el desayuno, qué remedio- dijo mi
padre intentando darnos pena para bromear con nosotras.
-papá,
anda, deja a las chicas- dijo mi madre cogiendo a mi padre de la mano
y conduciéndole a la mesa.
-¿Dejo
la leche?- preguntó Julia que no sabía si debía recoger o no de la
mesa la leche.
-No
te preocupes Julia, dejad todo. No hace falta que recojáis nada, ya
lo haremos nosotros después- dijo mi padre y volvió la vista
haciendo donde estábamos las demás –id a por vuestras cosas y a
la playa- dijo dando por zanjada nuestra labor de recoger.
-¿De
verdad papá?- pregunté algo incrédula. A nosotras no nos habría
costado nada recoger y mis padres siempre han sido muy meticulosos
con eso de llevar al lavaplatos lo que tú ensucies (lo que se
traducía a llevar tu plato y tu vaso al friegaplatos, echar un agua
y meterlo en el lavaplatos)
-De
verdad- dijo asintiendo -¿cuándo os vais a ir?- preguntó éste
después.
-Ahora,
en una hora más o menos- contestó Carolina por mí. Mi padre y mi
madre asintieron y antes de dejarnos marchar definitivamente me
preguntó ésta ilusionada con una gran sonrisa estampada en la cara
-¿Qué?, ¿contenta con tu primer viaje?-. Sabía que me hacía
mucha ilusión ese viaje porque con la furgoneta nunca habíamos
hecho un viaje más largo que de Madrid a Segovia o Toledo.
-Sí,
mucho, la verdad- dije sin poder reprimir pegar un par de saltitos.
Una sensación de felicidad me embargó. Estaba deseando que nos
fuéramos ya con la furgoneta. Aún no la habíamos puesto nombre,
pero el camino a la playa era largo e intuí que algún nombre se nos
ocurriría.
-Venga
anda, daos prisa u os pasará como siempre- nos apremió esta vez mi
madre. Ella siempre lograba que nos pusiéramos en marcha.
Recogimos
las camas hinchables y la supletoria, que era de mi hermano, la
dejamos en la puerta de su cuarto para no despertarle. Nos dividimos
en dos grupos y cada uno se fue a un baño de la casa (en mi casa hay
dos baños). Yo me duché mientras Vanesa y Ainhoa se arreglaban
frente al espejo. Ellas habían madrugado más y ya se habían
duchado. Me sentó la mar de bien la ducha fría; por fin logré
dejar apartado el sueño y empecé a mentalizarme de las horas de
viaje.
Cuando
estuvimos preparadas, me fui a por la furgoneta al garaje y la
aparqué en frente del portal de mi casa, para así poder bajar las
maletas (que no eran pocas) tranquilamente. Vivo en un segundo, pero
aún así el no tener que ir al garaje de tres tandas para meter
todo, se agradece. Cuando volví del garaje, llamé al portero
automático para que empezaran a bajar cosa. Eran ya las once.
Enrique, nuestro portero, nos ayudó a llevar las cosas del portal a
la furgoneta, al igual que mis padres y mi hermano (a quien mis
padres habían despertado y hecho vestirse solo para ayudar. Me las
haría pagar después). Llevábamos muchas cosas, era como jugar al
tetris en el maletero. Lo bueno era que los tres asientos de atrás
del todo iban vacíos por lo que pudimos poner algunas de las cosas
allí (mi cometa por ejemplo, que siempre llevaba y nunca usaba. Era
ya tradición llevarla y traerla todos los años más que otra cosa).
Por último una vez estuvo todo listo, nos metimos en la furgoneta.
Mi hermano me pasó a Dafne, a la cual dejé sobre el regazo de
Vanesa que se sentó delante conmigo, entre Ainhoa y yo.
-Pasáoslo
bien- dijo mi padre, pero todas sabíamos que no solo iba a decir
eso. Todos los años igual.. -tened..- le corté – cuidado- terminé
yo su frase. El sonrió complacido de que terminara su frase porque
eso significaba que lo sabía, e intentó tapar con una sonrisa la
cara de enfado que apareció cuando le interrumpí, por el solo hecho
de haberle interrumpido.
-Ada,
acuérdate de llamar cuando lleguéis- me recordó mi madre.
-Sí
mamá- dije dirigiéndola una sonrisa nerviosa. Me quería ir ya. Por
último me despedí de mi hermano (después de, como todos los años,
dar un beso a cada uno de mis padres y jurarles y perjurarles que nos
portaríamos bien, que no nos pasaría nada y que los llamaría por
las noches).
-Suerte
con papá y mamá- le susurré a mi hermano cuando se acercó a la
ventanilla del coche.
-Sí..
la necesito- contestó él.
-Miguel..
si te vinieras con nosotras.. aún estás a tiempo- le dije. Siempre
que había intentado convencerle había contestado lo mismo: “Son
unas vacaciones de chicas y blabla” y ese día no iba a contesta
otra cosa, claro. Nunca daba su brazo a torcer en este tema y yo
tampoco; por eso manteníamos todos los años esa conversación.
-Son
vacaciones de chicas Ada..- contestó mi hermano. ¡Lo sabía!
-Te
llamaré por las noches- le dije dándole un beso en su áspera
mejilla por la incipiente barba que empezaba a salir otra vez
–cualquier cosa, WatsApp-. Me sonrió y asintió. Yo, le devolví
la sonrisa y le guiñé un ojo.
-¡Adiós!-
dije mientras agitaba mi mano por fuera de la ventanilla y encendía
el motor de la ventanilla.
-¡Adiós!-
dijeron mis amigas al unísono agitando sus manos dentro de la
furgoneta.
-Adiós
chicas, ir con cuidado- dijo mi madre. Otra vez que si cuidado, que
si despacio..
-Pasadlo
bien- dijo mi padre sonriéndome. ¡Ui! Eso era nuevo. Siempre se
solía despedir con alguna frase como la de mi madre.
-¡Adiós
Ada!- dijo mi hermano (que por cierto, he olvidado mencionar que es
el mejor hermano del mundo, sin lugar a dudas).
Arranqué,
metí la marcha atrás, frené, giré el volante, metí primera y nos
alejamos del portal de mi casa, de mis padres y de mi hermano. Miré
por el retrovisor del centro hasta que mis padres y mi hermano se
hicieron tan pequeños que solo pude distinguir tres motitas negras
en la lejanía.
-¡Vamos
a la playaaa!- gritó Sara
-¡Guau!
¡Por fin!- dijo Julia. Todas reímos.
-Pon
música Ainhoa- pidió carolina. La furgoneta, tal y como me la
habían dado no podía leer cintas ni CDs, pero un amigo de mi padre
hizo un invento (antes de que penséis que cual, no lo sé
exactamente) por el cual podemos escuchar CDs.
-ya
voy, ya voy, impaciente- dijo Ainhoa riéndose. En cuanto arranqué
para irnos, a todas nos había subido el ánimo. El viaje fue lento
(cuanto menos. Fueron seis horas y media contando que paramos a comer
sobre las dos de la tarde). Llegamos a la playa sobre las seis y
media. No era tan mala hora como otros años.
-Por
fin estamos aquí- susurré cuando vi el mar. Antes, cuando iba con
mis padres y mi hermano en el coche a la playa, el primero que veía
el mar decía: “Toma jeroma, pastillas de goma”. Hacía mucho que
no decía aquella frase.
-Sí-
contestó carolina que estaba sentada justo detrás de mí. Ignoraba
que alguna de ellas me había escuchado. La miré por el retrovisor y
la sonreí. Ella me devolvió la sonrisa y me apretó el hombro.
Enseguida
vi el cartel de salida hacia “nuestro” pueblo, en Almería. Es
muy pequeño y poco conocido. Allí nos conoce ya todo el mundo como
si hubiéramos nacido y crecido allí. Nada más llegar fuimos a
buscar a Linda, la mujer que nos alquila el apartamento. Por el
camino, nuestros conocidos nos saludaron con la mano o con un gesto
de cabeza. Yo, pitaba y saludaba sacando mi mano por la ventanilla,
igual que las chicas. Cuando abrimos las ventanillas un aire cálido
y húmedo nos golpeó el cuerpo. Ahora sí que estoy en la playa,
pensé. El aire húmedo de la playa era agobiante, pero poco a poco
me había acostumbrado a él igual que las demás. Costaba respirar
al principio y notabas como toda tu ropa se te pegaba y empezabas a
sudar. Cualquier pantalón largo molestaba y cualquier camiseta con
mangas también lo era. Por fin llegamos a la casa de Linda. Linda es
una mujer de alrededor de cuarenta años, de estatura media y un poco
regordeta. El pelo rubio oscuro y muy rizado, lo que le da un toque
juvenil, con una especie de acento murciano o andaluz, que le da
mucha vida cuando habla. Nos dio las llaves y antes de que pudiera
hablar..
-
Linda, ya lo sabemos, cuidado al encender el gas, el agua caliente va
en función del termo eléctrico, ni que decir tiene que cuidemos
bien la casa pero ya no somos tan pequeñas como la primera vez que
vinimos. Por descontado la casa colocada y nos podemos ir cuando
queramos el último día- dije en tono cortante. No pretendí ser
borde, pero me moría de ganas de volver a entrar en el apartamento.
-
Sí, exacto, es verdad, ya os lo sabéis todo, os prometo que el año
que viene no os volveré a recordar nada, pero es que parece mentira
que hace ya más de doce años que vengáis aquí- dijo Linda
añorando aquellos años en los que veníamos con nuestros padres y
éramos todas pequeñas. Pasó por alto mi tono de voz aunque yo la
miré a los ojos mostrando arrepentimiento, por si acaso. Ella me
sonrió. Sabía que queríamos ir al apartamento cuanto antes, pero
ella, por el contrario, quería nuestra presencia para recordar
viejos tiempos.
-Exacto-
confirmó Sara –venimos aquí desde que yo tengo nueve, Ada, Ainho
y Vane siete y Julia y Carol ocho-
-Es
verdad cuanto tiempo ya.. Me acuerdo cuando vinimos la primera vez...
–comentó Carolina.
-Bueno
chicas os dejo para que os acomodéis- dijo Linda dándonos un abrazo
de bienvenida –bienvenidas un año más- dijo mostrando una sonrisa
sincera, intentando evitar pensar más en cuando éramos pequeñas,
ya que para ella siempre fuimos sus sobrinas en verano. Nos cuidaba y
nos solía llevar a las ferias de los pueblos de al lado. Nunca
fallábamos a nuestra cita veraniega con las ferias.
Después
de despedirnos, fuimos a nuestro apartamento; siempre era el mismo,
en primera fila de playa casi, ya que los dos bloques de apartamentos
de delante eran más bajitos y podíamos ver perfectamente la playa,
las puestas de sol.. Teníamos que subir un par de escaleras ya que
el bloque estaba formado por dos pisos. El primer piso pertenecía a
otras personas. La entrada estaba como metida dentro del apartamento,
por eso éste tenía forma de L. La ventana de la cocina daba a la
entrada y las de las habitaciones y baños a la calle. La terraza y
las dos ventanas del salón daban al mar. Aparcamos el coche y
bajamos todo el equipaje de dos o tres tandas. El apartamento era
completamente blanco por fuera y cuadrado, típico de Almería. La
primera en entrar en el apartamento fue Dafne, como el año pasado,
seguida de Carolina, Vanessa, Julia, Ainhoa, de Sara y de mí, quien
cerró la puerta.
-¡Ah!
Había olvidado lo bien que huele siempre este apartamento- dije
inspirando fuertemente, quizás con demasiada violencia y con un
toque infantil, lo que hizo que todas rieran.
-Sí,
huele a mar – asintió Julia riendo, mientras dejaba las cosas en
el salón.
-Bueno
chicas, coloquemos las cosas y vámonos a hacer la compra, que sino
no da tiempo de ir a la playa – dijo Sara. Sabía que había
añorado la playa todo el año.
La
casa estaba como siempre. Seguía con su forma de L. Nada más entrar
a la izquierda está la cocina y pasada ésta, un pasillo largo que
da a nuestras habitaciones; empezando por la de Carolina, verde, la
de Sara y Julia azul, Vanessa y Ainhoa amarillo y por último la mía,
violeta. Un total de cuatro habitaciones y dos baños: uno enfrente
de mi habitación(el que usamos para asearnos) y otro entre la
habitación de Ainhoa y Vanessa y la de Julia y Sara(el que usamos
para ducharnos). En la habitación de Carolina, estaba hacía tiempo
mi cama, pero me mudé de habitación cuando cogí a Dafne, para no
molestar a nadie. Mi habitación al contrario de las demás, estaba
llena de trastos. Era el desván, que había convertido en mi
habitación. Solo entraba mi cama, y un armario pequeño al lado de
la puerta. Por el contrario, en la habitación donde dormía
Carolina, cabían al menos dos camas más. Por eso, allí guardábamos
siempre unos colchones hinchables. Nunca sabíamos cuándo íbamos a
tener visitas. De frente, el salón. No es muy grande pero podemos
estar las seis bien ahí. Hay un sofá marrón a la derecha y una
televisión enfrente de éste. Una mesa de madera al fondo, al lado
de la terraza, de seis plazas y una mesa bajita de cristal entre el
sofá y la televisión. La terraza está al lado de la televisión.
Es de puertas correderas, con cortinas blancas y una barandilla de
mármol fuera. Desde la entrada no se puede ver, pero según te
adentras en el salón distingues la terraza. Las paredes del
apartamento son blancas como la espuma que dejan las olas, menos los
baños que son de color azul cielo.
No
tardamos mucho en colocar las cosas en nuestras respectivas
habitaciones. Nos pusimos el bikini debajo de la ropa después de
arreglar la casa y nos fuimos a hacer la compra. Fuimos al mismo
supermercado de siempre, por la misma calle de siempre; nos sentíamos
como en casa, por fin después de un año.
La
compra del primer día siempre era mucho más que la de los días
siguientes. Bollería, galletas y muchas botellas de leche para el
desayuno. Pizzas, pasta, y carne para las comidas y las cenas y si
estábamos por la labor de cocinar un poco comprábamos pescado, ya
que allí es muy bueno. Cuando terminamos de hacer la compra y
después de pagar, cogimos un carrito y dos cestas que devolveríamos
al día siguiente para llevar la compra a casa. Solo colocamos las
cosas de nevera, dejamos el carro y las dos cestas en la cocina, nos
desvestimos dejando por cualquier parte la ropa, cogimos las toallas,
tubos, gafas, aletas, dos sombrillas, sillas, una bolsa de playa, a
Dafne y nos bajamos a la playa.
En
nuestra playa no dejan meter animales y suele haber dos guardias que
no te dejan pasar con ellos y si te ven en la arena, te hacen irte.
Conocemos
una playa pequeña al lado de la nuestra donde no va nadie ya que es
solo accesible por mar. La descubrí un año buceando con Sara. Nos
llamó la atención asíque al día siguiente nuestros padres
alquilaron una lancha y nos fuimos a ver qué era. Al ver que era una
playa solitaria, se convirtió en nuestra segunda casa. Solíamos ir
a la playa pequeña casi siempre, aunque cuando estábamos cansados
nos quedábamos en la otra, en la que apenas hay gente. Por todo lo
dicho anteriormente sobre los animales, ideamos un plan el año
pasado cuando Dafne apenas tenía dos meses y se vino con nosotras:
tenemos un amigo, Juanma, hijo del que nos alquilaba las lanchas
cuando íbamos con nuestros padres; y ahora que vamos solas, nos
alquila una lancha a nosotras. Juanma es alto, moreno de ojos marrón
oscuro. Piel casi tan morena como su pelo por el sol. Dientes blancos
y una sonrisa muy bonita. Es muy majo con nosotras. De pequeñito se
solía venir con nosotros a las excursiones en lancha, pero ahora,
siendo él el que dirige todo el cotarro, no puede venirse. A veces
nos mira con pesar cuando nos marchamos sin él. Me da pena que no
pueda venirse y hacer con él, lo mismo que hacíamos antes..
Yo
tengo el carnet para conducir lanchas, así que una de nosotras se
acerca a Juanma para que nos prepare como siempre la lancha, entre
Juanma y la que haya ido la meten en el agua y cuando nos hacen una
seña, las otras cinco salimos haciendo un corro alrededor de Dafne
para que los policías que vigilan no la vean. Aunque podría cogerla
en brazos no lo hago, ya que siempre que la cojo y no quiere, se
queja y monta un pollo (gracias a eso nos pillaron dos veces
intentando “escapar” con Dafne. Así que he aprendido la lección.
Mejor dejar que ella vaya a su bola hacia la lancha). Por otro lado
la que ha ido antes, ya nos espera subida en la lancha, preparada
para nuestra “huida”. Normalmente suelo ser yo la que va primero
ya que así nada más subirnos, la pongo en marcha y nos vamos.
Parecemos un show y no mucha gente haría eso, pero para nosotras ya
es costumbre y nos lo pasamos mejor saliendo a la otra playa con
Dafne. Aquel día cuando nos acercamos a la playa, vimos a los
guardias, asíque fui a avisar a Juanma para que nos preparara la
lancha.
-Hola
guapo! Cuanto tiempo!- dije desde la lejanía aun. Juanma ladeó la
cabeza y se giró para mirarme.
-anda
mira quien está aquí otro año mas- me contestó a modo de saludo.
Nos reímos. Cuando estuve lo suficientemente cerca nos abrazamos.
-no
podrás venirte con nosotras verdad?- pregunté haciendo pucheritos.
-no
puedo, ya sabes..- dijo señalando a las canoas, los patinetes, los
catamaranes, las motos de agua y las lanchas.
-solo
será un segundito.. tengo ganas de hacer como hacíamos antes- le
dije por intentar convencerle. El suspiró. Sabía que quería
venirse pero no podía.
-espera,
veré qué puedo hacer- dijo. Suspiré aliviada. Una sonrisa surcó
mis labios. ¡Bien! pensé. No tardó en volver junto con otro chico,
que parecía de su edad.
-él
se quedará a cargo de las embarcaciones- dijo Juanma sonriente
señalando a su amigo. Parecían de la misma edad. Me quedé mirando
la sonrisa de Juanma. Tan deslumbrante como siempre.
-gracias-
le dije al chico.
-no
es nada- dijo este con voz ronca. Le sonreí a modo de aceptación.
-lo
de siempre ¿no Ada?- preguntó Juanma sacándome de mi ensimismamiento.
Me giré para mirarle.
-sí,
las demás esperan con Dafne- dije. Ah! Ya casi lo había olvidado..
me giré hacia donde estaban las chicas y levanté mis dos pulgares
en señal de que había convencido a Juanma de venir con nosotras. A
las demás también las hizo mucha ilusión. Lo supe por como
saltaban y pegaban grititos. Me reí de ellas, y Juanma conmigo.
-ya
sabes que vienes- dije victoriosa. El me sonrió.
-esto
ya está. Héctor ayúdame- dijo Juanma a su amigo. Éste se acercó a
donde estaba Juanma. Yo mientras hice una seña a las chicas para que
se acercaran. En unos instantes ya estábamos todos subidos y
felices.
La
playa pequeña está justo después de la cala de la playa donde
tenemos el apartamento. Solo se puede llegar nadando, si eres muy
buen nadador o en barca o lancha como he dicho antes. Estará como a
trescientos metros una vez superadas las rocas de la cala. En el
recodo de la cala, hay un barco abandonado, medio hundido, parece un
velero, a veces me voy nadando hasta allí y buceo por los
alrededores ya que hay muchas clases de peces, incluso un año vi una
morena(cuando se lo conté a mis tíos al volver a Madrid, me
hicieron el típico chiste fácil de.. –pero.. era morena o rubia?-
nunca le he pillado la gracia). El velero siempre está allí y
puedes ver como la madera año tras año se va desquebrajando y
desaparecen partes del barco, aun así nadie lo mueve de allí; tal
vez porque no saben ni que está allí. Nos lo quedamos mirando año
tras año, es tan robusto y hermoso a pesar de llevar tantos años
encallado, tan majestuoso, que cuando pasamos por su lado con la
lancha, nos inspira respeto. El color de las maderas es oscuro y
verdoso por las algas. Tiene un par de velas de color crema raídas
que ondean cuando sopla algo de viento. El sonido del aire al rozar
la tela me relaja. A veces solo iba allí los días de viento para
poder escuchar ese sonido tan peculiar. En el casco del velero, hay
una pequeña abertura por la que entran las olas cuando estas son
grandes; aún así, el velero nunca se hunde, parece invencible ante
las olas del mar. Muchas veces he dicho que me encantaría subir
allí, descubrir todo lo que hay dentro, vivir lo que vivieron sus
antiguos ocupantes y quien sabe, tal vez descubrir qué hace ese
barco allí, pero ninguna de mis amigas se ha mostrado muy acorde a
mis intenciones. Las olas después de pasar la cala son grandes y a
veces resulta difícil nadar o incluso llevar la lancha, por lo que
siempre voy con cuidado.
Cuando
veo la Pequeña Playa, que así la llamamos nosotras, me siento de
verdad como en casa. Ese año cuando nos acercamos me di cuenta de
que estaba como siempre, no había cambiado nada; menos mal. Arena
fina, de color anaranjada, agua transparente, ningún alga y nadie
más, salvo nosotras. Me acerqué todo lo que puse a la arena,
amarramos la lancha y bajamos.
-¡Tenemos
la playa para nosotras!- grité nada más bajarnos de la lancha.
-¡Menos
mal! Ya pensaba que habría alguien a estas horas y nos chafaría la
tarde – dijo Julia, ya que la Pequeña Playa no tenía más de
veinticinco metros de lado a lado.
-faltaría
más, es porque he venido yo con vosotras- dijo Juanma riendo. Ainhoa
le dio un codazo. Todos reímos más alto si puede ser eso posible.
Mientras
bajábamos las toallas, gafas, tubos, aletas, sillas, bolso de playa
y sombrillas de la lancha y mirábamos si la habíamos amarrado bien
a las rocas, Dafne se metió en el agua aleteando. No se separaba
mucho de nosotras.
Clavamos
las sombrillas, no sin mucho esfuerzo, extendimos las toallas y nos
relajamos. Solo se oía el mar, y las patas de Dafne al chocar contra
la arena o contra el agua traslúcida del mar.
-No
me puedo creer que estemos tocando arena por fin– dije entre
susurros.
-
¡Ha pasado ya un año! tenía ganas de esto chicas, de verdad- gritó
a su vez Sara, y después abrazó a Ainhoa que era a quien tenía mas
cerca.
Y
ahí estábamos, en nuestra Pequeña Playa, poniendo las sillas,
colocando las aletas, y demás y por último algunas tumbándonos en
las toallas y otras sentadas en las sillas.
Yo
fui la primera en acercarme a la orilla y mojar mis pies, Dafne me
acompañó y metió sus delgadas patitas, para más tarde salir
corriendo al llegar una ola grande que la mojó casi entera. Me reí
de ella, a pesar de que a ella no pareció hacerla ninguna gracia y
empezó a atusar sus plumas. Juanma en seguida nos acompañó y me
tiró al agua a traición. Dafne le picoteó por haberme tirado y yo
me atraganté por reirme mientras las olas me golpeaban la cara.
Había echado de menos durante muchos años estar así de bien con
Juanma.
No
buceamos mucho ese día como solíamos hacer (bueno más bien, YO no
buceé tanto como solía, ya que mis amigas casi nunca bucean y si lo
hacen, es por mí), estábamos cansadas del viaje, pero si nos
metimos los siete, incluida Dafne en el agua, e hicimos unos largos
de lado a lado de la playa, haciendo competiciones. Dafne siempre
llegaba la última, pero era gracioso ver cómo intentaba
alcanzarnos. Y aunque no ganara nunca, se llevó los mejores mimos y
el mejor apoyo. Buceamos buscando peces, caracoles, conchas, erizos..
y al final de la tarde, teníamos un cubo lleno de conchas de todos
los tamaños y colores (eso sí que les gustaba a ellas, pero
buceando sin alejarse mucho de la orilla).
Volvimos
a casa a las nueve, dejando la lancha y despidiéndonos de Juanma a
regañadientes. Nos fuimos a hacer la cena, pizza. Era lo más fácil
y rápido que teníamos ya que a ninguna le apetecía cocinar. En
quince minutos escasos estuvo la mesa puesta y la cena servida.
-Echaba
de menos esto de cenar con vosotras pizza en la playa- dijo Vanesa
-La
verdad es que nos arreglamos bien para sobrevivir a pesar de que
ninguna sepa cocinar del todo- dijo Julia riéndose mientras cogía
un trozo de pizza
-Pues
si la verdad, estoy orgullosa de vosotras- dije entre carcajadas,
mientras Sara se atragantaba bebiendo agua al reírse
-¿Estás
bien Sara?- preguntó Carolina preocupada.
-Sí,
solo me he atragantado- dijo Sara con voz un poco ronca.
-Pásame
el agua- dijo Ainhoa alargando la mano hacia la jarra de agua, que le
acercó Vanessa.
-¿Esta
noche os apetece un paseo por la playa y subir a la piscina?- dijo
Carolina cogiendo un trozo de pizza.
-Claro,
como no íbamos a querer dar nuestro paseo de reconocimiento y la
piscina, por supuesto, eso no puede fallar- dijo Ainhoa mientras
lanzaba un borde de la pizza a Dafne que estaba acurrucada en su
rincón. A pesar de ser un pato, se comía casi cualquier cosa que no
queríamos nosotras (como los bordes de las pizzas)
-Cuando
terminemos de cenar, descansamos un poco y nos vamos a andar un rato
y luego piscina- terminé diciendo.
Recogimos
la mesa tan rápido como la habíamos puesto y nos fuimos a andar.
Hacia una noche fantástica. Había un poco de brisa, nada de luz;
solo la que nos proporcionaba la luna. Se oían las olas de mar
chocar contra la fina arena de la playa. Era muy relajante pasear por
aquella playa solitaria. Qué pena que esa noche no nos lleváramos a
Dafne. Más tarde volvimos a nuestro apartamento y nos subimos a la
piscina que estaba en el ático, donde nos pasamos gran parte de la
noche. La piscina no era exageradamente grande pero estaba bien para
nosotras. Tenía mármol coloreado de azul y blanco por dentro y
rejillas alrededor de ésta.
Al
día siguiente, bajamos a la playa, un poco antes de lo habitual en
nosotras. Dafne bajó con nosotras y se quedó en la toalla, mientras
nosotras nos mojábamos los pies en la orilla. No nadamos ni nos
llegamos a sumergir en el agua por completo; ese día nos quedamos en
la orilla, hablando de cosas, de ninguna en concreto. Y charlando así
y mojándome los pies, fue cuando le vi por primera vez.
-¿Os
habéis fijado en ese chico?- dije señalando a un chico de pelo
castaño, con traje de neopreno que estaba montado en una tabla de
surf.
-Sí..
está muy bueno..- dijo Ainhoa con voz melosa. Parecía hipnotizada
por él. Me sentí celosa y enseguida me arrepentí de haberlas hecho
mirar hacia donde él se encontraba.
-Deberíamos
acercarnos y hablar con él, además parece que tiene amigos que no
están nada mal- dijo Julia, mirando minuciosamente hacia el chico
misterioso y sus supuestos amigos. Ella siempre tan lanzada..
-¡Eh!
él es ¡Mío! Lo he visto primero- dije con intención de bromear,
pero lo que decía, lo decía completamente en serio.
-Vale,
quédate con él. Las demás nos rifaremos a sus amigos- dijo Ainhoa
mientras miraba a ver si algún chico llamaba su atención. Nunca
habíamos ido con intención de ligar o liarnos con algún chico,
pero bueno, ese año podría ser diferente.
-Me
parece bien- lo dije completamente en serio. Yo con ese chico me
conformaba, ¿para qué más?. De todas formas era imposible que le
llegara ni a conocer. Era solo para alegrarme la vista. Julia pensó
como yo.
-Nos
van a alegrar la vista este verano- dijo ésta con risa tonta
mientras se quitaba las gafas de sol para verles mejor. Nos echamos a
reír todas.
-Vaya
pinta de cotillas que tenemos- dijo Sara mirándonos. Yo también me
había dado cuenta. Las seis miradas hacia los surfistas. Por suerte,
estabas lejos y hubiera sido mucha coincidencia que justo alguno de
ellos se fijara en un grupito de chicas (que les miraban fijamente
cada movimiento que hacían). Por irónico que suene, ninguno se
percató de nuestra presencia. A pesar de que Julia se acercó
peligrosamente hacia donde estaban e intentó llamar su atención
gritándonos a nosotras algo (que ya no recuerdo) por lo cual
nosotras rompimos a reír estruendosamente. Ninguno de los chicos se
giró al oír nuestras carcajadas. Era patético todo el circo que
habíamos montado. Pero no nos dimos por vencidas. Anduvimos por la
orilla de dos en dos y nadamos cerca de donde ellos se encontraban,
pero parecían ciegos. Solo estaban pendientes de surfear.
-¿Voy
a tener que sacarme un pecho delante de toda la playa para que me
miren?- preguntó Julia bromeando resignada.
-Yo
también he pensado en eso, pero me he dado cuenta de que ya hay
chicas haciendo topless y ni siquiera las han mirado- dije yo. Vaya
mierda de chicos, pensé.
-Pues
ellos se lo pierden- dijo Julia alejándose de los chicos.
Volvimos
a nuestras toallas y pasamos el resto de la tarde metiéndonos con
ellos y parando de vez en cuando para comentar lo sexys que eran, y
despiadados, y malos... Yo no paré de echar miradas fugaces al chico
de pelo color arena como la de esa playa. Su pelo se podría camuflar
perfectamente allí. Esperé que en algún momento su mirada se
cruzara con la mía. Pero eso no pasó. Eso nunca pasa, solo en las
películas (o en los libros). Me sentía atraída por un tío que
pasaba de mí, muy típico también. Buena elección Ada, pensé
irónicamente. Pero a mí ese chico me gustaba a pesar de haber visto
solo su silueta a lo lejos y algo un poco más cerca durante unos
minutos (está bien, durante las dos malditas horas que estuvimos
intentando llamar la atención de todos ellos. Es que estaban muy
buenos, pero que muy buenos. Todos delgados y fuertes). De todas
formas.. después de que que me hicieran mucho daño, había empezado
a comportarme con los chicos como ellos se comportaban conmigo. No
dejaba que ningún chico me viera tal y como soy, pues me vería
debil y sabría que me podría hacer daño y no, paso de más daño.
Me había vuelto en pocos meses una chica superficial que no pensaba
nada más que en un royo. La palabra novio no estaba en mi
vocabulario y a cualquiera que quisiera serlo le haría huir, no sé
cómo pero lo haría.
-Tal
vez.. si alguna fingiera ahogarse.. cerca de ellos, alguno iría en
su ayuda, estoy segura- dijo pensativa Ainhoa de repente al cabo de
un rato. A pesar de que habíamos desistido, había sido por falta de
ideas, no porque nos cansáramos.
-¡Eh!
Eso sería buena idea- dijo Sara mientras se frotaba las manos
intentando imitar a las brujas malas de las películas con su sonrisa
malvada, sus carcajadas crueles y su fricción de manos. Nos echamos
a reír ruidosamente, esta vez por Sara y no para llamar la atención
de los chicos.
Cuando
empezó a anochecer volvimos al apartamento. Al final, nadie fingió
ahogarse. Además, Ainhoa lo había dicho como una broma.
No
dormimos mucho esa noche, pero nos pusimos en pie antes de comer, por
lo que bajamos a la playa con Dafne y después de bañarnos y nadar..
-Chicas
ahora que no hace tanto sol, ¿alguna me acompaña a andar por la
orilla? – pregunté.
-No,
estoy muy vaga ahora, sorry – dijo Sara.
-No,
yo tampoco me animo – dijo Vanessa.
-Ni
yo – admitió Ainhoa.
-Ni
yo..- dijo en un susurro Carolina. Debe ser que se sentía mal por
estar tan cansada de no querer ni andar y acompañarme.
-Lo
siento, pero a mí tampoco me apetece ahora, después de nadar tanto
– se disculpó Julia, poniendo cara de pena. Vaya aburrimiento de
amigas.
-No
pasa nada, me llevo a Dafne para que no os moleste –dije y diciendo
esto, eché a andar por la orilla, mientras Dafne me seguía de cerca
aunque se adelantó algo por delante de mí para picotear una concha.
Se giró un segundo hacia mí para ver si la seguía (sí, los patos
también pueden comportarse como pequeños perritos). Estábamos
solas, solo había unas pocas sombrillas más, dos personas bañándose
y unas cuatro o cinco personas surfeando (tal vez el chico del día
anterior. Estaban muy lejos para ver cómo eran y desde dónde
estábamos sentadas nosotras no les habíamos llegado a ver. Sino
habríamos hecho de las nuestras); y un perro de tamaño mediano que
al ver a Dafne, echó a correr hacía ella. No me dio tiempo a
reaccionar ya que cuando me quise dar cuenta, Dafne iba a unos
cuantos metros por delante de mí y el perro acababa de pasar al
lado. Eché a correr detrás de ambos chillando en un intento de
asustar al perro. Dafne estaba en desventaja ya que al vivir conmigo
en la ciudad y a pesar de ser un pato mudo, le habíamos recortado
algo las plumas del final de un ala (para que no se fuera a dar un
garbeo por el centro de Madrid y le pasara algo) y no era capaz de
volar. Cuando vi que estaba todo perdido, un chico joven, parecido
(por no decir el mismo) al que me quedé mirando el día anterior
durante un largo tiempo (estaba tan nerviosa que no me pude fijar
bien en cómo era), salió del mar con su tabla de surf, por delante
del perro. Tenía el pelo liso, ocre con reflejos más bien rubios y
pelirrojos que casi le tapaban las cejas (como la arena, vamos). Le
caía por delante casi hasta los ojos, pero por detrás no llegaba
más allá del principio del cuello. Ojos azul verdosos, labios
carnosos y una sonrisa con unos dientes blancos, que le dedicaba a
uno de sus amigos que seguía dentro del mar con su tabla,
perfectos.. Por un segundo me quedé ensimismada mirándole, era tan
guapo.. Llevaba un traje de neopreno negro, que hacia que su cuerpo
se quedara bien marcado. Se podía distinguir cada músculo de su
cuerpo, hasta el más pequeño y débil (aunque seguro que no tenía
ninguno débil). Era delgado con brazos definidos, pectorales
marcados y parte de los abdominales. Era de piernas largas, compactas
y hermosas a pesar de estar cubiertas por el traje que le llegaba
hasta el tobillo. Todo en él me gustaba, todo él me llevaba al
cielo.
Saliendo
de mi ensimismamiento, le grité tan alto como pude, atrayendo su
atención hacia mí, para que parara al perro y éste así hizo. Un
tiempo después llegué sofocada donde se encontraba el chico con el
perro en brazos. Y era él, el chico de ayer.. Un escalofrío
recorrió mi piel. Me reí para mis adentros de mí misma. El día de
antes llamando su atención y la de sus amigos como posesas y ese día
el destino decidió juntarnos (irónico, cuanto menos). No sabía qué
decir, tuve miedo de titubear, por lo que cerré los ojos por un
instante e intenté tranquilizarme. Le miré despacio de arriba
abajo, intentando recorrer cada parte de su cuerpo. Esperaba que no
se diera cuenta de lo que estaba haciendo. Me detuve en sus labios
durante un segundo y subí hasta sus ojos que brillaban.
-Muchas
gracias, de verdad, muchísimas gracias– acerté a decir sofocada
todavía por el esfuerzo y el temor que tenía de tenerle tan cerca
de mí. El chico era mono. Dafne se acercó a nosotros al verme, si
bien, el chico pareció no darse cuenta.
-De
nada, pero no ha sido nada, de verdad– dijo el chico quitándole
importancia. No podía despegar los ojos de los suyos (está bien..
los despegué una milésima de segundo para dar un repaso a su cuerpo
y otra milésima de segundo para mirar sus labios que hacían que me
derritiera) yo pregunté después -¿tienes perro o algo? porque has
sabido como manejar al perro muy bien-
-Sí,
una perrita jovencita, de once meses– dijo el chico.
-seguro
que muy bonita –dije,
sin saber qué decir. Al oírme decir tal estupidez, me sentí como
una boba. (¡Ui! ¡No! ¡No podía ser! La primera fase antes de
colgarte de alguien es empezar de decir estupideces, estupideces tan
monumentales como la mía). Estoy sentenciada, pensé. Obviamente un
chico como él que lo tiene todo, no se va a fijar en alguien como
yo, me dije para mis adentros. De todas formas daba igual, no me iba
a enamorar de él, era mi pacto conmigo misma. Le alejaría de mí si
comenzaba a sentir algo por él. No estaba dispuesta a pasarlo mal
otra vez. Aunque bueno, qué narices! Todavía no le conocía, ni
sabía su nombre y ya estaba empezando a hablar de amor.. se me iba
la pinza de una manera exagerada. Él me sonrió haciendo que las
barreras de todo mi cuerpo empezaran a caer. ¡Pero si solo es una
sonrisa! Mira que eres tonta, me recriminé a mí misma. No podía no
sentirme alagada por la hermosa sonrisa que me estaba dedicando. Me
tenía como hipnotizada ese chico. Éste se me quedó mirando
fijamente, seguro que pensaba que estaba loca, tenía que remediarlo
como fuera.
-¿Cómo
te puedo agradecer lo que acabas de hacer?, no sé que habría pasado
si tú no hubieras estado aquí- dije. Era tan guapo.. No podía
dejar de mirarle, era perfecto.. Se me pasó por la cabeza tontear
con él, pero había olvidado cómo hacerlo de lo nerviosa que estaba
(muy típico de mí, también)
-No,
no me lo tienes que agradecer de ninguna forma, no ha sido nada–
dijo sonriente. Me quedé pasmada.. ¿que no había hecho nada?
¿acaso Dafne no era nada?. Me quedé como tonta ante su comentario.
-En
realidad acabas de salvar la vida a Dafne- dije mirando hacia el
suelo, donde se encontraba Dafne tumbada.
El
chico miró al perro, y después a mí y dijo -¿salvarla? Solo he
evitado que siguiera corriendo-. Intentó quitarse protagonismo y yo
entendí que no sabía quién era Dafne.
-Sí,
has salvado la vida a Dafne, mi pata; casi se la come ese perro- dije
señalando primero a mi derecha donde estaba Dafne y después mirando
a mi izquierda donde estaba el perro sujeto por las manos fuertes del
chico. El chico siguió mi mirada y vio a Dafne.
-Lo
siento, no me había dado cuenta de que perseguía un pato- dijo el
chico un poco abrumado y aturdido para después corregirse y decir
-quiero decir, a tu pato- se quedó mirando un tiempo a Dafne para
después decir –y...
¿De quién en este perro entonces?
Antes
de que pudiera siquiera contestarle nada, un hombre de unos cuarenta
años, moreno, buen tipo, con algunas canas, se acercó a nosotros
para coger a su perra llamada Núa y disculparse por lo sucedido.
-Así
que un pato ¡eh!- dijo el chico. Por su forma de hablar creo que no
se podía creer lo que veían sus ojos. Una chica en la playa con su
mascota, que era nada más y nada menos que un pato (y no un pato
cualquier, pues Dafne era bastante más grande que un pato normal y
corriente por la raza que era).
-Sí,
es mi mascota- dije sonrojándome. Sabía que no entendería por qué
un pato y no una mascota más “normal”, así que me ahorré
contárselo, pero dije en su lugar –es muy buena.. y bueno
entonces.. dime cómo puedo agradecértelo- volví a preguntar,
aprovechando para cambiar de tema.
-No
de verdad que no me lo tienes que agradecer- dijo el chico, mientras
yo ponía cara de disgusto. No quería nada con él, pero.. tampoco
descartaba poder tontear algo con él algún día. No era muy
probable, pero bueno, no podía dejar de soñar en que un chico que
estuviera tan bueno como ese me tuviera entre sus brazos y me besara
apasionadamente a la luz de la luna en la playa (o bueno no me
importaba que me besara en un sofá con tal de que mis labios y los
suyos se rozaran durante un largo tiempo). Creo que al ver mi cara,
se corrigió diciendo –bueno, no me parecería mal que si nos
volvemos a encontrar, me invites a tomar algo y se conozcan mi perra
y tu pato, se lo pasarían bien, y mi perra no se lo intentará
comer, lo prometo- dijo sonriendo y siguió- estaré aquí unos días
más, todos los años vengo aquí en julio, te estaré esperando-.
Tuve que reprimir una sonrisa y supe que mi felicidad si no era con
una sonrisa radiante se mostraría haciendo brillar mis ojos color
marrón. Noté cómo se encendían mis ojos, sin que estuviera en mi
mano poder apagarlos. Bueno, después de todo, a él algo le
interesaba yo ¿no? Sino no me hubiera contado tantas cosas suyas
¿no?. Y yo no iba a ser menos.
-Yo
también vengo aquí desde siempre, qué raro que nunca nos hayamos
encontrado- dije mirando sus perfectos ojos, para después parar a
mirar su boca, con esos labios.. y perderme más allá de ellos.
-Si
no nos volvemos a encontrar este año, alguno nos volveremos a
encontrar– susurró el chico, por lo que deduje que había pensado
en voz alta. Sonreí. ¡Yuju! Pensé para mí. Estoy hablando con el
chico más sexy del universo y quiere que nos volvamos a ver.. pensé.
-¿Surfeas
no?- no esperé a que contestara, era más una afirmación que una
pregunta -mola, siempre he querido aprender, pero nunca tengo tiempo–
dije mirando su tabla para después señalarla
-Sí,
desde hace mucho tiempo ya– sonrió el chico haciendo que me
derritiera y prosiguió –y cuando vienes a la playa.. ¿qué haces
para no tener tiempo de aprender a hacer surf?-
-Nado,
buceo, me encanta bucear, paso horas en el agua con Dafne y no salgo–
dije intentando que supiera más de mí aunque al terminar la frase
sentí un poco de vergüenza por lo que acababa de admitir. Bajé la
mirada.
-Eres
como una pequeña delfín- dijo el chico sonriendo. Su voz sonó
sexy. No esperaba que me pusiera un mote tan rápido, pero la verdad
es que algo me pegaba.
-Sí,
algo así soy- dije esbozando una pequeña sonrisa. Pequeña delfín..
Me gustaba ese nombre. Noté que mi corazón dejaba de latir tan
deprisa, a pesar de no saber cuándo había empezado a latir tan
fuerte. No podía dejar de pensar en besarle. Nunca me había pasado
algo parecido. Tal vez porque nunca había hablado a solas con un
chico tan guapo como aquel.
Entre
los dos había algo especial, pero como suele pasar siempre, algo nos
devolvió a la realidad. En frente de mi pude ver como unos chicos
gritaban haciendo señas hacia donde estaba el chico
-¡Eh!,
¡tío!, ¡venga, que tenemos prisa!– al escuchar aquello entró
el pánico, la vergüenza y los nervios que antes no había tenido.
Una cosa era intentar hablar con él sin aparentar que me gustaba su
cuerpo sensual y otra muy diferente era que sus amigos estuvieran ojo
avizor a unos cuentos metros de nosotros. No Serían capaces de
escuchar la conversación, pero sí mirarían y comentarían entre
ellos. El chico se giró y a continuación sin dejar que dijera
nada..
-Creo
que te llaman, debería irme- dije intentando coger a Dafne sin
parecer torpe por lo nerviosa que estaba (y lo peor.. odio parecer
nerviosa ante la gente y menos ante un tío tan perfecto como aquel).
El chico al ver que hacía ademán de cogerla se agachó para cogerla
él antes y ayudarme. Yo me agaché junto a Dafne, la acaricié la
cabeza, rozando la mano del chico que la sujetaba para levantarla.
Era tan suave.. Me quedé durante un nanosegundo ensimismada,
pensando en el tacto de su piel, aquel tacto que recordaría durante
tanto tiempo, echándolo de menos. Me levanté, intentando no mirar a
esos ojos azul verdoso tan sinceros y esa mirada intensa, ya que sino
no me hubiera ido nunca de allí. Cogí a Dafne (que no se quejó
mucho esta vez, menos mal. Sería por haber huido del perro), le dije
un tímido “adiós” y me puse a andar por donde había venido.
¡mierda!
Me estoy alejando y no sé ni cómo se llama, pensé. De todas formas
ya era demasiado tarde para volver por donde había venido y decirle
que si me decía su nombre. Sería bastante patético y además de
eso él se pensaría que estoy a su disposición y no. Soy yo la que
manda, no él.
El
chico cogió su tabla que había clavado en la arena y comenzó a
alejarse yendo hacia sus amigos, cuando se giró y gritó:
-¡Eh!
¡Pequeña delfín! ¡No puedo irme sin saber tu nombre!– gritó
con una sonrisa en la cara. Yo también sonreí siguiendo mi camino
por la playa haciéndome de rogar. Paré, me giré y dije -¡Ada! ¿y
el tuyo?, no puedo seguir andando si no me lo dices – dije con voz
picarona. No se de donde salieron esas palabras, pero no me
arrepiento de haberlas dicho.
-¡Liam!–
gritó –¡te prometo que te enseñaré a surfear pequeña delfín!-
Y
los dos nos alejamos sonrientes, pensando cuando sería la próxima
vez que nos veríamos. Había sido él quién había dado el primer
paso. De todas formas, no sentí nada. Bueno algo sí.. unas ganas
inmensas de tontear con él.
Volví
donde estaban las chicas dando botes de alegría con Dafne en mis
brazos.
No
me pude aguantar y cuando estaba a menos de tres metros de ellas
comencé a contarles lo que me acababa de suceder.
-
¡¡Tiiaaa!! ¡¡qué genial!!- dijo Ainhoa sonriéndome y
abrazándome.
-¡Lo
sé!- dije entre grititos
-¡¡Bua
bua buaa!!, ¡tienes que volver a verle!- decía Sara, y Julia
asentía tan sonriente como siempre.
-¡Sí
tía!, ¡tienes que encontrarte con él!- dijo Vanessa muy contenta
por mí, mientras Carolina la apoyaba sonriendo.
-Lo
que queréis es a sus amigos, ¿me equivoco?- pregunté con una gran
sonrisa en la cara.
-Sí,
realmente sí, para que nos vamos a engañar- dijo Carolina antes de
echarse a reír.
-Cuando
le vuelva a ver (si es que le vuelvo a ver) le diré que queremos
hombres sexys, que nos presente a sus amigos- dije riendo junto a las
demás.
-Al
final hacía falta que a Dafne la persiguiera un perro para que uno
de ellos se fijara en una de nosotras- dijo Julia.
-Nunca
me lo habría imaginado- dijo Sara. Volvimos a reír esta vez más
fuertemente. Parecía mentira que hubiera conocido a un chico tan
sexy gracias a que casi se comían a mi pato.
-Con
que se llama Liam ¡eh!- dijo un rato después Ainhoa con voz melosa,
solo para picarme y ver mi reacción.
-Tú
tienes a todos sus amigos. Él de momento es para mí- dije
siguiéndola el juego. Confirmado, pensé. Ainhoa seguro que se había
dado cuenta de que lo que sentía al ver a Liam no era parecido a lo
que había sentido otras veces con otros chicos. Pero no dijo nada,
supongo que esperaba al momento correcto.
-Ojalá
le veas mañana- dijo Ainhoa con voz nostálgica, como si hubiera
sido ella y no yo quien hubiera hablado con Liam. Las dos queríamos
lo mismo pero por motivos diferentes, yo quería a Liam, ella a los
demás chicos.
-Ojalá-
dije yo con un suspiro. Era lo que más deseaba en aquel momento.
Continuamos
hablando de Liam, minutos, quizá horas, quizá los días siguientes
hasta que nos volvimos a la gran ciudad..
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