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miércoles, 23 de enero de 2013

LA VIDA NOS VOLVERÁ A JUNTAR, TE LO PROMETO - cap 1. ADA


1.ADA

      Quedan menos de doce horas para que empiecen mis verdaderas vacaciones. Bueno, me corrijo, nuestras verdaderas vacaciones, pienso. Estaba en mi casa, tumbada en mi cama, boca arriba. No podía dormir. Giré sobre mí misma y alargué mi brazo para dar la luz de mi mesilla. La luz me deslumbró e instintivamente cerré mis ojos y gruñí. Me incorporé sobre mis codos una vez me acostumbré a la luz y miré a ambos lados de mi cama. Mis cinco amigas dormían plácidamente. Podía escuchar cada una de sus respiraciones, a pesar de no saber a quién correspondía cada una. Sonreí, al menos ellas pueden descansar para el viaje de mañana, pensé. Ninguna de ellas se movía, ni siquiera se inmutaron cuando saqué del cajón de la mesilla mi álbum de fotos. Lo abrí para ver, como siempre, las fotos de la playa. Cada año pesa un poco más el álbum. La primera foto es de la primera vez que fuimos juntas a la playa. Éramos muy pequeñas. Miré el pie de foto: 8-julio-1998. Salimos todos en la foto. Cerré los ojos y me imaginé allí, rememorando aquellos días, cuando no éramos más que unas mocosas. Me sumerjo en la foto, como otras muchas veces he hecho. Y allí nos veo a las seis, jugando en la arena a hacer castillos de arena, a hacer montañas y túneles subterráneos que las unían, a hacer un hoyo y cavar, no muy lejos del mar, hasta que saliera agua del fondo (esto último solía hacerlo con mi padre y mi hermano) imagino a Vanessa con sus padres y su hermano, que no es más que un pequeño bebé de apenas dos meses. También imagino a Julia, Sara, Carolina y Ainhoa con sus respectivos padres, hermanos y hermanas. Y por ultimo me imagino a mí, junto con mis padres y mi hermano pequeño (solo nos sacamos dos años). Íbamos las seis familias en cinco coches en dirección a la playa a pasar unos días inimaginables. Abro los ojos y una sonrisa amenaza con formarse en mis labios. Dejo que gane y esbozo una sonrisa para mí misma. Aquella foto nos la hicieron hace doce años y ese año, siguiendo la tradición, nosotras seis nos juntamos y hacemos lo mismo que hacían nuestros padres cuando éramos más canijas. De las seis yo soy la que vive más intensamente las dos o tres semanas que pasamos en la playa. El ver a mis amigas juntas, felices, es lo que hace que siempre siga adelante al caer. Continué pasando las fotos, recordando viejos tiempos hasta que levanté la cabeza y miré por encima del álbum, enfocando el reloj, que marcaba las 3:02 de la mañana. Cerré el álbum a regañadientes, apagué la luz y me volví a tumbar boca arriba, mirando el techo. Debería dormir, me dije. Mañana será un largo día, pensé; sabiendo que me tocaría conducir casi quinientos kilómetros hasta llegar al mar. Cerré los ojos, esta vez para imaginarme allí al día siguiente con mis amigas y Dafne (mi mascota).

-¡Ada!, ¡Despierta!- me llamó Ainhoa mientras me zarandeaba suavemente. Entorné los ojos y gruñí. Odio que me despierten. Obviamente, Ainhoa lo sabía por lo que en cuanto vio que estaba más o menos en el mundo real, se alejó de mi cama y se fue a la cocina a preparar el desayuno con Vanessa por lo que pude oír. Me mantuve tumbada en la cama, envuelta entre las sábanas, con los ojos cerrados unos minutos más. Poco a poco me fui incorporando en la cama, con los ojos aun cerrados. Los abrí despacio y al principio, todo lo que veía era borroso. En cuanto estuve más despierta, me acerqué al nido de Dafne, mi pata. (Si, habéis leído bien, mi mascota es un pato). Desde hace unos meses pone huevos, así que me asomé a coger el de ese día. No había ningunos, ni tampoco había rastro de Dafne. Supuse que lo habría cogido alguna de las chicas para desayunar y Dafne las había seguido como siempre que veía unos pies. Dafne es un pato mudo(híbrido de pato y oca, a pesar de que yo la compré como un pato de granja). Las plumas son blancas, grises, marrones y negras. De pequeña era completamente amarilla. Según fue creciendo, perdió el plumón y se le quedo la cola negra, las alas grises con las plumas finales blancas, el cuello con plumas negras con manchas marrones en las puntas de éstas y el resto blanca. Tiene el pico diferente a los demás patos, es de color crema azulado como el atardecer. Los ojos son grises como un atardecer lluvioso. Así, parece no ser muy bonita, pero lo es. Como la crié desde pequeña (tenía menos de un día cuando me la dieron), me sigue a todas partes y cuando me pierde pía como si me llamara mientras me busca. Le encanta nadar, y en cuanto se mete en el agua “canta”. Como ya os he dicho, desde hacía unos meses, ponía un huevo cada día, lo que nos venía muy bien en ese momento que nos íbamos a la playa, para el desayuno. Admito que es difícil viajar con un pato pero ya nos hemos acostumbrado.
Antes de salir al pasillo y dirigirme a la cocina, hice mi cama viendo que las demás ya lo habían hecho. Después me metí en el baño que está en el pasillo, nada más salir de mi cuarto, para arreglar mis pelos y las ojeras que seguramente tendría. Encendí la luz del baño y me miré al espejo. Parecía otra persona: pelo enredado (de loca), ojos entornados y ojerosos, mirada cansada y semblante tenso. Normalmente no soy así. Mi pelo suele ser ondulado con algún que otro rizo o tirabuzón. Lo llevo largo y de color morado (mi color natural es el marrón como la corteza de los árboles). Parte de mi flequillo y del resto de mi pelo es morado claro, mientras que el resto es morado oscuro. Mis ojos son marrones (iguales a los del 90% de la población española, nada del otro mundo), pestañas largas (como las de mi padre). Tengo la piel de color claro (aunque en verano cojo un tono terroso muy bonito) con pecas en mi nariz y mis pómulos, sobre todo en verano. Labios carnosos y un lunar pequeño marrón, en la parte derecha de mi labio inferior (como mi madre). Nunca me pinto, algo que mi madre me reprocha cuando salimos a comer o cenar a algún sitio especial. Soy una chica del montón, no muy alta, no muy delgada. Me gusta vestir con pantalones y nada de vestidos. Soy muy sentimental con las tradiciones, muy habladora y vergonzosa por otro lado. Me gusta la naturaleza, no madrugar, y mi pata Dafne. (creo que ya os habéis podido hacer una idea de cómo soy yo). Me recogí el pelo con un palo en una especie de moño quedando algunos pelos sueltos. No tenía ganas de intentar desenredarlo y poner cada pelo en su sitio. Suspiré frente al espejo y me dispuse a salir sin volver a mirar mi reflejo.
-Buenos días- me dijo Vanessa acercándose a mí para darme un abrazo y después las demás también se acercaron para darme los buenos días y abrazarme (sería para darme fuerza para poder conducir los quinientos kilómetros que nos separaban de la playa, supuse).
Nos sentamos a desayunar las seis sin esperar a mis padres o a mi hermano ya que era muy pronto, a penas acababa de amanecer. Me quedé mirando a mis amigas. Empecé con Sara, es la mayor. Desde la primera vez que nos vimos de peques nos hemos llevado genial y ahora estudiamos fisioterapia juntas. Es de brillantes ojos marrón chocolate(no como los míos, los suyos siempre brillan intensamente), morena de pelo largo, liso, muy muy liso; es lo que más he envidiado yo siempre de ella ya que yo lo tengo siempre enredado por culpa de los rizos y las ondulaciones. Es muy activa y siempre propone cosas que podemos hacer. No le gusta la monotonía, y normalmente consigue salirse con la suya. Siempre se apunta a cualquier plan, así que sé que siempre puedo contar con ella para todo. Dirigí mi mirada hacia Ainhoa. Con ella fui al mismo colegio durante un tiempo, por eso es con la que más he compartido y es lo que ha hecho que estemos más unidas. Ella estudia turismo. Que no estudiemos en la misma universidad no impide que nos veamos cada viernes. Es pálida, de ojos color miel, pelo largo, liso y reflejos pelirrojos. Delgada y alta, muy alta, la más alta de las seis. Siempre es sincera con todo el mundo, te sabe ayudar, escuchar.. Prefiere estar descansando que salir, pero la encanta el deporte, sobre todo el padel. Desvié la mirada a Julia que untaba una tostada con mermelada. También estudia fisioterapia, está con Sara y conmigo. Es pálida como Ainhoa, ojos marrones verdoso y pelo liso y rojizo(como el color rojo sangre). Siempre tiene ganas de salir por las noches y le encanta el “Manga” (ya sabéis típicos dibujos japoneses) al igual que a Sara. Es muy abierta y habla con todo el mundo, siempre está riendo, lo que hace que sonriamos nosotras también. Nunca falta una enorme sonrisa en su cara dedicada a nosotras. En el cercanías hacia la universidad, por la mañana, jugamos con nuestra Ds al Mario party. Casi siempre me gana. Algunos de nuestros amigos también se unen a nuestra partida y nos pasamos el largo camino en cercanías riendo. Seguí mi recorrido y observé a Vanessa que daba vueltas a la leche con una cuchara absorta en sus pensamientos, como yo. Estudió un año fisioterapia con nosotras, pero después se cambió a la carrera de educadora infantil. Tiene el pelo color chocolate con reflejos naranjas y muy muy largo el más largo que he visto nunca, rizado(un rizado bonito, no como el mío) ojos marrón clarito. Se la puede contar todo que ella no dirá nada. Es muy buena, la mejor de todas. Te ayuda siempre, por encima de las cosas que tiene que hacer ella. Siempre está dispuesta a ayudar, es lo que más me fascina de ella. Te deja todo, sea lo que sea, es imposible que no te caiga bien. Y por último me detuve a mirar a Carolina que estaba a mi derecha haciendo pedazos las galletas para mojarlas en el café. Es pelirroja y rubia a la vez, una mezcla extraña y atractiva. Ojos marrones casi negros como el carbón. Estuvo también conmigo en el colegio los últimos años. Ahora estudia bellas artes. Le gusta mucho el “Manga” y los videojuegos, algo que comparte con Sara y Julia (no paran de viciarse). En general puedes pedirla cualquier favor, que lo hará. Es muy buena persona y siempre es atenta con todo el mundo. Le gustan mucho los animales, igual que a mí. De pequeñas teníamos hamsters y nos pasábamos tardes enteras las dos juntas jugando con ellos. Cuando se pone nerviosa se le ponen los mofletes rojos y aparenta ser más buena aún de lo que ya es; así es como logra convencernos siempre de todo.
Dafne me picoteó el dedo gordo del pie, haciendo que pegara un grito ahogado, un bote, y mi rodilla diera de lleno bajo la mesa (todo lo bueno que esperas que te pase nada más levantarte, vamos). Todo lo que había sobra la mesa se tambaleó, haciendo que mis amigas centraran su atención en mí.
-lo siento- dije mientras bajaba la mirada y me frotaba la rodilla. Nada más terminar de disculparme mis amigas rompieron el silencio que se había formado después de mi espectáculo a carcajada limpia. Si, si, se desternillaron de risa unos cuantos minutos y al final, cuando el dolor hubo pasado, yo también me uní a sus risas. Busqué con la mirada a Dafne para regañarla y la vi debajo de la mesa, tal y como estaba cuando me había pellizcado el dedo con su pico. La miré con cara enfadada a pesar de saber de antemano que no serviría de nada.
-¡No vuelvas a hacerlo Dafne!- la reprendí. Se quedó mirándome como si no fuera con ella. Eso me sacaba de quicio. ¿Cuántas veces la habré dicho esta frase, a pesar de que no sirva de nada? Pensé. Con Dafne no paraba de repetirlo a pesar de saber que no iba a aprender.
-Ada, sabes que no sirve de nada- dijo Julia intentando “animarme” a su manera, quitándole importancia a que me hubiera hecho daño mi mascota.
-Ya sabes cómo soy- la contesté fulminándola con la mirada
-Cabezota- dijo sin más Sara señalándome con la cuchara. Tenía toda la razón del mundo, pero no iba a aceptarlo.
-Sí, Sara tiene razón- dijo Carolina, poniéndose de su parte. Detestaba darlas la razón en lo que a Dafne se refiere, así que no contesté a su pregunta, simplemente cambié de tema preguntando -¿A qué hora saldremos?-. Nosotras solíamos llegar por la tarde a la playa, instalarnos en el apartamento, hacer la compra, descansábamos un rato y pasábamos el resto de la poca tarde que nos quedaba en la playa y en la piscina que tenía nuestro apartamento (alquilado, pero siempre el mismo) en la azotea.
-Cuando tú digas, tú conduces- me contestó Sara. Las demás asintieron. A todas les pareció bien cambiar de tema (será que sabían que no me convencerían de nada, como siempre pasaba en estos casos).
-En una hora creo que podríamos salir. Son.. las nueve y media- dije mirando mi reloj. Ya había amanecido.
-perfecto, en marcha entonces- dijo Julia dando por zanjado el tiempo para desayunar. Yo aún no había tomado ni un sorbo de mi leche. Hacía unos años que nos habíamos propuesto salir antes de Madrid (Sí, somos de Madrid todas, excepto Sara que nació en Ourense) para poder disfrutar de más playa, pero nunca lo conseguíamos, por unas cosas o por otras. Como por ejemplo dejar olvidada la comida de Dafne en la puerta de la entrada de casa (culpa mía), olvidar la maleta con las mantas y las sábanas (culpa de Vanessa), esas cositas que hacen que pierdas casi todo el día de ida en ir y volver a casa a por las cosas olvidadas.
Sara solía conducir por ser la mayor, pero el año pasado me saqué el carnet y me regalaron por mi cumpleaños (entre mi familia y ellas) la furgoneta Volkswagen, esa de los hippies. Es de color blanco y azul oscuro. Tiene nueve plazas y un maletero gigante, muchas ventanas a los lados y unas más pequeñitas entre el techo y las ventanas grandes. A veces, aún hoy, no me puedo creer que me la regalaran. Es el coche de mis sueños, donde podemos viajar todos.
Recogimos la mesa justo cundo mis padres aparecieron en la cocina
-¿Llegamos tarde para el desayuno?- preguntó mi padre mirándonos.
-Un poco tarde Jose- dijo Ainhoa con cara de disculpa
-Hola papá, hola mamá- saludé acercándome a ellos para darles un beso. Mis amigas una a una pronunciaron las palabras: “Hola Jose, hola Ana, buenos días”
-bueno, tendremos que hacernos nosotros el desayuno, qué remedio- dijo mi padre intentando darnos pena para bromear con nosotras.
-papá, anda, deja a las chicas- dijo mi madre cogiendo a mi padre de la mano y conduciéndole a la mesa.
-¿Dejo la leche?- preguntó Julia que no sabía si debía recoger o no de la mesa la leche.
-No te preocupes Julia, dejad todo. No hace falta que recojáis nada, ya lo haremos nosotros después- dijo mi padre y volvió la vista haciendo donde estábamos las demás –id a por vuestras cosas y a la playa- dijo dando por zanjada nuestra labor de recoger.
-¿De verdad papá?- pregunté algo incrédula. A nosotras no nos habría costado nada recoger y mis padres siempre han sido muy meticulosos con eso de llevar al lavaplatos lo que tú ensucies (lo que se traducía a llevar tu plato y tu vaso al friegaplatos, echar un agua y meterlo en el lavaplatos)
-De verdad- dijo asintiendo -¿cuándo os vais a ir?- preguntó éste después.
-Ahora, en una hora más o menos- contestó Carolina por mí. Mi padre y mi madre asintieron y antes de dejarnos marchar definitivamente me preguntó ésta ilusionada con una gran sonrisa estampada en la cara -¿Qué?, ¿contenta con tu primer viaje?-. Sabía que me hacía mucha ilusión ese viaje porque con la furgoneta nunca habíamos hecho un viaje más largo que de Madrid a Segovia o Toledo.
-Sí, mucho, la verdad- dije sin poder reprimir pegar un par de saltitos. Una sensación de felicidad me embargó. Estaba deseando que nos fuéramos ya con la furgoneta. Aún no la habíamos puesto nombre, pero el camino a la playa era largo e intuí que algún nombre se nos ocurriría.
-Venga anda, daos prisa u os pasará como siempre- nos apremió esta vez mi madre. Ella siempre lograba que nos pusiéramos en marcha.
Recogimos las camas hinchables y la supletoria, que era de mi hermano, la dejamos en la puerta de su cuarto para no despertarle. Nos dividimos en dos grupos y cada uno se fue a un baño de la casa (en mi casa hay dos baños). Yo me duché mientras Vanesa y Ainhoa se arreglaban frente al espejo. Ellas habían madrugado más y ya se habían duchado. Me sentó la mar de bien la ducha fría; por fin logré dejar apartado el sueño y empecé a mentalizarme de las horas de viaje.
Cuando estuvimos preparadas, me fui a por la furgoneta al garaje y la aparqué en frente del portal de mi casa, para así poder bajar las maletas (que no eran pocas) tranquilamente. Vivo en un segundo, pero aún así el no tener que ir al garaje de tres tandas para meter todo, se agradece. Cuando volví del garaje, llamé al portero automático para que empezaran a bajar cosa. Eran ya las once. Enrique, nuestro portero, nos ayudó a llevar las cosas del portal a la furgoneta, al igual que mis padres y mi hermano (a quien mis padres habían despertado y hecho vestirse solo para ayudar. Me las haría pagar después). Llevábamos muchas cosas, era como jugar al tetris en el maletero. Lo bueno era que los tres asientos de atrás del todo iban vacíos por lo que pudimos poner algunas de las cosas allí (mi cometa por ejemplo, que siempre llevaba y nunca usaba. Era ya tradición llevarla y traerla todos los años más que otra cosa). Por último una vez estuvo todo listo, nos metimos en la furgoneta. Mi hermano me pasó a Dafne, a la cual dejé sobre el regazo de Vanesa que se sentó delante conmigo, entre Ainhoa y yo.
-Pasáoslo bien- dijo mi padre, pero todas sabíamos que no solo iba a decir eso. Todos los años igual.. -tened..- le corté – cuidado- terminé yo su frase. El sonrió complacido de que terminara su frase porque eso significaba que lo sabía, e intentó tapar con una sonrisa la cara de enfado que apareció cuando le interrumpí, por el solo hecho de haberle interrumpido.
-Ada, acuérdate de llamar cuando lleguéis- me recordó mi madre.
-Sí mamá- dije dirigiéndola una sonrisa nerviosa. Me quería ir ya. Por último me despedí de mi hermano (después de, como todos los años, dar un beso a cada uno de mis padres y jurarles y perjurarles que nos portaríamos bien, que no nos pasaría nada y que los llamaría por las noches).
-Suerte con papá y mamá- le susurré a mi hermano cuando se acercó a la ventanilla del coche.
-Sí.. la necesito- contestó él.
-Miguel.. si te vinieras con nosotras.. aún estás a tiempo- le dije. Siempre que había intentado convencerle había contestado lo mismo: “Son unas vacaciones de chicas y blabla” y ese día no iba a contesta otra cosa, claro. Nunca daba su brazo a torcer en este tema y yo tampoco; por eso manteníamos todos los años esa conversación.
-Son vacaciones de chicas Ada..- contestó mi hermano. ¡Lo sabía!
-Te llamaré por las noches- le dije dándole un beso en su áspera mejilla por la incipiente barba que empezaba a salir otra vez –cualquier cosa, WatsApp-. Me sonrió y asintió. Yo, le devolví la sonrisa y le guiñé un ojo.
-¡Adiós!- dije mientras agitaba mi mano por fuera de la ventanilla y encendía el motor de la ventanilla.
-¡Adiós!- dijeron mis amigas al unísono agitando sus manos dentro de la furgoneta.
-Adiós chicas, ir con cuidado- dijo mi madre. Otra vez que si cuidado, que si despacio..
-Pasadlo bien- dijo mi padre sonriéndome. ¡Ui! Eso era nuevo. Siempre se solía despedir con alguna frase como la de mi madre.
-¡Adiós Ada!- dijo mi hermano (que por cierto, he olvidado mencionar que es el mejor hermano del mundo, sin lugar a dudas).
Arranqué, metí la marcha atrás, frené, giré el volante, metí primera y nos alejamos del portal de mi casa, de mis padres y de mi hermano. Miré por el retrovisor del centro hasta que mis padres y mi hermano se hicieron tan pequeños que solo pude distinguir tres motitas negras en la lejanía.
-¡Vamos a la playaaa!- gritó Sara
-¡Guau! ¡Por fin!- dijo Julia. Todas reímos.
-Pon música Ainhoa- pidió carolina. La furgoneta, tal y como me la habían dado no podía leer cintas ni CDs, pero un amigo de mi padre hizo un invento (antes de que penséis que cual, no lo sé exactamente) por el cual podemos escuchar CDs.
-ya voy, ya voy, impaciente- dijo Ainhoa riéndose. En cuanto arranqué para irnos, a todas nos había subido el ánimo. El viaje fue lento (cuanto menos. Fueron seis horas y media contando que paramos a comer sobre las dos de la tarde). Llegamos a la playa sobre las seis y media. No era tan mala hora como otros años.
-Por fin estamos aquí- susurré cuando vi el mar. Antes, cuando iba con mis padres y mi hermano en el coche a la playa, el primero que veía el mar decía: “Toma jeroma, pastillas de goma”. Hacía mucho que no decía aquella frase.
-Sí- contestó carolina que estaba sentada justo detrás de mí. Ignoraba que alguna de ellas me había escuchado. La miré por el retrovisor y la sonreí. Ella me devolvió la sonrisa y me apretó el hombro.
Enseguida vi el cartel de salida hacia “nuestro” pueblo, en Almería. Es muy pequeño y poco conocido. Allí nos conoce ya todo el mundo como si hubiéramos nacido y crecido allí. Nada más llegar fuimos a buscar a Linda, la mujer que nos alquila el apartamento. Por el camino, nuestros conocidos nos saludaron con la mano o con un gesto de cabeza. Yo, pitaba y saludaba sacando mi mano por la ventanilla, igual que las chicas. Cuando abrimos las ventanillas un aire cálido y húmedo nos golpeó el cuerpo. Ahora sí que estoy en la playa, pensé. El aire húmedo de la playa era agobiante, pero poco a poco me había acostumbrado a él igual que las demás. Costaba respirar al principio y notabas como toda tu ropa se te pegaba y empezabas a sudar. Cualquier pantalón largo molestaba y cualquier camiseta con mangas también lo era. Por fin llegamos a la casa de Linda. Linda es una mujer de alrededor de cuarenta años, de estatura media y un poco regordeta. El pelo rubio oscuro y muy rizado, lo que le da un toque juvenil, con una especie de acento murciano o andaluz, que le da mucha vida cuando habla. Nos dio las llaves y antes de que pudiera hablar..
- Linda, ya lo sabemos, cuidado al encender el gas, el agua caliente va en función del termo eléctrico, ni que decir tiene que cuidemos bien la casa pero ya no somos tan pequeñas como la primera vez que vinimos. Por descontado la casa colocada y nos podemos ir cuando queramos el último día- dije en tono cortante. No pretendí ser borde, pero me moría de ganas de volver a entrar en el apartamento.
- Sí, exacto, es verdad, ya os lo sabéis todo, os prometo que el año que viene no os volveré a recordar nada, pero es que parece mentira que hace ya más de doce años que vengáis aquí- dijo Linda añorando aquellos años en los que veníamos con nuestros padres y éramos todas pequeñas. Pasó por alto mi tono de voz aunque yo la miré a los ojos mostrando arrepentimiento, por si acaso. Ella me sonrió. Sabía que queríamos ir al apartamento cuanto antes, pero ella, por el contrario, quería nuestra presencia para recordar viejos tiempos.
-Exacto- confirmó Sara –venimos aquí desde que yo tengo nueve, Ada, Ainho y Vane siete y Julia y Carol ocho-
-Es verdad cuanto tiempo ya.. Me acuerdo cuando vinimos la primera vez... –comentó Carolina.
-Bueno chicas os dejo para que os acomodéis- dijo Linda dándonos un abrazo de bienvenida –bienvenidas un año más- dijo mostrando una sonrisa sincera, intentando evitar pensar más en cuando éramos pequeñas, ya que para ella siempre fuimos sus sobrinas en verano. Nos cuidaba y nos solía llevar a las ferias de los pueblos de al lado. Nunca fallábamos a nuestra cita veraniega con las ferias.

Después de despedirnos, fuimos a nuestro apartamento; siempre era el mismo, en primera fila de playa casi, ya que los dos bloques de apartamentos de delante eran más bajitos y podíamos ver perfectamente la playa, las puestas de sol.. Teníamos que subir un par de escaleras ya que el bloque estaba formado por dos pisos. El primer piso pertenecía a otras personas. La entrada estaba como metida dentro del apartamento, por eso éste tenía forma de L. La ventana de la cocina daba a la entrada y las de las habitaciones y baños a la calle. La terraza y las dos ventanas del salón daban al mar. Aparcamos el coche y bajamos todo el equipaje de dos o tres tandas. El apartamento era completamente blanco por fuera y cuadrado, típico de Almería. La primera en entrar en el apartamento fue Dafne, como el año pasado, seguida de Carolina, Vanessa, Julia, Ainhoa, de Sara y de mí, quien cerró la puerta.
-¡Ah! Había olvidado lo bien que huele siempre este apartamento- dije inspirando fuertemente, quizás con demasiada violencia y con un toque infantil, lo que hizo que todas rieran.
-Sí, huele a mar – asintió Julia riendo, mientras dejaba las cosas en el salón.
-Bueno chicas, coloquemos las cosas y vámonos a hacer la compra, que sino no da tiempo de ir a la playa – dijo Sara. Sabía que había añorado la playa todo el año.
La casa estaba como siempre. Seguía con su forma de L. Nada más entrar a la izquierda está la cocina y pasada ésta, un pasillo largo que da a nuestras habitaciones; empezando por la de Carolina, verde, la de Sara y Julia azul, Vanessa y Ainhoa amarillo y por último la mía, violeta. Un total de cuatro habitaciones y dos baños: uno enfrente de mi habitación(el que usamos para asearnos) y otro entre la habitación de Ainhoa y Vanessa y la de Julia y Sara(el que usamos para ducharnos). En la habitación de Carolina, estaba hacía tiempo mi cama, pero me mudé de habitación cuando cogí a Dafne, para no molestar a nadie. Mi habitación al contrario de las demás, estaba llena de trastos. Era el desván, que había convertido en mi habitación. Solo entraba mi cama, y un armario pequeño al lado de la puerta. Por el contrario, en la habitación donde dormía Carolina, cabían al menos dos camas más. Por eso, allí guardábamos siempre unos colchones hinchables. Nunca sabíamos cuándo íbamos a tener visitas. De frente, el salón. No es muy grande pero podemos estar las seis bien ahí. Hay un sofá marrón a la derecha y una televisión enfrente de éste. Una mesa de madera al fondo, al lado de la terraza, de seis plazas y una mesa bajita de cristal entre el sofá y la televisión. La terraza está al lado de la televisión. Es de puertas correderas, con cortinas blancas y una barandilla de mármol fuera. Desde la entrada no se puede ver, pero según te adentras en el salón distingues la terraza. Las paredes del apartamento son blancas como la espuma que dejan las olas, menos los baños que son de color azul cielo.

No tardamos mucho en colocar las cosas en nuestras respectivas habitaciones. Nos pusimos el bikini debajo de la ropa después de arreglar la casa y nos fuimos a hacer la compra. Fuimos al mismo supermercado de siempre, por la misma calle de siempre; nos sentíamos como en casa, por fin después de un año.
La compra del primer día siempre era mucho más que la de los días siguientes. Bollería, galletas y muchas botellas de leche para el desayuno. Pizzas, pasta, y carne para las comidas y las cenas y si estábamos por la labor de cocinar un poco comprábamos pescado, ya que allí es muy bueno. Cuando terminamos de hacer la compra y después de pagar, cogimos un carrito y dos cestas que devolveríamos al día siguiente para llevar la compra a casa. Solo colocamos las cosas de nevera, dejamos el carro y las dos cestas en la cocina, nos desvestimos dejando por cualquier parte la ropa, cogimos las toallas, tubos, gafas, aletas, dos sombrillas, sillas, una bolsa de playa, a Dafne y nos bajamos a la playa.

En nuestra playa no dejan meter animales y suele haber dos guardias que no te dejan pasar con ellos y si te ven en la arena, te hacen irte.
Conocemos una playa pequeña al lado de la nuestra donde no va nadie ya que es solo accesible por mar. La descubrí un año buceando con Sara. Nos llamó la atención asíque al día siguiente nuestros padres alquilaron una lancha y nos fuimos a ver qué era. Al ver que era una playa solitaria, se convirtió en nuestra segunda casa. Solíamos ir a la playa pequeña casi siempre, aunque cuando estábamos cansados nos quedábamos en la otra, en la que apenas hay gente. Por todo lo dicho anteriormente sobre los animales, ideamos un plan el año pasado cuando Dafne apenas tenía dos meses y se vino con nosotras: tenemos un amigo, Juanma, hijo del que nos alquilaba las lanchas cuando íbamos con nuestros padres; y ahora que vamos solas, nos alquila una lancha a nosotras. Juanma es alto, moreno de ojos marrón oscuro. Piel casi tan morena como su pelo por el sol. Dientes blancos y una sonrisa muy bonita. Es muy majo con nosotras. De pequeñito se solía venir con nosotros a las excursiones en lancha, pero ahora, siendo él el que dirige todo el cotarro, no puede venirse. A veces nos mira con pesar cuando nos marchamos sin él. Me da pena que no pueda venirse y hacer con él, lo mismo que hacíamos antes..
Yo tengo el carnet para conducir lanchas, así que una de nosotras se acerca a Juanma para que nos prepare como siempre la lancha, entre Juanma y la que haya ido la meten en el agua y cuando nos hacen una seña, las otras cinco salimos haciendo un corro alrededor de Dafne para que los policías que vigilan no la vean. Aunque podría cogerla en brazos no lo hago, ya que siempre que la cojo y no quiere, se queja y monta un pollo (gracias a eso nos pillaron dos veces intentando “escapar” con Dafne. Así que he aprendido la lección. Mejor dejar que ella vaya a su bola hacia la lancha). Por otro lado la que ha ido antes, ya nos espera subida en la lancha, preparada para nuestra “huida”. Normalmente suelo ser yo la que va primero ya que así nada más subirnos, la pongo en marcha y nos vamos. Parecemos un show y no mucha gente haría eso, pero para nosotras ya es costumbre y nos lo pasamos mejor saliendo a la otra playa con Dafne. Aquel día cuando nos acercamos a la playa, vimos a los guardias, asíque fui a avisar a Juanma para que nos preparara la lancha.
-Hola guapo! Cuanto tiempo!- dije desde la lejanía aun. Juanma ladeó la cabeza y se giró para mirarme.
-anda mira quien está aquí otro año mas- me contestó a modo de saludo. Nos reímos. Cuando estuve lo suficientemente cerca nos abrazamos.
-no podrás venirte con nosotras verdad?- pregunté haciendo pucheritos.
-no puedo, ya sabes..- dijo señalando a las canoas, los patinetes, los catamaranes, las motos de agua y las lanchas.
-solo será un segundito.. tengo ganas de hacer como hacíamos antes- le dije por intentar convencerle. El suspiró. Sabía que quería venirse pero no podía.
-espera, veré qué puedo hacer- dijo. Suspiré aliviada. Una sonrisa surcó mis labios. ¡Bien! pensé. No tardó en volver junto con otro chico, que parecía de su edad.
-él se quedará a cargo de las embarcaciones- dijo Juanma sonriente señalando a su amigo. Parecían de la misma edad. Me quedé mirando la sonrisa de Juanma. Tan deslumbrante como siempre.
-gracias- le dije al chico.
-no es nada- dijo este con voz ronca. Le sonreí a modo de aceptación.
-lo de siempre ¿no Ada?- preguntó Juanma sacándome de mi ensimismamiento. Me giré para mirarle.
-sí, las demás esperan con Dafne- dije. Ah! Ya casi lo había olvidado.. me giré hacia donde estaban las chicas y levanté mis dos pulgares en señal de que había convencido a Juanma de venir con nosotras. A las demás también las hizo mucha ilusión. Lo supe por como saltaban y pegaban grititos. Me reí de ellas, y Juanma conmigo.
-ya sabes que vienes- dije victoriosa. El me sonrió.
-esto ya está. Héctor ayúdame- dijo Juanma a su amigo. Éste se acercó a donde estaba Juanma. Yo mientras hice una seña a las chicas para que se acercaran. En unos instantes ya estábamos todos subidos y felices.

La playa pequeña está justo después de la cala de la playa donde tenemos el apartamento. Solo se puede llegar nadando, si eres muy buen nadador o en barca o lancha como he dicho antes. Estará como a trescientos metros una vez superadas las rocas de la cala. En el recodo de la cala, hay un barco abandonado, medio hundido, parece un velero, a veces me voy nadando hasta allí y buceo por los alrededores ya que hay muchas clases de peces, incluso un año vi una morena(cuando se lo conté a mis tíos al volver a Madrid, me hicieron el típico chiste fácil de.. –pero.. era morena o rubia?- nunca le he pillado la gracia). El velero siempre está allí y puedes ver como la madera año tras año se va desquebrajando y desaparecen partes del barco, aun así nadie lo mueve de allí; tal vez porque no saben ni que está allí. Nos lo quedamos mirando año tras año, es tan robusto y hermoso a pesar de llevar tantos años encallado, tan majestuoso, que cuando pasamos por su lado con la lancha, nos inspira respeto. El color de las maderas es oscuro y verdoso por las algas. Tiene un par de velas de color crema raídas que ondean cuando sopla algo de viento. El sonido del aire al rozar la tela me relaja. A veces solo iba allí los días de viento para poder escuchar ese sonido tan peculiar. En el casco del velero, hay una pequeña abertura por la que entran las olas cuando estas son grandes; aún así, el velero nunca se hunde, parece invencible ante las olas del mar. Muchas veces he dicho que me encantaría subir allí, descubrir todo lo que hay dentro, vivir lo que vivieron sus antiguos ocupantes y quien sabe, tal vez descubrir qué hace ese barco allí, pero ninguna de mis amigas se ha mostrado muy acorde a mis intenciones. Las olas después de pasar la cala son grandes y a veces resulta difícil nadar o incluso llevar la lancha, por lo que siempre voy con cuidado.
Cuando veo la Pequeña Playa, que así la llamamos nosotras, me siento de verdad como en casa. Ese año cuando nos acercamos me di cuenta de que estaba como siempre, no había cambiado nada; menos mal. Arena fina, de color anaranjada, agua transparente, ningún alga y nadie más, salvo nosotras. Me acerqué todo lo que puse a la arena, amarramos la lancha y bajamos.
-¡Tenemos la playa para nosotras!- grité nada más bajarnos de la lancha.
-¡Menos mal! Ya pensaba que habría alguien a estas horas y nos chafaría la tarde – dijo Julia, ya que la Pequeña Playa no tenía más de veinticinco metros de lado a lado.
-faltaría más, es porque he venido yo con vosotras- dijo Juanma riendo. Ainhoa le dio un codazo. Todos reímos más alto si puede ser eso posible.
Mientras bajábamos las toallas, gafas, tubos, aletas, sillas, bolso de playa y sombrillas de la lancha y mirábamos si la habíamos amarrado bien a las rocas, Dafne se metió en el agua aleteando. No se separaba mucho de nosotras.
Clavamos las sombrillas, no sin mucho esfuerzo, extendimos las toallas y nos relajamos. Solo se oía el mar, y las patas de Dafne al chocar contra la arena o contra el agua traslúcida del mar.
-No me puedo creer que estemos tocando arena por fin– dije entre susurros.
- ¡Ha pasado ya un año! tenía ganas de esto chicas, de verdad- gritó a su vez Sara, y después abrazó a Ainhoa que era a quien tenía mas cerca.
Y ahí estábamos, en nuestra Pequeña Playa, poniendo las sillas, colocando las aletas, y demás y por último algunas tumbándonos en las toallas y otras sentadas en las sillas.
Yo fui la primera en acercarme a la orilla y mojar mis pies, Dafne me acompañó y metió sus delgadas patitas, para más tarde salir corriendo al llegar una ola grande que la mojó casi entera. Me reí de ella, a pesar de que a ella no pareció hacerla ninguna gracia y empezó a atusar sus plumas. Juanma en seguida nos acompañó y me tiró al agua a traición. Dafne le picoteó por haberme tirado y yo me atraganté por reirme mientras las olas me golpeaban la cara. Había echado de menos durante muchos años estar así de bien con Juanma.

No buceamos mucho ese día como solíamos hacer (bueno más bien, YO no buceé tanto como solía, ya que mis amigas casi nunca bucean y si lo hacen, es por mí), estábamos cansadas del viaje, pero si nos metimos los siete, incluida Dafne en el agua, e hicimos unos largos de lado a lado de la playa, haciendo competiciones. Dafne siempre llegaba la última, pero era gracioso ver cómo intentaba alcanzarnos. Y aunque no ganara nunca, se llevó los mejores mimos y el mejor apoyo. Buceamos buscando peces, caracoles, conchas, erizos.. y al final de la tarde, teníamos un cubo lleno de conchas de todos los tamaños y colores (eso sí que les gustaba a ellas, pero buceando sin alejarse mucho de la orilla).
Volvimos a casa a las nueve, dejando la lancha y despidiéndonos de Juanma a regañadientes. Nos fuimos a hacer la cena, pizza. Era lo más fácil y rápido que teníamos ya que a ninguna le apetecía cocinar. En quince minutos escasos estuvo la mesa puesta y la cena servida.
-Echaba de menos esto de cenar con vosotras pizza en la playa- dijo Vanesa
-La verdad es que nos arreglamos bien para sobrevivir a pesar de que ninguna sepa cocinar del todo- dijo Julia riéndose mientras cogía un trozo de pizza
-Pues si la verdad, estoy orgullosa de vosotras- dije entre carcajadas, mientras Sara se atragantaba bebiendo agua al reírse
-¿Estás bien Sara?- preguntó Carolina preocupada.
-Sí, solo me he atragantado- dijo Sara con voz un poco ronca.
-Pásame el agua- dijo Ainhoa alargando la mano hacia la jarra de agua, que le acercó Vanessa.
-¿Esta noche os apetece un paseo por la playa y subir a la piscina?- dijo Carolina cogiendo un trozo de pizza.
-Claro, como no íbamos a querer dar nuestro paseo de reconocimiento y la piscina, por supuesto, eso no puede fallar- dijo Ainhoa mientras lanzaba un borde de la pizza a Dafne que estaba acurrucada en su rincón. A pesar de ser un pato, se comía casi cualquier cosa que no queríamos nosotras (como los bordes de las pizzas)
-Cuando terminemos de cenar, descansamos un poco y nos vamos a andar un rato y luego piscina- terminé diciendo.

Recogimos la mesa tan rápido como la habíamos puesto y nos fuimos a andar. Hacia una noche fantástica. Había un poco de brisa, nada de luz; solo la que nos proporcionaba la luna. Se oían las olas de mar chocar contra la fina arena de la playa. Era muy relajante pasear por aquella playa solitaria. Qué pena que esa noche no nos lleváramos a Dafne. Más tarde volvimos a nuestro apartamento y nos subimos a la piscina que estaba en el ático, donde nos pasamos gran parte de la noche. La piscina no era exageradamente grande pero estaba bien para nosotras. Tenía mármol coloreado de azul y blanco por dentro y rejillas alrededor de ésta.

Al día siguiente, bajamos a la playa, un poco antes de lo habitual en nosotras. Dafne bajó con nosotras y se quedó en la toalla, mientras nosotras nos mojábamos los pies en la orilla. No nadamos ni nos llegamos a sumergir en el agua por completo; ese día nos quedamos en la orilla, hablando de cosas, de ninguna en concreto. Y charlando así y mojándome los pies, fue cuando le vi por primera vez.
-¿Os habéis fijado en ese chico?- dije señalando a un chico de pelo castaño, con traje de neopreno que estaba montado en una tabla de surf.
-Sí.. está muy bueno..- dijo Ainhoa con voz melosa. Parecía hipnotizada por él. Me sentí celosa y enseguida me arrepentí de haberlas hecho mirar hacia donde él se encontraba.
-Deberíamos acercarnos y hablar con él, además parece que tiene amigos que no están nada mal- dijo Julia, mirando minuciosamente hacia el chico misterioso y sus supuestos amigos. Ella siempre tan lanzada..
-¡Eh! él es ¡Mío! Lo he visto primero- dije con intención de bromear, pero lo que decía, lo decía completamente en serio.
-Vale, quédate con él. Las demás nos rifaremos a sus amigos- dijo Ainhoa mientras miraba a ver si algún chico llamaba su atención. Nunca habíamos ido con intención de ligar o liarnos con algún chico, pero bueno, ese año podría ser diferente.
-Me parece bien- lo dije completamente en serio. Yo con ese chico me conformaba, ¿para qué más?. De todas formas era imposible que le llegara ni a conocer. Era solo para alegrarme la vista. Julia pensó como yo.
-Nos van a alegrar la vista este verano- dijo ésta con risa tonta mientras se quitaba las gafas de sol para verles mejor. Nos echamos a reír todas.
-Vaya pinta de cotillas que tenemos- dijo Sara mirándonos. Yo también me había dado cuenta. Las seis miradas hacia los surfistas. Por suerte, estabas lejos y hubiera sido mucha coincidencia que justo alguno de ellos se fijara en un grupito de chicas (que les miraban fijamente cada movimiento que hacían). Por irónico que suene, ninguno se percató de nuestra presencia. A pesar de que Julia se acercó peligrosamente hacia donde estaban e intentó llamar su atención gritándonos a nosotras algo (que ya no recuerdo) por lo cual nosotras rompimos a reír estruendosamente. Ninguno de los chicos se giró al oír nuestras carcajadas. Era patético todo el circo que habíamos montado. Pero no nos dimos por vencidas. Anduvimos por la orilla de dos en dos y nadamos cerca de donde ellos se encontraban, pero parecían ciegos. Solo estaban pendientes de surfear.
-¿Voy a tener que sacarme un pecho delante de toda la playa para que me miren?- preguntó Julia bromeando resignada.
-Yo también he pensado en eso, pero me he dado cuenta de que ya hay chicas haciendo topless y ni siquiera las han mirado- dije yo. Vaya mierda de chicos, pensé.
-Pues ellos se lo pierden- dijo Julia alejándose de los chicos.
Volvimos a nuestras toallas y pasamos el resto de la tarde metiéndonos con ellos y parando de vez en cuando para comentar lo sexys que eran, y despiadados, y malos... Yo no paré de echar miradas fugaces al chico de pelo color arena como la de esa playa. Su pelo se podría camuflar perfectamente allí. Esperé que en algún momento su mirada se cruzara con la mía. Pero eso no pasó. Eso nunca pasa, solo en las películas (o en los libros). Me sentía atraída por un tío que pasaba de mí, muy típico también. Buena elección Ada, pensé irónicamente. Pero a mí ese chico me gustaba a pesar de haber visto solo su silueta a lo lejos y algo un poco más cerca durante unos minutos (está bien, durante las dos malditas horas que estuvimos intentando llamar la atención de todos ellos. Es que estaban muy buenos, pero que muy buenos. Todos delgados y fuertes). De todas formas.. después de que que me hicieran mucho daño, había empezado a comportarme con los chicos como ellos se comportaban conmigo. No dejaba que ningún chico me viera tal y como soy, pues me vería debil y sabría que me podría hacer daño y no, paso de más daño. Me había vuelto en pocos meses una chica superficial que no pensaba nada más que en un royo. La palabra novio no estaba en mi vocabulario y a cualquiera que quisiera serlo le haría huir, no sé cómo pero lo haría.
-Tal vez.. si alguna fingiera ahogarse.. cerca de ellos, alguno iría en su ayuda, estoy segura- dijo pensativa Ainhoa de repente al cabo de un rato. A pesar de que habíamos desistido, había sido por falta de ideas, no porque nos cansáramos.
-¡Eh! Eso sería buena idea- dijo Sara mientras se frotaba las manos intentando imitar a las brujas malas de las películas con su sonrisa malvada, sus carcajadas crueles y su fricción de manos. Nos echamos a reír ruidosamente, esta vez por Sara y no para llamar la atención de los chicos.

Cuando empezó a anochecer volvimos al apartamento. Al final, nadie fingió ahogarse. Además, Ainhoa lo había dicho como una broma.
No dormimos mucho esa noche, pero nos pusimos en pie antes de comer, por lo que bajamos a la playa con Dafne y después de bañarnos y nadar..
-Chicas ahora que no hace tanto sol, ¿alguna me acompaña a andar por la orilla? – pregunté.
-No, estoy muy vaga ahora, sorry – dijo Sara.
-No, yo tampoco me animo – dijo Vanessa.
-Ni yo – admitió Ainhoa.
-Ni yo..- dijo en un susurro Carolina. Debe ser que se sentía mal por estar tan cansada de no querer ni andar y acompañarme.
-Lo siento, pero a mí tampoco me apetece ahora, después de nadar tanto – se disculpó Julia, poniendo cara de pena. Vaya aburrimiento de amigas.
-No pasa nada, me llevo a Dafne para que no os moleste –dije y diciendo esto, eché a andar por la orilla, mientras Dafne me seguía de cerca aunque se adelantó algo por delante de mí para picotear una concha. Se giró un segundo hacia mí para ver si la seguía (sí, los patos también pueden comportarse como pequeños perritos). Estábamos solas, solo había unas pocas sombrillas más, dos personas bañándose y unas cuatro o cinco personas surfeando (tal vez el chico del día anterior. Estaban muy lejos para ver cómo eran y desde dónde estábamos sentadas nosotras no les habíamos llegado a ver. Sino habríamos hecho de las nuestras); y un perro de tamaño mediano que al ver a Dafne, echó a correr hacía ella. No me dio tiempo a reaccionar ya que cuando me quise dar cuenta, Dafne iba a unos cuantos metros por delante de mí y el perro acababa de pasar al lado. Eché a correr detrás de ambos chillando en un intento de asustar al perro. Dafne estaba en desventaja ya que al vivir conmigo en la ciudad y a pesar de ser un pato mudo, le habíamos recortado algo las plumas del final de un ala (para que no se fuera a dar un garbeo por el centro de Madrid y le pasara algo) y no era capaz de volar. Cuando vi que estaba todo perdido, un chico joven, parecido (por no decir el mismo) al que me quedé mirando el día anterior durante un largo tiempo (estaba tan nerviosa que no me pude fijar bien en cómo era), salió del mar con su tabla de surf, por delante del perro. Tenía el pelo liso, ocre con reflejos más bien rubios y pelirrojos que casi le tapaban las cejas (como la arena, vamos). Le caía por delante casi hasta los ojos, pero por detrás no llegaba más allá del principio del cuello. Ojos azul verdosos, labios carnosos y una sonrisa con unos dientes blancos, que le dedicaba a uno de sus amigos que seguía dentro del mar con su tabla, perfectos.. Por un segundo me quedé ensimismada mirándole, era tan guapo.. Llevaba un traje de neopreno negro, que hacia que su cuerpo se quedara bien marcado. Se podía distinguir cada músculo de su cuerpo, hasta el más pequeño y débil (aunque seguro que no tenía ninguno débil). Era delgado con brazos definidos, pectorales marcados y parte de los abdominales. Era de piernas largas, compactas y hermosas a pesar de estar cubiertas por el traje que le llegaba hasta el tobillo. Todo en él me gustaba, todo él me llevaba al cielo.
Saliendo de mi ensimismamiento, le grité tan alto como pude, atrayendo su atención hacia mí, para que parara al perro y éste así hizo. Un tiempo después llegué sofocada donde se encontraba el chico con el perro en brazos. Y era él, el chico de ayer.. Un escalofrío recorrió mi piel. Me reí para mis adentros de mí misma. El día de antes llamando su atención y la de sus amigos como posesas y ese día el destino decidió juntarnos (irónico, cuanto menos). No sabía qué decir, tuve miedo de titubear, por lo que cerré los ojos por un instante e intenté tranquilizarme. Le miré despacio de arriba abajo, intentando recorrer cada parte de su cuerpo. Esperaba que no se diera cuenta de lo que estaba haciendo. Me detuve en sus labios durante un segundo y subí hasta sus ojos que brillaban.
-Muchas gracias, de verdad, muchísimas gracias– acerté a decir sofocada todavía por el esfuerzo y el temor que tenía de tenerle tan cerca de mí. El chico era mono. Dafne se acercó a nosotros al verme, si bien, el chico pareció no darse cuenta.
-De nada, pero no ha sido nada, de verdad– dijo el chico quitándole importancia. No podía despegar los ojos de los suyos (está bien.. los despegué una milésima de segundo para dar un repaso a su cuerpo y otra milésima de segundo para mirar sus labios que hacían que me derritiera) yo pregunté después -¿tienes perro o algo? porque has sabido como manejar al perro muy bien-
-Sí, una perrita jovencita, de once meses– dijo el chico.
-seguro que muy bonita –dije, sin saber qué decir. Al oírme decir tal estupidez, me sentí como una boba. (¡Ui! ¡No! ¡No podía ser! La primera fase antes de colgarte de alguien es empezar de decir estupideces, estupideces tan monumentales como la mía). Estoy sentenciada, pensé. Obviamente un chico como él que lo tiene todo, no se va a fijar en alguien como yo, me dije para mis adentros. De todas formas daba igual, no me iba a enamorar de él, era mi pacto conmigo misma. Le alejaría de mí si comenzaba a sentir algo por él. No estaba dispuesta a pasarlo mal otra vez. Aunque bueno, qué narices! Todavía no le conocía, ni sabía su nombre y ya estaba empezando a hablar de amor.. se me iba la pinza de una manera exagerada. Él me sonrió haciendo que las barreras de todo mi cuerpo empezaran a caer. ¡Pero si solo es una sonrisa! Mira que eres tonta, me recriminé a mí misma. No podía no sentirme alagada por la hermosa sonrisa que me estaba dedicando. Me tenía como hipnotizada ese chico. Éste se me quedó mirando fijamente, seguro que pensaba que estaba loca, tenía que remediarlo como fuera.
-¿Cómo te puedo agradecer lo que acabas de hacer?, no sé que habría pasado si tú no hubieras estado aquí- dije. Era tan guapo.. No podía dejar de mirarle, era perfecto.. Se me pasó por la cabeza tontear con él, pero había olvidado cómo hacerlo de lo nerviosa que estaba (muy típico de mí, también)
-No, no me lo tienes que agradecer de ninguna forma, no ha sido nada– dijo sonriente. Me quedé pasmada.. ¿que no había hecho nada? ¿acaso Dafne no era nada?. Me quedé como tonta ante su comentario.
-En realidad acabas de salvar la vida a Dafne- dije mirando hacia el suelo, donde se encontraba Dafne tumbada.
El chico miró al perro, y después a mí y dijo -¿salvarla? Solo he evitado que siguiera corriendo-. Intentó quitarse protagonismo y yo entendí que no sabía quién era Dafne.
-Sí, has salvado la vida a Dafne, mi pata; casi se la come ese perro- dije señalando primero a mi derecha donde estaba Dafne y después mirando a mi izquierda donde estaba el perro sujeto por las manos fuertes del chico. El chico siguió mi mirada y vio a Dafne.
-Lo siento, no me había dado cuenta de que perseguía un pato- dijo el chico un poco abrumado y aturdido para después corregirse y decir -quiero decir, a tu pato- se quedó mirando un tiempo a Dafne para después decir –y... ¿De quién en este perro entonces?
Antes de que pudiera siquiera contestarle nada, un hombre de unos cuarenta años, moreno, buen tipo, con algunas canas, se acercó a nosotros para coger a su perra llamada Núa y disculparse por lo sucedido.
-Así que un pato ¡eh!- dijo el chico. Por su forma de hablar creo que no se podía creer lo que veían sus ojos. Una chica en la playa con su mascota, que era nada más y nada menos que un pato (y no un pato cualquier, pues Dafne era bastante más grande que un pato normal y corriente por la raza que era).
-Sí, es mi mascota- dije sonrojándome. Sabía que no entendería por qué un pato y no una mascota más “normal”, así que me ahorré contárselo, pero dije en su lugar –es muy buena.. y bueno entonces.. dime cómo puedo agradecértelo- volví a preguntar, aprovechando para cambiar de tema.
-No de verdad que no me lo tienes que agradecer- dijo el chico, mientras yo ponía cara de disgusto. No quería nada con él, pero.. tampoco descartaba poder tontear algo con él algún día. No era muy probable, pero bueno, no podía dejar de soñar en que un chico que estuviera tan bueno como ese me tuviera entre sus brazos y me besara apasionadamente a la luz de la luna en la playa (o bueno no me importaba que me besara en un sofá con tal de que mis labios y los suyos se rozaran durante un largo tiempo). Creo que al ver mi cara, se corrigió diciendo –bueno, no me parecería mal que si nos volvemos a encontrar, me invites a tomar algo y se conozcan mi perra y tu pato, se lo pasarían bien, y mi perra no se lo intentará comer, lo prometo- dijo sonriendo y siguió- estaré aquí unos días más, todos los años vengo aquí en julio, te estaré esperando-. Tuve que reprimir una sonrisa y supe que mi felicidad si no era con una sonrisa radiante se mostraría haciendo brillar mis ojos color marrón. Noté cómo se encendían mis ojos, sin que estuviera en mi mano poder apagarlos. Bueno, después de todo, a él algo le interesaba yo ¿no? Sino no me hubiera contado tantas cosas suyas ¿no?. Y yo no iba a ser menos.
-Yo también vengo aquí desde siempre, qué raro que nunca nos hayamos encontrado- dije mirando sus perfectos ojos, para después parar a mirar su boca, con esos labios.. y perderme más allá de ellos.
-Si no nos volvemos a encontrar este año, alguno nos volveremos a encontrar– susurró el chico, por lo que deduje que había pensado en voz alta. Sonreí. ¡Yuju! Pensé para mí. Estoy hablando con el chico más sexy del universo y quiere que nos volvamos a ver.. pensé.
-¿Surfeas no?- no esperé a que contestara, era más una afirmación que una pregunta -mola, siempre he querido aprender, pero nunca tengo tiempo– dije mirando su tabla para después señalarla
-Sí, desde hace mucho tiempo ya– sonrió el chico haciendo que me derritiera y prosiguió –y cuando vienes a la playa.. ¿qué haces para no tener tiempo de aprender a hacer surf?-
-Nado, buceo, me encanta bucear, paso horas en el agua con Dafne y no salgo– dije intentando que supiera más de mí aunque al terminar la frase sentí un poco de vergüenza por lo que acababa de admitir. Bajé la mirada.
-Eres como una pequeña delfín- dijo el chico sonriendo. Su voz sonó sexy. No esperaba que me pusiera un mote tan rápido, pero la verdad es que algo me pegaba.
-Sí, algo así soy- dije esbozando una pequeña sonrisa. Pequeña delfín.. Me gustaba ese nombre. Noté que mi corazón dejaba de latir tan deprisa, a pesar de no saber cuándo había empezado a latir tan fuerte. No podía dejar de pensar en besarle. Nunca me había pasado algo parecido. Tal vez porque nunca había hablado a solas con un chico tan guapo como aquel.
Entre los dos había algo especial, pero como suele pasar siempre, algo nos devolvió a la realidad. En frente de mi pude ver como unos chicos gritaban haciendo señas hacia donde estaba el chico
-¡Eh!, ¡tío!, ¡venga, que tenemos prisa!– al escuchar aquello entró el pánico, la vergüenza y los nervios que antes no había tenido. Una cosa era intentar hablar con él sin aparentar que me gustaba su cuerpo sensual y otra muy diferente era que sus amigos estuvieran ojo avizor a unos cuentos metros de nosotros. No Serían capaces de escuchar la conversación, pero sí mirarían y comentarían entre ellos. El chico se giró y a continuación sin dejar que dijera nada..
-Creo que te llaman, debería irme- dije intentando coger a Dafne sin parecer torpe por lo nerviosa que estaba (y lo peor.. odio parecer nerviosa ante la gente y menos ante un tío tan perfecto como aquel). El chico al ver que hacía ademán de cogerla se agachó para cogerla él antes y ayudarme. Yo me agaché junto a Dafne, la acaricié la cabeza, rozando la mano del chico que la sujetaba para levantarla. Era tan suave.. Me quedé durante un nanosegundo ensimismada, pensando en el tacto de su piel, aquel tacto que recordaría durante tanto tiempo, echándolo de menos. Me levanté, intentando no mirar a esos ojos azul verdoso tan sinceros y esa mirada intensa, ya que sino no me hubiera ido nunca de allí. Cogí a Dafne (que no se quejó mucho esta vez, menos mal. Sería por haber huido del perro), le dije un tímido “adiós” y me puse a andar por donde había venido.
¡mierda! Me estoy alejando y no sé ni cómo se llama, pensé. De todas formas ya era demasiado tarde para volver por donde había venido y decirle que si me decía su nombre. Sería bastante patético y además de eso él se pensaría que estoy a su disposición y no. Soy yo la que manda, no él.
El chico cogió su tabla que había clavado en la arena y comenzó a alejarse yendo hacia sus amigos, cuando se giró y gritó:
-¡Eh! ¡Pequeña delfín! ¡No puedo irme sin saber tu nombre!– gritó con una sonrisa en la cara. Yo también sonreí siguiendo mi camino por la playa haciéndome de rogar. Paré, me giré y dije -¡Ada! ¿y el tuyo?, no puedo seguir andando si no me lo dices – dije con voz picarona. No se de donde salieron esas palabras, pero no me arrepiento de haberlas dicho.
-¡Liam!– gritó –¡te prometo que te enseñaré a surfear pequeña delfín!-
Y los dos nos alejamos sonrientes, pensando cuando sería la próxima vez que nos veríamos. Había sido él quién había dado el primer paso. De todas formas, no sentí nada. Bueno algo sí.. unas ganas inmensas de tontear con él.

Volví donde estaban las chicas dando botes de alegría con Dafne en mis brazos.
No me pude aguantar y cuando estaba a menos de tres metros de ellas comencé a contarles lo que me acababa de suceder.
- ¡¡Tiiaaa!! ¡¡qué genial!!- dijo Ainhoa sonriéndome y abrazándome.
-¡Lo sé!- dije entre grititos
-¡¡Bua bua buaa!!, ¡tienes que volver a verle!- decía Sara, y Julia asentía tan sonriente como siempre.
-¡Sí tía!, ¡tienes que encontrarte con él!- dijo Vanessa muy contenta por mí, mientras Carolina la apoyaba sonriendo.
-Lo que queréis es a sus amigos, ¿me equivoco?- pregunté con una gran sonrisa en la cara.
-Sí, realmente sí, para que nos vamos a engañar- dijo Carolina antes de echarse a reír.
-Cuando le vuelva a ver (si es que le vuelvo a ver) le diré que queremos hombres sexys, que nos presente a sus amigos- dije riendo junto a las demás.
-Al final hacía falta que a Dafne la persiguiera un perro para que uno de ellos se fijara en una de nosotras- dijo Julia.
-Nunca me lo habría imaginado- dijo Sara. Volvimos a reír esta vez más fuertemente. Parecía mentira que hubiera conocido a un chico tan sexy gracias a que casi se comían a mi pato.
-Con que se llama Liam ¡eh!- dijo un rato después Ainhoa con voz melosa, solo para picarme y ver mi reacción.
-Tú tienes a todos sus amigos. Él de momento es para mí- dije siguiéndola el juego. Confirmado, pensé. Ainhoa seguro que se había dado cuenta de que lo que sentía al ver a Liam no era parecido a lo que había sentido otras veces con otros chicos. Pero no dijo nada, supongo que esperaba al momento correcto.
-Ojalá le veas mañana- dijo Ainhoa con voz nostálgica, como si hubiera sido ella y no yo quien hubiera hablado con Liam. Las dos queríamos lo mismo pero por motivos diferentes, yo quería a Liam, ella a los demás chicos.
-Ojalá- dije yo con un suspiro. Era lo que más deseaba en aquel momento.
Continuamos hablando de Liam, minutos, quizá horas, quizá los días siguientes hasta que nos volvimos a la gran ciudad..

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