Capítulo
6
–No
tenemos nada que hacer... –dice Pablo mirando al infinito. Estamos
sentados en las camas, en mi cuarto, todos. Ya hemos colocado esta
mañana todo lo que compramos por la casa.
–No...
--dice con voz monótona Juanma. Les miro. No sé qué podemos hacer.
–Podríamos
hacer algo –dice Marcos. Le miro esperando a que diga qué podemos
hacer, pero es Ángel quien habla.
–Yo
había pensado que podríamos colgar la foto de Navidad que nos
hicimos todos –dice Ángel. Le miro. Me gusta su idea. Es la
primera vez en años que no dice cosas que son imposibles de hacer.
–¡Eh!
¡Qué buena idea has tenido! –dice Ferni. Sonrío a Ángel.
–Podríamos
imprimir las fotos de Navidad en las que salgamos y podríamos
ponerlas en un corcho –dice mi hermano.
–Sí,
es muy buena idea. Yo tengo un corcho en mi armario que me dieron mis
padres cuando llegamos, solo que no lo he puesto porque no tenia qué
poner –digo esto último como excusa. En realidad no lo he puesto
porque fue un regalo de ellos y yo estaba y estoy (aunque ahora un
poco menos) enfadada con ellos por traerme aquí.
–¿En
qué parte del armario? –pregunta Carolina levantándose de la cama
y acercándose al armario.
–No
sé dónde lo deje, espera que te ayudo –digo mientras me levanto.
Es buena idea esto de colgar las fotos. Sé que todos quieren salir
de la casa y ver mundo, y sé que ninguno dice nada por mí. Algún
día tendré que ceder por ellos. Soy cabezota y no salgo de casa
para intentar que mis padres se sientan mal porque no salgo, pero mis
amigos no tienen por qué pagar por lo que mis padres decidieron por
mí.
Encontramos el
corcho y bajamos al despacho de mi padre a imprimir las fotos de
Navidad. Escogemos unas pocas de todas las que hicimos. La mayoría
de ellas no sabía que habían sido tomadas. Después nos subimos
arriba para colocarlas.
–¿Chinchetas?
–pregunta Ángel mientras extiende su mano hacia mí, la palma
hacia arriba.
–No
sé dónde están. Pregunta a Miguel –contesto a Ángel. Él
asiente y le hace la misma pregunta a mi hermano
–¿Chinchetas?
–Ahora
traigo –contesta mi hermano mientras se va a su cuarto. Vuelve con
una cajita llena de chinchetas de colores.
–Vale
a ver.. Vamos a hacer una composición primero y después ponemos las
fotos con chinchetas. Y después ya ponemos el corcho en la pared.
¿Os parece? –pregunta Juanma. Asiento. Somos once personas para
poner fotos. Es gracioso. Pero con cualquier cosa, nos entretenemos.
–Vale.
Pues yo las pondría así mira -dice Tete. Se pone manos a la obra y
empieza a colocar las fotos. Primero pone la que salimos todos, sin
los compañeros de mi padre. Parecemos una familia de verdad. Casi me
echo a llorar al ver la foto. Después pone una foto en la que salgo
agarrada del brazo de Ángel bajando las escaleras. Miro a Ángel y
nos echamos a reir al recordar el momento.
–Ana
creo que ha sido la mejor Navidad que he tenido gracias a esto –dice
Ángel señalando la foto. Le miro y nos volvemos a echar a reír.
–Ja
ja eso fue todo por los puñeteros zapatos... Que en paz descansen
–digo con tono burlón y sarcástico a la vez.
–¿Qué
les has echo? –pregunta Ángel horrorizado mientras se lleva la
manos a la cabeza. Veo como abre los ojos de par en par. Yo por mi
parte pongo los ojos en blanco.
–Los
he guardado en el armario. Al fondo del todo, para no verlos –le
digo para que se calme. Estoy segura de que se pensaba que los había
tirado a la basura o algo de eso...
–Menos
mal –dice suspirando Ángel. Me río. Ángel y el vestir bien...
–¿Después
de este inciso puedo seguir poniendo las fotos? –pregunta Tete,
pues quiere que todos estemos pendientes de en qué orden coloca las
fotos.
–Sí,
claro –le digo. Tete sigue poniendo las fotos. Pone una en la que
salen Pablo y Ainhoa en la escalera. Después una de Marcos con
Carolina, otra de Tete y Juanma, otra de Ferni y Pitu y por último
una de mi hermano Sami y yo. Todos estamos muy guapos, he de
reconocerlo. Después pone una foto en la que salimos todos cenando.
No sé quien la hizo. Después otra en la que salimos Pablo y yo
bailando. Otra general que salen mis amigos y mi hermano bailando,
cada uno a su royo. Y por ultimo, Tete coloca una foto en la que
salimos el chaval y yo bailando. Me quedo paralizada. No sabía de la
existencia de esa foto.
–¿Y
esta foto? –pregunto quitándosela a Tete de la mano.
–La
haría tu madre. Salís muy bien –dice Ainhoa. Abro la boca de par
en par. No quiero poner esta foto en MÍ corcho.
–No
me gusta –contesto. Creo que ahora todos acaban de poner los ojos
en blanco, sí confirmado, todos. Hasta Sami.
–Salís
muy bien y vamos a ponerla –dice Marcos arrebatándome la foto.
Hago un mohín.
–No
quiero ponerla –refunfuño como si fuera una cría.
–Está
bien. Hagámoslo a votación. ¿Quién opina que la deberíamos
poner? –pregunta Carolina. Todos levantan la mano menos yo. Hasta
Sami mueve su rabo en señal de aprobación.
–¿Y
quién dice que no? –pregunta Carolina. Levanto mis dos manos para
hacer notar mi disconformidad.
–Pues
se pone por mayoría –sentencia Carolina. Resopló y hago un mohín.
No quiero tener en mi cuarto una foto en la que salgamos el chaval y
yo JUNTOS ¿Es que nadie lo entiende? No, claro que no lo entienden.
Porque para ellos el chaval es un tipo majo y amable. Y para mí el
chaval es un estorbo, un chulo y un arrogante (y eso es quedarme
corta).
La composición
que ha hecho Tete no está nada mal, asique así se queda. Ponemos
chinchetas entre todos y después vamos a la guardilla a ver una
película. Sami también sube, claro está. Vemos una película, no
sé cual, porque yo estoy a otra cosa, refunfuñando para mis
adentros sobre el por qué de poner una foto en la que salgamos el
chaval y yo en ¡MI corcho!
Cenamos no muy
tarde y salimos todos, incluso mis padres, a pasear a Sami por el
jardín. Es casi el único momento del día en el que todos podemos
estar juntos. A veces lo agradezco.
Después vamos a
la cama y un día más terminó...
–¡ANA!
–grita alguien por las escaleras. Pego un respingo. Miro a mi
alrededor. No hay nadie en ninguna cama ¿Dónde estarán?. Me
levanto poco a poco y me asomo por la escalera. Hay un montón de
bolsas y mucho ruido de pisadas por toda la casa. Me extraña que no
me hayan despertado antes con tal guirigai montado...
–¡ANA!
–vuelve a gritar una voz, no sé de quién es.
–¡QUE
YA ESTOY DESPIERTA! –grito en contestación mientras bajo las
escaleras. Sami al escuchar mi voz corre hacia el sonido de ésta y
choca conmigo en las escaleras. La acaricio como de costumbre, hasta
que se tranquiliza.
–¿Qué
está pasando?- pregunto cuando llego abajo del todo.
–Nos
vamos de excursión hasta el treinta y uno –me dice Ángel
ilusionado. Pongo los ojos en blanco. ¿Enserio? ¿una excursión?
Ángel se acerca a mí y me besa la frente –. Ya era hora de que te
levantaras –me dice contra mi frente.
–¿A
dónde nos vamos? –pregunto resignada. No me quiero ir por ahí...
–A
Glacier Bay National Park. Está bastante lejos de aquí. Al sur
–dice Ángel feliz. Seguro que el ha elegido a donde ir... Asiento
sin entender a dónde vamos.
–Ah
vale –digo mientras resoplo.
–Venga
no será para tanto Ana. Alguna vez tenías que salir de casa -me
dice Pablo que aparece por detrás y me coge de la cintura.
–Ya
bueno... –digo sin saber qué más decir. Por lo menos me iré a un
miniviaje con mis amigos...
–Pues
venga Anita, a cambiarse –dice Pablo mientras da unas palmaditas
suaves sobre mi vientre.
–¡Auch!
¿Sin desayunar ni nada? –me quejo. Después me rio al igual que
Pablo y Ángel –. Pero una cosa... El chavalete este no vendrá
verdad? –pregunto. Porque sería lo que me faltaba.
–Emm
umm pues... –dice Ángel. ¡Oh! ¡vale genial!, eso es que ya está
por la casa, seguro. A estas alturas conozco a Ángel de sobra como
para saber lo que esas palabras no dichas significan. Solo hay que
mirar sus gestos, la mímica de sus ojos y sus labios...
–Vale,
no me digas más. Voy a hablar con mi supuesto padre –digo con voz
enfurruñada. Me deshago de los brazos de Pablo y busco a mi padre
por la planta de abajo. Mientras le busco, me encuentro cara a cara
con el chaval. Le fulmino con la mirada y ni le saludo. Él me
devuelve la mirada con una sonrisa socarrona. ¡Aahhhgg! ¡Le metería
tal patada en su preciosa cara, que le dejaría los labios en la
frente!
Pasan los
minutos. Desayuno y enseguida me mandan a mi cuarto a hacer la
maleta. Intento ir a hablar con mi padre, pero no le encuentro por
ninguna parte.
–¿Dónde
está mi padre? –pregunto con voz enfurruñada a Pablo.
–Se
ha ido a por una caravana –contesta Pablo de forma casual.
¿¿Quuuéé?? ¿¿Cómoo?? ¿¿Una caravanaa?? Enarco una ceja, pero
no digo nada.
–¡Ana
alegra esa cara que será divertido! –dice Pablo con voz alegre. Lo
dice porque a él le encantan las excursiones. Cualquier actividad
que implique conocer cosas nuevas, andar y estar con sus amigos. En
el fondo, tiene razón. Debería estar feliz porque me voy con mis
amigos. El problema es que estoy en este maldito lugar ¡Y está ÉL!
–Mejor
me voy a hacer la maleta –digo.
–Te
acompaño, anda gruñona –me dice Pablo pasando su brazo por encima
de mis hombros. Me ayuda a elegir qué ropa me llevaré y la vamos
poniendo sobre la cama.
–¿Tú
ya has echo la tuya? –pregunto.
–Sí.
–¿Te
sobra sitio? –pregunto entonces.
–Un
poco –contesta Pablo.
–¿Lo
suficiente como para que entre mi ropa? –pregunto. No quiero
llevarme una maleta gigante para cuatro camisetas, dos pantalones, un
par de jerséis y bragas.
–Mmmm
vamos a mirar. Yo creo que sí –me contesta pensativo Pablo. Se
aleja de mí y se va hacia la puerta. Baja las escaleras y sube su
maleta.
–Sí,
hay sitio Ana. Mete todo aquí –me insta Pablo cuando vuelve a
subir. Abrimos su maleta y metemos toda mi ropa.
–Perfecto
–digo.
–Venga
vamos abajo con los demás –me dice Pablo cogiendo su maleta y
agarrandomé de la muñeca para hacerme andar.
–Ya
voy... Ya voy... –digo con voz cansada. Es que no me apetece nada
irme de viaje...
En menos que
canta un gallo estamos todos en la caravana. Sami también viene
(claramente). Somos catorce y un perro. La caravana es amplia pero...
Es pequeña para todos los que somos.
Delante van mi
padre y Ángel. Que son los que supuestamente saben a dónde vamos.
Los demás vamos detrás, sentados donde podemos. Hemos cogido sillas
de casa para podernos sentar. Parece que viajamos en un autobús
(pero más apretados que si viajáramos de verdad en un autobús).
–¿Qué
tal por allí atrás? –pregunta mi padre animado. Me dispongo a
contestar una tontería como: “¿Pues tú cómo crees que vamos?”
o “peor que cuando vine aquí”. Pero Tete me da un pisotón antes
de que pueda decir nada y contesta por mí mientras maldigo en voz
baja.
–Muy
bien Jose, ¿vosotros? –pregunta Tete con voz animada también.
Todos parecen estar ilusionados por que el viaje. Menos yo. Yo
siempre la obeja negra...
Pasamos varias
horas en coche. No sé exactamente cuantas, solo sé que me entra
hambre. Paramos media hora para comer un rápido bocadillo de jamón
y queso (en mi caso) y una fruta. Después seguimos la ruta. Se
supone que tardaremos un día y medio en llegar. Un día y medio que
veré a Luca a todas horas... ¡Genial! ¡Fantastico! ¡Increible...!
El día pasa
despacito. Los minutos parecen nunca pasar ¡Y las horas ya ni te
digo! Por fin llega la noche y mi padre para en mitad de la nada.
–¿Dónde
vamos a dormir? –pregunto interesada. No pretenderá dormir aquí,
espero.
–Aquí
–contesta mi padre. Miro
a ambos lados para ver la expresión de los demás. Ellos están
tranquilos, como si eso fuera lo que esperaban. ¿Enserio?
–¿Aquí
papá? ¿de
verdad? No me lo puedo creer... ¡Esto es incomodisimo! –me quejo.
–Hemos
traído los colchones inchables. Los pondremos ahora en todo el
pasillo y ya está. Algunos de nosotros podemos dormir en cama –dice
mi padre. Refunfuño a pesar de que sé que eso no arreglará nada.
–Venga
Ana, déjalo. Mañana llegaremos al sitio y ya está –me consuela
Pablo para dejarlo estar. Él siempre apoyándome y protegiéndome...
Cómo le voy a echar de menos cuando se vaya... Ojalá se quedara...
–Está
bien. ¿Duermes conmigo? –pregunto. Quiero asegurarme de dormir
entre gente que conozco, pues no quiero dormir cerca o al lado de
Luca.
–Sí,
claro –contesta Pablo. Me acerco a Ainhoa y le hago la misma
pregunta, ésta tambien contesta de forma afirmativa.
–Genial
–digo. Ya tengo asegurado que dormiré lejos de Luca. Al menos
separada por el cuerpo de Pablo o Ainhoa.
En seguida nos
ponemos en marcha con la cena y montamos la zona de dormir. Todos
estamos cansados aunque no hayamos echo nada en todo el día. Nos
turnamos las chicas para entrar a cambiarnos al baño, mientras los
chicos se cambian delante de todos. No se cortan un pelo.
Con el pijama
puesto, cojo a Sami en brazos y la llevo hasta el colchón que
compartiré con Ainhoa. Pongo a Sami a mi lado. Está justo entre
Pablo y yo, que comparte colchón con Ángel y mi hermano.
–Buenas
noches –digo a todos en un susurro. Todos me contestan en un
susurro.
Me despierto
pronto. No porque no tenga sueño, sino porque la caravana ya está
en marcha y se acaba de comer una piedra. Maldigo y refunfuño.
Pablo, que sigue a mi lado tumbado, me pega un manotazo.
–Vaya
despertares que tienes amor –me dice.
–Siempre
son los mismos –contesto enfadada. Mis ojos cerrados a cal y canto.
–El
de hoy es peor –matiza Pablo.
–Claro.
Porque me he despertado por un bache en el camino –digo apretando
mis ojos, para después abrirlos por primera vez. Pablo me está
mirando fijamente.
–¿Hace
cuánto ha empezado a conducir? –pregunto.
–Pues...
hace unas horas ya –contesta Pablo.
–¿Y
eso? –pregunto–. Pensaba que habíamos acordado tomárnoslo con
calma porque íbamos sobrados de tiempo.
–Bueno...
Es posible que Ángel calculara mal el camino y nos queden como...
Dos días más –me comenta Pablo en voz baja, como tal cosa, como
si así no me fuera a enfadar.
–¿Qué?
–pregunto horrorizada, dando un bote y poniendo mis rodillas en el
colchón. Mis manos vuelan a mi cabeza.
–Pues
eso.. Que Ángel calculó mal... –me vuelve a decir Pablo en un
susurro apenas audible. Mi cuerpo se llena de... Ira, sí, ira. Todo
él. La ira y la frustración recorren cada resquicio de mi cuerpo.
¿Cómo ha podido calcular mal?. Me levanto de la cama sin prestar
atención a mi alrededor y voy directa hacia donde está Ángel.
Éste, esta hablando acaloradamente con Ainhoa. Cuando llego junto a
ellos, las palabras salen a borbotones de mi boca, interrumpiendo su
conversación.
–Ángel.
Me acaban de decir que calculaste mal... –digo echa una furia.
–Sí.
De eso mismo estamos hablando él y yo ahora –me dice Ainhoa con
voz fría. Ah vale, ella también está hablando de eso con Ángel.
–¿Cómo
has podido? –pregunta Ainhoa. Ángel
no contesta –. ¡Tío, Ángel que no era tan difícil Solo tenías
que calcular en un mapa cuántas horas había... Nada más.
–Sí,
pero no sé qué hice. Ya sabes como soy –se excusa Ángel. He ido
directa a Ángel para echarle la bronca pero ahora mismo lo único
que siento son ganas de reír No puedo aguantar más y exploto. Me
río como hacía meses que no lo hacía. Todos me miran y me da
igual. Yo sigo riendo. Ángel es tan despistado a veces... Es tan...
Ángel... Me resulta extraño de todos modos que le hayan dejado
hacer un plan sin que nadie lo supervisara... Ésto, exactamente
ésto, es lo que pasa cuando se le deja a Ángel hacer... Llevar a
cabo sus actividades sin que alguien vaya detrás de él para ver que
es lo que va descolocando y haciendo mal...
Ángel me mira
esperanzado, mientras Ainhoa abre más y más los ojos sin entender
que me pasa.
–Esto
es lo que pasa cuando nadie está pendiente de los planes que hace
Ángel –digo sin más.
–Tienes
razón –dice Ainhoa mientras me sonríe y mira a Ángel con ojos
comprensivos.
–La
próxima vez... –digo. Pero Ainhoa me corta.
–No
volverá a hacer ningún plan sin supervisión –dice Ainhoa.
Hablamos como si Ángel no estuviera escuchando todo lo que decimos.
Me giro hacia Ángel que nos pide perdón y le abrazo. Después nos
fundimos los tres en otro abrazo, un gran abrazo.
Me alejo de
ellos y me voy a poner un vaso de leche para desayunar. Así que si
mis calculos no fallan... Pasaremos fin de año todos en una
caravana. Me parece mejor plan que el inicial de estar en casa y que
vinieran los amigos de mi padre. Esto es más... familiar. Si no
fuera por Luca, claro, que de familiar no tiene nada. ¡Ni un poco!
Paramos para
comer y después mi padre nos comunica algo en lo que no había
caído.
–Tenemos
un problema chicos –dice mi padre. Todos le miramos. No dice nada
así que abro la boca para animarle a hablar. Marcos me lanza una
mirada fugaz de precaución por si lo que pienso es soltarle alguna
pulla.
–¿Cual?
–pregunto mirando a Marcos mientras saco la lengua para que vea que
no iba a decir nada malo.
–Teníamos
calculada la gasolina a gastar en un día y medio, no en tres –nos
comenta mi padre. Todos le miramos sin saber qué decir. Creo que la
mayoría de las caras son de incomprensión. Todos esperamos a que
vuelva a hablar y se explique mejor –. Que no hay gasolina vamos
–termina diciendo.
–¿Qué?
–pregunto.
–¿Cómo?
–pregunta Juanma.
–Que
no hay gasolina –dice Ángel con voz monótona. Como si fuera obvio todo.
–Sí,
ya sabemos esa parte –dice Ainhoa, que mira furibunda a éste
último que acaba de hablar. No puedo evitar echarme a reír Ya hay
alguien que está igual que yo en esta caravana. Ellos siempre han
sido dos polos opuestos para todo.
–¿Y
qué hacemos? –pregunta mi hermano, dejando las preguntas idiotas
que hemos echo Juanma y yo atrás. Él siempre piensa en la
“supervivencia”.
–Hemos
estado hablando Ana y yo –dice mi padre señalando a mi madre –.
Y hay dos posibilidades. Volver. O ir a la aventura. A que
encontremos una gasolinera –dice mi padre. Miro a mi padre y
después a mi madre. Nadie dice nada, así que Ángel, que es muy
lanzado, habla.
–Los
que quieran volver que levanten la mano –propone. Mi madre,
Carolina, Ainhoa y yo levantamos la mano. Somos unas caguetas, sí.
–Vale,
cuatro –dice Ángel cuando termina de contar nuestras manos alzadas
–. Y ahora los que quieran seguir, que levanten la mano –pide
Ángel. El resto levanta la mano –. Seguimos por mayoría.
Refunfuño, pero
bueno, ha sido algo justo.
Seguimos por el
supuesto camino que nos llevará a Glacier National Park. En algún
momento, cruzamos la frontera con Canadá. Yo no me entero, pues
estoy medio dormida en una de las camas buenas. Esa noche, dormimos
en Canadá. No me asomo a ver cómo es, aunque me gustaría. Mi
cabezonería me puede. Soy tonta. Duermo en la misma cama que el día
anterior. No hemos encontrado ninguna gasolinera. Gracias a Dios que
papá llevaba unas garrafas para el camino.
Otra noche más
pasa y otro día empieza. Desayunamos y seguimos nuestro camino.
Cruzamos la frontera y volvemos a entrar en Estados Unidos,
concretamente en Montana (que es donde está el Glacier National
Park). A tomar viento fresco de Alaska vamos... Cada vez me parece
más increíble que hayan dejado hacer a Ángel esta locura.
–Aun
no me creo que estemos aquí por Ángel –digo a Ainhoa.
–Ideas
de bombero, ya sabes. Típicas de Ángel. Al menos hemos llegado casi
a nuestro destino –me contesta Ainhoa. Asiento –por cierto, ahora
que estamos solas... ¿Te has dado cuenta de cómo te mira Luca?
–¿Cómo
me mira? –pregunto extrañada –. Si te digo la verdad, no le he
mirado en todo el viaje.
–Pues
no deja de mirarte. Le gustas. Y él está bueno –dice Ainhoa
desviando su mirada hacia mi derecha. Sigo su mirada hasta
encontrarme con los ojos plateados de Luca. Me guiña un ojo. En su
gesto, puedo ver arrogancia pura rebosando por sus ojos. Os lo juro.
Rebosa arrogancia todo él. No sé cómo a Ainhoa le puede gustar. Es
tan chulo, egocéntrico, que no se merece que nadie le mire, por muy
sexy que sea. Pero mis ojos parece que no se quieren despegar de los
suyos. No hasta que él rompe el contacto visual y me libera de su
mirada tan penetrante y vacía, sin sentimiento. Ni bueno, ni malo-
Mientras
seguimos hablando del viaje y despotricando de vez en cuando, mi
padre encuentra una gasolinera y llena tanto el depósito de la
caravana, así como los bidones que llevamos. Todos respiramos
tranquilos.
El parque está
casi nada más pasar la frontera.
Pasamos
la tarde en el parque. Vemos montañas gigantescas, cascadas y lagos.
Es bonito, la verdad. No vemos absolutamente ningún animal. Tal vez
sea por el ruido que hacemos.
A
la hora de cenar, vamos a la carabana y con un camping-gas hacemos unos
filetes (que hemos conseguido en la gasolinera) así como unas
patatas envueltas en albal. La cena no está mal. Cenamos al aire
libre, sentados en el suelo.
Cuando
queremos darnos cuenta, son las 11.30. No tenemos uvas, pero sí
lacasitos y pipas. Como no da para todos, empezamos haciendo
montoncitos de 12 lacasitos y cuando éstos se terminan, pasamos a
pelar pipas y a juntarlas en montones de 12.
Otros
años, estando en Madrid si hubiera sido en casa de mis abuelos por
parte de madre, hubiéramos estado preparados desde las 11.30 con las
uvas peladas y bien contadas. En casa de mis abuelos por parte de
padre hubiéramos estado recogiendo platos aún, con la televisión
puesta metiéndonos prisa. Cinco minutos antes de las 12 habríamos
sacado las uvas y a muchos no nos habría dado tiempo a pelarlas y
contarlas.
Pero
aquí, ahora. Son las doce menos cuarto y estamos todos preparados.
No sé muy bien como, Marcos logra meterse en una página española
que retrasmite las uvas a tiempo real. Es casi mejor que verlo en la
televisión porque la señal llega antes.
Pasan
los minutos y son casi las doce. Dan los cuartos. Y por fin la
primera campanada, miro a mis amigos, a mi hermano, a mi padre y a mi
madre, y a Sami mientras me meto un lacasito en la boca. Lo saboreo
(aunque no por mucho, pues enseguida llega la segunda campanada).
Segunda campanada, otro lacasito. Tercera campanada, otro lacasito.
Este año nadie se atragantará con una uva gigantesca de esas que
casi no te entran en la boca. Nadie irá a escupir una bola de uvas
formadas en la boca después de las doce campanadas. Nadie irá por
la cuarta uva cuando nos levantemos todos a felicitarnos el año
nuevo. Cuarta campanada, una pipa (sí, una pipa. Yo era el limbo de
lacasitos terminados y empiece de pipas). Miro a mis amigos uno a
uno, todos espectantes. Miro a Sami y la doy cuatro pipas. Se las
come y pide más. Quinta campanada, otra pipa. Y así hasta la
doceava campanada, cuando me meto en la boca la última pipa y mis
ojos revolotean hasta posar la mirada en los ojos del chico. Él gira
su cabeza hasta que nuestros ojos se encuentran. No entiendo por qué
mi mirada se va hacía sus ojos, si lo único que consigo con eso es
que me sonría de esa manera tan suya, tan arrogante. Esta vez,
solamente me mira y bocaliza un pequeño “Feliz año”. No le
contesto, simplemente le miro, anonadada tal vez? no lo sé expresar.
–Nos
vamos a turnar para volver ¿vale chicos? Si
no es imposible que lleguemos en dos días a casa –dice mi padre.
Todos asentimos. Han pasado apenas diez minutos desde que nos hemos
levantado todos y nos hemos dado dos besos y dicho “Feliz año”.
Extrañamente, Luca y yo no hemos llegado a besarnos.
–Ana,
tú harás el primer turno con Luca, mientras los demás dormimos
–dice mi padre. Refunfuño, pero no sirve de nada. Tengo ganas de
dormir y no quiero mantener esta tensión que hay entre el chico y yo
mientras que conduzco por la noche por una carretera que no conozco.
Miro a Ainhoa de refilón, está sonriendo. Me apostaría el cuello a
que a sido su idea que nos toque el turno juntos... La fulmino con la
mirada. Ella se gira para mirarme y sacarme la lengua. Se la
guardaré, ya verá, ya...
–Ángel,
tu irás después con Ainhoa –dice mi padre –después iremos Ana
y yo. Después Pablo y el otro Pablo, Marcos y Juanma, Carolina,
Fernando y Carlos.
Todos asentimos
y cada uno se va a lo suyo. Luca y yo nos podemos delante, mientras
los demás se acuestan y duermen.
–Así
que nos ha tocado juntos, chica –dice el chaval con voz socarrona.
¡Dios! Cada vez que me habla así, me crispa los nervios y le
aguanto menos. Me está poniendo al límite. Al final terminaré
pegándole una buena bofetada como no se le bajen esos aires de chulo
con los que me habla. Yo creo que es solo conmigo con quien habla
así. Si hablara así a mi padre, seguramente él no estaría aquí.
¡Maldita idea la de Ainhoa!
–Sí,
por desgracia para ambos nos ha tocado juntos –digo con la voz más
seca que puedo, dando por echo que soy un estorbo para él –.Puedes
dormir, voy bien sola. No necesito otro par de ojos en la carretera.
–Me
quedaré vigilando, no vaya a ser que se te vaya la caravana –dice
el chaval guiñándome un ojo. Esa forma en que se maneja, en que
gesticula, es tan... tan de autosuficiencia que lo único que puedo
hacer es poner los ojos en blanco y enfadarme.
–Mira,
si no quieres que nos estrellemos ¡deja se sacarme de quicio! –digo
medio gritando. Miro hacia atrás unos segundos para ver si alguien
anda despierto o le he despertado, no quiero molestar a nadie. El
chaval se me queda mirando pero no dice nada. Creo que espera que
diga algo más –. Lo mejor es que te calles y todo saldrá bien.
–Yo
que estaba interesado en saber más de ti... –deja caer el chaval.
Pero obiamente lo dice irónicamente, pues ya ha quedado claro que no
nos aguantamos.
–Mira,
solo te voy a decir un par de cosas. Yo no quiero saber nada de ti,
así que no te voy a contar nada sobre mí. No me agradas, ni me
gustas. Lo único que siento por tí es... es... –no termino la
frase. No sé cómo describir lo que siento.
–Ya
será para menos –dice el chaval. Le miro furibunda. El me sonríe
socarronamente, pero no vuelve a hablar hasta pasadas las dos horas.
–Trae
bambina,
deja que conduzca yo un rato. Riposi.
Descansa –me
dice el chaval. Por unos segundos llego a pensar que es majo. Creo
que él lo ve en mis ojos, pues luego sigue hablando –. No quiero
que tengamos un accidente porque tú has decidido que puedes conducir
toda la noche.
Me quedo
pasmada. Será gilipollas... Y bruto. No sé cómo ha podido decir
tal estupidez.
–Gilipollas
–le insulto frenando bruscamente. Miro hacia atrás, por si he
despertado a alguien. Todos están durmiendo plácidamente. Me bajo
tranquilamente de la caravana y doy la vuelta, esperando que el
chaval salga. Pero no sale, en cambio, se pone en el asiento del
conductor pasando por encima de la palanca de marchas. Ha sido mucho
más habil que yo, que estoy cegada aun por la ira que siento hacia
él. Cuando entro en la caravana, me mira sonriente y me guiña un
ojo. Resoplo, me apoyo en el cristal de la ventana y cierro los ojos,
preparada para soñar.
En total
tardamos dos días en volver, un día menos que a la ida, no está
nada mal. Es por la noche. Salimos todos agotados de la caravana para
dejarnos caer sobre nuestras respectivas camas. El chaval también
duerme con nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario