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martes, 22 de enero de 2013

ABRIENDO LOS OJOS - primera parte-Ana (cap. 5)


Capítulo 5
            Los dos días siguienTes a Navidad pasan muy deprisa. Casi no hacemos nada. Solo ordenar la casa e inteNtar organizarnos lo mejor que podamos. Espero que para fin de año no montemos algo igual de lioso... Porque es horroroso tener que recoger la casa... Solo quedan cinco días. Ojalá volviéramos a Madrid para fin de año... Pero sé que no pasará.
Ayer tuve que ir con el chaval a hacer la compra. ¿Os lo podéis creer? ¡Tuvimos que ir en su moto! Un asco vamos. Al menos me dejó su casco. Pero... ¡Me congelé! ¿¡Veis por qué me cae tan... tan... mal!? No hablamos nada en todo el trayecto.
–¡Ana anda vente a ayudar! –me pide mi hermano. Su voz viene de la cocina así que me levanto del sofá donde estoy viendo la televisión y me acerco a la cocina. Asomo la cabeza.
–Dime Nukito –le digo a mi hermano.
–Ayúdame con el bizcocho --me pide. Asiento y me acerco a él. No sé que hace haciendo un bizcocho ahora pero bueno, nunca es mal momento para hacer bizcochos.
–¿Qué haces haciendo bizcocho? –pregunto.
–Son pruebas para fin de año. Mamá quiere que todo esté guay el treinta y uno –me contesta. ¡Genial! Así que se confirma que papá y los locos de sus colegas estarán toda la noche en casa hablando de sus experimentos. ¡Menudo fin de año que me espera...!

–Jose, ¿no os parece que tenéis la casa un poco sosa? –pregunta Ángel a mi padre. Estamos todos en el salón viendo la tele, aunque creo que nadie le está haciendo caso en estos momentos.
–Sí, llevamos meses diciendo de comprar alguna cosa, pero entre el trabajo y que no estaremos aquí toda la vida... –contesta mi padre.
–¿Y si fuéramos nosotros a por las cosas de decoración? –pregunta Carolina. Pongo los ojos en blanco. Es una chorrada comprar nada para esta casa. Es alquilada y no viviremos para siempre en ella. Solo unos pocos meses más y para Madrid...
–¿Qué te parece cariño? –pregunta mi padre mirando a mi madre. Mi madre mira pensativa a ninguna parte.
–No es una mala idea. Así podríais salir de aquí. Lo único que yo no conozco ningún sitio para comprar aquí muebles ni nada de mobiliario.
–Inspeccionaremos, no te preocupes –dice Ángel.
–De todas formas, Ángel, antes de nada... ¿Qué tal si nos preguntas a los demás qué tal nos parece el plan? –pregunta Juanma. Asiento.
–Está bien. Solamente estaba viendo la televisión y se me ha pasado por la cabeza la idea –se excusa Ángel. Nosotros esperamos expectantes a que nos pregunte qué nos parece la idea.
–¿Qué os parece la idea? –termina preguntando mientras pone los ojos en blanco.
–Sí –van contestando mis amigos uno a uno. Mi hermano también aprueba la moción. Solo quedo yo. Todos me miran. Diria que no, ellos saben que lo que está apunto de salir de mi boca es un NO tan grande como una casa. No me gusta ser tan predecible, así que a pesar de que no quiero, mi boca y mis cuerdas bocales pronuncian un “sí” pequeñito.
–Genialoso –dice Carolina.
-Sí, genial. Voy a avisar al chiquito de ayer para que se venga de compras a elegir lo nuevo de esta casa. Va a quedar que ni pintado- dice Pablo. Le miro, el chaval? Vendrá de compras? No digo nada. No tienen que pagar los demás por mis tonterías. A todos les cae bien. Es un chico joven que vive solo en un sitio que no es el suyo, al parecer. Y es guapo, alto... ¡para de pensar Ana! ¡Echa el freno! Piensa en otras cosas.
En un abrir y cerrar de ojos, estamos todos (no digo un número porque somos un montón, mi hermano Ainhoa, Ángel, Pablo, Tete, Carol...) vamos en dos coches. Yo conduzco uno. Cuando salimos de la parcela, me pongo del coche que conduce Pitu. Yo no sé cómo ir a ningún sitio desde casa. Cada coche lleva un walkie-talkie para que podamos hablar. Creo que esta es la primera vez que conduzco por aquí. Normalmente cuando salgo de casa, me subo atrás y me pongo los cascos pensando en mis cosas.
-¿Está muy lejos?- pregunto a Ángel mientras le miro por el retrovisor, que supuestamente sabe cómo llegar al centro del pueblo.
-No lo creo- me contesta. Sí, bien, buena respuesta.
-Primero tenemos que pasar a buscar al chico y supongo que él nos sabrá guiar- dice Carolina. Asiento. Creo que le gusta.
-Sabemos donde vive?- pregunto.
-No. Pero hemos quedado en una plaza- dice Pablo. Pongo los ojos en blanco, aunque no desvío mi mirada de la carretera.
-Solo hay una plaza en todo el pueblo- dice Pablo. Asiento.
-Vale, en busca de la plaza entonces- digo.
-¡Yeah!- dice Marcos. Reímos.
Solo tardamos diecisiete minutos en encontrar la plaza y tras perdernos por una calle que nos sacaba del pueblo. Hablamos por el walkie-talkie para intentar orientarnos los unos a los otros.
Al final lo conseguimos. Llegamos a la plaza. Un chico de pelo oscuro, metido en un abrigo negro nos espera apoyado en una farola. Miro por el retrovisor a Carolina, ella sonríe.
-Chicos, que se suba con nosotros el chaval, tenemos sitio- miento, mientras hablo hacia el walkie-talkie. De todas formas da igual. Los dos coches van igual de llenos. Que hay sitio es una expresión, que creo que todos los del otro coche captan.
-Vale- contesta desde el otro coche alguien. Parece la voz de Ferni.
-¿Por qué dices eso?- me pregunta Pablo bajando la voz. No hablo, solamente dirijo mi mirada hacia Carolina. Pablo sigue mi mirada por el espejo retrovisor y se encuentra con la sonrisa de Carolina. -Ya veo. Eres muy buena – me dice y yo no entiendo por qué me dice eso.
Paro al lado del chico, pero no justo a su lado, quiero verle mientras se hiergue y se mete en el coche. Vigilo cada uno de sus movimiento no sé muy bien por qué.
El chaval mira al coche, como esperando que siga moviéndose hasta que esté a su lado. Cuando ve que freno algo lejos de donde está y que no tengo intenciones de moverme, poco a poco, sin la menor prisa, se hiergue, dejando se apoyarse en la farola paulatinamente y se empieza a acercar. Sus movimientos son gráciles y sencillos. Parece que su cuerpo no pesa nada, que flota. Se acerca mirándome a los ojos, en los cuales me pierdo. Es imposible no perderse, no intentar ver dentro de ellos. Pero no consigo ver nada, tan solo vacío. No consigo descifrar nada. Tan solo puedo ver sus iris de color gris como las nubes antes de llover. Desvía su mirada hacia los demás que están en el coche, dejándome libre para volver en mí misma y reaccionar. Abro el seguro cuando él intenta abrir la puerta y no puede. Marcos, Carolina y Ángel se mueven hacia su izquierda para dejar un sitio al chico. Éste entra, saluda y cierra la puerta. Observo a Carolina, que le mira sonriente. Él le devuelve la sonrisa, aunque no parece verdadera, no ilumina sus ojos como si realmente estuviera feliz por verla. Los ojos del chaval se centran en los míos otra vez, pero no por mucho tiempo pues Pablo rompe el hechizo dándome un codazo.
-¡Ana!- me llama. Respiro. ¿he estado conteniendo el aire todo este tiempo? Es posible. Soy así de rara.
-Qué- contesto cogiendo otra bocanada de aire.
-Que ya estamos, arranca, vamos- dice Pablo repitiendo la frase que seguramente me habrá dicho unas dos veces antes, cuando estaba hipnotizada por esos ojos. Me odio a mí misma, por estar hechizada con los ojos de este chico.
Arranco y me dirijo a ninguna parte, siguiendo a Pitu, hasta que a alguien, es decir, yo, se le ocurre la genial idea de preguntar.
-A dónde estamos yendo?- pregunto a nadie en particular.
-No lo sé – contesta Pitu desde el otro lado del walkie. Genial.
-Luca tu sabes alguna tienda de muebles y esas cosas de decoración por aquí?- pregunta Pablo a éste. Freno en un semáforo y centro mi mirada en el chico, esperando que conteste. Me mira por un segundo a los ojos y después desvía su mirada a Pablo.
-Sí, conozco una cerca. En el pueblo de al lado. Es más grande- explica el chaval. Pablo asiente.
-Sabes llegar?- pregunta entonces Pablo.
-Si- contesta sin mas el chiquito.
-Genial. Guía a Ana entonces- pide Pablo mientras coge el walkie.
-Chicos, dejad que Ana os adelante, Luca sabe donde hay una tienda para comprar lo que necesitamos para darle vida a la casa.
-Vale, paro en cuanto pueda y os dejo pasar- dice Pitu al otro lado del walkie. Sonrío. No me hace mucha gracia que el chico me guíe. Me gusta observarle, no sé por qué, pero tratar con él, no. muy creído parece ser.
-La siguiente calle, métete a la derecha- me dice el chico sin más. Con un tono un tanto... seco.
-vale- digo sin más.
-Vale ahora de frente hasta que lleguemos a un desvío y te metes por la calle de la derecha- dice después el chaval.
-Ajám- digo. Y así es el resto del viaje. Nadie habla. Solo es la voz del chico y yo. Intento no mirar por el espejo retrovisor porque sé que él me está mirando, lo noto, lo siento. Es mi sexto sentido. Noto unos ojos taladrando los míos desde lejos.
Llegamos a la tienda, o mejor dicho macrotienda que decía el chaval. Parece un centro comercial casi, dentro de la macrotienda hay pequeñas tiendas dentro de muebles, armarios, adornos, decoración, lámparas...
-Me pido buscar lámparas- dice Ainhoa.
-Yo voy contigo- dice Marcos.
-Yo también- Dice Tete.
-Yo miro las sillas y esas cosas para el salón – dice Pitu.
-Voy contigo – dice Carolina, que creo que ya no siente nada por el chico, pues ni le mira cuando decide irse con Pitu.
-Yo miraré juegos de play- dice Juanma
-Me apunto- dice enseguida mi hermano.
-Y yo- dice Ángel. Y así, terminamos yendo Pablo, el chaval y yo vagando por tiendas buscando decoración para la casa. No sé muy bien lo que hace falta para la casa. Solo sé que llevo un carro gigante que tengo que llenar de cosas.
Cada uno se va hacia las tiendas que quiere y quedamos en reunirnos con lo que hayamos elegido en dos horas. Entonces miraremos lo que tenemos y entre todos decidiremos que se queda y que nos llevamos a casa.
Pablo y el chaval van hablando de cosas mientras yo hago oído sordos y me dedico a mirar todas las estanterías.
-¿Un florero?- pregunta extrañado Pablo mientras enarca una ceja.
-¿Por qué no?- le pregunto a modo de contestación.
-¿Para ponerlo dónde?- pregunta Pablo.
-En el salón por ejemplo. Nunca hay flores por la casa porque no hay floreros-  digo. Aunque sé que es mentira. Pero me ha parecido bonito. Pablo pone los ojos en blanco.
-Mentirosa- me acusa.
-Está bien. Es bonito- digo con un suspiro. -se me lee tan bien la cara o qué?- pregunto mirándole incrédula.
-No sé. Mírala Luca, está mintiendo?- dice Pablo echando una mirada al chico. Éste me mira fijamente a los ojos y después escruta mi rostro.
-Eres una pésima mentirosa- dice sin más. Hago un mohín y me sonrojo. Pablo ríe. No desvío mi mirada del chico y por un segundo noto como él también quiere echarse a reir, pues sus ojos destellan, pero igual que viene el destello se va y solo se quedan esos iris vacíos que muestra al mundo.
-Sigamos- dice Pablo mientras meto el jarrón en el carro.
Noto los ojos del chico en mí más de una vez, a veces tengo el valor de girarme y quedármele mirando, pero enseguida me sonrojo y tengo que apartar la mirada. Malditas mejillas! Por qué tendrán que sonrojarse. Y maldito cerebro! Por qué me dejas girarme a mirarle. Dicen que el ser humano es el único que cae dos veces con la misma piedra, pues yo no voy a ser menos. Mirar al chico es sonrojarse y eso me avergüenza, pero no soy capaz de no mirarle, así que me sonrojo y me avergüenzo de sonrojarme. Es un círculo vicioso que por lo visto mi cerebro no tiene intención de parar. ¡Genial!

En algún momento, Pablo desaparece buscando no se qué. Sí, nunca me entero de las cosas cuando estoy en una tienda decidiendo que es mejor para la casa y mientras tengo una bocecita que me va diciendo las cosas que él pondría. El caso es que estoy sola con el chico. O más bien sola del todo, porque cuando me giro, tampoco le veo a él. Sigo mirando por la tienda y encuentro unas cajas de cartón, forradas con colores y formas. En esas cajas podría poner todos los calcetines, la ropa interior y los cinturones que tengo desperdigados por el armario porque no tienen un sitio fijo. Así no me volvería loca buscando cosas.
Me pongo de puntillas para alcanzar la caja, pero no llego. Estoy muy alta. Las hay más pequeñas un poco más abajo, pero yo quiero las grandes. Apoyo una de mis manos en un estante (donde están las cajas que son más pequeñas aún que las que están debajo de las que yo quiero) y me intento impulsar para llegar. Tampoco estoy tan lejos, unos centímetros.  Pero es imposible, no llego. Me doy por vencida con un suspiro.
-Te ayudo- dice la voz del chico detrás de mí. No sé en qué momento ha decidido aparecer porque no le he sentido hasta que ha hablado. No me da tiempo a decir una palabra afirmativa o negativa. En lo que parece un nanosegundo, el chico está a mi lado con el brazo estirado, nuestros dedos se tocan durante un microsegundo para que después los suyos se separen de los míos y lleguen a su fin: la caja azul (que es una de las que quiero).
-¿Cuántas quieres?- pregunta mientras baja la caja con una sola mano y la pone en el carro.
-Dos- digo en un susurro bajando la mirada y sonrojándome. Anda que que me haya tenido que ayudar...
-Pues esto ya está- dice segundos después.
-Gracias.
Cojo el carro que cada vez está más lleno y sigo mirando más cosas. El chico parece más colaborador ahora y me ayuda a elegir algunas cosas con las que tengo dudas como cojines  o marcos de fotos. Llega un momento que casi no puedo moverlo y el chico tiene que terminar llevándolo mientras buscamos a Pablo, que aparece cuando vamos a salir de la tienda con un montón de objetos en dos cestas.
-Mirad todo lo que he encontrado- dice éste.
-No te podías esperar a que fuéramos los dos contigo?- pregunto haciendo un mohín.
-Es que son sorpresas para tí- dice sonriendo. Le miro enarcando una ceja. Miente.
-A tí también se te pilla rápido- le digo devolviéndosela por lo de antes.
-Está bien. Es que eres una lenta- dice sin más y se pone a descargar todo lo que lleva en el carro. El chico le ayuda.

Al cabo de un rato, ya estamos todos juntos decidiendo que nos llevaremos para casa y qué no. creo que esa es la mejor parte de todas. Discutir los pros y contras de las cosas. Parecemos unos niños, sacando cada uno de los carros lo que ha comprado, votando todos si se compra o no.
Volvemos cargados a casa. Dejamos a Luca en algún punto del pueblo y seguimos hasta casa. 

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