Capítulo 5
Los
dos días siguienTes a Navidad pasan muy deprisa. Casi no hacemos nada. Solo
ordenar la casa e inteNtar organizarnos lo mejor que podamos. Espero que para
fin de año no montemos algo igual de lioso... Porque es horroroso tener que
recoger la casa... Solo quedan cinco días. Ojalá volviéramos a Madrid para fin
de año... Pero sé que no pasará.
Ayer tuve que ir con el chaval a
hacer la compra. ¿Os lo podéis creer? ¡Tuvimos que ir en su moto! Un asco
vamos. Al menos me dejó su casco. Pero... ¡Me congelé! ¿¡Veis por qué me cae
tan... tan... mal!? No hablamos nada en todo el trayecto.
–¡Ana anda vente a ayudar! –me
pide mi hermano. Su voz viene de la cocina así que me levanto del sofá donde
estoy viendo la televisión y me acerco a la cocina. Asomo la cabeza.
–Dime Nukito –le digo a mi
hermano.
–Ayúdame con el bizcocho --me
pide. Asiento y me acerco a él. No sé que hace haciendo un bizcocho ahora pero
bueno, nunca es mal momento para hacer bizcochos.
–¿Qué haces haciendo bizcocho?
–pregunto.
–Son pruebas para fin de año.
Mamá quiere que todo esté guay el treinta y uno –me contesta. ¡Genial! Así que
se confirma que papá y los locos de sus colegas estarán toda la noche en casa
hablando de sus experimentos. ¡Menudo fin de año que me espera...!
–Jose, ¿no os parece que tenéis la casa un poco sosa? –pregunta Ángel a mi padre. Estamos todos en el salón
viendo la tele, aunque creo que nadie le está haciendo caso en estos momentos.
–Sí, llevamos meses diciendo de
comprar alguna cosa, pero entre el trabajo y que no estaremos aquí toda la
vida... –contesta mi padre.
–¿Y si fuéramos nosotros a por
las cosas de decoración? –pregunta Carolina. Pongo los ojos en blanco. Es una
chorrada comprar nada para esta casa. Es alquilada y no viviremos para siempre
en ella. Solo unos pocos meses más y para Madrid...
–¿Qué te parece cariño?
–pregunta mi padre mirando a mi madre. Mi madre mira pensativa a ninguna parte.
–No es una mala idea. Así
podríais salir de aquí. Lo único que yo no conozco ningún sitio para comprar
aquí muebles ni nada de mobiliario.
–Inspeccionaremos, no te
preocupes –dice Ángel.
–De todas formas, Ángel, antes
de nada... ¿Qué tal si nos preguntas a los demás qué tal nos parece el plan?
–pregunta Juanma. Asiento.
–Está bien. Solamente estaba
viendo la televisión y se me ha pasado por la cabeza la idea –se excusa Ángel.
Nosotros esperamos expectantes a que nos pregunte qué nos parece la idea.
–¿Qué os parece la idea?
–termina preguntando mientras pone los ojos en blanco.
–Sí –van contestando mis amigos
uno a uno. Mi hermano también aprueba la moción. Solo quedo yo. Todos me miran.
Diria que no, ellos saben que lo que está apunto de salir de mi boca es un NO
tan grande como una casa. No me gusta ser tan predecible, así que a pesar de
que no quiero, mi boca y mis cuerdas bocales pronuncian un “sí” pequeñito.
–Genialoso –dice Carolina.
-Sí, genial. Voy a avisar al
chiquito de ayer para que se venga de compras a elegir lo nuevo de esta casa.
Va a quedar que ni pintado- dice Pablo. Le miro, el chaval? Vendrá de compras?
No digo nada. No tienen que pagar los demás por mis tonterías. A todos les cae
bien. Es un chico joven que vive solo en un sitio que no es el suyo, al
parecer. Y es guapo, alto... ¡para de pensar Ana! ¡Echa el freno! Piensa en
otras cosas.
En un abrir y cerrar de ojos,
estamos todos (no digo un número porque somos un montón, mi hermano Ainhoa,
Ángel, Pablo, Tete, Carol...) vamos en dos coches. Yo conduzco uno. Cuando
salimos de la parcela, me pongo del coche que conduce Pitu. Yo no sé cómo ir a
ningún sitio desde casa. Cada coche lleva un walkie-talkie para que podamos
hablar. Creo que esta es la primera vez que conduzco por aquí. Normalmente
cuando salgo de casa, me subo atrás y me pongo los cascos pensando en mis
cosas.
-¿Está muy lejos?- pregunto a
Ángel mientras le miro por el retrovisor, que supuestamente sabe cómo llegar al
centro del pueblo.
-No lo creo- me contesta. Sí,
bien, buena respuesta.
-Primero tenemos que pasar a
buscar al chico y supongo que él nos sabrá guiar- dice Carolina. Asiento. Creo
que le gusta.
-Sabemos donde vive?- pregunto.
-No. Pero hemos quedado en una
plaza- dice Pablo. Pongo los ojos en blanco, aunque no desvío mi mirada de la
carretera.
-Solo hay una plaza en todo el
pueblo- dice Pablo. Asiento.
-Vale, en busca de la plaza
entonces- digo.
-¡Yeah!- dice Marcos. Reímos.
Solo tardamos diecisiete minutos
en encontrar la plaza y tras perdernos por una calle que nos sacaba del pueblo.
Hablamos por el walkie-talkie para intentar orientarnos los unos a los otros.
Al final lo conseguimos.
Llegamos a la plaza. Un chico de pelo oscuro, metido en un abrigo negro nos
espera apoyado en una farola. Miro por el retrovisor a Carolina, ella sonríe.
-Chicos, que se suba con
nosotros el chaval, tenemos sitio- miento, mientras hablo hacia el walkie-talkie. De todas formas da igual. Los dos coches van igual de llenos. Que hay
sitio es una expresión, que creo que todos los del otro coche captan.
-Vale- contesta desde el otro
coche alguien. Parece la voz de Ferni.
-¿Por qué dices eso?- me
pregunta Pablo bajando la voz. No hablo, solamente dirijo mi mirada hacia
Carolina. Pablo sigue mi mirada por el espejo retrovisor y se encuentra con la
sonrisa de Carolina. -Ya veo. Eres muy buena – me dice y yo no entiendo por qué
me dice eso.
Paro al lado del chico, pero no
justo a su lado, quiero verle mientras se hiergue y se mete en el coche. Vigilo
cada uno de sus movimiento no sé muy bien por qué.
El chaval mira al coche, como
esperando que siga moviéndose hasta que esté a su lado. Cuando ve que freno
algo lejos de donde está y que no tengo intenciones de moverme, poco a poco,
sin la menor prisa, se hiergue, dejando se apoyarse en la farola paulatinamente
y se empieza a acercar. Sus movimientos son gráciles y sencillos. Parece que su
cuerpo no pesa nada, que flota. Se acerca mirándome a los ojos, en los cuales me
pierdo. Es imposible no perderse, no intentar ver dentro de ellos. Pero no
consigo ver nada, tan solo vacío. No consigo descifrar nada. Tan solo puedo ver
sus iris de color gris como las nubes antes de llover. Desvía su mirada hacia
los demás que están en el coche, dejándome libre para volver en mí misma y
reaccionar. Abro el seguro cuando él intenta abrir la puerta y no puede.
Marcos, Carolina y Ángel se mueven hacia su izquierda para dejar un sitio al
chico. Éste entra, saluda y cierra la puerta. Observo a Carolina, que le mira
sonriente. Él le devuelve la sonrisa, aunque no parece verdadera, no ilumina
sus ojos como si realmente estuviera feliz por verla. Los ojos del chaval se
centran en los míos otra vez, pero no por mucho tiempo pues Pablo rompe el hechizo
dándome un codazo.
-¡Ana!- me llama. Respiro. ¿he
estado conteniendo el aire todo este tiempo? Es posible. Soy así de rara.
-Qué- contesto cogiendo otra bocanada de aire.
-Que ya estamos, arranca, vamos-
dice Pablo repitiendo la frase que seguramente me habrá dicho unas dos veces
antes, cuando estaba hipnotizada por esos ojos. Me odio a mí misma, por estar
hechizada con los ojos de este chico.
Arranco y me dirijo a ninguna
parte, siguiendo a Pitu, hasta que a alguien, es decir, yo, se le ocurre la genial
idea de preguntar.
-A dónde estamos yendo?-
pregunto a nadie en particular.
-No lo sé – contesta Pitu desde
el otro lado del walkie. Genial.
-Luca tu sabes alguna tienda de
muebles y esas cosas de decoración por aquí?- pregunta Pablo a éste. Freno en un
semáforo y centro mi mirada en el chico, esperando que conteste. Me mira por un
segundo a los ojos y después desvía su mirada a Pablo.
-Sí, conozco una cerca. En el
pueblo de al lado. Es más grande- explica el chaval. Pablo asiente.
-Sabes llegar?- pregunta
entonces Pablo.
-Si- contesta sin mas el
chiquito.
-Genial. Guía a Ana entonces-
pide Pablo mientras coge el walkie.
-Chicos, dejad que Ana os
adelante, Luca sabe donde hay una tienda para comprar lo que necesitamos para
darle vida a la casa.
-Vale, paro en cuanto pueda y os
dejo pasar- dice Pitu al otro lado del walkie. Sonrío. No me hace mucha gracia que el chico me guíe. Me gusta observarle, no sé por qué, pero tratar con él,
no. muy creído parece ser.
-La siguiente calle, métete a la
derecha- me dice el chico sin más. Con un tono un tanto... seco.
-vale- digo sin más.
-Vale ahora de frente hasta que
lleguemos a un desvío y te metes por la calle de la derecha- dice después el
chaval.
-Ajám- digo. Y así es el resto
del viaje. Nadie habla. Solo es la voz del chico y yo. Intento no mirar por el
espejo retrovisor porque sé que él me está mirando, lo noto, lo siento. Es mi
sexto sentido. Noto unos ojos taladrando los míos desde lejos.
Llegamos a la tienda, o mejor
dicho macrotienda que decía el chaval. Parece un centro comercial casi, dentro
de la macrotienda hay pequeñas tiendas dentro de muebles, armarios, adornos,
decoración, lámparas...
-Me pido buscar lámparas- dice
Ainhoa.
-Yo voy contigo- dice Marcos.
-Yo también- Dice Tete.
-Yo miro las sillas y esas cosas
para el salón – dice Pitu.
-Voy contigo – dice Carolina,
que creo que ya no siente nada por el chico, pues ni le mira cuando decide irse
con Pitu.
-Yo miraré juegos de play- dice
Juanma
-Me apunto- dice enseguida mi
hermano.
-Y yo- dice Ángel. Y así,
terminamos yendo Pablo, el chaval y yo vagando por tiendas buscando decoración
para la casa. No sé muy bien lo que hace falta para la casa. Solo sé que llevo
un carro gigante que tengo que llenar de cosas.
Cada uno se va hacia las tiendas
que quiere y quedamos en reunirnos con lo que hayamos elegido en dos horas.
Entonces miraremos lo que tenemos y entre todos decidiremos que se queda y que
nos llevamos a casa.
Pablo y el chaval van hablando
de cosas mientras yo hago oído sordos y me dedico a mirar todas las
estanterías.
-¿Un florero?- pregunta
extrañado Pablo mientras enarca una ceja.
-¿Por qué no?- le pregunto a
modo de contestación.
-¿Para ponerlo dónde?- pregunta
Pablo.
-En el salón por ejemplo. Nunca
hay flores por la casa porque no hay floreros-
digo. Aunque sé que es mentira. Pero me ha parecido bonito. Pablo pone
los ojos en blanco.
-Mentirosa- me acusa.
-Está bien. Es bonito- digo con
un suspiro. -se me lee tan bien la cara o qué?- pregunto mirándole incrédula.
-No sé. Mírala Luca, está
mintiendo?- dice Pablo echando una mirada al chico. Éste me mira fijamente a
los ojos y después escruta mi rostro.
-Eres una pésima mentirosa- dice
sin más. Hago un mohín y me sonrojo. Pablo ríe. No desvío mi mirada del chico y
por un segundo noto como él también quiere echarse a reir, pues sus ojos
destellan, pero igual que viene el destello se va y solo se quedan esos iris
vacíos que muestra al mundo.
-Sigamos- dice Pablo mientras
meto el jarrón en el carro.
Noto los ojos del chico en mí
más de una vez, a veces tengo el valor de girarme y quedármele mirando, pero
enseguida me sonrojo y tengo que apartar la mirada. Malditas mejillas! Por qué
tendrán que sonrojarse. Y maldito cerebro! Por qué me dejas girarme a mirarle.
Dicen que el ser humano es el único que cae dos veces con la misma piedra, pues
yo no voy a ser menos. Mirar al chico es sonrojarse y eso me avergüenza, pero
no soy capaz de no mirarle, así que me sonrojo y me avergüenzo de sonrojarme.
Es un círculo vicioso que por lo visto mi cerebro no tiene intención de parar.
¡Genial!
En algún momento, Pablo
desaparece buscando no se qué. Sí, nunca me entero de las cosas cuando estoy en
una tienda decidiendo que es mejor para la casa y mientras tengo una bocecita
que me va diciendo las cosas que él pondría. El caso es que estoy sola con el
chico. O más bien sola del todo, porque cuando me giro, tampoco le veo a él.
Sigo mirando por la tienda y encuentro unas cajas de cartón, forradas con
colores y formas. En esas cajas podría poner todos los calcetines, la ropa interior
y los cinturones que tengo desperdigados por el armario porque no tienen un
sitio fijo. Así no me volvería loca buscando cosas.
Me pongo de puntillas para
alcanzar la caja, pero no llego. Estoy muy alta. Las hay más pequeñas un poco
más abajo, pero yo quiero las grandes. Apoyo una de mis manos en un estante
(donde están las cajas que son más pequeñas aún que las que están debajo de las
que yo quiero) y me intento impulsar para llegar. Tampoco estoy tan lejos, unos
centímetros. Pero es imposible, no
llego. Me doy por vencida con un suspiro.
-Te
ayudo- dice la voz del chico detrás de mí. No sé en qué momento ha
decidido aparecer porque no le he sentido hasta que ha hablado. No me da tiempo
a decir una palabra afirmativa o negativa. En lo que parece un nanosegundo, el
chico está a mi lado con el brazo estirado, nuestros dedos se tocan durante un
microsegundo para que después los suyos se separen de los míos y lleguen
a su fin: la caja azul (que es una de las que quiero).
-¿Cuántas
quieres?- pregunta mientras baja la caja con una sola mano y la pone en
el carro.
-Dos- digo en un susurro bajando
la mirada y sonrojándome. Anda que que me haya tenido que ayudar...
-Pues esto ya está- dice
segundos después.
-Gracias.
Cojo el carro que cada vez está
más lleno y sigo mirando más cosas. El chico parece más colaborador ahora y me
ayuda a elegir algunas cosas con las que tengo dudas como cojines o marcos de
fotos. Llega un momento que casi no puedo moverlo y el chico tiene que terminar
llevándolo mientras buscamos a Pablo, que aparece cuando vamos a salir de la
tienda con un montón de objetos en dos cestas.
-Mirad todo lo que he
encontrado- dice éste.
-No te podías esperar a que
fuéramos los dos contigo?- pregunto haciendo un mohín.
-Es que son sorpresas para tí-
dice sonriendo. Le miro enarcando una ceja. Miente.
-A tí también se te pilla
rápido- le digo devolviéndosela por lo de antes.
-Está bien. Es que eres una
lenta- dice sin más y se pone a descargar todo lo que lleva en el carro. El
chico le ayuda.
Al cabo de un rato, ya estamos
todos juntos decidiendo que nos llevaremos para casa y qué no. creo que esa es
la mejor parte de todas. Discutir los pros y contras de las cosas. Parecemos
unos niños, sacando cada uno de los carros lo que ha comprado, votando todos si
se compra o no.
Volvemos cargados a casa.
Dejamos a Luca en algún punto del pueblo y seguimos hasta casa.
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