Capítulo 4
Sami
ladra, son las diez de la mañana del veinticuatro de diciembre. Me despierta,
genial. Ayer nos acostamos tarde... Estoy agotada...
–¿A ti también te ha despertado?
–me pregunta Ángel que está tumbado a mi lado.
–Sí... –digo en un susurro.
Ahora somos muchos en casa con todos mis amigos. Mis padres han comprado
colchones inchables y los hemos repartido por el cuarto de mi hermano y el mío.
Fue todo un lío organizarnos para entrar todos, pero ahora parece que todo va
viento en popa. Yo duermo en mi cama de matrimonio con Ainhoa y Carolina
(aunque no sé por qué hoy está Ángel en el sitio de Carolina...).
Ayer salimos por el pueblo,
también fuimos a andar por la zona y esas cosas que debería haber hecho el
primer día pero que no hice estar enfadada (¡OJO! No quiero decir que no lo
siga estando todavía...).
Poco a poco los demás también
van despertando y nos reunimos en la cocina. Ahora hay dos mesas en vez de una
para poderrnos sentar todos. Mi madre no da a basto y siempre estamos ayudando.
La entiendo. No es lo mismo cocinar para tres o cuatro que para doce.
–Yo hago las tostadas –dice
Pablo acercándose a mi madre para que se siente a descansar y pueda desayunar.
–Yo hago el café –dice Ainoha
decidida.
–Vale. A ver, yo paso la hoja y
me ponéis que quiere cada uno –digo. Todas las mañanas desde que somos tantos
esto funciona así. Mi padre aparece segundos después, por la puerta de la
cocina, seguido por mi hermano.
–Buenos días –nos dicen a la
vez.
–Buenos días –contestamos los
presentes en la cocina.
–Ya sabéis, apuntad el nombre y
lo que queréis de desayuno –les digo cuando ambos se sientan, mientras señalo
el papel que tiene Ángel entre sus manos. Asienten.
El desayuno tarda en hacerse.
Tete sustituye a Pablo media hora después. Carlos releva a Ainhoa haciendo
café. Dos horas después hemos terminado de desayunar. ¡Todo un logro! Los
primeros dos días tardamos casi cuatro horas. Era todo un lío.
–Bueno, ahora que estamos todos
juntos... Os quiero decir algo –dice mi padre. Enarco una ceja. Espero que no
me diga que no estará aquí a la hora de cenar porque va a trabajar.
–¿Qué es papá? –le anima mi
hermano a hablar.
–Esta noche va a venir a cenar
un chaval que está conmigo en el proyecto –dice. Uff menos mal es eso. Aunque
bueno... ya tengo suficiente con mi padre hablando de sus experimentos como
para tener a alguien que le de coba. No sé por qué tengo en mente que no me va
a gustar demasiado ese “chaval”.
–¿Y este cambio de última hora?
–pregunta mi madre. Todos parecen igual de curiosos. Incluso yo.
–Bueno es un chico de vuestra
edad y aquí no tiene familia. Así que he pensado que por uno más no iba a pasar
nada –dice mi padre. ¡Ah! bueno a lo mejor es un incomprendido como yo, por
estar aquí sin querer estarlo.
–¿Está aquí por obligación?
–pregunto a mi padre.
–No no, está aquí por que él
quiere –aclara mi padre. Joe pues se le debe ir la pinza para querer estar
aquí.
–Menuda decepción. Yo pensaba
que no querría estar aquí así tendríamos algo en común –digo decepcionada,
haciendo una mueca después.
–Pues no –dice mi padre –. Él
aprovecha las oportunidades.
Lo dice por mí. Rara vez he
vuelto al hospital a hacer prácticas. Estoy enfadada todavía por estar aquí y
sigo odiando este lugar.
–Bueno dejemos el tema –dice mi
hermano –. ¿A qué hora será la cena? –pregunta.
–He pensado que a las nueve
–dice mi madre.
–Vale perfecto –contesta mi
hermano.
–Nos tenemos que poner en marcha
ya entonces –digo. Miro a mi padre que acaba de descolgar su móvil. No sabía
que le estaban llamando. Esperamos a que vuelva para terminar de ver cómo nos
organizamos. Cuando vuelve, lo hace sonriente.
–Tengo otra noticia –dice.
–¡Oh no! ¡Tu chavalín no podrá
venir!- digo con voz trágica. Todos nos echamos a reír ante mi escenita.
–¿Cual? –pregunta mi madre
ignorando mi comentario.
–Esta noche vendrán a cenar
algunos de mis compañeros del proyecto –dice esperando que a todos nos parezca
bien.
–Papá dijiste que SOLO el chaval
–digo indignada, diciendo “el chaval” con voz enfadada y comillas.
–Bueno es que algunos no tienen
donde ir –contesta él. ¡Genial! tendremos reunión de genios en Navidad. No digo
nada y me limito a asentir.
–Vale, entonces cambio de planes
–dice mi madre. Ella es muy rápida y enseguida tiene otro plan. Casi noto como
trabaja cada neurona de su cerebro, ideando un nuevo plan perfecto para esta
noche –. Si vienen los compañeros de papá tendremos que ponernos más decentes
–nos dice a todos, aunque solo me mira a mí.
–No te preocupes por eso, hemos
traído ropa elegante –dice Carolina hablando por todos.
–Perfecto eso nos ahorrará ir a
buscar ropa –dice mi madre y sigue –. Aunque tú, Ana... No tienes nada ¿no?
–No mamá, no –contesto con voz
monótona.
–Tendrás que salir a comprar
algo –dice mi madre y sigue cambiando de tema –. Vale. para la cena necesito
saber cuántos cenarán. Creo.. que podríamos llevar estas dos mesas al salón e
intentar meternos todos allí. Los chicos se pueden encargar –dice mirando a mis
amigos y a mi hermano. Todos asienten –. Cuando esté eso listo nos
organizaremos para preparar entre todos la mesa y la cena –dice mirando a nadie
en especial –. La cena tiene que estar a las siete y media lista, así tendremos
tiempo de cambiarnos, pues somos muchos en esta casa.
Por fin termina y todo está
arreglado. Si pensaba que hoy iba a ser algo... movido hasta ahora no sabía
cuanto...
–En marcha –digo levantándome.
Mi tarea principal es comprarme un vestido, muy bien, genialoso.
–Recoged las cosas de la mesa
–dice Ainhoa viendo que algunos se iban sin más.
-Ainho, Carol, ¿me acompañais a
por el vestido? –las pregunto.
–Yo también quiero ir –dice
Ángel. Le encanta ir de compras y bueno tiene buen estilo así que no tengo
razones para negarme a que venga.
Después de recoger y hacer las
camas, me visto de forma decente para salir a comprar. Antes de salir, nos
despedimos de mi madre.
–Mamá nos vamos –digo desde la
puerta de casa.
–¡Ana! ¡espera! te doy la
tarjeta de crédito toma. Compra lo que necesites. ¡Ah! y si alguno necesita
algo, que lo compre también –dice mi madre. Asiento.
–Vale, hasta luego. Volvemos
pronto –digo. Me despido de Sami y salimos al frío invernal. Hay viento, para
variar. ¡Que asco! Nos acercamos al monovolumen que hemos alquilado para los
días que pasen mis amigos aquí. Ángel conducirá. Mi madre nos ha dicho un par
de sitios en los que venden ropa de fiesta, así que iremos allí.
–No me apetece nada... –digo
quejándome.
–Lo sé, pero a los demás sí
–contesta Ángel pensando en Ainhoa, Carolina y él mismo.
–Pufff –resoplo.
–Si no es nada –dice Ainhoa para
quitar hierro al asunto.
–No sería nada si fuera con..
Pablo o con alguno de los chicos, pero... ¿Con vosotros tres?. Con vosotros no
solo compraré un vestido... Compraré unos zapatos con un tacón que te cagas,
con los que no podre andar, compraré unas medias de yo que sé que serán
geniales y me quedarán “divinas”. Compraré el collar o colgante y la pulsera a juego.
¡Ah! Y bueno también los pendientes y el pintalabios y no sé cuantas cosas más
–digo. En cuanto termino de hablar me doy cuenta de que estoy muy enfadada.
–Vale, vale... Ahora dime qué te
pasa –me pide Carolina cogiéndome del hombro.
–Nada. No, no sé –digo y me
quedo pensando –. Bueno sí, lo que pasa es que unos días antes pensaba que mis
navidades serían una mierda, ahora van a ser lo mejor. Pero mi padre ha tenido
que invitar a sus colegas del proyecto. ¡Es lo que me faltaba! Todos dándole
coba a mi padre y hablando de estupideces que nadie entiende salvo ellos; en
vez de que mi padre se pase la noche hablando con nosotros. Estoy frustrada.
–Se nota que no te gusta este
lugar –dice Ainhoa.
–No me gusta, no y odio a
cualquiera que le guste –digo mientras les miro –. Espero que a vosotros no os
guste –termino por decir.
–Noo no, claro que no –se
apresura a contestar Ángel. Les gusta. Lo sé. Pero bueno, ellos son un encanto,
no les podría odiar. Pero a los amigos de mi padre claro que sí.
–Os gusta a todos, me parece
bien –digo dando por terminada la conversación.
Por fin llegamos a la primera
tienda. Allí me pruebo un montón de vestidos de todo tipo pero ninguno es de mi
estilo a pesar de que a Carol a Ainho y a Ángel todos les parecen maravillosos.
Por fin, en la segunda tienda,
encuentro un vestido que me encanta. Cuando salgo del probador les miro para
ver sus caras.
–¿Me queda bien? –les pregunto.
Me lo voy a llevar digan lo que digan, pero quiero saber su opinión.
–Estás preciosa –me dice Ángel.
Bueno ha dicho eso con casi todos los vestidos que me he probado.
–Me gusta –dice Ainhoa. La miro
para ver si dice la verdad. Y sí, no miente.
Miro a Carolina es la que falta.
–Te queda bien, como anillo al
dedo –dice y sé que tampoco miente.
–Vale porque es el que quiero
–digo. Todos asienten.
–Voy a buscar unos zapatos a
juego –dice Ángel yendo ya hacia el frente, hacia los calzados.
–Yo los pendientes y alguna horquilla para el pelo –dice Ainhoa.
–Vale, entonces yo a por la
pulsera y el collar –dice Carolina. Y ahí me dejan. Sola, en los probadores. Me
miro al espejo. Llevo puesto un vestido de palabra de honor. De color
blanco, recubierto por encaje negro. Es
muy bonito. Muy ceñido en el pecho y desde ahí cae hasta las rodillas, sin
sobrepasarlas. La parte de vestido blanco es algo más corta, lo que hace que
tenga un estilo más sexy. Doy una vuelta lentamente para intentar ver cómo me
queda por detrás.
–¿Todavía no te has cambiado?
–me pregunta Ángel que acaba de aparecer detrás de mí.
–No, me estaba mirando. Es que me
gusta mucho –digo a modo de disculpa.
–Venga anda –dice Ángel para
apremiarme. Todavía tendré que soportar un par de horas más de compras.
Dos horas después ya hemos
comprado todo. Ahora tengo un colgante precioso de cristal blanco
transparentoso que forma la figura de un elegante, unos pendientes de color
blanco, una pulsera elegida por Ángel de color blanco y negro. Unos zapatos de
tacón muy altos (como yo decía . Sé que como me hagan bajar las escaleras con
ellos, me mataré. Y también tengo un sujetador nuevo (porque según decía Ángel:
“no puedes ir con un vestido palabra de honor y un sujetador con tirantes”.
¡Chorradas!). También hemos comprado un anillo. Precioso. Es muy simple, por
eso me gusta. De color blanco. Y creo que no me falta nada más...
Cuando llegamos a casa, abro la
puerta y encuentro a Sami esperando. Me echo a reír ruidosamente.
–¿Qué pasa Ana? ¿Qué es tan
gracioso? –pregunta Pablo, que asoma la cabeza desde el salón.
–Hazte una idea –digo mientras
saco de su bolsa mi vestido y miro a Sami.
Vamos a ir conjuntadas ambas. En
blanco y negro. Pablo se echa a reír también cuando ve el vestido.
–No le veo la gracia –dice Ángel
frunciendo el ceño.
–Ella es blanca y negra y yo voy
a ir de blanco y negro –aclaro. Entonces él también ríe. Niego con la cabeza...
A Ángel a veces se le va la pinza...
La mañana se me ha pasado
volando y no ha sido tan dura como esperaba. Ahora toca lo peor. Que nos
organicemos en casa. Al parecer ya está dispuesto el plan de hoy. Mientras
estábamos fueran, han echo una tabla con cosas que hacer, la hora de hacerlas y
quién las hará. A mí me toca poner la mesa para dieciocho personas a las seis.
¡Mi madre! ¡Dieciocho personas! Es como si nos juntáramos mi familia entera. Va
a ser horrible... Después tengo que ayudar de siete a ocho con algo de la cena
aunque no pone el qué. Y a las ocho me tengo que ir a arreglar. Mi madre lo ha
arreglado todo para que las chicas nos subamos a cambiar antes que los chicos.
¡Genial! así tendrán más tiempo para hacerme sufrir.
–¿Estás conforme con lo que te
ha tocado? –me pregunta mi madre que ha aparecido detrás de mí.
–Sí, pero.. ¿Y la comida?
–Comeremos en un restaurante. En
un rato salimos para allí –contesta mi madre. Gracias mamá por contar conmigo
para hacer planes...
Resoplo pero eso da igual, el
plan está hecho y mi madre ya no esta detrás de mí, se ha ido.
Salimos de casa y nos vamos a
comer no muy lejos. Vamos en tres coches. Pedimos cosas sencillas de hacer. Son
las tres y tenemos poco tiempo para comer. ¡Vaya mierda de comida, no voy a
poder ni saborearla!. En cuanto termina el último de nosotros de comer, pedimos
los postres y la cuenta ¡Y ale a casa a currar!. Tengo todavía la comida en la
garganta y tengo que ponerme a poner la mesa. Pongo tenedores, cuchillos, cucharas
y cucharillas de postre. Vasos y copas... Y por último las servilletas. Con
éstas tengo que hacer una forma rara que solo yo sé hacer y que queda muy bien.
Parece que sea un pavo real al final. No tardo tanto en poner la mesa y por fin
tengo algo de tiempo para descansar. Hasta las siete no me toca cocinar.
(Tampoco me queda mucho, son las seis y media...).
En seguida son las siete y mi
madre me llama a voz en grito para que vaya a la cocina. Me asomo. Hay un
montón de comida hecha por todas partes. La vitrocerámica encendida, el horno
puesto, la batidora usándose... Parece que vamos a dar de cenar a un séquito
(aunque bueno eso no es del todo mentira). En la cocina, están mi madre,
Ainhoa, Marcos, Tete, Ferni, y Pitu. Por
lo visto, voy a sustituir a este último.
–Toma estoy con el postre, tu
madre dice que se te dan muy bien –dice Pitu antes de salir por la puerta a
hacer cualquier otra cosa que haya en la lista.
–Mamá –llamo a mi madre. Cuando
ésta se gira, hablo –. ¿Solo hay que hacer una tarta? – pregunto algo
extrañada.
–Más quisieras. Hay que hacer
tres –contesta mi madre. ¡Genial..! tres.. Llamo a mi hermano para que me
ayude. Cuando lo hacemos juntos siempre sale genial.
–¿Qué quieres? –pregunta mi
hermano cuando está ya a mi lado.
–¿Me ayudas? –pregunto a modo de
respuesta.
–¿Cuántas? –dice mi hermano, ya
preparando lo que necesitará.
–Tres –digo con voz neutra.
–¿Tres? –repite mi hermano
asombrado.
–Sí, en una hora, he de matizar
–digo con voz abochornada.
–¡Mamá está loca! –contesta mi
hermano –. Pongámonos a ello.
Vamos haciendo una tarta cada
uno, sino no nos dará tiempo. A las ocho y cuarto las metemos en el horno, casi
ni caben.
–Bueno con quince minutos de
retraso pero bueno, ahora venga a cambiarte Ana –dice mi madre. Puuff no sé
quién de las dos va a terminar más estresada después de todo.
–Vale –digo sin más. Subo a mi
cuarto. Ahí ya están mis dos amigas.
–Venga Ana date prisa –me
apremia Carolina. No sé si lo mejor es que me tire por la ventana y termine con
todo... El día que iba a ser el mejor se está convirtiendo en el peor por
momentos.
–Sí, sí –digo con voz cansada.
–Vale está bien, intentaremos no
ser tan... –dice Ainhoa sin terminar la frase. La termino por ella –Pesadas,
sí.
Me pongo el vestido y todo lo
que he comprado para éste. A pesar de que parece poco nos lleva más de quince
minutos. Después yo ya no tengo que hacer nada. Ainhoa me va pintando mientras
Carolina me peina. La he pedido que me haga una trenza de esas que empiezan
arriba del todo y que la deje caer sobre uno de mis hombros. Es el peinado que
más me gusta.
–Vale ya casi no queda nada
–dice Ainhoa mientras me pinta los ojos –. ¿hora? –pregunta a nadie en
particular.
Es Carolina quien contesta –las
nueve casi.
Ainhoa maldice. ¿Qué pasa?
¿Hemos quedado a las nueve? ¿No era a las nueve y media? Bueno a mí no me
importa ni lo más mínimo. A las nueve en punto Ainhoa termina de pintarme. Me
miro al espejo y ni me reconozco.. Me ha pintado la raya negra en los dos ojos
y ha hecho un dibujo extraño a la par que sexy en mi ojo derecho a partir de la
raya. La sombra de ojos es de color blanco. Mejor, así no será muy cantoso. Los
labios de color rosa pálido. Bueno, hubiera preferido no pintármelos, pero
bueno. Me han echado algún que otro mejunje por la cara pero todavía se pueden
apreciar mis pecas, así que todo va bien. Mi pelo, de color marrón, como la
corteza de los árboles, está recogido en una trenza perfecta que cae sobre mi
hombro izquierdo. Algunos mechones de pelo caen sueltos. Me queda bien. Sonrío a mi reflejo y luego me giro hacia ellas.
–Gracias –las digo, abrazando a
ambas.
–¡Chicaas! ¿Estáis? –pregunta
alguien desde la puerta del cuarto de mi hermano. Mi cuarto y el de mi hermano,
se comunican por una puerta. Así es más cómodo para nosotros.
–Sí, podéis pasar –contesta
Carolina.
–¡Guau! –digo cuando les veo a
pasar. Van todos muy guapos. Quizá el más elegante es Pablo. Es que él en sí
mismo ya es muy elegante. Los demás no se quedan muy atrás. Me quedo perpleja
al ver a Ferni, Pitu y Juanma con traje. Nunca les había visto y les queda
genial. Todos son altos. Aunque Ferni es el más alto de todos. Pablo y Tete son
de tez morena y ojos marrones. Pelo negro como el azabache. Ángel y Marcos son
más pálidos. Delgados como todos mis amigos. Tienen el pelo rubio oscuro.
Marcos tiene ojos arco iris, así es como los llamo yo. Son marrones, amarillos,
azules y verdes. Los de Ángel son color miel. Juanma, Ferni y Pitu son de tez
pálida pero de pelo color oscuro. Ojos marrones.
–Guau también por vosotras –dice
Pablo intentando ligar con nosotras. Se le da bien. Nosotras sonreímos y reímos.
–Bueno entonces podemos ir
bajando –dice Ángel mientras se acerca a mí –. Señorita, ¿me permite que la
conduzca por las escaleras? No quiero que se mate en el intento –esto último lo
dice con voz picarona.
–Claro que sí, señor mío. Ha
sido su culpa que necesite a alguien para bajar. Que menos que sea usted quien
me acompañe –digo con voz resentida. Él ríe. Le doy un manotazo en el hombro.
–¡Eh! Que me arrugas el traje –
dice ofendido mientras frunce el ceño.
–No haberme escogido estos
zapatos –le digo a modo de respuesta. Suspira.
–Venga, bajemos –dice sin más.
Pablo y Ainhoa van detrás de mí y detrás de ellos Marcos y Carolina; detrás
Tete y Juanma y por último Ferni y Pitu. Miro atrás por un momento para verles
a todos arreglados. Me quedo mirando a mis amigas. Están guapísimas. No me he
fijado en ellas antes por lo estresada que estaba. Ainhoa lleva un vestido
verde esmeralda de tirantes con escote pronunciado. Está preciosa. Lleva su pelo
ocre recogido, dejando algunos mechones rizados sueltos en las lindes de su
rostro. La hacen parecer más mayor de lo que es. La sonrío. Lleva unos zapatos
verdes a juego. No tienen mucho tacón. Mejor para ella (y para sus pies). Ojos
marrones como las montañas áridas. Son muy bonitos. Lleva una sombra
verdeazulada que combina perfectamente con todo su conjunto. Miro a Carolina,
que lleva un vestido color granate de hombros caídos Le queda como anillo al
dedo. Lleva sombra de ojos marrón-granate a juego con sus ojos color miel y su
vestido. La verdad es que Carolina está hermosa así. Lleva zapatos planos
granates. Muy bonitos. Yo también quería unos zapatos planos...
–Sonreid –pide mi madre cuando
comenzamos a bajar. Mi hermano ya está abajo y se rie de mí. Justo en ese
momento, el timbre suena. Sami sale de alguna parte de la casa y corre a la
puerta. Mi madre ni se inmuta y sigue haciendo fotos.
–Yo abro –dice mi padre. Me
quedo quieta pues van a entrar los compañeros de mi padre.
–Hola –saluda mi padre dando la
mano a todos sus compañeros. Son seis en total. Todos tienen su edad más o
menos, alguno que otro más joven. Y entonces le veo, es el más joven. Debe ser
el “chaval” que mi padre invitó de primeras. (¿ Pensáis que después de este
paréntesis vais a ver escrito que por un nanosegundo el tiempo se para, el
mundo desaparece, y solo estamos él y yo? pues bien, eso no pasa. En la
realidad eso no pasa. Lo que realmente pasa es que doy un traspié y gracias al
brazo de Ángel no me caigo de bruces. Fin). Los recién llegados saludan a mi
madre, mi hermano y nos miran a los demás. Yo por mi parte, no les presto más
atención de la necesaria, no voy a cambiar nada. Me lo estaba pasando bien
haciendo que Ángel no me dejara caer y el cachondeo que había detrás de mí me
gustaba. Pues las últimas dos parejas, son de dos chicos cada una.
–Ella es mi hija Ana y él es
Ángel –dice mi padre mientras yo intento no matarme bajando por las escaleras.
–Hola –digo mirándoles
fugazmente, centrando mi atención otra vez en no caerme. Por el rabillo del
ojo, distingo una persona que me llama la atención, sé que es el chaval, pero
no quiero desviar la mirada, por miedo a tropezar una vez más. Mi mirada es
como un imán. Intenta revolotear hasta él, pero controlo cada músculo de mis
ojos y mi cuello y me concentro en mirar las escaleras. Un escalón menos, y
otro, y otro... la idea de mirar al chico se me pasa por el cerebro como en
segundo plano.
–Hola –dice también Ángel.
Ainhoa se ríe de mí cuando doy un traspié por estar pensando en lo que no debo,
el chaval.
–Verás Ainhoa cuando te coja
–digo en un susurro enfadada. Todos nos miran. ¡Vaya asco! ¿Por qué no se van
al salón y nos dejan hacer el mono en paz?
–¡Venga Ana tú puedes! –me grita
Juanma desde el fondo.
–La culpa de todo es de Ángel
–farfullo. Es que parece que quedan mil escaleras para llegar abajo... Y ya me
he cansado. Me agacho, me descalzo y bajo medio corriendo hasta la entrada.
Salto los tres últimos escalones. Hago una reverencia hacia los amigos de mi
padre, ya que parece que han venido a ver un espectáculo protagonizado por mis
amigos y por mí y no a una cena de Navidad. Ainhoa ríe desde arriba y pronto
todos mis amigos se unen. Ángel baja detrás de mí, tranquilamente. Le miro
riéndome.
–Mamá trae, yo hago las fotos
–digo elevando mis manos hacia la cámara, con los zapatos aún en la mano. Sami
viene a saludarme, aunque hace apenas media hora que hemos estado juntas.
–Vale –contesta mi madre con una
sonrisa. Van bajando las demás parejas. Hago fotos y nos reímos. Cuando estamos
todos abajo mi madre habla.
–He pensado que podríamos
hacernos una foto todos. Primero una familiar. Con familiar me refiero a
vosotros también –dice mirando a mis amigos –. Y después otra todos juntos.
–Perfecto –dice mi padre.
Nos colocamos en el salón todos.
Primero mis padres, mi hermano, Sami, mis amigos y yo. No es una foto
cualquiera. Mis padres salen muy modositos. Pero nosotros... Pablo, Marcos y
Ferni cogen a Ainhoa y la ponen en vertical, Carolina se sienta sobre el regazo
de Juanma que está en el suelo. Ángel sale abrazado al cuello de Tete, mientras
éste le sujeta en volandas como si fueran una pareja de luna de miel. Pitu les
señala con una gran sonrisa, y mi hermano se pone en cuclillas y consigue
cogerme y ponerme en sus hombros. Una foto perfecta para una Navidad.
Después nos ponemos todos y mi
padre pone el temporizador en la cámara. Los compañeros de mi padre parecen muy
animados...
Nos sentamos en la mesa.
Nosotros por un lado. Mi padre y sus compañeros por otro. Parece que hay una
barrera física que divide la mesa. Yo estoy presidiendo la mesa. Al otro lado,
la preside el chaval. Es difícil mantener mi mirada alejada de él, sobre todo
ahora que le tengo de frente. Mi padre está a su lado (vamos que me ha cambiado
por él). A mi derecha están Ainhoa, Carolina, mi madre, Juanma, Ferni y Pitu,
por ese orden. A mi izquierda, Ángel, mi hermano, Marcos, Pablo y Tete.
Noto que alguien me mira, pero
miro a mis amigos y no es ninguno. Da igual, serán tonterías. Por un segundo
tengo el presentimiento de que es el chico pero... No, es imposible. Déjalo
Ana.
Pasamos la noche bastante bien.
Después de todo lo que ha costado ha merecido la pena. Para picar hay jamón que
ha cortado mi padre y que nos trajo mi tío. También hay algo de marisco que no
me gusta, así que ni lo he probado. Hay queso y alguna cosilla más. De primero
hay algo de carne, no sé exactamente que es. Parece asada o algo así pero casi
que prefiero no preguntar qué animal me estoy comiendo.
Y después viene el postre. Me
levanto de la mesa con mi hermano para terminar de hacer el chocolate caliente
y verterlo por encima de las tartas. No nos toma mucho tiempo.
–Aquí venimos con el postre
–dice mi hermano.
–Qué buena pinta –dice uno de
los compañeros de mi padre. Parece tener alrededor de cuarenta años. No lleva
anillo de casado. Tiene alguna cana que otra por lo que veo. Le sonrío y él me
guiña un ojo. Parece majo.
–¿De qué es? –pregunta entonces
el chaval. Pongo los ojos en blanco, a pesar de que su voz me atrae demasiado.
¿Enserio me esta preguntando eso? Su voz tiene un matiz que no logro
reconocer... un acento que no corresponde al acento que los demás de la mesa
tenemos.
–De chocolate –contesto algo
seca, sin siquiera mirarle.
–¿Con algo más? –pregunta otra
vez. No le miro. Me quedo pensando en el matiz de su voz... algo arrogante tal
vez... y dulce... Sacudo mi cabeza alejando esos pensamientos de mi cabeza.
¡Qué coñazo de tío de verdad!. Creo que me quiere vacilar un rato... ¡Será imbécil!
–Con más y más chocolate
–contesto con voz monótona Odio a cualquiera que pueda dar coba a mi padre y
meterle alguna idea sobre otro proyecto en mente. Miro al chaval, enfoco su
cara, es sexy. Éste me sonríe (tengo que decir que con una sonrisa de
arrogancia y autofuciencia que no puede con ella) y no dice nada más. Mejor,
calladito, está más guapo.
–Ponedlo por aquí –dice mi madre
y añade –. ¿Sirves tú cariño? –me mira y su mirada lo dice todo. No le gusta
que sea borde. Yo asiento a las dos cosas que me dice con los ojos.
–Pablo tú que llegas, pásame los
platos –le pido. Éste me pasa los platos de postre uno a uno mientras yo corto
tarta y la voy pasando. Una vez he terminado, me siento en mi silla otra vez.
Miro al chaval. Escruto su mirada. Él también me esta mirando. Le miro de verdad
por primera vez, escrutándole. Parece tener un aire de chulo. Pelo corto y liso
de color negro. Piel con un toque moreno. Nada del otro mundo. Pero sus ojos...
Sus ojos son espectaculares, de un gris como las nubes antes de descargar todas
sus gotas de agua, como el gris oscuro de la luna... Como la nieve manchada...
Nunca he visto unos ojos así. Perfectos. Sus ojos me tientan a coger la cámara
y fotografiarlos. Pero son vacíos, sin sentimientos... Un bucle sin fin.. Puedo
caer en ellos y no ver la luz. Bueno, la verdad es que no esta nada mal. Es
sexy, aunque solo puedo verle de cintura para arriba. Tiene pinta de estar en
forma. Los bíceps por lo menos los lleva bien marcados por debajo de su camisa
blanca ajustada. Desde que estudio fisioterapia las personas de la calle ya no
son personas para mí, sino esqueletos con músculos andantes. Me fijo en cada
musculo de la gente, cómo se desliza por debajo de la piel cuando se contraen.
Lo que más sexy me parece es cuando tienen marcados todos los músculos de la
espalda y del hombro. Cuando con cada movimiento de brazo, la espalda se tensa
y los músculos se mueven a su son. ¡Aish! ¡Me
derrito por un chico así!. Pero vamos, no creo que el chaval sea un tipo así.
No, no lo es. Estoy segura.
En cuanto terminamos el postre,
mi madre se levanta de la mesa y se acerca a mi padre. Se pone detrás de su
silla y le susurra al oído unas palabras. Mi padre asiente y en un abrir y
cerrar de ojos la mesa está completamente recogida, mis amigos la sacan al
pasillo e improvisamos una pista de baile en el salón. No me lo esperaba.
–¿Un baile? –pregunta mi hermano
a nadie en concreto.
–Vaya asco –protesto. No se me
da bien bailar. Vamos, que no sé. Soy muy patosa y nunca me he puesto en serio
a intentar aprender y marcar bien el ritmo.
–¡Ana, anímate! –dice Ainhoa. A
ella le encanta bailar.
–¡Sí! ¡Venga Anaaa! –dice Ángel.
Otro gran bailarín. Pongo los ojos en blanco.
–Anda id a bailar vosotros –digo
riendo. Ellos se van encantados, desvaneciéndose hacia el centro del salón,
entre la multitud que somos, para cuando la música empiece a sonar.
–¿Bailas? –me pregunta Pablo.
Contesto con una mueca.
–Sabes que no sé bailar –le
contesto.
–Yo te llevo –me dice, me coge
de la mano y me arrastra a la improvisada pista de baile. Dejo que él me lleve
y haga con mi cuerpo lo que quiere (en el buen sentido de la frase, no penséis
mal). ¡Estoy bailando! ¡No me lo puedo creer! No lo hago nada mal, aunque todo
sea porque Pablo me lleva.
–Lo haces muy bien –me dice al
oído Pablo. Le regalo una mirada cómplice, él me la devuelve.
–Ana –oigo que me llama mi
padre. Pablo y yo nos separamos algo para mirarle mientras nos seguimos riendo.
–Dime papá –digo con voz suave
sin soltarme del cuello de Pablo. Así estoy a gusto. Me gusta tenerle cerca. Me
calma. Me siento segura a su lado.
–¿Te importaría cederle un
baile? –me pregunta señalando con la mirada al chico joven que supuestamente
iba a venir esta noche, SOLO y no con cinco compañeros más. El primer
pensamiento que pasa por mi cabeza es que estoy encantada de poder acercarme al
muchacho y poderle ver más de cerca. Quizás conocerle mejor. En seguida otro
pensamiento cruza mi mente: el chaval me ha quitado bailar con Pablo la canción
que bailábamos, no sé bailar y haré el ridículo. Y lo más importante... Da coba
a mi padre... Me lo quita.
–¿No tengo otra elección verdad?
–pregunto a mi padre con voz abochornada. Una cosa es bailar con Pablo que me
lleva el paso con delicadeza, sabe cuándo me pierdo y me busca. Y otra es
bailar con un desconocido, al que no soporto (sí, ya está decidido que nunca
nos podremos llevar bien por mi parte), cuando yo no sé bailar...
–Solo será un baile –me dice mi
padre –. Nos conviene que todo vaya bien entre nosotros además. Él ha estudiado
botánica y me está ayudando mucho –termina diciendo mi padre. Me enfado con él
y conmigo misma por enfadarme con él.
–Además es joven y no tiene con
quién bailar –argumenta mi padre. Puff... pues que baile con Ainhoa, que seguro
que a ella le encantaría bailar con ese chaval. Es su tipo. O con Carolina.
–Uno solo –digo cediendo, porque
sé que si no, mi padre y yo pasaremos la noche discutiendo. (para variar). Mi
padre me sonríe y se va satisfecho, mientras yo me quedo como una boba pensando
en lo que acabo de contestar. Así que tendré que bailar con el chavalín... Miro
a mi padre que espera junto al chaval a que me acerque. Resoplo.
–Un baile y voy a buscarte, no
te preocupes –me dice Pablo y me besa en la frente.
–Gracias –contesto con una media
sonrisa, aunque no creo que se parezca en nada a eso la mueca que aparece en
mis labios.
–Te quiero –me susurra al oído
mientras me da un abrazo. Sonrío, esta vez de verdad, sin muecas.
–Yo también te quiero –contesto.
Me coge de la mano, aunque termina soltándola cuando estamos tan lejos que ya
no podemos seguir manteniendo ningún contacto. Me acerco al chaval y le sonrío
(vamos, una mueca plasmada en mi cara).
–Ti va di ballare? ¿Bailas? –me pregunta con voz arrogante.
¡Encima arrogante! Le metería una paliza ahora mismo... En mi mirada puede ver
que no quiero bailar con él, pero creo que le importa más bien poco. Enarco una
ceja después. ¿Italiano? ¿Ha hablado en italiano? Quiero preguntarle acerca de
ello, pero me callo la boca. En vez de preguntar y preguntar digo:
–Una canción –aviso con voz
decidida mientras sacudo mi cabeza para quitarme el pensamiento del chaval
hablando en italiano. Él asiente. Me coge de la mano y me lleva para que
estemos algo apartados de la gente, del centro.
–Siento haber interrumpido tu
baile, bambina –me dice algo seco.
¡Será gilipollas! ¡No soy una niña!. Me sonrojo de la ira que siento en cada
recodo de mi cuerpo. Evito mirarle a los ojos. Y por descontado no contesto a
su asquerosa frase. Me centro en el espejo que hay en la pared frente a los
sofás y busco en él a mis amigos. Lo están pasando bien.
–No sé bailar –le digo. No
quiero que se piense que va a poder bailar conmigo si no me guía o algo de eso.
Y a parte, quiero ver si deja la estúpida idea de querer bailar conmigo, ya que
yo no soy nada más que una “niña” (Niña = Bambina).
–Déjame a mí –me contesta con
voz chulesca. ¡Pero que creído es! Tengo ganas de gritárselo a la cara, pero me
callo. Me coge de la cintura, me acerca a él y me lleva lentamente. Mis manos
reposan a ambos lados de mi cuerpo el principio, rozando los brazos del chico.
Un roce suave. Después poco a poco, muy a mi pesar, y sin pesar también
(parezco bipolar, sí), las subo hasta llegar a ponerlas reposando en su cuello.
La verdad es que no baila mal, pero estoy tensa. No soy capaz de relajarme y dejarme
llevar por él. Me muevo a trompicones, lo que me hace enrojecer de vergüenza.
Esto no ha sido una buena idea. Parezco un robot... Me veo horrible... Quiero
que acabe el baile. Por lo tenso que está él, también quiere que acabe el
baile. Noto como desliza su mano por mis dorsales, pasa las lumbares.. ¡Eehh
eehh! ¡Como se le ocurra bajar mas la mano! ¡Y lo hace! ¡¡Me esta tocando el
culo!! ¡Será cabrón y zorrón!
–Como se te ocurra bajar más la
mano te pego una colleja que te reviento la cabeza contra el suelo –digo, mi
voz rebosante de ira. Mis ojos arden de furia. Hacía mucho tiempo que no decía
esa frase, pero ¡Joder! ¡Casi me toca el culo!
–No era mi intención –contesta
con voz arrogante, con un matiz dulce y arrepentido tal vez; pero es tan tenue,
que es casi imperceptible al oído humano. Incluso, creo que tal vez incluso me
lo haya imaginado yo. Ahora me vacila, ¡Lo que me faltaba! Como si no fuera su
intención tocarme el culo... Claro... ¿Y qué más? Niego con la cabeza aunque lo
hago de manera tan imperceptible que creo que él ni nota la oscilación de ésta.
Mi ira desaparece casi por completo cuando sube su mano y la coloca entre mis
lumbares y mis dorsales. Así mucho mejor. Me relajo un poco. El chaval sonríe
socarronamente. Se merece que le meta una buena torta. Intento olvidar que
estoy bailando con él, cierro los ojos por un momento y dejo que la música se
meta por cada resquicio de mi piel. Sin un sentido menos, se agudizan los
demás. Noto un olor... diferente a cualquiera que haya olido antes. Me atrae.
Llevo mi nariz hasta el foco del olor, es el chico. Huele a limpio, a bosque.
Abro los ojos y sacudo mi cabeza para quitarme el recuerdo del olor de mi
mente. Y por fin el baile termina.
–Ha sido un placer bailar
contigo –me dice con un tono de voz que no logro descifrar, separándose de mí. Le sonrío con la sonrisa
más falsa que tengo. Pablo aparece por mi espalda y me abraza por detrás.
–¿Qué tal el baile? –pregunta.
El chaval todavía no se ha ido. No sé a qué está esperando.
–Bueno ya sabes, todo lo bien
que puede ir cuando no sabes bailar –contesto con una mueca. Le sonrío.
–¡Ey! Vente con nosotros, no
creo que quieras pasarte la noche con unos vejestorios como estos –dice Pablo
mirando al chaval y señalando a mis padres y los compañeros de mi padre.
¿Enserio? Fulmino a Pablo con la mirada, aunque éste ni se entera. ¡No quiero
al chico con nosotros!
–No voy a decir que no –dice el
chaval. Resoplo ruidosamente, haciendo notar a los dos chicos que yo no estoy
de acuerdo con lo decidido. Ellos me ignoran. Ojala hubiera dicho que no.
–Vamos –dice Pablo cogiéndome de
la mano y apretándola durante una milésima de segundo para decirme que todo va
a ir bien cuando estemos con los demás. Nos vamos los tres con los demás que
están en un rincón del salón, bailando y riendo.
La noche pasa deprisa. El chaval
parece caer muy bien a todos, menos a mi, claro. Evito hablar con él. Sus ojos
me hipnotizan... (es lo único de él que merece la pena). Nunca he visto unos
ojos de ese color gris... Casi plateado...
–Hagamos un brindis –propone mi
padre. Todos le miramos. Nos acercamos a la mesa y nos sentamos. Mi madre trae
copas para cada uno, que yo voy llenando de cava. Cava, que acaba de abrir mi
hermano.
–¿Por qué brindamos? –pregunta
uno de los compañeros de mi padre. Éste se queda pensativo durante unos
segundos.
–Por estar aquí todos juntos en
una noche como hoy –dice mi padre. Todos seguimos mirándole esperando que hable
más –. Por mi familia y por todos los que hoy no están con nosotros. Por
vuestras familias, por vuestros amigos, por todos –dice mi padre. Me mira
intensamente –. Y por mi hija, mi hijo y mi mujer, que no dudaron en mudarse
aquí por mí –termina diciendo. Me le quedo mirando. Ha sido sincero. Me dan
ganas de correr a abrazarle, pero mi ego no me lo permite. En vez de eso,
cambio de estrategia.
–Yo también quiero hacer un
brindis –digo levantándome de la silla. No abrazaré a mi padre, pero sí haré un
brindis por él.
–Adelante –me alienta mi padre.
Me aclaro la garganta y empiezo
a hablar –. Bueno esto es más bien para mi familia y mis amigos –digo
mirándoles a cada uno de ellos –. Cuando me enteré de que veníamos aquí, no
quería venir. No salía de casa, ni ahora... Y bueno eso es otra cosa, me desvío
del tema. Lo siento. El caso es que en Navidad pensaba volver a Madrid para ver
a mis amigos, aquí presentes –digo. Ainhoa coge mi mano y la aprieta. Sigo
hablando –. Pero entonces mis padres me dijeron que no iríamos a Madrid. Pasé
todo noviembre y diciembre enfadada pensando que no vería a mis amigos. Y hace
cuatro días que me dieron la alegría más grande del mundo viniendo aquí por
Navidad. Son los mejores amigos del mundo, pues no todos se cruzan medio mundo
por verte –sonrío con lágrimas en los ojos –. Feliz Navidad papá por
soportarme, a ti mamá por cuidarme como tú solo sabes, a ti hermanito por estar
siempre a mi lado y nunca dejarme sola. A ti Ainhoa por ser mi mejor amiga, a
tí Ángel por estar tan loco como estás y dejar que forme parte de tus locuras,
a ti Pablo por sacarme a bailar aunque sepas de antemano que yo no sé. Ole tus
huevos –digo esto último en un susurro para que solo él pueda oírlo Me
responde con una sonrisa pícara y sigo hablando –. A ti Marcos por escucharme,
a ti Tete por hacerme reír siempre cuando te metes con las tonterías que hace
Ángel, a ti Juanma por regalarme sonrisas a todas horas, a ti Carol por estar
dispuesta siempre a ir a la pelu a por un cambio de luck, y a vosotros Ferni y
Pitu por hacerme reír cuando peleáis ¡Ah! Y bueno... A Sami por ser la mejor
perra del mundo y a los demás... Feliz Navidad también –digo feliz. Mis amigos
me rodean mientras me abrazan y besan por lo que acabo de decir. A mí, por mi
parte, se me escapan las lágrimas de los ojos al ver lo felices que estamos
todos.
–¡Chicos! ¡Brindemos pues! –dice
mi padre más feliz que antes. Cada uno volvemos a nuestro sitio y cogemos
nuestra copa.
–Arriba –dice mi hermano.
–Abajo –digo yo.
–Al centro –dice mi madre
–¡Y pa' dentro! –dice Pablo.
Todos chocamos nuestras copas y bebemos el cava.
Nada más terminar el brindis,
llaman a la puerta.
–¿Esperamos a alguien papá?
–pregunto.
–No, a nadie. Iré a mirar –me
dice.
–No no, ya voy yo –digo. Es
mejor que él se lo pase bien con sus invitados. A mí no me cuesta nada ir a ver
quién es.
–Te acompaño –me ofrece Pablo.
Asiento y nos dirigimos de la mano a la puerta. Miro por la mirilla.
–Son unos niños –digo a Pablo
mientras abro la puerta. Al abrirla, éstos se ponen a cantar. No deben tener
más de diez años. Nos cantan una canción típica de Navidad de la que ahora no
sé el nombre. Van vestidos con ropas blancas, con una estrella estampada en la
camiseta. Por lo que leí en internet, es muy típico de aquí ir de casa en casa
cantando villancicos. Con una camiseta o un palo con una estrella.
–Cantan bien –me susurra Pablo
al oído para no molestar a los niños que cantan. Cuando terminan, tanto Pablo
como yo aplaudimos. Después, Pablo saca de sus bolsillos unas monedas que
ofrece a los chicos. Éstos nos sonríen y nos dan las gracias antes de irse por
donde han venido.
–Bua no esperaba que aquí fuera
como en las películas –me dice Pablo cuando los niños están lejos.
–Yo había leído algo de esto por
internet, pero no esperaba que vinieran hasta el fin del mundo –le contesto.
Él me mira fijamente –. ¿Qué? –pregunto. No sé que hay de malo en mí, en lo que
acabo de decir..
–Vamos... que no sales de casa y
miras por internet todas las cosas que te estás perdiendo y te perderás de
Alaska ¿no? –pregunta. Asiento con la cabeza. No podía haber sido más directo.
–No te entiendo –murmura
mientras cierra la puerta y me lleva de vuelta al salón. Allí todo vuelve a ser
como antes. Todos hablan y bailan.
–¿El último baile? –me pregunta
Pablo. No me puedo negar. En realidad yo no tengo nada que hacer, solo dejarme
llevar al son de sus movimientos.
–Encantada –digo mientras le
tiendo la mano para que me coja. Noto como el chaval nos mira. No sé por qué
narices tiene que mirarnos...
Bailamos hasta que ninguno de
los dos aguanta en pie. Volvemos con los demás y enseguida la fiesta acaba. Son
las ocho de la mañana del veinticinco de diciembre, es Navidad.
–Feliz Navidad –susurro al oído
a Pablo. Me abraza y me besa la frente. Voy corriendo a Ainhoa y también la
felicito la Navidad.
También corro y se lo digo a Ángel, a Carol, a Marcos, a
Ferni, a Pitu, a Juanma, a mi hermano (a quien abrazo fuertemente), a Sami, mis
padres... A todos vamos.
Ahora estoy tumbada por fin en
mi cama y puedo descansar. Tengo los pies cansadísimos. Si tuviera que salir
corriendo ahora porque la casa se incendiara me quedaría en la cama. Pienso en
el baile... Creo que me he pasado un poco con el chaval ¿no?. A lo mejor no era
su intención tocarme el culo, sino poder estrecharme más hacia él para bailar
mejor. Así es como lo hace Pablo... Creo... Sí... Tal vez Pablo me haya
sujetado igual que el chaval... Pero a Pablo no le he dicho nada. Tal vez
ninguno de los dos me estuviera tocando el culo (vamos, sé que Pablo no me
tocaría el culo así por así) Y el chaval en realidad.. ¿¿Qué razones tenía para
tocarme el culo?? Pues ninguna claro... Vaya manera de empezar Navidad...
Amenazándole. No creo que le caiga muy bien... Aunque bueno, tampoco me
importa. Me voy a dormir, será lo mejor. Cierro los ojos y sueño.
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