Capítulo
5
Han
pasado dos días desde que llegamos. Os escribo el parte de ambos
días. Hemos estado yendo a dar paseos cortos por dentro de la finca
y también por fuera. No hemos ido a ningún sitio en concreto, si no
que andábamos sin rumbo hasta que nos cansábamos y volvíamos por
donde habíamos venido. Las cenas y las comidas no han estado mal,
subsistimos aún con lo que compramos el primer día aunque creo que
mañana deberíamos ir a comprar más si queremos cenar... El
perrillo ya no nos tiene miedo ni a mí ni a Pablo, pero sí a los
demás. Le sacamos las sobras a su plato y hemos ido a comprarle un
bebedero de estos que tienen un reservorio para que no tengamos que
estar llenándolo cada dos por tres. Pablo y yo nos hemos turnado para
sacar la basura, porque es cuando aprovechamos para poner agua y
comida al perrillo. Aun no hemos pensado su nombre. Ni siquiera
sabemos si es macho o hembra. Y eso, Todo ha ido bien hasta esta que
Marcos ha descubierto al perro, es decir, esta mañana, ahora
concretamente.
He
aprovechado que estábamos todos en la piscina para poner una excusa
para subir. Así podría poner agua y comida al perrillo. En cuanto
me ha visto sola, el perro ha salido corriendo a montarme una fiesta,
lloriqueando y tumbándose para que le acariciara. Le acariciaba y se
callaba. Yo sonreía. Me levantaba y seguía andando y el perrito se
quedaba llorando. Me ha costado un montón conseguir llegar al
apartamento sin quedarme media hora esperando a que el perro quisiera
ponerse en pie y seguirme. Cuando por fin he conseguido llegar a la
puerta y abrirla para darle algo al perrillo, Marcos a aparecido
detrás de mí.
—Un
perro? —pregunta Marcos.
—Un
perro —afirmo mirando al peludo que me mira con ojos suplicantes
por más comida.
—Un
perro en casa? —pregunta Marcos. Sus ojos son color fuego. Sus
manos convertidas en puños. Está enfadado. Miro a todas partes
menos a él.
—No
está en casa.
—Le
ibas a meter en casa.
—No.
—Sí.
—Tú
qué sabes Marcos? —pregunto ya cabreada con todo su royo de cero
animales a mi alrededor.
—Te
he visto.
—No
deberías espiarme.
—No
lo hacia.
—Entonces
por qué estás aquí y no abajo.
—Pensaba
que tal vez podríamos hacer algo aquí, solos. Pero ya veo para qué
has subido —dice mirando con cara de asco al perro. Mis ojos
llamean de rabia y pena. Cierro los ojos por un segundo, aguantando
la respiración. No quiero llorar frente a él.
—Pasa
algo? —pregunta Pablo asomándose por la puerta del apartamento.
—No,
nada. He subido a por agua, recuerdas?
—Y
yo a por mi móvil —dice Marcos de mal humor yendo a su habitación.
—He
oído voces y he pensado que a lo mejor necesitabais mi ayuda.
—No
tranquilo, cojo el agua y salgo.
Me
paseo por la cocina, buscando algo de comer. Cojo un trozo de pan y
patatas que sobraron ayer en la cena. Se lo doy a Pablo y llamo a
Marcos.
—Estás?
—Ya
voy —gruñe saliendo de su habitación. Al verme con las manos
vacías y con tan solo la botella de agua, puedo ver casi hasta
arrepentimiento en sus ojos llameantes. Salgo y me voy hacia la
piscina, esperando que Marcos me siga y así Pablo pueda dar de comer
al perrillo.
No
tardamos mucho en volver a subir de la piscina. Me doy cuenta de que
el perro nos mira desde la lejanía entrar en al apartamento. Tengo
ganas de salir corriendo hacia él y jugar con él, darle mimos... Y
no estar en la misma casa que Marcos. Me doy una ducha rápida y me
pongo ropa cómoda que consiste en un bañador que cojo prestado a
Ángel y una camiseta de tirantes mía. Me siento frustrada por todo
el asunto y quiero evadirme.
Después
de comer, me excuso diciendo que me voy a echar la siesta. Pablo me
mira con ojos inquietantes, intentando ver qué me pasa, Marcos ni
siquiera me mira. Cierro la puerta de mi habitación y suspiro
aliviada por tener un tiempo para mí.
—A
ver Ana... Qué puedes hacer? —me pregunto a mí misma en un
susurro. Me tumbo en la cama mirando el techo. Mis manos detrás de
mi cabeza, mis piernas abiertas y estiradas.
Me
quedo un rato mirando el techo sin saber qué hacer. Marcos me viene
a la mente. Suspiro y no sé qué pensar de él. Me parece bien que
no le gusten los animales o que me quiera proteger. No sé qué
pensar de él... Me gusta... Pero... Los animales son parte de mi
vida (creo que ya lo habéis podido imaginar). En mi casa tengo un
canario, tres hamsters, un acuario de 100 litros y otro de 25 litros
con peces, un tritón, dos ranas... Todo tipo de animales. A mis
padres y a mi hermano les gustan. A mí me encantan.
Dejo
de dar vueltas al asunto cuando empiezo a hiperventilar y siento que
en algún momento voy a abrir esa puerta, a llegar al salón y
soltarle cuatro cosas feas a Marcos. Miro por el cristal de la
terraza.
—Ya
lo tengo —digo pegando un brinco para levantarme de la cama. Me
calzo con las chanclas que me compré para andar y abro la puerta que
da a la terraza. No es muy grande. Hay una silla en una esquina.
Concretamente en la derecha. Me asomo por la terraza. No hay mucha
distancia. Cierro la ventana todo lo que puedo, me guardo el móvil en
el bolsillo y me dispongo a pasar mis piernas por los barrotes para
llegar al suelo. Engancho como puedo mis pies a la piedra de la pared
de la casa para poder bajar y al final termino cayendo de culo con
ronchas de sangre en las rodillas. Me levanto deprisa y sin
importarme las heridas que escuecen, voy andando hacia la puerta.
—Mierda
—susurro entre dientes al darme cuenta de que la puerta principal
está cerrada. Hace falta el mando a distancia y la llave que nos dio
el hombre. Rebusco en mis bolsillos, pensando que si tengo que volver
y subir a la terraza no podré. Y ahí esta el mando a distancia, lo
palpo.
—Menos
mal —me susurro. Oigo un ruido tras de mí y cuando me giro es el
perrillo que me mira. Se acerca a mí y su cabeza roza mi mano. Le
sonrío.
—Chico,
voy a salir un rato a correr. Te vienes conmigo?
El
perro ladra y yo sonrío más ampliamente pensando que me ha
entendido.
Abro
la puerta con la llave y dejo abierta la puerta grande con el mando
por si los chicos quieren salir.
El
perrillo me sigue cuando salgo de la finca. No sé hacia dónde voy.
A nuestro alrededor solo hay arboles gigantescos y helechos. Me dejo
guiar por mi instinto. Además, con el peludo, si me pierdo el me
sabrá guiar de regreso. Caminamos durante diez minutos en silencia.
El perrillo va a mi lado y de vez en cuando se me echa encima para
que le acaricie.
El
camino que llevamos se desvía en dos y cogemos el de la derecha.
Mala decisión, es un camino que está en cuesta, plagado de
matorrales y ni un solo árbol grande. Comienzo a sudar pero me da
igual. El perrillo y yo nos ponemos a correr por el camino, al menos
durante veinte minutos. Cuando me siento exhausta, me siento en mitad
del camino. Nunca he venido por aquí así que no sé ni dónde
estoy. El perrillo se pone a mi lado y me mira, midiéndome que le
acaricie. Para ser un perro abandonado es muy mimoso. Mi corazón
late fuertemente y mi cabeza retumba. Mi respiración es irregular.
Me da pereza volverme a levantar y volver, o seguir andando. Me
empiezo a sentir culpable por haberme ido sin avisar. La culpa me
carcome y saco mi móvil y llamo a Pablo. Su móvil da apagado (en el
apartamento no hay mucha cobertura). Le mando un mensaje y guardo el
móvil.
El
perrillo y yo seguimos nuestro camino, esta vez andando. Quiero
quemar toda la furia, el miedo, la tristeza, todo lo que siento. Sé
que cuando uno hace ejercicio, se segrega una hormona que mi madre
llama “la hormona de la felicidad” y ahí quiero llegar yo.
Quiero que esa hormona llegue a cada resquicio de mi cuerpo y esté
feliz.
Otros
veinte minutos después, me siento mucho mejor. Hemos llegado a un
camino que está cubierto otra vez por árboles altos. Es diferente a
los demás caminos. Este está lleno de eses, piñas y palos. Se me
ocurre tirarle al perrito una piña y sale corriendo a por ella, pero
cuando quiero que me la de, no me la da, así que tengo que tirarle
otra para que corra a por ella y nos divirtamos los dos.
En
una de estas que tiro una piña o un palo, lo que haya más cerca de
mi alcance, esa piña a al pecho de un chico (que no está nada mal,
por cierto). No puedo evitar reírme mientras él levanta una ceja.
—Lo
siento —digo poniendo una mano en mi boca para evitar reír pero no
puedo. Tengo que quitarme la mano de la boca y reírme a carcajada
limpia hasta que me empieza a faltar el aire y tengo que parar.
—No
lo creo —dice el chico regalándome una sonrisa torcida. Me quedo
embobada mirándole.
Cuando
salgo de mi ensimismamiento, miro a mi alrededor buscando al peludín,
pero no está. Me pongo nerviosa
—Mierda,
mierda, mierda —digo con voz enfadada y nerviosa. Dónde estará el
bichito?
—Pasa
algo? —pregunta el chico manteniendo una distancia prudencial.
—Mi
perro... El perro que estaba aquí conmigo. No esta.
—Está
ahí —dice el chico señalando detrás de mí. Me giro y suspiro
aliviada.
—Ven
aquí chico. No te va a hacer nada él. Ha sido mi culpa, le tiré tu
piña —digo sin poder evitar reírme.
El
chico se aclara la garganta y yo me giro, sonrojándome.
—Después
de que te hayas reído de mí creo que no estaría mal que nos
presentáramos no? —me dice el chico sonriendo, con sus ojos
inocentes mirándome fijamente cada movimiento que hago.
—Emmmm
pues sí, creo que es lo mejor no chico? —digo hablando con el
perrillo. No quiero que esté donde no pueda verle, por eso le hablo
intentando que se acerque.
—Soy Álex.
—dice éste tendiéndome la mano.
—Ana
—digo llegando a rozar mi mano. Cuando nuestra piel se junta,
ráfagas de electricidad llegan a todas partes de mi cuerpo. Abro mis
ojos de par en par y le observo por unos segundos. Es alto, como
cualquiera de mis amigos. Pelo negro, ondulado. Hace unos meses que
era corto pero ya empieza a crecer y verse largo. Ojos color... No
sabría describirlos, entre azul y grises. Un plateado azulado.
Facciones marcadas. Su piel tiene pinta de ser suave, nariz bonita,
pómulos no muy marcados, brazos con músculos marcados. Va con
pantalones cortos y puedo ver como sus pelos de las piernas se rizan.
Devuelvo mi mirada a sus ojos y a su frente, donde puedo ver una gota
de sudor empezar a bajar, lo que me lleva a pensar en mis pintas,
toda sudada. No sé como siquiera ha querido darme la mano, lo que me
lleva a la descarga de electricidad que he sentido cuando nos hemos
tocado... En las pelis y en los libros eso solo sucede cuando
encuentras a tu príncipe azul, pero yo ya lo tengo, Marcos.
—Y
bueno este es... —me quedo pensando en el perrillo, que no tiene
nombre aún —. Es un perro.
—Tuyo?
—Ña.
—Ña?
Jamás me habían contestado así a una pregunta.
—No
sé, no tiene nombre. Es... Nuevo por así decirlo.
—Ohmm
me
gusta el chico. Es majo.
—Crees...
Esto... Te apetece tomar algo? —me pregunta Álex con las manos en
los bolsillos. Me quedo pensativa unos segundos.
—No
sé si debería... —digo en un susurro.
—Está
bien, no pasa nada —me corta Álex. Le miro a sus ojos, en ellos
puedo ver que esperaba que dijera que sí.
—Bueno
qué coño! —digo hablando conmigo misma más que con Álex —.
Sí, claro, tomemos algo.
Me
lanzo. Es lo que el cuerpo me ha pedido. Miro hacia atrás, hacia el
peludo y me doy cuenta de que sigue sin acercarse a nosotros. Es un
problema que no se venga con nosotros, porque yo no me voy a ir sin
él.
—Pasa
algo?
—No
—digo volviéndome e intentando sonreír, pero no me sale.
—Sí
pasa, qué es? —no le contesto, simplemente miro al peludo de
cuatro patas que se ha sentado y nos observa.
—Es...
Es él —digo señalando al perro —. No confía en gente extraña
y mmmm yo no me voy a ir sin él y el no parece querer estar cerca de
ti.
Oigo
a Álex suspirar y lo siguiente que pienso es que lo único que
quiere es borrar de mi mente que me ha pedido que vayamos a tomar algo
y quiere largarse de aquí. Le miro triste.
—Puedes
irte. Un placer conocerte Álex —digo tendiéndole mi mano.
—No,
me quedo contigo. Qué tengo que hacer para llevarme bien con el?
Sorprendida,
le miro con la boca abierta.
—Cierra
la boca o se te meterá un mosquito en ella —dice Álex sin poder
aguantar la risa.
—Nos
puede llevar bastante tiempo, no tendrás algo mejor que hacer que
estar con una chica que acabas de conocer que lleva el pelo empapado
en sudor, el cuerpo chorreando de sudor pringoso y tiene un perro que
no se acerca a nadie y huye? —pregunto curiosa. El chico da un paso
hacia mí.
—No,
no tengo nada mejor que hacer, así que dime que hacemos.
—Está
bien, no lo sé. Siéntate aquí y espera —digo. Álex, obediente,
se sienta y me mira. Yo me acerco al perrillo y éste corre hacia mí
pidiéndome mimos. No sé cómo voy a hacer que venga... tal vez
debería hacer como con Pablo. Sentarme al lado del chico y esperar
que venga. Le tiro una piña lejos y corre a por ella. Esta vez me la
deja a mis pies.
—Buen
chico! Muy bien peludo! —digo entusiasmada. Tiro otra vez la piña
esta vez cerca de donde está el chico, esperando que con la emoción
no se de cuenta el perro y pase por su lado.
Después
de un rato tirándole la piña, me siento al lado de Álex que me
regala una sonrisa torcida y espero a que el perro se acerque. Al
principio se muestra inseguro y no viene, pero al final, el poder de
que le haga caricias le puede y se acerca a mi lado. Le acaricio.
—Mira,
gordi, éste es Álex, salúdale.
Álex
tiende una de sus manos tímidamente hacia el perrillo. Éste se gira
hacia su mano y le huele.
No
tardan mucho en congeniar y en escasa media hora, estamos andando los
tres en paralelo.
—Así
que mmmm. Vives aquí? Porque no tienes acento —pregunto.
—No,
he venido aquí con unos amigos a pasar unos días.
Asiento
sin saber qué más decir. Estoy un tanto tensa y no me sé
desenvolver bien. Normalmente nunca conozco un chico estando sola,
siempre están mis amigos...
—Yo
también he venido con unos amigos —digo sin matizar que uno de
ellos quiere meterse en mis bragas y estoy pensando en aceptar su
propuesta.
—Amigos?
—repite Álex.
—Sip.
Solo amigos, ninguna amiga.
—Y
son solo amigos?
—Creeme,
no me encuentran nada atractiva.
—No
lo creo —susurra Álex, más para él que para mí.
—Oye
una cosa... Tengo que pasar por la casa antes de irnos, te importa.
Me he... Digamos que me he ido sin que se dieran cuenta y mmm si se
enteran de que no estoy les va a dar un hary.
—Claro,
guíame tú entonces, pero no te importará si me quedo fuera no?
Creo que estos chicos te tienen entre algodones y no quiero que me
linchen por pedirte ir a tomar algo.
Me
río como una tonta pensando que seguramente eso sea lo que pasara si
el entrara en la casa como si tal cosa. Pablo iría el primero, o
Marcos, no lo sé.
—Pero...
Hay otro problema —digo rompiendo a reír.
—No
parece un problema si te ríes —me dice Álex soniendo.
—No
sé cómo llegar a casa. Es un problema. Ves —digo cuando el chico
me pone los ojos en blanco y se para en seco.
—por
dónde has venido?
—siguiendo
varios caminos.
—como
se llaman vuestros apartamentos?
—no
lo se... si te sirve... nuestra piscina da a un río. Lo podemos
escuchar desde la piscina.
—creo
que se cual es.
—no
decías que no eres de aquí?
—venimos
mucho. Uno de mis amigos tiene casa aquí. Siempre que hay un puente
nos venimos.
—te
envidio...
—lo
sé —me dice el muy creído mientras me regala otra de sus sonrisas
torcidas. Me derrito... Os juro que me derrito con este chico.
No
tardamos mucho en llegar (una hora o así). Después de todo el
tiempo que he pasado fuera de casa, me sorprende que no me hayan
llamado aún...
—Es
aquí —digo parándome en la entrada de la finca. Suspiro. La que
me espera. Miro a mi alrededor buscando el coche de Marcos. Sigue
donde lo dejó hace dos días. Menos mal.
—Te
espero aquí?
—Mejor...
Mejor ven. Total, van a querer conocerte sí o sí y así no ves a
cinco chicos andando hacia ti con porte chulesca —digo riéndome.
—Ufff,
no sé yo qué prefiero —me dice Álex captando la broma. Le regalo
una sonrisa y entramos en la finca. El perrillo nos sigue.
—Eso
sí... Por favor el perro que no entre. Digamos que es... “adoptado”
y no por todos.
—Captado.
No dejar pasar al perro.
Suspiro
antes de llamar a la puerta.
—Voy!
—dice la voz de Ángel. Contengo la respiración cuando éste abre
la puerta.
—Hola
—saludo tímidamente agitando una mano.
—Hola
—dice Ángel algo confundido. Desvía su mirada a Álex y le mira
de arriba abajo, después mira al perro.
—Tendrás
una buena explicación, espero —dice Ángel enarcando una ceja y
sin apartar la mirada de Álex.
—Una
muy buena.
—Pasa,
a Marcos le ha venido a buscar su padre, no está —dice Ángel
abriendo la puerta del todo y dejándonos pasar. El perrillo se
piensa si pasar o no y al final se queda sentado en la puerta,
esperando que vuelva a salir, Ángel le deja la puerta abierta.
—Hola
—saludan los chicos sin siquiera mirarme. Están jugando a la play
con los cuatro mandos. El sofá cama lo han abierto y Pablo y Tete
están tumbados en él. Fer y Ángel están en sillas a su lado.
—Esto
mmmm... Voy a salir a tomar algo vale? —digo deprisa aprovechando
que no se dan cuenta de nada.
—Vale
—contesta Fer sin levantar la vista de la pantalla de televisión.
Empiezo a darme la vuelta cuando Ángel, desesperado, pulsa el start,
parando el juego. Después de eso, empiezan los abucheos y quejas a
Ángel.
—Por
favor, mirad. Es Ana. Ha venido con un chico. Y está sudada —dice
Ángel apuntándome con un dedo.
—Siéntate
anda —me insta Pablo —. Tú también —dice señalando a Álex.
—A
ver... Qué ha pasado? Y por qué has llamado a la puerta si estabas
en tu cuarto “descansando” —me pregunta Pablo.
—Estaba
aburrida y me he escapado por la terraza. Me he ido a correr con el
perro.
—Princesa,
la próxima vez que salgas, avísame y me voy contigo. Pero tú no te
vayas sola vale? —me dice Pablo comprensivo. Acepto.
—Sí,
es solo...
—No
pasa nada. Preséntanos a tu amigo no? —dice Tete, que le está
mirando fijamente.
—Es
Álex. Esto... Nos hemos conocido por el camino.
—Ajam.
—Encantado.
—Soy
Pablo —dice éste tendiéndole la mano.
—Fer.
—Ángel.
—Yo
también soy Pablo.
—Y
solo te falta por conocer a Marcos, pero a él mejor que no —susurro.
Oigo una risa ahogada. Se que es de Tete, le fulmino con la mirada.
—Y
bueno... Vais a salir a tomar algo?
—Sí...
Esa era la idea, pero os lo quería decir por... Escaparme... —digo
agachando la cabeza —. pero que sepáis que os he llamado y mandado
un mensaje.
—Muy
considerado por tu parte —dice Pablo intentando ser seco, pero miro
sus ojos y en sus ojos veo que lo hace para que sepa que está mal lo
que he echo.
—Vas
a salir así? —pregunta entonces Ángel. Me sonrojo. Maldita la hora
que le he dicho a Álex que entre... Ahora me van a poner en
ridículo.
—Sí...
Bueno...
—Vete
a dar una ducha anda, nosotros nos quedamos con él —dice Pablo
señalando con la cabeza a Álex. Le miro. Le veo tranquilo.
—Tranquila,
ve —me insta Álex. Asiento y me voy a la ducha.
Tengo
miedo de que alguien aparezca por el baño para darme una charla,
pero para mi suerte o desgracia, nadie aparece. Me seco el pelo con
la toalla dejando esta azul, se seco el cuerpo y me visto. El pelo
aún está algo mojado y molesta. Salgo de mi habitación al otro
baño y me lo seco con el secador que hay allí. Una vez he terminado
vuelvo a mi cuarto de baño y me miro. Cuando Ángel ha dicho que me
duchara, no se refería solo a eso. Le conozco. Quiere que me vista
bien. Suspiro. No sé cómo voy a arreglarme si no he traído nada.
—Ángel
—llamo desde mi habitación. Éste no tarda en aparecer.
—Dime
cariño.
—como
quieres que me arregle? No he traído nada.
—Yo
sí. Ve a mi maleta, hay un neceser para ti —me dice guiñándome
un ojo y cerrando la puerta después. Me quedo estupefacta, con la
boca abierta mirando la puerta en la que hace segundos estaba Ángel.
No me lo puedo creer.
Cojo
el neceser de la maleta de Ángel y ahí dentro hay un montón de
cosas de maquillaje que dudo que sean mías. Están todas sin
estrenar. Me voy al baño y me hago una raya negra bordeando la parte
inferior del ojo, me pongo un poco de brillo de labios (hay seis para
elegir, cojo el menos cantoso). También hay pintauñas, pero paso.
Me trenzo el pelo para que no moleste y me lo dejo caer la trenza
sobre uno de mis hombros. Voy a mi maleta, buscando que me puedo
poner... Opto por unos piratas blancos y una camiseta azul clarito.
Me vuelvo a calzar mis chanclas y me doy cuenta de que tengo una
ampolla. Maldita sea. Me cambio mis chanclas por unas de dedo que no
rocen en la ampolla y salgo de mi cuarto.
—estoy
lista —anuncio mirando a todos los chicos, que están jugando a la
play mientras hablan. Pablo pulsa el start y cinco pares de ojos me
miran, aunque yo solo me fijo en la expresión de Álex. Sus ojos se
iluminan.
—Guau!
—dice Tete.
—Estas
preciosa —dice Fer. Pongo mis ojos en blanco. Pero si voy vestida
totalmente como un machorro! Se les va la pinza.
—Tengo
dos cosas que decirte —me dice Pablo con cara traviesa. Le miro
espectante —. Una buena y otra mala.
—Primero
la buena —digo con una sonrisa.
—Estás
brillantemente guapa —dice Pablo regalándome una hermosa sonrisa.
Me sonrojo.
—La
mala?
—Nos
vamos todos a tomar algo.
—Qué?
Pero... —digo con mi voz llena de desesperación. Era (porque ya
no, esta visto) mi medio cita!
—A
todos nos parece bien. Álex ya ha llamado a sus amigos.
—Vale...
Tan rara soy que hasta un chico de montaña me cambia por jugar con
MIS amigos con O, que no amigas con A? que podría incluso
entenderlo— digo incrédula —. Y estar todos en plan “mira que
buena está esa”, “mira que culo”? —digo imitando las cosas
que muchas veces mis amigos dicen. Estoy frustrada, y enfadada,
mucho.
—Visto
así suena peor que como lo habíamos pensado —comenta Pablo.
—Qué
más da. Me quedo en casa.
—No.
tú te vienes. Vas a tener unos... diez chicos a tu disposición,
aprovéchate —dice Fer. Miro a Álex. Me mira con ojos suplicantes.
Suspiro.
—Diez
pares de ojos mirándome. Allá vamos —digo volviendo a suspirar.
Que manera de quitarme la ilusión tienen mis amigos...
—Le
has enseñado a Álex a nuestras nuevas mascotas? —me pregunta
Ángel.
—Mmmm
pues... No... Pensaba que enseñarle a Tortu y Nessie no iba a ligar
mucho —digo riéndome, descargándome de mi frustración.
—Enséñaselas,
nosotros nos vamos a calzar —me dice Tete. Asiento.
—Ven,
Álex —digo haciéndole una seña hacia la mesa de la entrada —.
Las cogimos en Atocha. Ya sabes, la estación de tren de Madrid.
—Sí,
soy más o menos de allí —me dice Álex con una sonrisa aplastante
en los labios. Sonrío de vuelta pensando que vivimos en la misma
cuidad. Es genial.
—Pues
eso... Vi a Tortu y me empeñé en quererla, así que entre los
chicos me la cogieron. Después a Ángel se le ocurrió decir que los
galápagos no pueden vivir solos, así que cogimos a Nessie. Es un
poco más fea...
—Y
el perro de fuera?
—Podríamos
decir que es otro capricho mío.
—Estamos
—dice Ángel hablando por todos aunque solo él aparece en el
salón.
—Cuándo
llegará Marcos? —pregunto dándome cuenta de que sería un poco
brusco si nos encontrara ahora así y tuviera que contarle cómo he
conocido a Álex.
—ha
llamado antes al Negro, supongo que quedaremos en el bar
directamente, no sé.
—Pablo!
—grito.
—dime
—dice este saliendo de nuestra habitación.
—en
qué has quedado con Marcos? —pregunto. Pablo me mira extrañado.
—en
nada, a mi no me ha llamado —me dice. Ahora soy yo la que lo mira
extrañado.
—como
que no? Me acaba de decir Ángel que sí.
—me
refería al otro... —dice Ángel. Mira que es fácil decir Pablo o
Tete... Pues no... Negro...
—Joder
Ángel...
—Tete!
En que has quedado con Marcos? —pregunto.
—En
que el va al bar, lo conoce.
—Vale.
Qué hacemos con el perrillo?
—Yo
le pondría nombre ya que visto lo visto es cuestión de tiempo que
empiece a dormir dentro de casa cualquier día y una vez dentro de
casa empezará subirse en las camas y los sofás —dice Ángel
alegre. Él siempre ha querido un perro, como yo.
—Digo
hoy, melón!
—No
sé. Dejamos la verja cerrada para que no se vaya por ahí y ya está,
—Qué
pasa, estáis solos en la finca? —pregunta Álex sorprendido.
—Sip.
El dueño se pasa por las mañanas, pero nada más.
—Joder,
tíos, qué bien os lo habéis montado.
—tardais
más que yo en ponerse unas chanclas... —me quejo a nadie en
particular.
—Anda,
tira —dice Pablo empujándome con su mano en mi espalda.
—Andando?
—pregunto.
—Sip.
No está lejos —contesta Fer. Asiento y les sigo.
—Tienes
tú las llaves verdad? —me pregunta Pablo.
—Sí
—digo sin siquiera pararme a mirar en los pantalones. Después me
doy cuenta de mi error —No. Mierda. Están en mi otro pantalón. No
cierres Tete! —grito cuando éste cierra la puerta.
Me
abre la puerta y corro a mi habitación. He dejado el pantalón en el
suelo. Rebusco hasta encontrar las llaves. Entonces me doy cuenta que
he dejado la puerta de la terraza abierta. Me acerco para cerrarla,
pero Pablo se me ha debido adelantar porque la puerta que da a la
terraza está cerrada a cal y canto.
Salgo
echa una bala del apartamento y corro junto a Pablo.
—La
tengo —digo. Mi respiración es costosa y el corazón me late a mil
por hora.
—No
tenías que ir corriendo —dice Ángel poniendo los ojos en blanco.
—Me
gusta correr —me justifico. Pablo me sonríe.
Salimos
todos de la finca y la cerramos. Por el camino al “bar” o algo
así al que vamos a ir, le robo miradas fugaces a Álex. Mierda, me
sabe mal no poder estar a solas con él y estar con mis amigos... La
verdad es que les ha caído muy bien. Pero creo que esta escenita de
ir todos a lo happy family a tomar algo es porque quieren conocerlo y
esta noche... lloverán cuchillos como no les caiga bien. Rezo para
mis adentros para que todo salga bien. Me gusta este chico. No sé si
como Marcos, pero sí para tenerle en mi círculo.
No
hemos andado mucho cuando al lado de una de las gargantas que tenemos
planeadas visitar entra en nuestro ángulo de visión. Al lado hay un
bar. No parece muy cutre, pero tampoco nada del otro mundo.
—Nos
sentamos mientras llegan los demás? —pregunta Tete. Asentimos con
la cabeza todos casi al unísono. Por un segundo se me pasa por la
cabeza que podrían dejarme un poco con Álex. Nos podríamos sentar
en mesas separadas y todo pero no... Porque estará Marcos y los
amigos de Álex...
Quiero
que me vuelva a tocar por si vuelvo a sentir esa corriente eléctrica
entrando en mi cuerpo.
—Qué
os pido? —pregunto sin sentarme.
—Coca-cola
—pide Fer.
—Light
—pide Pablo.
—Cerveza
—pide Ángel.
—Nestea
—pide Tete. Estoy a punto de decirles “enserio?” no podían
pedir todos lo mismo??
—Tú
Álex?
—Voy
contigo y te ayudo a traer las cosas.
—Gracias
—digo tanto a Álex por acompañarme como a mis amigos por cargarme
con todo para que Álex me ayude.
Nos
metemos dentro del bar y pedimos todo lo que queremos. Álex se pide
una cerveza y yo una fanta de limón.
—Tus
amigos me caen bien.
—Ya
veo ya. A ellos también les caes bien. Tan bien que se han
apuntado...
Álex
intenta contener su risa, pero no puede. Le entiendo completamente.
—Vaya
payasos —agrego.
—Oh!
No, no —dice Álex negando con la cabeza —. Cuando conozcas a mis
amigos, verás quienes son los payasos. Te aseguro que tus amigos
están bien cuerdos.
—No
lo creo... Mis amigos me hicieron bajar ayer por la noche a la
piscina, sin nada de luz y nos saltaron los aspersores.
—Mis
amigos se pueden pasar la tarde jugando a la play sin levantarse ni
una sola vez a mear.
—Eso
no es nada. Creo que mis amigos podrían estar varios días sin mear
con tal de no levantarse y dejar de jugar. O no les has visto hoy? Si
Ángel no hubiera hablado, no estaríamos aquí.
—Está
bien. Por ahora ganas tú. Pero ya les conocerás... Normales no son.
—Los
míos menos —digo luchando por tener la última palabra. Álex me
mira dedicándome una sonrisa torcida.
—Ya
está todo chicos —nos dice la camarera sacándome de mi
ensimismamiento. Alcanzo la botella de coca-cola a la vez que Álex.
Su tacto crea escalofríos por toda mi piel y una descarga igual o
más intensa que la de antes. Pego un bote por la estática y retiro
mi mano. Miro curiosa su cara, esperando que él lo haya notado, pero
su cara no da muestras de que lo haya sentido.
—Lo
has sentido? —le pregunto entre anonadada y absorta
—Sí,
un calambre —me contesta Álex con una sonrisa.
—Eso
pensaba yo... —miento. Ha sido más que eso, mucho más. Nuestros
cuerpos se han reconocido, han sentido ese chispazo.
Volvemos
a la mesa donde caras que no conozco nos esperan.
-Ey
tíos, esta es Ana – me presenta Álex, sonrío a las dos caras
nuevas ---. Éstos son Álvaro y Héctor
-encantada
– digo con una sonrisa.