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martes, 30 de julio de 2013

El viaje - cap. 5

Capítulo 5


    Han pasado dos días desde que llegamos. Os escribo el parte de ambos días. Hemos estado yendo a dar paseos cortos por dentro de la finca y también por fuera. No hemos ido a ningún sitio en concreto, si no que andábamos sin rumbo hasta que nos cansábamos y volvíamos por donde habíamos venido. Las cenas y las comidas no han estado mal, subsistimos aún con lo que compramos el primer día aunque creo que mañana deberíamos ir a comprar más si queremos cenar... El perrillo ya no nos tiene miedo ni a mí ni a Pablo, pero sí a los demás. Le sacamos las sobras a su plato y hemos ido a comprarle un bebedero de estos que tienen un reservorio para que no tengamos que estar llenándolo cada dos por tres. Pablo y yo nos hemos turnado para sacar la basura, porque es cuando aprovechamos para poner agua y comida al perrillo. Aun no hemos pensado su nombre. Ni siquiera sabemos si es macho o hembra. Y eso, Todo ha ido bien hasta esta que Marcos ha descubierto al perro, es decir, esta mañana, ahora concretamente.
He aprovechado que estábamos todos en la piscina para poner una excusa para subir. Así podría poner agua y comida al perrillo. En cuanto me ha visto sola, el perro ha salido corriendo a montarme una fiesta, lloriqueando y tumbándose para que le acariciara. Le acariciaba y se callaba. Yo sonreía. Me levantaba y seguía andando y el perrito se quedaba llorando. Me ha costado un montón conseguir llegar al apartamento sin quedarme media hora esperando a que el perro quisiera ponerse en pie y seguirme. Cuando por fin he conseguido llegar a la puerta y abrirla para darle algo al perrillo, Marcos a aparecido detrás de mí.
—Un perro? —pregunta Marcos.
—Un perro —afirmo mirando al peludo que me mira con ojos suplicantes por más comida.
—Un perro en casa? —pregunta Marcos. Sus ojos son color fuego. Sus manos convertidas en puños. Está enfadado. Miro a todas partes menos a él.
—No está en casa.
—Le ibas a meter en casa.
—No.
—Sí.
—Tú qué sabes Marcos? —pregunto ya cabreada con todo su royo de cero animales a mi alrededor.
—Te he visto.
—No deberías espiarme.
—No lo hacia.
—Entonces por qué estás aquí y no abajo.
—Pensaba que tal vez podríamos hacer algo aquí, solos. Pero ya veo para qué has subido —dice mirando con cara de asco al perro. Mis ojos llamean de rabia y pena. Cierro los ojos por un segundo, aguantando la respiración. No quiero llorar frente a él.
—Pasa algo? —pregunta Pablo asomándose por la puerta del apartamento.
—No, nada. He subido a por agua, recuerdas?
—Y yo a por mi móvil —dice Marcos de mal humor yendo a su habitación.
—He oído voces y he pensado que a lo mejor necesitabais mi ayuda.
—No tranquilo, cojo el agua y salgo.
Me paseo por la cocina, buscando algo de comer. Cojo un trozo de pan y patatas que sobraron ayer en la cena. Se lo doy a Pablo y llamo a Marcos.
—Estás?
—Ya voy —gruñe saliendo de su habitación. Al verme con las manos vacías y con tan solo la botella de agua, puedo ver casi hasta arrepentimiento en sus ojos llameantes. Salgo y me voy hacia la piscina, esperando que Marcos me siga y así Pablo pueda dar de comer al perrillo.

No tardamos mucho en volver a subir de la piscina. Me doy cuenta de que el perro nos mira desde la lejanía entrar en al apartamento. Tengo ganas de salir corriendo hacia él y jugar con él, darle mimos... Y no estar en la misma casa que Marcos. Me doy una ducha rápida y me pongo ropa cómoda que consiste en un bañador que cojo prestado a Ángel y una camiseta de tirantes mía. Me siento frustrada por todo el asunto y quiero evadirme.
Después de comer, me excuso diciendo que me voy a echar la siesta. Pablo me mira con ojos inquietantes, intentando ver qué me pasa, Marcos ni siquiera me mira. Cierro la puerta de mi habitación y suspiro aliviada por tener un tiempo para mí.
—A ver Ana... Qué puedes hacer? —me pregunto a mí misma en un susurro. Me tumbo en la cama mirando el techo. Mis manos detrás de mi cabeza, mis piernas abiertas y estiradas.
Me quedo un rato mirando el techo sin saber qué hacer. Marcos me viene a la mente. Suspiro y no sé qué pensar de él. Me parece bien que no le gusten los animales o que me quiera proteger. No sé qué pensar de él... Me gusta... Pero... Los animales son parte de mi vida (creo que ya lo habéis podido imaginar). En mi casa tengo un canario, tres hamsters, un acuario de 100 litros y otro de 25 litros con peces, un tritón, dos ranas... Todo tipo de animales. A mis padres y a mi hermano les gustan. A mí me encantan.
Dejo de dar vueltas al asunto cuando empiezo a hiperventilar y siento que en algún momento voy a abrir esa puerta, a llegar al salón y soltarle cuatro cosas feas a Marcos. Miro por el cristal de la terraza.
—Ya lo tengo —digo pegando un brinco para levantarme de la cama. Me calzo con las chanclas que me compré para andar y abro la puerta que da a la terraza. No es muy grande. Hay una silla en una esquina. Concretamente en la derecha. Me asomo por la terraza. No hay mucha distancia. Cierro la ventana todo lo que puedo, me guardo el móvil en el bolsillo y me dispongo a pasar mis piernas por los barrotes para llegar al suelo. Engancho como puedo mis pies a la piedra de la pared de la casa para poder bajar y al final termino cayendo de culo con ronchas de sangre en las rodillas. Me levanto deprisa y sin importarme las heridas que escuecen, voy andando hacia la puerta.
—Mierda —susurro entre dientes al darme cuenta de que la puerta principal está cerrada. Hace falta el mando a distancia y la llave que nos dio el hombre. Rebusco en mis bolsillos, pensando que si tengo que volver y subir a la terraza no podré. Y ahí esta el mando a distancia, lo palpo.
—Menos mal —me susurro. Oigo un ruido tras de mí y cuando me giro es el perrillo que me mira. Se acerca a mí y su cabeza roza mi mano. Le sonrío.
—Chico, voy a salir un rato a correr. Te vienes conmigo?
El perro ladra y yo sonrío más ampliamente pensando que me ha entendido.
Abro la puerta con la llave y dejo abierta la puerta grande con el mando por si los chicos quieren salir.
El perrillo me sigue cuando salgo de la finca. No sé hacia dónde voy. A nuestro alrededor solo hay arboles gigantescos y helechos. Me dejo guiar por mi instinto. Además, con el peludo, si me pierdo el me sabrá guiar de regreso. Caminamos durante diez minutos en silencia. El perrillo va a mi lado y de vez en cuando se me echa encima para que le acaricie.
El camino que llevamos se desvía en dos y cogemos el de la derecha. Mala decisión, es un camino que está en cuesta, plagado de matorrales y ni un solo árbol grande. Comienzo a sudar pero me da igual. El perrillo y yo nos ponemos a correr por el camino, al menos durante veinte minutos. Cuando me siento exhausta, me siento en mitad del camino. Nunca he venido por aquí así que no sé ni dónde estoy. El perrillo se pone a mi lado y me mira, midiéndome que le acaricie. Para ser un perro abandonado es muy mimoso. Mi corazón late fuertemente y mi cabeza retumba. Mi respiración es irregular. Me da pereza volverme a levantar y volver, o seguir andando. Me empiezo a sentir culpable por haberme ido sin avisar. La culpa me carcome y saco mi móvil y llamo a Pablo. Su móvil da apagado (en el apartamento no hay mucha cobertura). Le mando un mensaje y guardo el móvil.
El perrillo y yo seguimos nuestro camino, esta vez andando. Quiero quemar toda la furia, el miedo, la tristeza, todo lo que siento. Sé que cuando uno hace ejercicio, se segrega una hormona que mi madre llama “la hormona de la felicidad” y ahí quiero llegar yo. Quiero que esa hormona llegue a cada resquicio de mi cuerpo y esté feliz.
Otros veinte minutos después, me siento mucho mejor. Hemos llegado a un camino que está cubierto otra vez por árboles altos. Es diferente a los demás caminos. Este está lleno de eses, piñas y palos. Se me ocurre tirarle al perrito una piña y sale corriendo a por ella, pero cuando quiero que me la de, no me la da, así que tengo que tirarle otra para que corra a por ella y nos divirtamos los dos.
En una de estas que tiro una piña o un palo, lo que haya más cerca de mi alcance, esa piña a al pecho de un chico (que no está nada mal, por cierto). No puedo evitar reírme mientras él levanta una ceja.
—Lo siento —digo poniendo una mano en mi boca para evitar reír pero no puedo. Tengo que quitarme la mano de la boca y reírme a carcajada limpia hasta que me empieza a faltar el aire y tengo que parar.
—No lo creo —dice el chico regalándome una sonrisa torcida. Me quedo embobada mirándole.
Cuando salgo de mi ensimismamiento, miro a mi alrededor buscando al peludín, pero no está. Me pongo nerviosa
—Mierda, mierda, mierda —digo con voz enfadada y nerviosa. Dónde estará el bichito?
—Pasa algo? —pregunta el chico manteniendo una distancia prudencial.
—Mi perro... El perro que estaba aquí conmigo. No esta.
—Está ahí —dice el chico señalando detrás de mí. Me giro y suspiro aliviada.
—Ven aquí chico. No te va a hacer nada él. Ha sido mi culpa, le tiré tu piña —digo sin poder evitar reírme.
El chico se aclara la garganta y yo me giro, sonrojándome.
—Después de que te hayas reído de mí creo que no estaría mal que nos presentáramos no? —me dice el chico sonriendo, con sus ojos inocentes mirándome fijamente cada movimiento que hago.
—Emmmm pues sí, creo que es lo mejor no chico? —digo hablando con el perrillo. No quiero que esté donde no pueda verle, por eso le hablo intentando que se acerque.
Soy Álex. —dice éste tendiéndome la mano.
—Ana —digo llegando a rozar mi mano. Cuando nuestra piel se junta, ráfagas de electricidad llegan a todas partes de mi cuerpo. Abro mis ojos de par en par y le observo por unos segundos. Es alto, como cualquiera de mis amigos. Pelo negro, ondulado. Hace unos meses que era corto pero ya empieza a crecer y verse largo. Ojos color... No sabría describirlos, entre azul y grises. Un plateado azulado. Facciones marcadas. Su piel tiene pinta de ser suave, nariz bonita, pómulos no muy marcados, brazos con músculos marcados. Va con pantalones cortos y puedo ver como sus pelos de las piernas se rizan. Devuelvo mi mirada a sus ojos y a su frente, donde puedo ver una gota de sudor empezar a bajar, lo que me lleva a pensar en mis pintas, toda sudada. No sé como siquiera ha querido darme la mano, lo que me lleva a la descarga de electricidad que he sentido cuando nos hemos tocado... En las pelis y en los libros eso solo sucede cuando encuentras a tu príncipe azul, pero yo ya lo tengo, Marcos.
—Y bueno este es... —me quedo pensando en el perrillo, que no tiene nombre aún —. Es un perro.
—Tuyo?
—Ña.
—Ña? Jamás me habían contestado así a una pregunta.
—No sé, no tiene nombre. Es... Nuevo por así decirlo.
—Ohmm
me gusta el chico. Es majo.
—Crees... Esto... Te apetece tomar algo? —me pregunta Álex con las manos en los bolsillos. Me quedo pensativa unos segundos.
—No sé si debería... —digo en un susurro.
—Está bien, no pasa nada —me corta Álex. Le miro a sus ojos, en ellos puedo ver que esperaba que dijera que sí.
—Bueno qué coño! —digo hablando conmigo misma más que con Álex —. Sí, claro, tomemos algo.
Me lanzo. Es lo que el cuerpo me ha pedido. Miro hacia atrás, hacia el peludo y me doy cuenta de que sigue sin acercarse a nosotros. Es un problema que no se venga con nosotros, porque yo no me voy a ir sin él.
—Pasa algo?
—No —digo volviéndome e intentando sonreír, pero no me sale.
—Sí pasa, qué es? —no le contesto, simplemente miro al peludo de cuatro patas que se ha sentado y nos observa.
—Es... Es él —digo señalando al perro —. No confía en gente extraña y mmmm yo no me voy a ir sin él y el no parece querer estar cerca de ti.
Oigo a Álex suspirar y lo siguiente que pienso es que lo único que quiere es borrar de mi mente que me ha pedido que vayamos a tomar algo y quiere largarse de aquí. Le miro triste.
—Puedes irte. Un placer conocerte Álex —digo tendiéndole mi mano.
—No, me quedo contigo. Qué tengo que hacer para llevarme bien con el?
Sorprendida, le miro con la boca abierta.
—Cierra la boca o se te meterá un mosquito en ella —dice Álex sin poder aguantar la risa.
—Nos puede llevar bastante tiempo, no tendrás algo mejor que hacer que estar con una chica que acabas de conocer que lleva el pelo empapado en sudor, el cuerpo chorreando de sudor pringoso y tiene un perro que no se acerca a nadie y huye? —pregunto curiosa. El chico da un paso hacia mí.
—No, no tengo nada mejor que hacer, así que dime que hacemos.
—Está bien, no lo sé. Siéntate aquí y espera —digo. Álex, obediente, se sienta y me mira. Yo me acerco al perrillo y éste corre hacia mí pidiéndome mimos. No sé cómo voy a hacer que venga... tal vez debería hacer como con Pablo. Sentarme al lado del chico y esperar que venga. Le tiro una piña lejos y corre a por ella. Esta vez me la deja a mis pies.
—Buen chico! Muy bien peludo! —digo entusiasmada. Tiro otra vez la piña esta vez cerca de donde está el chico, esperando que con la emoción no se de cuenta el perro y pase por su lado.
Después de un rato tirándole la piña, me siento al lado de Álex que me regala una sonrisa torcida y espero a que el perro se acerque. Al principio se muestra inseguro y no viene, pero al final, el poder de que le haga caricias le puede y se acerca a mi lado. Le acaricio.
—Mira, gordi, éste es Álex, salúdale.
Álex tiende una de sus manos tímidamente hacia el perrillo. Éste se gira hacia su mano y le huele.
No tardan mucho en congeniar y en escasa media hora, estamos andando los tres en paralelo.
—Así que mmmm. Vives aquí? Porque no tienes acento —pregunto.
—No, he venido aquí con unos amigos a pasar unos días.
Asiento sin saber qué más decir. Estoy un tanto tensa y no me sé desenvolver bien. Normalmente nunca conozco un chico estando sola, siempre están mis amigos...
—Yo también he venido con unos amigos —digo sin matizar que uno de ellos quiere meterse en mis bragas y estoy pensando en aceptar su propuesta.
—Amigos? —repite Álex.
—Sip. Solo amigos, ninguna amiga.
—Y son solo amigos?
—Creeme, no me encuentran nada atractiva.
—No lo creo —susurra Álex, más para él que para mí.
—Oye una cosa... Tengo que pasar por la casa antes de irnos, te importa. Me he... Digamos que me he ido sin que se dieran cuenta y mmm si se enteran de que no estoy les va a dar un hary.
—Claro, guíame tú entonces, pero no te importará si me quedo fuera no? Creo que estos chicos te tienen entre algodones y no quiero que me linchen por pedirte ir a tomar algo.
Me río como una tonta pensando que seguramente eso sea lo que pasara si el entrara en la casa como si tal cosa. Pablo iría el primero, o Marcos, no lo sé.
—Pero... Hay otro problema —digo rompiendo a reír.
—No parece un problema si te ríes —me dice Álex soniendo.
—No sé cómo llegar a casa. Es un problema. Ves —digo cuando el chico me pone los ojos en blanco y se para en seco.
—por dónde has venido?
—siguiendo varios caminos.
—como se llaman vuestros apartamentos?
—no lo se... si te sirve... nuestra piscina da a un río. Lo podemos escuchar desde la piscina.
—creo que se cual es.
—no decías que no eres de aquí?
—venimos mucho. Uno de mis amigos tiene casa aquí. Siempre que hay un puente nos venimos.
—te envidio...
—lo sé —me dice el muy creído mientras me regala otra de sus sonrisas torcidas. Me derrito... Os juro que me derrito con este chico.
No tardamos mucho en llegar (una hora o así). Después de todo el tiempo que he pasado fuera de casa, me sorprende que no me hayan llamado aún...
—Es aquí —digo parándome en la entrada de la finca. Suspiro. La que me espera. Miro a mi alrededor buscando el coche de Marcos. Sigue donde lo dejó hace dos días. Menos mal.
—Te espero aquí?
—Mejor... Mejor ven. Total, van a querer conocerte sí o sí y así no ves a cinco chicos andando hacia ti con porte chulesca —digo riéndome.
—Ufff, no sé yo qué prefiero —me dice Álex captando la broma. Le regalo una sonrisa y entramos en la finca. El perrillo nos sigue.
—Eso sí... Por favor el perro que no entre. Digamos que es... “adoptado” y no por todos.
—Captado. No dejar pasar al perro.
Suspiro antes de llamar a la puerta.
—Voy! —dice la voz de Ángel. Contengo la respiración cuando éste abre la puerta.
—Hola —saludo tímidamente agitando una mano.
—Hola —dice Ángel algo confundido. Desvía su mirada a Álex y le mira de arriba abajo, después mira al perro.
—Tendrás una buena explicación, espero —dice Ángel enarcando una ceja y sin apartar la mirada de Álex.
—Una muy buena.
—Pasa, a Marcos le ha venido a buscar su padre, no está —dice Ángel abriendo la puerta del todo y dejándonos pasar. El perrillo se piensa si pasar o no y al final se queda sentado en la puerta, esperando que vuelva a salir, Ángel le deja la puerta abierta.
—Hola —saludan los chicos sin siquiera mirarme. Están jugando a la play con los cuatro mandos. El sofá cama lo han abierto y Pablo y Tete están tumbados en él. Fer y Ángel están en sillas a su lado.
—Esto mmmm... Voy a salir a tomar algo vale? —digo deprisa aprovechando que no se dan cuenta de nada.
—Vale —contesta Fer sin levantar la vista de la pantalla de televisión. Empiezo a darme la vuelta cuando Ángel, desesperado, pulsa el start, parando el juego. Después de eso, empiezan los abucheos y quejas a Ángel.
—Por favor, mirad. Es Ana. Ha venido con un chico. Y está sudada —dice Ángel apuntándome con un dedo.
—Siéntate anda —me insta Pablo —. Tú también —dice señalando a Álex.
—A ver... Qué ha pasado? Y por qué has llamado a la puerta si estabas en tu cuarto “descansando” —me pregunta Pablo.
—Estaba aburrida y me he escapado por la terraza. Me he ido a correr con el perro.
—Princesa, la próxima vez que salgas, avísame y me voy contigo. Pero tú no te vayas sola vale? —me dice Pablo comprensivo. Acepto.
—Sí, es solo...
—No pasa nada. Preséntanos a tu amigo no? —dice Tete, que le está mirando fijamente.
—Es Álex. Esto... Nos hemos conocido por el camino.
—Ajam.
—Encantado.
—Soy Pablo —dice éste tendiéndole la mano.
—Fer.
—Ángel.
—Yo también soy Pablo.
—Y solo te falta por conocer a Marcos, pero a él mejor que no —susurro. Oigo una risa ahogada. Se que es de Tete, le fulmino con la mirada.
—Y bueno... Vais a salir a tomar algo?
—Sí... Esa era la idea, pero os lo quería decir por... Escaparme... —digo agachando la cabeza —. pero que sepáis que os he llamado y mandado un mensaje.
—Muy considerado por tu parte —dice Pablo intentando ser seco, pero miro sus ojos y en sus ojos veo que lo hace para que sepa que está mal lo que he echo.
—Vas a salir así? —pregunta entonces Ángel. Me sonrojo. Maldita la hora que le he dicho a Álex que entre... Ahora me van a poner en ridículo.
—Sí... Bueno...
—Vete a dar una ducha anda, nosotros nos quedamos con él —dice Pablo señalando con la cabeza a Álex. Le miro. Le veo tranquilo.
—Tranquila, ve —me insta Álex. Asiento y me voy a la ducha.
Tengo miedo de que alguien aparezca por el baño para darme una charla, pero para mi suerte o desgracia, nadie aparece. Me seco el pelo con la toalla dejando esta azul, se seco el cuerpo y me visto. El pelo aún está algo mojado y molesta. Salgo de mi habitación al otro baño y me lo seco con el secador que hay allí. Una vez he terminado vuelvo a mi cuarto de baño y me miro. Cuando Ángel ha dicho que me duchara, no se refería solo a eso. Le conozco. Quiere que me vista bien. Suspiro. No sé cómo voy a arreglarme si no he traído nada.
—Ángel —llamo desde mi habitación. Éste no tarda en aparecer.
—Dime cariño.
—como quieres que me arregle? No he traído nada.
—Yo sí. Ve a mi maleta, hay un neceser para ti —me dice guiñándome un ojo y cerrando la puerta después. Me quedo estupefacta, con la boca abierta mirando la puerta en la que hace segundos estaba Ángel. No me lo puedo creer.
Cojo el neceser de la maleta de Ángel y ahí dentro hay un montón de cosas de maquillaje que dudo que sean mías. Están todas sin estrenar. Me voy al baño y me hago una raya negra bordeando la parte inferior del ojo, me pongo un poco de brillo de labios (hay seis para elegir, cojo el menos cantoso). También hay pintauñas, pero paso. Me trenzo el pelo para que no moleste y me lo dejo caer la trenza sobre uno de mis hombros. Voy a mi maleta, buscando que me puedo poner... Opto por unos piratas blancos y una camiseta azul clarito. Me vuelvo a calzar mis chanclas y me doy cuenta de que tengo una ampolla. Maldita sea. Me cambio mis chanclas por unas de dedo que no rocen en la ampolla y salgo de mi cuarto.
—estoy lista —anuncio mirando a todos los chicos, que están jugando a la play mientras hablan. Pablo pulsa el start y cinco pares de ojos me miran, aunque yo solo me fijo en la expresión de Álex. Sus ojos se iluminan.
—Guau! —dice Tete.
—Estas preciosa —dice Fer. Pongo mis ojos en blanco. Pero si voy vestida totalmente como un machorro! Se les va la pinza.
—Tengo dos cosas que decirte —me dice Pablo con cara traviesa. Le miro espectante —. Una buena y otra mala.
—Primero la buena —digo con una sonrisa.
—Estás brillantemente guapa —dice Pablo regalándome una hermosa sonrisa. Me sonrojo.
—La mala?
—Nos vamos todos a tomar algo.
—Qué? Pero... —digo con mi voz llena de desesperación. Era (porque ya no, esta visto) mi medio cita!
—A todos nos parece bien. Álex ya ha llamado a sus amigos.
—Vale... Tan rara soy que hasta un chico de montaña me cambia por jugar con MIS amigos con O, que no amigas con A? que podría incluso entenderlo— digo incrédula —. Y estar todos en plan “mira que buena está esa”, “mira que culo”? —digo imitando las cosas que muchas veces mis amigos dicen. Estoy frustrada, y enfadada, mucho.
—Visto así suena peor que como lo habíamos pensado —comenta Pablo.
—Qué más da. Me quedo en casa.
—No. tú te vienes. Vas a tener unos... diez chicos a tu disposición, aprovéchate —dice Fer. Miro a Álex. Me mira con ojos suplicantes. Suspiro.
—Diez pares de ojos mirándome. Allá vamos —digo volviendo a suspirar. Que manera de quitarme la ilusión tienen mis amigos...
—Le has enseñado a Álex a nuestras nuevas mascotas? —me pregunta Ángel.
—Mmmm pues... No... Pensaba que enseñarle a Tortu y Nessie no iba a ligar mucho —digo riéndome, descargándome de mi frustración.
—Enséñaselas, nosotros nos vamos a calzar —me dice Tete. Asiento.
—Ven, Álex —digo haciéndole una seña hacia la mesa de la entrada —. Las cogimos en Atocha. Ya sabes, la estación de tren de Madrid.
—Sí, soy más o menos de allí —me dice Álex con una sonrisa aplastante en los labios. Sonrío de vuelta pensando que vivimos en la misma cuidad. Es genial.
—Pues eso... Vi a Tortu y me empeñé en quererla, así que entre los chicos me la cogieron. Después a Ángel se le ocurrió decir que los galápagos no pueden vivir solos, así que cogimos a Nessie. Es un poco más fea...
—Y el perro de fuera?
—Podríamos decir que es otro capricho mío.
—Estamos —dice Ángel hablando por todos aunque solo él aparece en el salón.
—Cuándo llegará Marcos? —pregunto dándome cuenta de que sería un poco brusco si nos encontrara ahora así y tuviera que contarle cómo he conocido a Álex.
—ha llamado antes al Negro, supongo que quedaremos en el bar directamente, no sé.
—Pablo! —grito.
—dime —dice este saliendo de nuestra habitación.
—en qué has quedado con Marcos? —pregunto. Pablo me mira extrañado.
—en nada, a mi no me ha llamado —me dice. Ahora soy yo la que lo mira extrañado.
—como que no? Me acaba de decir Ángel que sí.
—me refería al otro... —dice Ángel. Mira que es fácil decir Pablo o Tete... Pues no... Negro...
—Joder Ángel...
—Tete! En que has quedado con Marcos? —pregunto.
—En que el va al bar, lo conoce.
—Vale. Qué hacemos con el perrillo?
—Yo le pondría nombre ya que visto lo visto es cuestión de tiempo que empiece a dormir dentro de casa cualquier día y una vez dentro de casa empezará subirse en las camas y los sofás —dice Ángel alegre. Él siempre ha querido un perro, como yo.
—Digo hoy, melón!
—No sé. Dejamos la verja cerrada para que no se vaya por ahí y ya está,
—Qué pasa, estáis solos en la finca? —pregunta Álex sorprendido.
—Sip. El dueño se pasa por las mañanas, pero nada más.
—Joder, tíos, qué bien os lo habéis montado.
—tardais más que yo en ponerse unas chanclas... —me quejo a nadie en particular.
—Anda, tira —dice Pablo empujándome con su mano en mi espalda.
—Andando? —pregunto.
—Sip. No está lejos —contesta Fer. Asiento y les sigo.
—Tienes tú las llaves verdad? —me pregunta Pablo.
—Sí —digo sin siquiera pararme a mirar en los pantalones. Después me doy cuenta de mi error —No. Mierda. Están en mi otro pantalón. No cierres Tete! —grito cuando éste cierra la puerta.
Me abre la puerta y corro a mi habitación. He dejado el pantalón en el suelo. Rebusco hasta encontrar las llaves. Entonces me doy cuenta que he dejado la puerta de la terraza abierta. Me acerco para cerrarla, pero Pablo se me ha debido adelantar porque la puerta que da a la terraza está cerrada a cal y canto.
Salgo echa una bala del apartamento y corro junto a Pablo.
—La tengo —digo. Mi respiración es costosa y el corazón me late a mil por hora.
—No tenías que ir corriendo —dice Ángel poniendo los ojos en blanco.
—Me gusta correr —me justifico. Pablo me sonríe.
Salimos todos de la finca y la cerramos. Por el camino al “bar” o algo así al que vamos a ir, le robo miradas fugaces a Álex. Mierda, me sabe mal no poder estar a solas con él y estar con mis amigos... La verdad es que les ha caído muy bien. Pero creo que esta escenita de ir todos a lo happy family a tomar algo es porque quieren conocerlo y esta noche... lloverán cuchillos como no les caiga bien. Rezo para mis adentros para que todo salga bien. Me gusta este chico. No sé si como Marcos, pero sí para tenerle en mi círculo.
No hemos andado mucho cuando al lado de una de las gargantas que tenemos planeadas visitar entra en nuestro ángulo de visión. Al lado hay un bar. No parece muy cutre, pero tampoco nada del otro mundo.
—Nos sentamos mientras llegan los demás? —pregunta Tete. Asentimos con la cabeza todos casi al unísono. Por un segundo se me pasa por la cabeza que podrían dejarme un poco con Álex. Nos podríamos sentar en mesas separadas y todo pero no... Porque estará Marcos y los amigos de Álex...
Quiero que me vuelva a tocar por si vuelvo a sentir esa corriente eléctrica entrando en mi cuerpo.
—Qué os pido? —pregunto sin sentarme.
—Coca-cola —pide Fer.
—Light —pide Pablo.
—Cerveza —pide Ángel.
—Nestea —pide Tete. Estoy a punto de decirles “enserio?” no podían pedir todos lo mismo??
—Tú Álex?
—Voy contigo y te ayudo a traer las cosas.
—Gracias —digo tanto a Álex por acompañarme como a mis amigos por cargarme con todo para que Álex me ayude.
Nos metemos dentro del bar y pedimos todo lo que queremos. Álex se pide una cerveza y yo una fanta de limón.
—Tus amigos me caen bien.
—Ya veo ya. A ellos también les caes bien. Tan bien que se han apuntado...
Álex intenta contener su risa, pero no puede. Le entiendo completamente.
—Vaya payasos —agrego.
—Oh! No, no —dice Álex negando con la cabeza —. Cuando conozcas a mis amigos, verás quienes son los payasos. Te aseguro que tus amigos están bien cuerdos.
—No lo creo... Mis amigos me hicieron bajar ayer por la noche a la piscina, sin nada de luz y nos saltaron los aspersores.
—Mis amigos se pueden pasar la tarde jugando a la play sin levantarse ni una sola vez a mear.
—Eso no es nada. Creo que mis amigos podrían estar varios días sin mear con tal de no levantarse y dejar de jugar. O no les has visto hoy? Si Ángel no hubiera hablado, no estaríamos aquí.
—Está bien. Por ahora ganas tú. Pero ya les conocerás... Normales no son.
—Los míos menos —digo luchando por tener la última palabra. Álex me mira dedicándome una sonrisa torcida.
—Ya está todo chicos —nos dice la camarera sacándome de mi ensimismamiento. Alcanzo la botella de coca-cola a la vez que Álex. Su tacto crea escalofríos por toda mi piel y una descarga igual o más intensa que la de antes. Pego un bote por la estática y retiro mi mano. Miro curiosa su cara, esperando que él lo haya notado, pero su cara no da muestras de que lo haya sentido.
—Lo has sentido? —le pregunto entre anonadada y absorta
—Sí, un calambre —me contesta Álex con una sonrisa.
—Eso pensaba yo... —miento. Ha sido más que eso, mucho más. Nuestros cuerpos se han reconocido, han sentido ese chispazo.
Volvemos a la mesa donde caras que no conozco nos esperan.
-Ey tíos, esta es Ana – me presenta Álex, sonrío a las dos caras nuevas ---. Éstos son Álvaro y Héctor
-encantada – digo con una sonrisa.


Tú tb eres raro de lo normal que eres - cap. 6


Capítulo 6


      Cuando hicimos un mes... Lo recuerdas aún? 15 de octubre, fue genial. Te quise presentar a parte de mi familia, porque ellos son muy importantes y quería que también lo fueran para ti. Quedamos en casa de mis abuelos, y creo que lo pasaste un poco mal. En un principio estaban mis abuelos y uno de mis tíos, pero según fue pasando la mañana, varios de mis tíos fueron saliendo de sus habitaciones y nos saludaron. En total conociste a cinco de mis tíos. Creo que no recordaste ninguno de sus nombres. Nos sentamos todos a comer y después te di mi regalo por el primer juntos. Era una carta, supongo que romántica de todo lo que había experimentado en un mes contigo. Me sentí genial a tu lado ese día.
Mis amigas hablaron contigo para que me regalaras algo y el lunes, después de clase me diste mi regalo. Era un corazón en el cual había dos letras, la “A” y la “M”. El corazón estaba partido en oblicuo. Tú me diste la parte de corazón con la “M” y te quedaste con la “A”. Llevé mi llavero conmigo a todas partes. Hasta le colgué a modo de colgante en mi cuello, yo me decía que me daba suerte. Estuve un tiempo sin usarlo, pero ahora, vuelve a ser el llavero con mis llaves colgando en él.
Los días que salía antes e iba a comer a casa, a veces te esperaba a que salieras a las tres y nos íbamos a un parque. Nos sentábamos en un banco, lejos de todas las miradas, tapados por un árbol. Y ahí nos besábamos por horas. Escribimos nuestras iniciales en el tronco de un árbol  ¿Seguirán nuestras iniciales? Deberíamos volver a ir allí para recordar viejos tiempos y ver si sigue o se cubrió por corteza.
Un día que estábamos en el banco, me descalcé y me puse sobre ti, a horcajadas. Me gustaba esa posición en la que yo podía elegir cuándo besarte. Ese día, por tonto que parezca, me dediqué a andar alrededor descalza, para hacerte de rabiar porque me querías besar. Me clavé una cáscara de pipa. No me di cuenta hasta que mi madre me llamó para decirme que había venido a buscar a mi hermano y como yo no estaba en casa, suponía que me había quedado en el colegio con amigos. Tuve que calzarme corriendo, despedirme sin casi tiempo y salir corriendo, mientras la cáscara de pipa se clavaba en mi planta del pie, cada vez más hondo. Sufrí lo que no está escrito hasta llegar al colegio, al coche y poder ver qué le pasaba a mi pie. Lo de la cáscara al final no fue nada, la quité y no volvió a molestar. Para qué veas qué tonterías hacía y lo que me pasaba al final... Esto nunca te lo he contado, ¿verdad?
Te pedí un tiempo poco después y tuve miedo de pedírtelo, pero me dijeron mis amigas que era lo mejor, por eso de que bebías y alguna cosa más. Me costó mucho decírtelo y creo que si me costó es porque no quería pero la presión de mis amigas me lo imponía. Yo... De echo no quería. Ese día quedé con la que era mi mejor amiga y ella estuvo toda la tarde dándome codazos para que te dijera lo del tiempo, pero yo no quería. Fui tonta, ¿no es cierto?, lo sé. Mucho...
El tiempo te lo terminé perdiendo por mensaje, seguramente. Las cosas importantes me costaba hablarlas contigo cara a cara. Siempre me han costado. Es algo que ha cambiado desde que estamos ahora juntos.
Dos días después o tres quizás de pedirte un tiempo, no pude resistirme más. Te veía en el colegio y yo simplemente quería correr y abrazarte y besarte. Te mandé un mensaje diciendo que no quería más tiempo, que te quería a ti.
YO: asómate a la ventana. No quiero más tiempo. Solo te quiero a ti, solamente a ti. Te quiero.
Después de aquello, quedé con dos amigas para comprarte una esclava por tu cumpleaños donde puse mi nombre y nuestra fecha por detrás. Estaba nerviosa, esperando que te gustara. Esa esclava es la que ahora mismo llevo puesta junto a la que me regaló mi hermano con su nombre.
El diez de noviembre llegó y te di mi regalo. Me daba vergüenza que lo abrieras delante de mí, pero lo hiciste y la cara que me pusiste no tuvo precio. Te encantó. Nunca había tenido un novio al que regalar algo, así que no tenía mucha experiencia en ese tema.


Abriendo los ojos - segunda parte Luca Cap final nº 32


Capítulo 32




-Ahora-


     Salgo de mi ensimismamiento al oír a Ana gritar a los cazadores.
Seréis cabrones!- ¡Por Dios Ana! ¡No puedes hacer eso! Por su culpa nos va a costar caro salir con vida de esta. No sabe dónde se está metiendo. Veo como se pone entre la cría de reno y el cazador que empuña una escopeta. No me entra en la cabeza como puede ser tan estúpida de hacer algo así, sin pensar primero en las consecuencias. No sé cómo puede tener tanta adrenalina acumulada como para hacer esa locura. Porque estoy seguro de que si no fuera por la adrenalina, Ana nunca hubiera bajado de la moto, ni hubiera salido en pos del reno.
Ana se encuentra entre un cañón y su blanco. Yo siempre he evitado estar en esa situación, sin embargo a ella.. parece que le gusta estar así. ¡Será estúpida! y necia, tonta, niñata... Se me acelera el corazón sabiendo que está en peligro y que yo no estoy haciendo nada, solo la grito y maldigo para mis adentros.
-¡Quítate mujer!- exige uno de los cazadores en tono brusco y rudo en inglés. La ira comienza a hervir dentro de mí. No puedo dejar pasar por alto que haya faltado al respeto a Ana con su tono de voz. Desde niño me han enseñado a respetar a las mujeres casi más que a mi propio padre. Pero sobre todo, estoy alterado pensando en que algo malo podría ocurrirle y eso sería el fin del trabajo, el fin de Chiara y el de Ana... Por eso, sigo corriendo hacia ella.
-¡Mátame a mí primero y podrás llevarte a tu preciado reno!- oigo que aulla Ana. ¡Por los dioses! ¿No puede estar calladita hasta que llegue? ¡Ana! ¡Calla tu maldita boca! La grito en mi cabeza. Freno en seco y grito
-apártate.
Si no lo hace, la harán algo, seguro. Esta escena me hace recordar mi país y la mafia. Me quedo un nano segundo pensando en Italia... Las pistolas, recortadas... La mafia... Esa que es mi vida, mi familia.
Salgo de mi ensimismamiento para ver cómo uno de los cazadores se acerca más a Ana, la coge del brazo, la zarandea y la empuja tirándola al suelo. ¡Cómo se ha atrevido siquiera a tocarla! La ira hierve más que antes en mis venas. Estoy listo para atacar y no dejar supervivientes. Podía haber echo cualquier cosa, pero no tocarla. Me lanzo corriendo hacia el cazador.
-¡Ehh! ¡Gilipollas! ¿Qué te crees que haces? No la vuelvas a tocar- aullo. Mi voz llena de furia. Le voy a matar por haberla tocado y no podrá contarlo. ¡Le voy a partir la cara! ¡Lo juro! El cazador coge su arma y apunta al reno como si haciendo eso no fuera a ir a por él. Lo que no sabe es lo acostumbrado que estoy a las armas, no sabe las veces que me han disparado sin darme y las veces que me han disparado dando a mi chaleco. Corro hacia el cazador y le meto tal gancho en la cara, que éste cae redondo al suelo. Ahora que está en el suelo ya es mío. Le pego uno y otro y otro puñetazo más. Le sangra la nariz y ya no intenta defenderse, pero yo no soy capaz de parar. Tengo tal cabreo encima que no puedo... Vuelvo a ser el mismo que era. Siento que el Luca de Italia se mece dentro de mi piel, haciendo que mi cerebro deje de regir y sea dirigido por ese Luca.
-¡Luca!- Ana grita mi nombre. Paro en seco, congelado ante el sonido desgarrador de su vos y la miro. Me levanto dejando al cazador en el suelo. Le miro por última vez, éste entreabre los ojos
-vuelve a tocarla y ti uccidi- le amenazo.
Miro a Ana con ojos curiosos. Ha conseguido que pare con solo decir mi nombre. Igual que Chiara. Ana corre hacia mí aunque estamos a escasos metros. Me abraza fuertemente, mi ira desaparece y es cuando me doy cuenta de que la necesito. No puedo dejarla. Me aleja de mi trabajo. Estoy en una dimensión paralela cuando estoy con ella. He intentado encubrir todo, pero con esto que acaba de pasar, no puedo. Ella me necesita, lo sé por cómo me abraza; como si fuera una lapa. Y yo la necesito a ella. Ella es la única que me puede mantener cuerdo, que me ha sabido sacar de esa espiral que es la ira. Si no fuera por su dulce voz, habría seguido apaleando al cazador durante horas, hasta caer rendido.
-Eh! Vosotros dos- nos grita en ingles el otro cazador. ¡Mierda! Le había olvidado por completo. Estoy de espaldas al cazador pero seguramente éste nos esté apuntando. Ana se revuelve en mi abrazo nerviosa. La abrazo más fuertemente, sin dejarla subir la cabeza, no quiero que vea nada, por si acaso.
-Tranquila. Quédate aquí. No te muevas ¿vale? Creo que voy a tener que solucionar esto- Le digo a Ana con una voz que intento que suene dulce mientras la acaricio el pelo. Tengo que protegerla ante todo, del mejor modo que pueda. Dando mi vida si es necesario.
-Baja el arma- pido al otro cazador. Éste niega con la cabeza. Me suelto del abrazo de Ana y comienzo a andar hacia el cazador. No tengo miedo.
-¡Luca!- grita Ana con voz desesperada. Su voz me rasga por dentro, haciéndome más débil a cada paso. Lucho contra la urgencia de correr hacia ella y envolverla en un abrazo.
-Ana por lo que mas quieras no te muevas, quédate donde estás- le pido a Ana con la voz más serena que logro conseguir, a pesar de que no estoy nada sereno. Estoy con mi mente en ella, en que necesita salir de ésta con vida. No puedo fallarla, porque si la fallara a ella, estaría fallando a Chiara Ella me dijo que la cuidara. Me sigo acercando al cazador con la mirada bien alta. No flaqueo al andar, no quiero darle ninguna señal al cazador de que soy débil.
-¡No te acerques más a mí o disparo!- grita airadamente el cazador. Sigo andando.
-¡He dicho que no te acerques!- vuelve a gritar el cazador.
-¡Luca!- me llama Ana.
-Estaré bien, no te preocupes Ana. Tú no te muevas- contesto intentando tranquilizarla una vez más. No quiero que venga aquí. No quiero que conozca mi secreto. Donde está, de momento está a salvo, aunque no sé si por mucho tiempo.
-Baja el arma- le pido al cazador. Éste se ríe antes de hablar.
-No puedo creer que me estés pidiendo eso. Acabas de pegar una paliza a mi compañero- me dice con voz basta.
-Creo que no sabes con quién hablas. Por tu bien, haz lo que te digo o tendrás que verte con alguien peor que yo si algo nos pasara a la chica o a mí- digo con voz áspera, jugándomela a una sola carta.
-¿Y tú quien eres haber?- pregunta el cazador con voz de cachondeo. Estamos hablando lo suficientemente bajo como para que Ana no nos escuche, solo pueda oír alguna que otra palabra y susurros.
-Luca.. Luca Venucci. Hijo de Angelo Venucci- digo con acento italiano, echando la única carta que tenemos para salir de aquí Ana y yo ilesos. Ya está echo. El cazador se queda de piedra, nos conoce -sí, soy la mafia- digo con la voz más vanidosa que tengo, jugando mejor mis cartas. En el fondo, muy en el fondo, suspiro aliviado de que ahora todo vaya a salir bien. Enseguida el cazador baja el arma y se queda rígido, congelado como está. Seguramente, este cazador trapicheará con la mafia por las pieles o la carne de reno, me apuesto el cuello.
-¿Algo que decir?- pregunto con voz soberbia.
-N... Na... Na... da- tartamudea el cazador. En sus ojos puedo ver el miedo. Todo el mundo conoce el clan de los Venucci. Todos nos temen.
-Queremos al reno- comento sin más. No se va a negar, de eso estoy seguro.
-Está bien, llevároslo, haced lo que queráis pero no me mates- me pide, casi implorándome el cazador. Ahora soy yo el que ríe. Qué rápido cambian las tornas. Casi he olvidado que a quince metros está Ana esperándome. Me siento como en casa al hacer lo que solía hacer antes. Me cuesta no pegar también una paliza a este cazador o no meterle más miedo amenazándole. Pero no debo, por Ana. No puede saber quién soy.
-No te voy a dar ni un dolar por ese reno- digo con voz dura. Una cría de reno vale muchísimo. Con esto le doy a entender que todo lo que hace es una mierda y que no merece el dinero de los Venucci. Pero aún así saco un billete y se lo tiendo, por si Ana estuviera mirando. Pero me pongo de tal forma que Ana no pueda ver nuestras manos. Guardo el billete y río. Con esto, tendré coartada si me pregunta después. El cazador no contesta. Se mantiene quieto donde está. Sin parpadear, sin casi respirar.
-Dai —le digo al cazador tendiéndole un trozo de papel arrugado, esperando que Ana mire el papel y piense en el billete. La mano del cazador tiembla cuando se acerca a la mía. Tiro el papel que casi llega a tocar la nieve. No es más que la lista de la compra.
-Esto es lo que valéis para nosotros —digo pensando en Ana y en mí. El cazador hace una mueca de dolor —. Y ahora coge a tu compañero y al otro reno e iros de aquí echando leches si no quieres que algo os suceda. Capito? —digo con voz cruel.
Me quedo donde estoy para observar todos sus movimientos. El cazador se acerca a su compañero y le hace levantarse. Por suerte, Ana está lo suficientemente lejos como para que no puedan tocarla. Se ha ido cerca del reno. Les miro ojo avizor sin moverme aun ni un ápice. Los dos cazadores se acercan al reno caído y como pueden lo cogen y se alejan dando traspiés. Sonrío con aire de autosuficiencia para mis adentros. Me siento bien después de lo que he hecho aunque no debería. He usado mi apellido para que nos dejaran vivir... Ana hace que se me vaya la cabeza, o más bien, que Ana esté en peligro hace que se me vaya la cabeza, que tenga que tomar decisiones que no son de mi agrado. Pero si no hubiera sido con mi apellido... ¿Cómo hubiéramos salido de este embrollo? Mejor dejar de pensar en todo. Ya estamos solos. Los sollozos de Ana me hacen volver en mí. ¡Mierda! Corro hacia ella. Me arrodillo y la cojo por los hombros para preguntarla con la voz más neutra posible.
-bene? ¿estás bien?- pregunto mientras intento enmascarar todas mis emociones. Ahora mismo la besaría, la besaría hasta quedarme sin saliva, sin aliento. La desnudaría para ver si tiene alguna marca del cazador y la comería a besos. Cubriendo con mis labios cada resquicio de su cuerpo...
-¿Y tú?- me pregunta ella sin responder a la pregunta. Su respuesta me hace salir del trance. Sacudo mi cabeza para alejar de mi mente hasta el último pensamiento que he tenido sobre ella desnuda.
-Sono stata meglio. He estado mejor —contesto mientras ella se deshace de mis manos y me abraza, volviendo a llorar.
-¡Ey! Ya está. Ya ha pasado todo. Tranquila. Mira detrás de ti. Mira lo que has conseguido salvar- digo para serenarla. Estoy dejando que se acerque a mí. Estaría más segura lejos de mí. Lo sé, lo he sabido desde el primer momento, pero ella es tan... Tan... No tengo palabras. Intento pensar qué hacer con el reno, pero es difícil, cuando mis cinco sentidos están pedientes de Ana y de que esté bien.
* * *
-Lo mejor es taparle los ojos, aspetta- digo con la voz más apaciguada que tengo. No quiero que se tense por mi modo de hablar. Me quito la chaqueta y el jersey, quedándome en camisa. Después desabrocho ésta para quitármela y poder romperla para usarla para tapar los ojos al reno y para vendarle después la pata. Los ojos de Ana se quedan ensimismados en mi cuerpo. Me quedo por unos segundos admirando su reacción. Me fascina que le guste mi cuerpo. Me dejo llevar durante un nanosegundo y después vuelvo a la realidad, mucho antes que ella, claro. Intento llamar su atención pero parece no darse cuenta.
-¡Eh! Ana, hazme caso, dai- la digo tendiéndola una vez más mi camisa. ¡Me estoy helando, mierda!
-Si.. Lo siento, es solo que.. No estás nada mal- me dice Ana descaradamente. Me río socarronamente. Necesito mantener ahora más que nunca la cordura o me avalanzaré sobre ella y la besaré hasta que me quede sin saliva, sin aliento..
-Desgarra un poco la camisa y tapa los ojos al reno anda- pido a Ana para hacer salir de mi mente a ésta besándome.
Logramos sacar al reno del cepo y Ana parece más serena que al principio. Nos subimos en la moto como podemos los dos con el reno y vamos a casa de Ana, donde gracias a mi llamada, nos esperan Jose y Ramón. En cuanto freno, salto de la moto, cojo al reno entre mis brazos, abro la puerta de la casa de par en par y entro.
-¡Jose!, ¡Ramón! ¿Dónde estáis?- pregunto nervioso. Si fuera por mí, no estaría corriendo para salvar al reno. Pero ella necesita que el reno viva, y yo, indirectamente también lo necesito. Algo raro me está pasando. Algo que nunca me había pasado antes... Es la maldita conexión, pues pienso en una chica, una mujer, en concreto en Ana, antes que en mí.
Jose sale del salón.
-¡Luca!, por fin. Ven, vamos a mi despacho, está todo preparado- me dice Jose. Asiento y le sigo -¿Está despierto?
-supongo que sí. Se revuelve de vez en cuando- contesto.
-vale, bien. Habéis echo bien en taparle los ojos Luca. Ahora miraremos sus constantes- me dice Jose abriendo la puerta de su despacho. No se parece en nada a como estaba antes. Todo blanco.
-¿Era un cepo no Luca?- me pregunta Ramón que estaba ya dentro del despacho cuando Jose y yo hemos entrado.
-Sí- contesto mientras dejo al reno en la camilla que han metido en el despacho de Jose.
-Habéis echo bien en hacerle el torniquete- dice Jose.
-El mérito es de tu hija- le contesto a Jose. Éste sonríe. Quiero que se sienta orgulloso de su hija.
-Haré lo que pueda por él- me dice. Sé que no es eso lo que debo decirle a Ana. Pero con ésto me quiere decir que él también quiere que Ana se sienta orgullosa de él por salvar al reno. Tal vez ésto es lo que necesite para que los dos vuelvan a estar tan unidos como antes de venir aquí, cuando hacían casi todo juntos.
-Jose, me voy a por tu hija. La he dejado sola fuera en la moto- digo apresurado. No debería haberla dejado tanto tiempo sola, aunque a penas han pasado tres minutos desde que entré en la casa.
-Ve, ve y dila que el reno se recuperará- me dice Jose antes de que salga pitando por la puerta.
-Io lo dirò. Se lo diré- digo levantando la voz mientras voy andando por el pasillo. Veo como Ana intenta bajarse de la moto despacio pero cae al suelo. Me detengo en seco para ver qué hace (no es que me de morbo verla sufrir), creo que necesita un poco de espacio y tiempo para asimilar todo. No tengo que ayudarla en todo si puede hacerlo ella sola. Se sienta en la nieve que queda por la casa y no hace nada más. Es mi momento de salir y ayudarla.
Ey! Cosa succede? ¿qué te pasa?- la pregunto cuando estoy arrodillado frente a ella. Ésta no contesta, parece estar en otro mundo. Es por la adrenalina. Mientras su cuerpo ha estado a rebosar de ella todo ha ido bien, pero ahora viene el bajón. Cuántas veces me habrá pasado a mí lo mismo durante los últimos años. Mi adrenalina también ha subido hoy cuando el cazador la ha empujado, pero en cuanto se han ido se ha esfumado y yo he vuelto a ser yo mismo, sin notar a penas el bajón. Eso es gracias a la experiencia.
-Vieni, ven, vamos dentro- la digo mientras la tiendo la mano. Nunca he tenido un gesto como éste con ninguna mujer. Casi nunca me he relacionado con una más allá de una noche. Nunca más de cuarenta y ocho horas. Ana no hace nada. Sigue quieta y yo me desespero. Desabrocho el casco de su barbilla y se lo quito para poder ver su esbelto rostro y sus preciosos ojos. Está en estado de schock. Lo sé en cuanto la veo. Me dan ganas de abrazarla hasta que todo dentro de ella vuelva a la normalidad, aunque eso no sería lo más lógico sabiendo qué he venido a hacer aquí y las consecuencias si alguien se enterara de que algo pasa entre nosotros. La llevo en brazos a su cuarto. Aquí está más cómoda.
-Scusa- digo arrepentido por todo. La pido perdón por meterla en éste lío, pero indirectamente la estoy pidiendo perdón también porque me gusta y por las consecuencias que ello puede tener, por mentirla, por que me recuerde a Chiara...
Pasamos varios minutos hablando de ello y después Ana me da las gracias. Se mira las manos y su rostro se desencaja. Creo que es la primera vez que siente la sangre que no es la suya propia en sus manos. Corre hacia el baño. La sigo de cerca. Llego al baño y me apoyo en el marco de la puerta. Se quita la chaqueta, el jersey y la camiseta. Mis ojos se van hacia sus pechos sin que pueda evitarlo. Me cuesta no pensar en llevármela a la cama. Me acerco a ella lentamente intentando mantener la calma. Pego mi torso a su espalda y miro de frente, al espejo donde puedo ver cómo sus lágrimas caen de sus irresistibles ojos, que ahora están enrojecidos. Una punzada de algo que nunca había sentido acomete contra mi pecho. Parece impotencia.
–Tranquila- la digo en voz baja al oído. La abrazo por la cintura y esto hace que llore más. Me siento inútil. La hago girarse y la abrazo fuertemente. Seguiré así hasta que se calme. Es todo lo que puedo hacer. Odio verla así. Tan mal. Por mi culpa.
Cuando noto que está mejor me separo de ella unos centímetros para llevarla hasta el lavabo, para mojar mis manos junto a las suyas con agua y después restregar nuestras manos con jabón. Así, mojo nuestras manos, echo jabón y lavo sus manos. Voy subiendo por su antebrazo, su codo y su brazo. Froto y restriego el jabón mezclado con el agua por toda su pálida piel para que no quede ni rastro de sangre. Me fijo en sus uñas, con sangre reseca, intento quitarla. La sensación que debe haber tenido Ana es la misma que tuve yo cuando mis manos se llenaron de sangre de un hombre... Un hombre que... ¡No! Es mejor no recordar esa parte de mi vida. Suspiro.
Intento poner mi mente en blanco cuando mis ojos no dejan de volar furtivamente hacia sus pechos. Eso me hace perder la cabeza. Pienso en besarla, pero enseguida me quito la idea de la cabeza, suficiente con que me atraiga cuando es terreno prohibido, no necesito más alicientes.
Salgo de mis pensamientos cuando Ana sale corriendo hacia el vater a vomitar. La sigo y la recojo el pelo para que esté mejor. Me siento impotente. Hacia mucho que no me sentía así. Me arrodillo junto a ella y espero que se recupere, sin prisa. Le paso una toalla cuando levanta la cabeza. Después la abrazo fuertemente, me siento en el suelo y la acuno hasta que está más tranquila.
Me levanto del suelo, ayudando a Ana para llevarla a su cama. Ésta se mira los pantalones. Sigo su mirada y ambos nos quedamos mirando las manchas de sangre que tienen.
–Esta por todas partes –se queja Ana mientras solloza. La aprieto contra mí y la susurro palabras en italiano intentando tranquilizarla.
–Mira –me dice Ana señalándose los pantalones.
–No pasa nada. Mira vamos a hacer una cosa. Nos vamos a meter en la bañera y te quitamos toda la sangre vabbè? –digo con voz dulce. Ana asiente y lo siguiente que sé es que la tengo en brazos y estamos yendo los dos hacia la bañera. Me quito las botas que llevo como puedo sin solar a Ana y me meto con ella en la bañera. Abro el grifo y dejo que el agua que cae de la alcachofa nos limpie a ambos. Estamos de pie.
–Shh ya está ragazza —la tranquilizo. La miro lentamente y juraría que puedo sentir su dolor emanando de cada lágrima huída de sus ojos.
–No mires abajo. Mírame a mí –la insto a Ana cuando noto que su corazón se desboca al mirar hacia abajo. Está el agua teñida de rojo. Yo también tengo sangre en mis brazos y mi ropa.
El agua escuece al pasar por mis nudillos, que han sufrido después de los puñetazos que le he metido al cazador. Se me escrespa el pelo de la nuca al pensar lo que podrían haberla echo a Ana.
Ana levanta la vista tal y como la he dicho y me mira a los ojos. Los suyos son... Cómo los de un pequeño corderito con mucho miedo. La estrecho más hacia mí, intentando que sus ojos cambien, pero esa mirada sigue presente. El agua resvala por mi cuerpo y va a parar a Ana, es sexy; pero en estos momentos no hay tiempo para eso. La sonrío intentando aliviar el sentimiento de dolor que siente y me deslizo hasta apoyar mi espalda sobre la bañera. Coloco a Ana entre mis piernas, de tal forma que el chorro de agua me caiga casi todo a mí, dejándola a ella espacio. Ana me mira y me abraza. Sus ojos vuelven a volar hacia el agua tintada de rojo.
–Mírame a mí –la vuelvo a pedir. Y ella me mira otra vez. Estoy absorto en esos ojos, intentando descifrar lo que me quiere decir con ellos. Sus ojos me piden más que un abrazo, más que todo lo que he echo. Sus ojos me desean y yo la deseo a ella. Estoy agotado de luchar contra todo, por un segundo, dejo de pelear. Deslizo mi mano por su nuca y la acerco a mí para besarla. Un beso prohibido, pero ya no puedo luchar más contra todo. No puedo. La beso una y otra vez, sintiéndola, saboreándola. La dejo hacer, dejo que pase su mano por mi cuello, que guíe nuestro beso, después me toca a mí. Ana quiere ir a más y aunque sé que no es lo correcto, dejo que lo haga. La muerdo el labio, parando el beso, parando el momento y la sonrío. Ella apoya su pelo empapado contra mi pecho ahora desnudo. Por un segundo he logrado recuperar mi cabeza y parar a tiempo.
Su respiración se hace cada vez más pesada, y minutos después se queda dormida. La levanto muy lentamente de la bañera, corto el grifo y salgo con ella en brazos. Como puedo la tumbo en la cama e intento secarla con una toalla que termina chorreando agua.
Cuando despierta Ana, yo ya me he secado y me he puesto ropa de su hermano.
-Meglio cosi? ¿Así mejor?- pregunto mientras me acerco a ella, sentándome en el borde de su cama.
-Sí- me susurra. Me recuerda a un ciervo temeroso.
-Bene. Duerme un poco. Te prometo que te llamaré cuando sepa algo del reno.
Miro atentamente como Ana se frota las manos por si vuelve a salir disparada al baño, pero esta vez parece que ya no siente la sangre. Me fijo en sus uñas, casi no se nota la sangre bajo ellas.
-No te vayas- me dice con ojitos. No me puedo resistir. Ya encontraré el momento de estar solo y recapacitar sobre todo lo que he echo hoy...
-Me iré cuando te hayas dormido vabbè?- la propongo. Me mira fijamente a modo de respuesta antes de cerrar los ojos.
Pasan los minutos, en los cuales no dejo de contemplarla. Ella es como mi perdición. Todo lo que no debo hacer.
* * *
-¿Podemos hablar de algo?- me pregunta Ana. Sigo sin quitarle los ojos de encima. No soy capaz de mirar a otra parte. ¡Seré estúpido!
-È ok- acepto sin saber qué más decir. Me siento en el suelo para estar a la altura de sus ojos. Ella se gira para mirarme.
-Cuéntame cómo has llegado hasta aquí- me pide Ana. Es la única pregunta que nunca debería haber formulado, pues no puedo decirla la verdad. No sé qué decirla. No puedo y no voy a ser sincero con ella en ésto.
-Fue una oportunidad que no pude rechazar- miento, aunque bueno, se podría considerar mentira piadosa. Se me queda mirando para que siga hablando, así que le cuento solo mi plan inicial algo retocado. Me mira espectante quiere saber más —.¿Quiéres saber más no es así? —pregunto a pesar de saber la respuesta. No espero ni a que asienta para contestar —. He estudiado botánica y laboratorio en Italia... —sigo hablando y más mentiras salen por mi boca. No me puedo abrir a ella. Lo tengo prohibido. Suficiente todo lo que estoy empezando a sentir por ella. Podría poner su vida en peligro, si es que no lo he echo ya. ¡Dios! Esta niña de papá.. ¡Me tiene loquito! Intento ser lo más sincero que puedo con Ana, sin desvelar demasiado. Intento ser amable con ella, pero cuando me pregunta por la edad de mis hermanos... Mi vena de chulo sale a la luz como otras tantas veces.
-Si lo que quieres es saber cuántos años tengo se lo podrías haber preguntado a tu padre o a mí directamente en vez de usar el pretexto de mis hermanos- digo con engreimiento. Echo mi cabeza hacia atrás y río por lo bajo. Me sale solo ser así. Por naturaleza tiendo a alejar a la gente de mi entorno que no sean de mi clan, y con actitudes así, lo suelo conseguir.
-No es verdad- susurra Ana. No sabe mentir. Y tampoco sabe huir del peligro, parece que lleva una diana encima donde pone “si eres peligroso, acércate”. Se nota a la legua cuando miente. Solo hay que mirarla a los ojos. ¿¡Qué coño estoy diciendo!? ¿La conozco tanto como para saber si miente? Si la respuesta es sí, supone un problema, si es no, un alivio. Y la respuesta es, claramente, SÍ. Estoy en un buen lío.
-Sí lo es o no habrías reaccionado así- argumento en contra de su respuesta.
-Está bien. Sí, quiero saberlo- admite Ana. Tiene poco aguante. Si la cogieran y la sometieran a un interrogatorio no tardaría ni dos segundos en largar todo. Al contrario que yo, que he sido entrenado para callar pase lo que pase. Aunque termine muriendo por mi silencio.
-Tengo casi veintidós- afirmo. Miro su cara. Es un poema. Puedo asegurar que no esperaba esta respuesta para nada -¿Qué pasa? ¿No te lo esperabas?- pregunto creciéndome.
-No, te veo más inmaduro- contesta Ana con tono de burla. Me ha dado donde duele la muy niñata.
-E tu? ¿Y tú?- pregunto para intentar restablecer mi orgullo herido dos segundos antes.
-más de dieciocho- me contesta. Esta es la mía.
-Yo también te creía más cría. Unos dieciséis- contraataco. Se queda en un pequeño estado de shock unos segundos. Después me fulmina con la mirada. Enarco una ceja. Ella pasa de mi gesto y habla.
-Oye Luca, ¿qué ha pasado con los cazadores?- me pregunta. Me pilla de improvisto la pregunta. Le cuento por encima que ha pasado sin entrar en detalles y mintiendo por enésima vez en lo que llevo de día. Nunca había dicho tantas mentiras juntas. Sin venir a cuento cambia de tema y nos ponemos con el tema de selectividad. Quedaremos lunes, miércoles y viernes por la mañana. Hablaré con Jose para ver cómo podemos organizarnos, pues no siempre necesita mi ayuda. Esa conversación deriva en por qué Ana no sale de casa. No la entiendo, tiene la oportunidad de estar aquí y conocerlo todo y no lo aprovecha. Dice que está enfadada con el mundo... Hablamos de su perra Sami...
-Vino aquí dos meses después que yo. Las cosas aquí son peores que las de Madrid..- me dice Ana contraatacando a lo que acabo de decir sobre Sami.
-Non lo credo. No lo creo- digo -aquí estoy yo- digo con voz chulesca. Me gusta alardear. Me río junto con Ana.
—Oye... Luca... Sobre... —comienza a decir y se calla, como esperando que yo termine la frase. La miro esperando que ella misma la termine —. Los besos...
—Por lo que a mí respecta, no ha pasado —la interrumpo. En cuanto pronuncio esas palabras noto como su rostro, que estaba tenso, se relaja; como si estuviera aliviada. Así que tal vez, solo yo sea el loco respecto a los sentimientos que empiezan a surgir dentro de mí desde la primera vez que nos tocamos. Tal vez ella no haya sentido esa conexión.
Ana asiente antes de cambiar de tema una vez más, como si verdaderamente nunca hubieran existido esos besos, como si ella nunca hubiera sacado el tema ahora mismo.
-Déjame ver tus manos- me pide. Intento sacar de mi mente cada roce de sus labios, cada beso que la he dado, sabiendo que nunca más volverá a pasar. Me recompongo del golpe rápido.
-Per che? ¿Para qué?- la pregunto completamente sereno. Sé que terminará convenciéndome, así que tiendo una de mis manos. Ella la observa antes de cogerla entre sus manos y examinarla. La miro mientras sonrío. Estoy acostumbrado al después de las peleas.
-Tutto bene. No es nada.
Ella pasa de mi afirmación y me pide la otra mano. Se lleva los nudillos de mis manos a sus labios para besarlos. El contacto de su saliva con mi piel me hace estremecer. Escuecen las heridas. Estoy acostumbrado a peleas donde termino mucho mucho peor y sin embargo, ninguna herida me ha escocido tanto como ésta... Tal vez porque la herida signifique más que ninguna que haya tenido nunca antes.
Salgo de mi ensimismamiento al oír la voz de Ángel de fondo. La puerta de la habitación de Ana se abre. Ana en un principio no se inmuta, mis manos entre las suyas, rozando sus labios carnosos.
-Hola chicos, ya nos han contado lo que ha pasado- dice Ainhoa con un tono de voz un tanto nervioso mientras se acerca a Ana, la abraza y la besa la frente. Después, sin que Ana se entera me mira y me la las gracias con la mirada. Asiento.
Los amigos y el hermano de Ana enseguida nos ponen en marcha y decidimos ver una película para hacer la espera de la llegada de noticias del reno más llevadera. Ana elige Ice-Ace. La mitad de la película logro mantenerme firme y lejos de Ana. Pero poco a poco me vence la excitación de sentirla a centímetros de mi piel. Me acerco a ella y la miro. Deslizo mi mano sobre la suya. Noto como se estremece y no puedo evitar reír socarronamente por lo bajo cuando la electricidad de nuestros cuerpos juntos me invade. Así es como me gusta que reaccionen ante mí las chicas, y más concretamente, ella. Lo hago a pesar de que ella me ha dado a entender que no quiere nada, pero su cuerpo... Su cuerpo reacciona ante el mío, es obvio.
-Voy- grita de repente Ana. Quito mi mano de encima de la suya como acto reflejo. Ella me sonríe.
-Ahora vuelvo- dice Ana. La miro fijamente.
-Vado con te. Voy contigo- digo. Siento la imperiosa necesidad de que de acompañarla por si hay malas noticias.
-Vamos todos- dice Miguel. Ana asiente y se va hacia la trampilla del desván. Nos dirigimos a la escalera.
* * *
No sé en qué momento para mí la hija de Jose ha pasado a llamarse Ana, ni en qué momento la casa de Jose ha pasado a llamarse la casa de Ana. Lo único que sé es que como todo siga igual, ella será mi perdición. Me ganaré una muerte segura a pulso.
Miro a Ana, ha echo falta que su vida corra peligro para darme cuenta de que no me puedo sentir indiferente ante ella, su vida. Hoy he descubierto, gracias a ella, una faceta que creía extinguida, pero que tan solo estaba dormida. No soy insensible, no tanto como creía.

FIN SEGUNDA PARTE 


Espero que os haya gustado esta segunda parte desde el punto de vista de Luca!!