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lunes, 1 de julio de 2013

El viaje - cap. 1

Capítulo 1

      Hoy, por fin es hoy, hoy es el día. Estamos en junio, a finales. Me levanto de un salto de la cama, me pongo mis gafas de ver y me voy corriendo al baño a arreglarme. Me miro al espejo. Pelo teñido de color azul oscuro, largo, enmarañado y encrespado, pecas por toda la cara, nariz respingona, ojos color miel (casi más bien marrones) y gafas de pasta grandes (que son nuevas. He estado siete años llevando unas gafas con unos cristales enanos). Como veis no soy nada especial. Mi cuerpo tampoco es nada especial, no tengo el abdomen del todo plano, ni unos pechos de infarto.
Me mojo la cara, intento arreglarme el pelo como puedo (termino haciendome una coleta), cojo el cepillo de dientes, el peine y corro a mi habitación. Hoy me voy de viaje con mis amigos.
Cierro la maleta con todo lo que me quedaba por meter. Llevo ropa para dos meses casi, a pesar de que voy a pasar solo quince días fuera de casa.
Mis padres y mi hermano están levantados 

YO: estoy llegando, por dónde vas?
PABLO TÍO LUKAS: ya estoy casi amor

Veo a Pablo desde lejos. Es moreno de piel, alto y musculoso. Tiene el abdomen como una tabla y no exagero, la primera vez que le di un abrazo pensé que me había confundido y estaba abrazando a una pared. Después enseguida me acostumbré a sus músculos. Tiene ojos oscuros, casi como obsidianas, pelo corto y negro. Le encanta el deporte y siempre viste bien.
—Hola guapa —me saluda Pablo.
—Hola —digo con un deje de felicidad en cada letra.
—¿A qué hora hemos quedado con los demás?
—Dos, creo, no estoy segura... El tren sale a las dos y media.
En el último momento, Ángel, un amigos que ya conocereis después, y yo tuvimos que ir a cambiar los billetes de tren porque alguien (no recuerdo) ese día no podía viajar. Total, que la montamos parda cambiando todos los billetes de día, volviendo a sacar los carnets jóvenes y mintiendo sobre que los que viajaban con nosotros eran los de los carnets.
—Vámonos a comer al burguer que está aquí cerca y a las malas les avisamos y que vengan al burguer
—Vale, perfecto.
Nos acercamos al burguer, pedimos y Pablo me consiguió cuando fue a pagar una corona de estas de cartón que regalan a veces en el burguer.
La tradición de comer en el burguer es porque yo siempre digo que quiero ir al McDonalds y él siempre me dice que por su barrio hay uno... Y siempre se equivoca y terminamos en un Burguer... Y ahora, simplemente vamos al Burguer.
Empezamos comiendo las patatas, como siempre. Bebemos en mi caso fanta, en el suyo coca-cola.
—Póntela —me dice Pablo pasándome la coronita mientras me regala una sonrisa ladeada.
—Está bién —digo mientras cojo la corona y me la pongo —estoy guapa? —pregunto mientras pongo morritos.
—Muy sexy...
—Ja ja ja —digo antes de echarme a reír. Cojo una patata y se la tiro.
—Está buena la hamburguesa? —me pregunta Pablo con la boca llena. Río.
—Muy buena, cada vez está mejor —contesto entre risas —. La tuya?
—Muy buena. Por fin nos hemos acordado de pedirla sin lechuga y sin tomate.
Río ante su afirmación.
No tardamos nada en terminar de comer y llenos, salimos a esperar a que lleguen los demás mientras vemos las tortugas.
—Mira esa qué mona Pablo! La quiero!
—Y cómo la cogemos?
—Si está aquí al lado... Venga... Porfa...
—No puedo Ana...
—Pooorfaaaa —digo cogiéndole el brazo, haciendo pucheritos y poniendo ojitos.
—Anda... deja que lleguen los demás e intentamos llegar a ella.
No sé si lo sabreis, pero en Atocha hay un montón de tortugas (galápagos para ser más exactos) en el estanque que tienen. La gente solía ir allí y soltar a sus galápagos cuando eran más grandes y ya no los querían. También hay peces y de todo. El problema es la sobrepoblación de tortugas que hay...
Pablo de pequeño tuvo un galápago que era como su mejor amigo, allá donde iba Pablo, iba su galápago, hasta que un día se calló por la terraza.
—Me llama El Negro —me dice Pablo. Asiento y Pablo pone el manos libres.
—Holaaaa estamos aquí Pablo y Ana al habla —digo feliz. Me encanta cuando nos vamos todos juntos.
—Estoy en Atocha!
—Atocha es muy grande, en qué parte. Quedamos que quedaríamso donde las tortus —digo.
—Ya bueno es que me ha traído mi hermana en coche y me ha dejado en una de las entradas a Atocha.
—Cual? —pregunta Pablo
—No lo sé, pero hay muchos taxis.
—Vale, no te muevas y te buscamos —digo antes de que colguemos.
—Antes de que nos movamos... Sabes donde puede haber taxis? —pregunto a Pablo expectante.
—No estoy seguro... Pero vamos, damos vueltas por Atocha y ya está, tenemos tiempo, es la una. A qué hora sale el tren?
—Dos y media.
—Vale, pues venga, en marcha.
—Pero y Tortu?
—Ahora volvemos a por ella —me dice Pablo suspirando mientras me empuja para que empiece a andar.
No os exagero, pero nos pasamos casi que veinte minutos dando vueltas por Atocha. Y esque Atocha es muy grande... Tete nos llama cada cinco minutos para saber qué pasa y siempre contestamos lo mismo: “No sabemos donde estamos, espéranos y no te muevas”.
Al final le encontramos. Y sí, está lleno de taxis... Le miro desde lejos, con un maletón gigante a su lado de color gris. Unas gafas de sol puestas, como Pablo y yo. Tete es un poco más bajo que Pablo, también está fuerte aunque creo que Pablo un poco más. Es moreno de piel, con pelo corto y ojos negros. Cejas pobladas y ya se le nota la barba incipiente.
—Holaaa!! —grito mientras corro hacia Tete. Éste me coje en brazos y me da una vuelta entera. Ambos nos reímos. Cuando mis pies posan el suelo le abrazo y le beso en la mejilla.
—Hola tío —saluda Pablo.
—Hola —contesta Tete.
La razón de que a Tete le llamemos así es que se llama Pablo y ambos son morenos de piel... Y era un lío hablar de alguno de ellos porque siempre pasaba esto:
—El otro día Pablo....
—Qué Pablo?
—El negro
—No sé quién. Los dos lo son.
—El más negro.
—Pero si son los dos iguales...
Así, Tete se quedó con ese apodo y Pablo con su nombre. Entre ellos se sulen llamar Mozambiqueño o Negro a secas.
—Los demás ande andan? —pregunta Tete.
—No han llegado... —digo con pesar y nada más terminar la frase, mi móvil suena, es Ángel.
—Dime —contesto al descolgar
—Estoy ya por aquí querida —me dice Ángel con esa voz tan suya.
—Dónde es aquí?
—En Atocha, dónde si no?
—Pues donde las tortus
—Ah! Bueno no, estoy saliendo del metro.
—Vale, nosotros estamos donde los taxis, con Tete que ya ha llegado. Vamos a buscarte, quedamos donde las tortus.
—Perfect —dice Ángel a modo de despedida antes de colgar.
—Ya está aquí Ángel —digo con voz cantarina mientras pego saltitos.
—En el estanque de tortugas? —pregunta Pablo.
—No. Acaba de salir del metro. Le he dicho que vaya andando hacia el estanque, que nosotros vamos tambien.
—Pues vamos a darnos prisa antes de que la líe si llega antes —dice Tete. Lo dice porque Ángel suele ser el de las ideas de bombero y a lo mejor si le dejamos unos minutos solo en el estanque, se va por ahí a pasear porque se aburre y estamos media hora hasta que le encontramos porque no coje el móvil. No es la primera vez que nos lo hace.
Vamos andando a paso ligero hasta el estanque, nuestras maletas de ruesdas, junto con nuestras pisadas, se mezclan creando un ruído monótono que se me mete por los oídos. Llegamos antes de que llegue Ángel y le vemos llegar a lo lejos. Es alto y delgado como Pablo y Tete. Pelo corto, pero más largo que los dos anteriores. Tez pálida, muy pálida (la última vez que tomamos el sol, se quemó). Ojos marrón verdoso, pelo marrón con reflejos anaranjados.
—Aquí! —gritó mientras zarandeo mis manos —. Ángel!
Él oye su nombre y mira hacia mí. Me sonríe mientras se acerca.
—Hola chicos! Pensaba que sería el último —nos saluda Ángel.
—Holaa! No, aún queda Ferni... —digo saludando a Ángel.
—Le esperamos aquí?
—Sí, además me teneis que ayudar a coger a Tortu —digo asomándome al estanque para ver si la tortuga que quiero sigue en el mismo sitio. Y sí, ahí está. Encima de otra tortuga más grande, haciendo una pirámide.
—Tortu? Quien es ese? —pregunta Tete.
—Una tortuga. Esa mira —digo señalando a Tortu.
—Es mona.
—No te gusta no? Tete? —pregunto mirándole de reojo.
—No le veo la gracia.
—Pooorfaa ayudadme a cogerla... —pido haciendo pucheritos a los tres chicos.
—Venga, que sí mi niña, te la intentamos coger. Pero cuando no mire nadie. O la menor gente posible...
—Gracias chicos! —digo intentando abrazar los tres a la vez.
Pensamos un plan para coger a Tortu. Está cerca de la vaya que separa el estanque del resto de la estación, pero creo que la distancia es mayor de la que pensábamos, porque Pablo alarga el brazo y no es capaz de llegar a ella. La gente se nos queda mirando, pero nadie dice nada. Miro hacia todos los lados, por si aparece un guardia de seguridad, pero creo que hasta a ellos les viene bien que nos llevemos alguna y dejemos sitio para otra que algún padre deje abandonada por ser un capricho de sus hijos que ya no quieren.
—Casi la tengo —anuncia Pablo. Tete le tiene sujeto con la cadera y pablo esta casi dentro del estanque, como Tete haga un movimiento en falso, Pablo cae al agua seguro.
—Bien! —digo cuando veo como Pablo coge a Tortu.
—Toma tu tortuga anda —dice Pablo tendiéndome a Tortu.
—Se llama Tortu —matizo extendiendo mis brazos y juntando mis manos.
—Pues a Tortu, tómala princesa —me dice Pablo. Nos reímos todos. Me llama así por la corona del Burguer que aún llevo puesta y que no me quitaré hasta que lleguemos al apartamento en Cáceres. Pablo deja a Tortu sobre mis manos y la miro fijamente. Tiene el cuello encogido, pero la cabeza sobresale de su caparazón. Es de color... Verde sucio, como todos los galápagos.
—Necesitará un amigo no? Siempre dicen que tienen que ir juntas... —dice Ángel. Todos nos giramos para mirarle.
Lo próximo que sé es que ahora es Ángel quien tiene apoyado sobre la vaya hasta la cadera, intentando llegar a coger otra tortuga del mismo tamaño (pero diferente para no confundirla con Tortu). Es todo un reto para él, pero como ha sido quien ha dado la idea... Pablo y Tete han pensado que tenía que ser él quién lo hiciera.
—Tengo otra! La tengo! —grita orgulloso Ángel. Miro hacia su mano. Tiene una tortuga muy parecida a Tortu, pero es un poco... Cómo decirlo... Algo fea...
—Gracias —digo cuando tengo a las dos tortugas en mi mano. No se pueden mover porque en cuanto se muevan se caerán de mi mano.
—Piensas llevarlas asi todo el viaje?
—Buena pregunta Pablo... Pues... No...
—Trae anda dame a una. Vamos a buscar un recipiente de plastico para coger agua de aqui y llevarlas bien en el viaje.
—Gracias!! Y toma, a Nessie.
—Nessie? —pregunta Ángel.
—Sí, Nessie. La que has cogido tú.
—Pero si... —dice Ángel mientras mira a las dos tortugas —. Sí, Nessie.
—La tuya es un poco... Rara —digo.
—es verdad. Nessie le queda bien. Si se porta mal la podemos llamar Mounstro del lago Ness —dice Ángel mientras se echa a reir. Los demás le miramos, esperando a que pare.
A las dos, Fer llega al estanque de las tortugas. Nosotros ya hemos conseguido una especie de tapper, donde hemos metido agua del estanque y las dos tortugas pueden moverse sin casi rozarse. No es muy grande el recipiente pero sirve para el viaje.
—Hola tíos. Qué llevas en el tapper Anuska?
—Unas tortugas que hemos cogido. Nessi y Tortu.
—De aquí las habeis cogido?
—Hay demasiadas —me defiendo.
—Bueno... Chicos vosotros habéis comido? Porque yo no.
—Nosotros sí, pero Ángel y Tete no —digo señalándonos a Pablo y a mí con el dedo.
—Burguer? —pregunta Tete.
—Vale chicos pero... Son en punto y el tren sale a y media.
—Sí, nos damos prisa, venga vamos —dice Fer echando a andar hacia el Burguer que está a unos pasos del estanque de tortugas. Nuestras maletas hacen ruido contra el suelo de mármol, pero casi no se oye porque a nuestro alrededor hay mucha más gente andando con maletas de un sitio a otro.
Fer es alto, menos corpulento que los demás, pero diría que casi mide dos metros, o poco le falta. Las manos gigantes. Con su mano cubre toda mi cabeza (ya lo hemos comprobado). Es el que siempre se pone de portero (le pega). De tez pálida, pelo rizado y casi media melena. Oscuro y ojos también oscuros, casi negros.
Me quedo atrás mirándoles a los cuatro. Todos con camiseta de verano, pantalones cortos o en su defecto bañador, chanclas en los pies, todos con pelos en las piernas, algunos más que otros. Sonrío paramí misma. Y yo me voy con estos cuatro chicos de viaje. Miro lo que llevo puesto. Casi soy un chico más. Un bañador de chico blanco y negro a cuadros y una camiseta de tirantes blanca. Unas chanclas de dedo en mis pies.
—Vamos, Ana, qué haces ahí parada? —me pregunta Pablo. Le sonrío y me pongo a andar hacia él.
Pablo es simplemente... Como mi Ángel. Me sacó del pozo cuando nadie más había podido y ahora somos casi como inseparables. El año que viene empezamos la universidad y... Me da miedo perderle.
—Son las dos y cuarto! Tenemos que irnos! —digo mientras me levanto pegando un bote. Todos miran sus respectivos relojes.
—Ana es la una y cuarto, no las dos.
—Joder qué susto nos has dado con eso de comer en un cuarto de hora. Si queda mogollón para irnos...
—Que no, que no, que son las dos y... —miro mi reloj. Pone las dos y cuarto, se lo enseño a los demás. Ellos niegan con la cabeza. Miro mi movil. La una y cuarto. Y todo encaja...
—Lo siento, mi culpa. Esque mi reloj tiene mucho botones y esta noche abré dado a alguno... Lo que no sé es cómo he llegado bien a quedar con Pablo.
—Porque mirabas la hora en el movil —me dice Pablo.
—Puede ser.
—Menos mal que podemos terminar de comer con tranquilidad, porque me estaba dando un hary aquí mismo de comer tan deprisa la hamburguesa —dice Tete. Me echo a reir.
A las dos menos cuarto salimos del burguer y vamos ya a buscar la entrada del tren. El móvil de Tete suena y yo me tenso. Es él.
—Hola Marcos, sí dime —habla Tete cuando descuelga el teléfono.
—Emmmm sí, lo cogemos ahora, a las dos y media. Tardamos dos horas y media en llegar no?
—Vale, gracias tío.
—Qué te ha dicho? —pregunto. Mi voz tensa.
—Que tiene ganas de verte. Que cuando llegamos. Nos van a venir a buscar en dos coches.
—En serio ha preguntado por mí? —digo a medias entre ilusionada y sorprendida.
—Sip.
Todos saben que entre Marcos y yo hay algo. No ha pasado nada entre nosotros, pero llevábamos tiempo tonteando. Estas dos semanas conviviendo serán para dar el paso o para no darlo. Estoy nerviosa.
—No le des vueltas Ana —me dice Pablo dándome con su brazo en mi hombro.
—Si no le estoy dando vueltas —miento.
—No sabes mentir —dice Ángel. Le fulmino con la mirada.
—Bueno, qué más da. Ya estoy calmada mirad —digo dando una vuelta sobre mí misma. Como si al verme así fueran a pensar que no estaba nerviosa.
—Déjalo anda, no sabes mentir —me dice Pablo moviendo su mano.
No tardamos en subir al tren. Saco los billetes de mi maleta y miro los asientos que nos han tocado.
—Son estos cuatro y uno va solo —digo negando con la cabeza.
—Pero... —empieza Ángel pero le interrumpo.
—Sí, dijimos que los cinco juntos...
—No pasa nada, mira, Ana tú y yo nos sentamos aquí y vosotros tres allí, Si alguien dice algo le explicamos lo que pasa vale? —dice Pablo.
—Genial! —digo feliz.
Colocamos nuestras maletas sobre una balda que hay por encima de nuestras cabezas. Saco de mi maleta antes de que Pablo me la subo unas cartas y La Oca.
—Jugamos?
—Es para cuatro....
—Yo voy con Pablo y nos pedimos rojo—digo para que podamos jugar todos mientras guiño un ojo a Pablo. El rojo es nuestro color.
—Azul —dice Ángel.
—Amarillo —dice Fer.
—Verde —dice Tete.
Jugamos quien sabe cuantas veces. Pablo y yo tenemos el tablero, vamos pasando el dado y nosotros somos los que movemos cada piececita dependiendo de lo que les salga en el dado.
Pablo y yo ganamos tres veces, Tete una y los demás ni una. Ángel se pasa casi toda la partida en la carcel o empieza al caer en la calavera.

Ferni no deja de caer en los dados... Volviendo una y otra vez sin poder llegar al final. 

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