Capítulo
2
Porfin
llegamos. Estamos en Navalmoral de la Mata. Guardo todo en la maleta,
la cual lleva Pablo. En mis manos solo llevo a las tortugas. Soy la
primera en bajar, rastreando con mi mirada todo el andén, esperando
encontrar a Marcos. Y ahí está. Lleva pantalones escoceses largos,
camiseta sin mangas y una cresta de color rubio. Sus ojos son como un
arco iris: marrón, amarillo, verde y azul.
Me
acerco a Marcos para darle dos besos. Su padre está a su lado. Me da
un beso cerca de la comisura de mis labios y yo siento que me
derrito. Me abraza fuerte, no como un amigo, si no como algo más.
—Hola
Anuska, cómo estás? —me pregunta el padre de Marcos.
—Muy
bien, preparada para la aventura, vosotros?
—Bien
también. No viene ninguna chica?
—No,
solo yo. Las demás no son tanto de montaña —digo. Mis amigas de
clase no han querido venir no sé muy bien por qué, pero yo rodeada
de estos chicos soy feliz, no necesito chicas con las que hablar,
porque con ellos puedo hablar de lo mismo que con ellas.
—Ya
veo que vienes preparada para estar con chicos —dice el padre de
Marcos fijándose en mi indumentaria. Me río. En verano suelo ir
siempre así, no es por los chicos.
Cuando
nos hemos saludado todos, nos subimos en los coches. Yo voy delante
en el todo terreno de Marcos. Ángel viene con nosotros. Tete, Pablo y
Fer van con el padre de Marcos que lleva un todo terreno más grande
que el de Marcos. Nos dejan en la entrada de la finca y el padre de
Marcos se va.
Descargamos
todo de los dos coches y lo dejamos en mitad de la entrada a la
finca. Al poco rato, sale el dueño de uno de los apartamentos.
—Hola,
tú debes ser Ana, verdad? —dice un hombre con acento extremeño.
Es el hombre con quién hablé para alquilar el apartamento.
—Sí,
lo soy.
—Pues
venid por aquí, este es vuestro apartamento. Venís al final seis
verdad?
—Sí,
seis.
—Vale,
pues seguidme —nos dice el hombre poniéndose ya a andar. Le
seguimos de cerca. Estamos en mitad de un bosque, a nuestro alrededor
solo hay helechos y árboles gigantes, está genial. Los apartamentos
están en el lado derecho. Nos conduce hacia la primera puerta y la
abre.
—Pues
este es el apartamento. Mirad, ahí está la cocina —dice señalando
a la izquierda —. Las habitaciones están ahí alante y el baño a
la derecha. Hay una habitación de matrimonio al fondo con baño
también y el sofá es un sofá cama —dice para terminar el hombre.
—Muchas
gracias.
—Para
cualquier cosa, vivo en el último apartamento, llamad y os atenderé.
Os dejo mi móvil también vale porque a veces no estoy por la finca.
—Vale
genial. Apunto —digo.
Nos
da su teléfono, nos trae como regalo de bienvenida unas cerezas y
nos deja descargar tranquilamente las cosas.
Echo
un vistazo dentro de la casa. Nada más entrar, de frente hay una
mesa pequeña, como para cuatro personas, a la izquierda está el
sofá y a su lado la terraza. En frente del sofá hay una mesa de
cristal bajita. Sigo con mi vista y nada más terminar la ventana que
da a la terraza, hay otra puerta que da a la cocina. La puerta tiene
un marco de madera y lo demás es cristal. Dentro hay una encimera de
mármol, un microondas, una pila y muchos armarios. Hay una ventana
al fondo que da al otro lado de la finca, donde está la piscina. Y a
la derecha de la cocina hay una estantería.
Salgo
de la cocina y voy por el pasillo a ver las habitaciones. He dicho
pasillo, pero tendrá unos tres metros como mucho. La puerta que da
al primer cuarto, con tres camas está justo enfrente del baño, que
tiene una ducha, váter y un espejo junto a un lavabo. En la
habitación hay una ventana, un armario no muy grande y las tres
camas que están puesta cada una en una dirección y apretadas. La
siguiente habitación esta de frente y no hay que dar ni tres pasos
desde la habitación triple para llegar a ella. Es la más grande.
Hay una cama de matrimonio nada más entrar a la izquierda. Todo es
blanco. Hay dos mesillas, una a cada lado de la cama. Hay una pequeña
terraza al final de la habitación, en la pared de la izquierda. El
baño está a la derecha. Y es un poco más pequeño que el otro,
nada del otro mundo.
Cuando
salgo de ver la casa, ya han decidido donde dormiremos cada uno. Yo
con Pablo en la habitación de matrimonio, Marcos, Fer y Ángel en la
triple y Tete en el sofá cama.
—No
hay tele —comenta Ángel después de buscarla por toda la casa.
—Qué
más da, no vamos a verla —contesto.
—Pero
sí vamos a jugar a la play —me rebate. Suspiro.
—Yo
he traído la tele de mi cuarto y la play —dice Marcos para mi
sorpresa. Frunzo el ceño y salgo del apartamento para ayudar a
llevar cosas. Cojo mi maleta y a las tortugas. Dejo mi maleta en el
suelo en mi cuarto, saco la cámara de fotos, cojo el tapper de las
tortugas y me voy al sofá. Desde ahí hago fotos a todos y están
genial. Ojalá os pudiera poner alguna aquí, pero dudo que me
dejaran. La mejor es una de Tete y ángel.
Están
ambos al lado de la puerta. Ángel lleva su camiseta sobre la cabeza,
como un turbante, de color blanco. Pantalones hasta las rodillas azul
oscuro con rayas blancas haciendo cuadraditos. Lleva la tele de
Marcos (de tubo) con sus dos manos. Unas gafas de sol (que no son
suyas) puestas. Tete está a su lado, lleva una camiseta negra y
azul, pantanlones blancos. En una mano lleva una bolsa de la compra y
en la otra alza una botella de fanta de naranja. Ambos con chanclas.
Los
chicos siguen descargando cosas mientras yo las coloco por la casa.
Hay un montón de juegos de play por la mesa de cristal y cuando
levanto mi mirada de la mesa, Ángel entra con dos guitarras del
Guitar Hero y Fer con la batería. Suspiro, la van a montar parda.
—Tenemos
que ir a hacer la compra —digo levantándome del sofá y yendo a mi
cuarto a coger mi bolso que está dentro de la maleta, donde llevo el
dinero que hemos puesto todos.
—Vale,
voy contigo —dice Marcos, sonrío ampliamente antes de salir del
cuarto para que nadie vea mi sonrisa de boba como cada vez que Marcos
me dice algo.
—Yo
también —dice Ángel. Pongo los ojos en blanco mirando a los
demás. Si voy solo con ellos dos, no vamos a comprar lo que
necesitamos...
—Mientras
nosotros vamos a intentar poner en marcha la play —nos dice Tete.
Asiento.
—Os
parece bien si pagamos el apartamento ya y así ya sabemos el dinero
que nos podemos gastar? —pregunto con el sobre del dinero en la
mano.
—Sí,
mejor —dice Pablo. Los demás asienten.
Así
que después de dar al hombre los setecientos euros que nos cuesta
estar dos semanas en su apartamento, nos vamos al todo-terreno de
Marcos y vamos a comprar al pueblo (estamos en mitad de la nada).
Ángel
va delante con Marcos. Los tres llevamos las gafas de sol puestas.
Las mías no están graduadas, pero veo mejor con ellas puestas que
sin ninguna gafa (creo que es psicológico).
Llevo
en mi bolso el sobre con el dinero y una hoja con lo que hemos
planeado comer estos días.
Y
como esperaba, compramos muchas cosas más que no salen en la lista.
Patatas, chucherías, mucho para desayunar, bollos, alcohol para los
chicos (no bebo), y también lo que habíamos escrito en la lista.
También compramos una pecera grande para las tortugas y anti-cloro para que no se mueran con el agua de grifo. También compramos comida
para ellas.
Cuando
llegamos a la finca, llamamos a la puerta de nuestro apartamento para
que nos ayuden a descargar porque hay MUCHO. Saco mi cámara de fotos
y mientras ayudo a llevar bolsas, hago fotos. La encimera de la
cocina se llena de cosas, que voy colocando por prioridad. Las
chucherías y demás, al fondo. El cola-cao, la leche delante. Las
bebidas en la estantería a la derecha de la cocina. La comida de
nevera a la nevera... Y así hasta que coloco todo. Después pongo a
las tortugas en su nueva casa y las echo de comer.
—Vale,
ya está todo listo. Qué hacemos ahora? —pregunto asomándome
desde la entrada del apartamento.
—PISCINA!
—grita Tete. Todos gritamos alegres, cogemos nuestras toallas, nos
cambiamos (la mayoría llevan el bañador puesto) y nos salimos a la
piscina. Tenemos que bajar una cuesta de césped y pasar una vaya para
llegar. Desde la piscina se ve nuestro apartamento.
—Puaj!
Vaya color —dice Ángel con cara de asco. La piscina está de color
verde.
—Eso
es porque no le echan no se qué producto al agua, pero está bien
—dice Marcos. Le miro anonadada asintiendo.
—Qué
más da chicos, venga, todos adentro —dijo dejando mi toalla a mi
lado. Todos saben que me encanta el agua y da igual como esté. Me
tiro sin más al agua, que seguro que está llena de bichos (bichos
que intentaré salvar de morir ahogados). Me pongo a nadar de un lado
a otro de la piscina, sin saber lo que pasa fuera. Dentro del agua me
transformo y dejo de pensar en todo, solo soy yo misma. Saco la
cabeza del agua después de diez minutos nadando sin parar y me
encuentro a los chicos jugando al fútbol. Marcos está sentado en una
silla-hamaca.
—Cansada?
—me pregunta Marcos.
—Nop.
Para nada —digo a pesar de que mi voz sale entrecortada de mis
labios. Algo cansada estoy, pero soy capaz de aguantar más tiempo
nadando. El problema es romper los movimientos armónicos, como
ahora. Puedo estar media hora o una hora nadando sin parar, siempre y
cuando mis movimientos sean armónicos y no cambie de ritmo, en
cuanto algo cambia, me canso.
—Tu
voz dice lo contrario —me dice Marcos levándose de la silla y
acercándose a mí. Se tumba en el suelo para estar a mi altura y me
mira a los ojos directamente. Sus labios a centímetros de los míos.
—Eres
buena nadando —dice ronroneando mientras su aliento roza mi piel
mojada, haciéndome cosquillas.
—Lo
sé —contesto. Mis piernas volviéndose gelatina.
—Creída
—me llama Marcos mientras me regala una sonrisa. Instintivamente me
acerco más a él, llegando nuestros labios a rozarse.
—Quieres
que te bese? —me pregunta. Con cada silaba, nuestros labios
rozándose. Un gemido sale de mi boca, sin poder esperar a que me
bese.
—Creo
que eso es un sí —dice Marcos al escuchar mi gemido. Cierro los
ojos, esperando que me bese. La presión de sus labios se vuelve más
fuerte y cuando quiero darme cuenta, una de sus manos está bajo mi
pelo empapado, la otra entre mis escápulas. Mis brazos en su cuello
y nos estamos besando apasionádamente. Nuestras lenguas luchan por
ganar, nuestros labios se rozan constantemente y nuestras bocas
ansían más.
—Te
ha gustado? —pregunta Marcos mordiéndome el labio inferior.
Sonrío. Me ha encantado.
—Sabes
una cosa? —me pregunta Marcos con voz dulce
—Qué.
—Te
sienta muy bien ese bikini. Y más si te quitases esos pantalones de
chico que llevas encima —me ronronea. Yo, por mi parte, me pongo
roja como un tomate.
—Eh!
Tortolitos! Idos a un hotel anda! —grita Tete. Desvío mi mirada
hacia la voz de Tete y le saco la lengua.
Marcos
vuelve a su silla y yo apoyo mi cabeza en el borde de la piscina y me
dejo llevar, dejando que el sonido de la naturaleza (y el de mis
amigos) me envuelva, pensando en ese beso. Suena un río a escasos
metros de donde estamos, seguro que está tras la vaya que separa la
piscina de la finca. Escucho a mis amigos gritarse, pelearse y
meterse los unos con los otros. Lo último que han inventado mis
amigos es meterse con Fer, para que éste les persiga. Abro los ojos
lentamente y miro a mi izquierda, donde están los chicos, Fer corre
detrás de Pablo y Tete (para variar). No le dejan en paz nunca al
pobre.
—Ana!
—me llama Ángel. Pego un brinco y mi cabeza rebota contra el borde
de la piscina.
—Auu!
—me quejo. La cara de Ángel está sobre mí, mirándome fijamente.
Se echa a reír ante mi respingo.
—Juegas
con nosotros?
—A
qué.
—No
sé como llamarlo... Hacemos dos equipos, uno en cada lado de la
piscina y nos tiramos el balón intentando meter gol, el que pierda
hace la cena.
—Estupendo,
si es dentro del agua me apunto —digo con una sonrisa radiante.
Echo un vistazo a Marcos que está haciendo como que nunca ha habido
ese momento de tensión entre nosotros cuando nos hemos besado.
Parece que sabe exáctamente cuando le miro, porque desvía su mirada
del infinito y me mira, regalándome una sonrisa torcida.
—Guapa
—me llama.
—Juegas?
—Tal
vez después.
—Te
espero aquí —digo con voz sensual antes de que todos los chicos
lleguen.
—Fer
y tú poneos ahí, nosotros aquí. Y tú Ana, con nosotros —dice
Pablo señalando primero a Fer y a Tete y después a Ángel a él y a
mí.
—Me
parece justo —dice Fer.
Y
así comienza el “partido”. He de decir que los chicos me dan
mucha ventaja. Puedo tirar desde el medio de la piscina y a veces
hasta dejan que entre el balón (no tengo mucha fuerza en los brazos
por lo que se ve), no tiran casi en mi dirección y si tiran es más
flojo para que pueda intentar pararla. El caso es que estamos Fer y
Tete por un lado, a un metro o así del borde de la piscina y en el
otro extremo de la piscina Pablo, Ángel y yo igual. El caso es que
el balón pase y llegue a tocar el borde de la piscina. No vale tirar
alto (aunque algunas se nos escapan y tenemos que ir a por el balón).
Marcos se une a nosotros algo después y se pone en el equipo de Fer
y Tete. Nos pasamos el resto del partido robándonos miradas,
sonriéndonos y no pendientes de lo que pasa a nuestro alrededor, lo
que hace que me den un balonazo en la cara y a Marcos le metan dos
goles.
Nuestro
equipo pierde (Fer y Tete son muy buenos) y al final, nos metemos
Ángel, Pablo y yo en la cocina a hacer la cena, mientras los demás
se dedican a jugar a la play y poner la mesa.
Volvemos
al apartamento, me doy una ducha para quitarme los restos de lo que
fuere que hay en el agua, me seco, me pongo una camiseta ancha que
robo a Pablo, mis gafas y voy a la cocina a ayudar con la cena.
Cenamos
pasta al plato. Lo único que tenemos que hacer es calentar el agua y
vertir los sobres de pasta. Parece fácil, pero no lo es para
nosotros que no cocinamos nunca en casa. La pasta se pega en el fondo
y no tenemos ninguna pala que llegue al fondo de la cazuela sin que
nuestros dedos se llenen de pasta y salsa. No todo puede salir
perfecto.
—Huele
bien —dice Ángel.
—Sí,
a quemado —me quejo.
—Creo
que ya está —dice Pablo tirando un espagueti a la pared. El
espagueti se queda pegado.
—Si
se queda pegado está? —pregunta Ángel.
—No
lo sé, pero siempre he visto que la gente hace eso. De todas formas
creo que esta suficientemente blando —argumenta Pablo. Ángel y yo
asentimos mientras Pablo apaga el gas.
Sacamos
la cazuela al salón y allí, en la mesa de cristal, cenamos. Algunos
en el suelo y otros en el sofá.
—Está
bueno —dice Tete con la boca llena.
—Gracias
—contesto después de tragarme unos cuantos espaguetis.
—No
saben a quemado —me dice Ángel por lo bajo. Nos reímos bajito.
—Por
cierto y esa pecera? —pregunta Marcos. Pongo los ojos en blanco. Él
ha venido a comprarla con nosotros, no sé por qué pregunta.
—De
las tortugas —contesto mirándole a los ojos para ver su reacción.
Está frente a mí. Sus ojos se vuelven opacos y enarca una ceja. No
me gusta su reacción.
—Vais
a comprar tortugas? —dice con un tono de voz que roza el enfado.
—Ya
las tenemos —contraataco.
—Cuando
las has comprado? —pregunta Marcos elevando un poco el tono de voz.
No le gusta que tenga animales, creo que porque no le gusta que luego
lo pase mal o eso es lo que me digo a mí misma.
—Son
de las de Atocha —digo empezándome a enfadar yo también.
—Ey!
Tiempo muerto! —pide Pablo metiendo sus manos entre nosotros
formando una T con ellas. Marcos y yo rompemos el contacto visual. Me
sonrojo. Por un momento había olvidado que mis amigos estaban con
Marcos y conmigo.
—Las
hemos cogido de Atocha porque hay muchas —dice Tete defendiéndome.
Marcos me echa una mirada fugaz, aprieta la mandíbula, sus manos se
vuelve puños y sus ojos se vuelven fríos y sin sentimientos. Sé
que nadie se a percatado de eso salvo yo.
—Cuidaremos
bien a Tortu y Nessie —dice Ángel dando por zanjado el tema. El
resto de la cena es casi silencioso.
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