Capítulo
32
-Ahora-
Salgo
de mi ensimismamiento al oír a Ana gritar a los cazadores.
-¡Seréis cabrones!- ¡Por Dios Ana! ¡No puedes hacer eso! Por su culpa nos va
a costar caro salir con vida de esta. No sabe dónde se está
metiendo. Veo como se pone entre la cría de reno y el cazador que
empuña una escopeta. No me entra en la cabeza como puede ser tan
estúpida de hacer algo así, sin pensar primero en las
consecuencias. No sé cómo puede tener tanta adrenalina acumulada
como para hacer esa locura. Porque estoy seguro de que si no fuera
por la adrenalina, Ana nunca hubiera bajado de la moto, ni hubiera
salido en pos del reno.
Ana
se encuentra entre un cañón y su blanco. Yo siempre he evitado
estar en esa situación, sin embargo a ella.. parece que le gusta
estar así. ¡Será estúpida! y necia, tonta, niñata... Se me
acelera el corazón sabiendo que está en peligro y que yo no estoy
haciendo nada, solo la grito y maldigo para mis adentros.
-¡Quítate
mujer!- exige uno de los cazadores en tono brusco y rudo en inglés.
La ira comienza a hervir dentro de mí. No puedo dejar pasar por alto
que haya faltado al respeto a Ana con su tono de voz. Desde niño me
han enseñado a respetar a las mujeres casi más que a mi propio
padre. Pero sobre todo, estoy alterado pensando en que algo malo
podría ocurrirle y eso sería el fin del trabajo, el fin de Chiara y
el de Ana... Por eso, sigo corriendo hacia ella.
-¡Mátame
a mí primero y podrás llevarte a tu preciado reno!- oigo que aulla
Ana. ¡Por los dioses! ¿No puede estar calladita hasta que llegue?
¡Ana!
¡Calla tu maldita boca!
La grito en mi cabeza. Freno en seco y grito
-apártate.
Si no
lo hace, la harán algo, seguro. Esta escena me hace recordar mi país
y la mafia. Me quedo un nano segundo pensando en Italia... Las
pistolas, recortadas... La mafia... Esa que es mi vida, mi familia.
Salgo
de mi ensimismamiento para ver cómo uno de los cazadores se acerca
más a Ana, la coge del brazo, la zarandea y la empuja tirándola al
suelo. ¡Cómo se ha atrevido siquiera a tocarla! La ira hierve más
que antes en mis venas. Estoy listo para atacar y no dejar
supervivientes. Podía haber echo cualquier cosa, pero no tocarla. Me
lanzo corriendo hacia el cazador.
-¡Ehh!
¡Gilipollas! ¿Qué te crees que haces? No
la vuelvas a tocar-
aullo. Mi voz llena de furia. Le voy a matar por haberla tocado y no
podrá contarlo. ¡Le voy a partir la cara! ¡Lo juro! El cazador
coge su arma y apunta al reno como si haciendo eso no fuera a ir a
por él. Lo que no sabe es lo acostumbrado que estoy a las armas, no
sabe las veces que me han disparado sin darme y las veces que me han
disparado dando a mi chaleco. Corro hacia el cazador y le meto tal
gancho en la cara, que éste cae redondo al suelo. Ahora que está en
el suelo ya es mío. Le pego uno y otro y otro puñetazo más. Le
sangra la nariz y ya no intenta defenderse, pero yo no soy capaz de
parar. Tengo tal cabreo encima que no puedo... Vuelvo a ser el mismo
que era. Siento que el Luca de Italia se mece dentro de mi piel,
haciendo que mi cerebro deje de regir y sea dirigido por ese Luca.
-¡Luca!-
Ana grita mi nombre. Paro en seco, congelado ante el sonido
desgarrador de su vos y la miro. Me levanto dejando al cazador en el
suelo. Le miro por última vez, éste entreabre los ojos
-vuelve
a tocarla
y ti
uccidi-
le amenazo.
Miro
a Ana con ojos curiosos. Ha conseguido que pare con solo decir mi
nombre. Igual que Chiara. Ana corre hacia mí aunque estamos a
escasos metros. Me abraza fuertemente, mi ira desaparece y es cuando
me doy cuenta de que la necesito. No puedo dejarla. Me aleja de mi
trabajo. Estoy en una dimensión paralela cuando estoy con ella. He
intentado encubrir todo, pero con esto que acaba de pasar, no puedo.
Ella me necesita, lo sé por cómo me abraza; como si fuera una lapa.
Y yo la necesito a ella. Ella es la única que me puede mantener
cuerdo, que me ha sabido sacar de esa espiral que es la ira. Si no
fuera por su dulce voz, habría seguido apaleando al cazador durante
horas, hasta caer rendido.
-Eh!
Vosotros dos- nos grita en ingles el otro cazador. ¡Mierda! Le había
olvidado por completo. Estoy de espaldas al cazador pero seguramente
éste nos esté apuntando. Ana se revuelve en mi abrazo nerviosa. La
abrazo más fuertemente, sin dejarla subir la cabeza, no quiero que
vea nada, por si acaso.
-Tranquila.
Quédate aquí. No te muevas ¿vale? Creo que voy a tener que
solucionar esto- Le digo a Ana con una voz que intento que suene
dulce mientras la acaricio el pelo. Tengo que protegerla ante todo,
del mejor modo que pueda. Dando mi vida si es necesario.
-Baja
el arma- pido al otro cazador. Éste niega con la cabeza. Me suelto
del abrazo de Ana y comienzo a andar hacia el cazador. No tengo
miedo.
-¡Luca!-
grita Ana con voz desesperada. Su voz me rasga por dentro, haciéndome
más débil a cada paso. Lucho contra la urgencia de correr hacia ella
y envolverla en un abrazo.
-Ana
por lo que mas quieras no te muevas, quédate donde estás- le pido a
Ana con la voz más serena que logro conseguir, a pesar de que no
estoy nada sereno. Estoy con mi mente en ella, en que necesita salir
de ésta con vida. No puedo fallarla, porque si la fallara a ella,
estaría fallando a Chiara Ella me dijo que la cuidara. Me sigo
acercando al cazador con la mirada bien alta. No flaqueo al andar, no
quiero darle ninguna señal al cazador de que soy débil.
-¡No
te acerques más a mí o disparo!- grita airadamente el cazador. Sigo
andando.
-¡He
dicho que no te acerques!- vuelve a gritar el cazador.
-¡Luca!-
me llama Ana.
-Estaré
bien, no te preocupes Ana. Tú no te muevas- contesto intentando
tranquilizarla una vez más. No quiero que venga aquí. No quiero que
conozca mi secreto. Donde está, de momento está a salvo, aunque no
sé si por mucho tiempo.
-Baja
el arma- le pido al cazador. Éste se ríe antes de hablar.
-No
puedo creer que me estés pidiendo eso. Acabas de pegar una paliza a
mi compañero- me dice con voz basta.
-Creo
que no sabes con quién hablas. Por tu bien, haz lo que te digo o
tendrás que verte con alguien peor que yo si algo nos pasara a la
chica o a mí- digo con voz áspera, jugándomela a una sola carta.
-¿Y
tú quien eres haber?- pregunta el cazador con voz de cachondeo.
Estamos hablando lo suficientemente bajo como para que Ana no nos
escuche, solo pueda oír alguna que otra palabra y susurros.
-Luca..
Luca Venucci. Hijo de Angelo Venucci- digo con acento italiano,
echando la única carta que tenemos para salir de aquí Ana y yo
ilesos. Ya está echo. El cazador se queda de piedra, nos conoce -sí,
soy la mafia- digo con la voz más vanidosa que tengo, jugando mejor
mis cartas. En el fondo, muy en el fondo, suspiro aliviado de que
ahora todo vaya a salir bien. Enseguida el cazador baja el arma y se
queda rígido, congelado como está. Seguramente, este cazador
trapicheará con la mafia por las pieles o la carne de reno, me
apuesto el cuello.
-¿Algo
que decir?- pregunto con voz soberbia.
-N...
Na... Na... da- tartamudea el cazador. En sus ojos puedo ver el
miedo. Todo el mundo conoce el clan de los Venucci. Todos nos temen.
-Queremos
al reno- comento sin más. No se va a negar, de eso estoy seguro.
-Está
bien, llevároslo, haced lo que queráis pero no me mates- me pide,
casi implorándome el cazador. Ahora soy yo el que ríe. Qué rápido
cambian las tornas. Casi he olvidado que a quince metros está Ana
esperándome. Me siento como en casa al hacer lo que solía hacer
antes. Me cuesta no pegar también una paliza a este cazador o no
meterle más miedo amenazándole. Pero no debo, por Ana. No puede
saber quién soy.
-No
te voy a dar ni un dolar por ese reno- digo con voz dura. Una cría
de reno vale muchísimo. Con esto le doy a entender que todo lo que
hace es una mierda y que no merece el dinero de los Venucci. Pero aún
así saco un billete y se lo tiendo, por si Ana estuviera mirando.
Pero me pongo de tal forma que Ana no pueda ver nuestras manos.
Guardo el billete y río. Con esto, tendré coartada si me pregunta
después. El cazador no contesta. Se mantiene quieto donde está. Sin
parpadear, sin casi respirar.
-Dai
—le
digo al cazador tendiéndole un trozo de papel arrugado, esperando
que Ana mire el papel y piense en el billete. La mano del cazador
tiembla cuando se acerca a la mía. Tiro el papel que casi llega a
tocar la nieve. No es más que la lista de la compra.
-Esto
es lo que valéis para nosotros —digo pensando en Ana y en mí. El
cazador hace una mueca de dolor —. Y ahora coge a tu compañero y
al otro reno e iros de aquí echando leches si no quieres que algo os
suceda. Capito?
—digo
con voz cruel.
Me
quedo donde estoy para observar todos sus movimientos. El cazador se
acerca a su compañero y le hace levantarse. Por suerte, Ana está lo
suficientemente lejos como para que no puedan tocarla. Se ha ido
cerca del reno. Les miro ojo avizor sin moverme aun ni un ápice. Los
dos cazadores se acercan al reno caído y como pueden lo cogen y se
alejan dando traspiés. Sonrío con aire de autosuficiencia para mis
adentros. Me siento bien después de lo que he hecho aunque no
debería. He usado mi apellido para que nos dejaran vivir... Ana hace
que se me vaya la cabeza, o más bien, que Ana esté en peligro hace
que se me vaya la cabeza, que tenga que tomar decisiones que no son
de mi agrado. Pero si no hubiera sido con mi apellido... ¿Cómo
hubiéramos salido de este embrollo? Mejor dejar de pensar en todo.
Ya estamos solos. Los sollozos de Ana me hacen volver en mí.
¡Mierda!
Corro hacia ella. Me arrodillo y la cojo por los hombros para
preguntarla con la voz más neutra posible.
-bene?
¿estás
bien?-
pregunto mientras intento enmascarar todas mis emociones. Ahora mismo
la besaría, la besaría hasta quedarme sin saliva, sin aliento. La
desnudaría para ver si tiene alguna marca del cazador y la comería
a besos. Cubriendo con mis labios cada resquicio de su cuerpo...
-¿Y
tú?- me pregunta ella sin responder a la pregunta. Su respuesta me
hace salir del trance. Sacudo mi cabeza para alejar de mi mente hasta
el último pensamiento que he tenido sobre ella desnuda.
-Sono
stata meglio.
He estado mejor —contesto mientras ella se deshace de mis manos y
me abraza, volviendo a llorar.
-¡Ey!
Ya está. Ya ha pasado todo.
Tranquila.
Mira
detrás de ti. Mira lo que has conseguido salvar- digo para
serenarla. Estoy dejando que se acerque a mí. Estaría más segura
lejos de mí. Lo sé, lo he sabido desde el primer momento, pero ella
es tan... Tan... No tengo palabras. Intento pensar qué hacer con el
reno, pero es difícil, cuando mis cinco sentidos están pedientes de
Ana y de que esté bien.
* * *
-Lo
mejor es taparle los ojos,
aspetta- digo
con la voz más apaciguada que tengo. No quiero que se tense por mi
modo de hablar. Me quito la chaqueta y el jersey, quedándome en
camisa. Después desabrocho ésta para quitármela y poder romperla
para usarla para tapar los ojos al reno y para vendarle después la
pata. Los ojos de Ana se quedan ensimismados en mi cuerpo. Me quedo
por unos segundos admirando su reacción. Me fascina que le guste mi
cuerpo. Me dejo llevar durante un nanosegundo y después vuelvo a la
realidad, mucho antes que ella, claro. Intento llamar su atención
pero parece no darse cuenta.
-¡Eh!
Ana, hazme
caso, dai-
la digo
tendiéndola una vez más mi camisa. ¡Me
estoy helando, mierda!
-Si..
Lo siento, es solo que.. No estás nada mal- me dice Ana
descaradamente. Me río socarronamente. Necesito mantener ahora más
que nunca la cordura o me avalanzaré sobre ella y la besaré hasta
que me quede sin saliva, sin aliento..
-Desgarra
un poco la camisa y tapa los ojos al reno anda- pido a Ana para hacer
salir de mi mente a ésta besándome.
Logramos
sacar al reno del cepo y Ana parece más serena que al principio. Nos
subimos en la moto como podemos los dos con el reno y vamos a casa de
Ana, donde gracias a mi llamada, nos esperan Jose y Ramón. En cuanto
freno, salto de la moto, cojo al reno entre mis brazos, abro la
puerta de la casa de par en par y entro.
-¡Jose!,
¡Ramón! ¿Dónde estáis?- pregunto nervioso. Si fuera por mí, no
estaría corriendo para salvar al reno. Pero ella necesita que el
reno viva, y yo, indirectamente también lo necesito. Algo raro me
está pasando. Algo que nunca me había pasado antes... Es la maldita
conexión, pues pienso en una chica, una mujer, en concreto en Ana,
antes que en mí.
Jose
sale del salón.
-¡Luca!,
por fin. Ven, vamos a mi despacho, está todo preparado- me dice
Jose. Asiento y le sigo -¿Está despierto?
-supongo
que sí. Se revuelve de vez en cuando- contesto.
-vale,
bien. Habéis echo bien en taparle los ojos Luca. Ahora miraremos sus
constantes- me dice Jose abriendo la puerta de su despacho. No se
parece en nada a como estaba antes. Todo blanco.
-¿Era
un cepo no Luca?- me pregunta Ramón que estaba ya dentro del
despacho cuando Jose y yo hemos entrado.
-Sí-
contesto mientras dejo al reno en la camilla que han metido en el
despacho de Jose.
-Habéis
echo bien en hacerle el torniquete- dice Jose.
-El
mérito es de tu hija- le contesto a Jose. Éste sonríe. Quiero
que se sienta orgulloso de su hija.
-Haré
lo que pueda por él- me dice. Sé que no es eso lo que debo decirle
a Ana. Pero con ésto me quiere decir que él también quiere que Ana
se sienta orgullosa de él por salvar al reno. Tal vez ésto es lo
que necesite para que los dos vuelvan a estar tan unidos como antes
de venir aquí, cuando hacían casi todo juntos.
-Jose,
me voy a por tu hija. La he dejado sola fuera en la moto- digo
apresurado. No debería haberla dejado tanto tiempo sola, aunque a
penas han pasado tres minutos desde que entré en la casa.
-Ve,
ve y dila que el reno se recuperará- me dice Jose antes de que salga
pitando por la puerta.
-Io
lo dirò.
Se lo diré- digo
levantando la voz mientras voy andando por el pasillo. Veo como Ana
intenta bajarse de la moto despacio pero cae al suelo. Me detengo en
seco para ver qué hace (no es que me de morbo verla sufrir), creo
que necesita un poco de espacio y tiempo para asimilar todo. No tengo
que ayudarla en todo si puede hacerlo ella sola. Se sienta en la
nieve que queda por la casa y no hace nada más. Es mi momento de
salir y ayudarla.
-¡Ey!
Cosa
succede? ¿qué
te pasa?- la pregunto
cuando estoy arrodillado frente a ella. Ésta no contesta, parece
estar en otro mundo. Es por la adrenalina. Mientras su cuerpo ha
estado a rebosar de ella todo ha ido bien, pero ahora viene el bajón.
Cuántas veces me habrá pasado a mí lo mismo durante los últimos
años. Mi adrenalina también ha subido hoy cuando el cazador la ha
empujado, pero en cuanto se han ido se ha esfumado y yo he vuelto a
ser yo mismo, sin notar a penas el bajón. Eso es gracias a la
experiencia.
-Vieni,
ven,
vamos
dentro- la digo mientras la tiendo la mano. Nunca he tenido un gesto
como éste con ninguna mujer. Casi nunca me he relacionado con una
más allá de una noche. Nunca más de cuarenta y ocho horas. Ana no
hace nada. Sigue quieta y yo me desespero. Desabrocho el casco de su
barbilla y se lo quito para poder ver su esbelto rostro y sus
preciosos ojos. Está en estado de schock. Lo sé en cuanto la veo.
Me dan ganas de abrazarla hasta que todo dentro de ella vuelva a la
normalidad, aunque eso no sería lo más lógico sabiendo qué he
venido a hacer aquí y las consecuencias si alguien se enterara de
que algo pasa entre nosotros. La llevo en brazos a su cuarto. Aquí
está más cómoda.
-Scusa-
digo arrepentido por todo. La pido perdón por meterla en éste lío,
pero indirectamente la estoy pidiendo perdón también porque me
gusta y por las consecuencias que ello puede tener, por mentirla, por
que me recuerde a Chiara...
Pasamos
varios
minutos hablando de ello y después Ana me da las gracias. Se mira
las manos y su rostro se desencaja. Creo que es la primera vez que
siente la sangre que no es la suya propia en sus manos. Corre hacia
el baño. La sigo de cerca. Llego al baño y me apoyo en el marco de
la puerta. Se quita la chaqueta, el jersey y la camiseta. Mis ojos se
van hacia sus pechos sin que pueda evitarlo. Me cuesta no pensar en
llevármela a la cama. Me acerco a ella lentamente intentando
mantener la calma. Pego mi torso a su espalda y miro de frente, al
espejo donde puedo ver cómo sus lágrimas caen de sus irresistibles
ojos, que ahora están enrojecidos.
Una punzada de algo que nunca había sentido acomete contra mi pecho.
Parece impotencia.
–Tranquila-
la digo en voz baja al oído. La abrazo por la cintura y esto hace
que llore más. Me siento inútil. La hago girarse y la abrazo
fuertemente. Seguiré así hasta que se calme. Es todo lo que puedo
hacer. Odio verla así. Tan mal. Por mi culpa.
Cuando
noto que está mejor me separo de ella unos centímetros para
llevarla hasta el lavabo, para mojar mis manos junto a las suyas con
agua y después restregar nuestras manos con jabón. Así, mojo
nuestras manos, echo jabón y lavo sus manos. Voy subiendo por su
antebrazo, su codo y su brazo. Froto y restriego el jabón mezclado
con el agua por toda su pálida piel para que no quede ni rastro de
sangre. Me fijo en sus uñas, con sangre reseca, intento quitarla. La
sensación que debe haber tenido Ana es la misma que tuve yo cuando
mis manos se llenaron de sangre de un hombre... Un hombre que... ¡No!
Es mejor no recordar esa parte de mi vida. Suspiro.
Intento
poner mi mente en blanco cuando mis ojos no dejan de volar
furtivamente hacia sus pechos. Eso me hace perder la cabeza. Pienso
en besarla, pero enseguida me quito la idea de la cabeza, suficiente
con que me atraiga cuando es terreno prohibido, no necesito más
alicientes.
Salgo
de mis pensamientos cuando Ana sale corriendo hacia el vater a
vomitar. La sigo y la recojo el pelo para que esté mejor. Me siento
impotente. Hacia mucho que no me sentía así. Me arrodillo junto a
ella y espero que se recupere, sin prisa. Le paso una toalla cuando
levanta la cabeza. Después la abrazo fuertemente, me siento en el
suelo y la acuno hasta que está más tranquila.
Me
levanto del suelo, ayudando a Ana para llevarla a su cama. Ésta se
mira los pantalones. Sigo su mirada y ambos nos quedamos mirando las
manchas de sangre que tienen.
–Esta
por todas partes –se queja Ana mientras solloza. La aprieto contra
mí y la susurro palabras en italiano intentando tranquilizarla.
–Mira
–me dice Ana señalándose los pantalones.
–No
pasa nada. Mira vamos a hacer una cosa. Nos vamos a meter en la
bañera y te quitamos toda la sangre vabbè?
–digo
con voz dulce. Ana asiente y lo siguiente que sé es que la tengo en
brazos y estamos yendo los dos hacia la bañera. Me quito las botas
que llevo como puedo sin solar a Ana y me meto con ella en la bañera.
Abro el grifo y dejo que el agua que cae de la alcachofa nos limpie a
ambos. Estamos de pie.
–Shh
ya está ragazza
—la
tranquilizo. La miro lentamente y juraría que puedo sentir su dolor
emanando de cada lágrima huída de sus ojos.
–No
mires abajo. Mírame a mí –la insto a Ana cuando noto que su
corazón se desboca al mirar hacia abajo. Está el agua teñida de
rojo. Yo también tengo sangre en mis brazos y mi ropa.
El
agua escuece al pasar por mis nudillos, que han sufrido después de
los puñetazos que le he metido al cazador. Se me escrespa el pelo de
la nuca al pensar lo que podrían haberla echo a Ana.
Ana
levanta la vista tal y como la he dicho y me mira a los ojos. Los
suyos son... Cómo los de un pequeño corderito con mucho miedo. La
estrecho más hacia mí, intentando que sus ojos cambien, pero esa
mirada sigue presente. El agua resvala por mi cuerpo y va a parar a
Ana, es sexy; pero en estos momentos no hay tiempo para eso. La
sonrío intentando aliviar el sentimiento de dolor que siente y me
deslizo hasta apoyar mi espalda sobre la bañera. Coloco a Ana entre
mis piernas, de tal forma que el chorro de agua me caiga casi todo a
mí, dejándola a ella espacio. Ana me mira y me abraza. Sus ojos
vuelven a volar hacia el agua tintada de rojo.
–Mírame
a mí –la vuelvo a pedir. Y ella me mira otra vez. Estoy absorto en
esos ojos, intentando descifrar lo que me quiere decir con ellos. Sus
ojos me piden más que un abrazo, más que todo lo que he echo. Sus
ojos me desean y yo la deseo a ella. Estoy agotado de luchar contra
todo, por un segundo, dejo de pelear. Deslizo mi mano por su nuca y
la acerco a mí para besarla. Un beso prohibido, pero ya no puedo
luchar más contra todo. No puedo. La beso una y otra vez,
sintiéndola, saboreándola. La dejo hacer, dejo que pase su mano por
mi cuello, que guíe nuestro beso, después me toca a mí. Ana quiere
ir a más y aunque sé que no es lo correcto, dejo que lo haga. La
muerdo el labio, parando el beso, parando el momento y la sonrío.
Ella apoya su pelo empapado contra mi pecho ahora desnudo. Por un
segundo he logrado recuperar mi cabeza y parar a tiempo.
Su
respiración se hace cada vez más pesada, y minutos después se
queda dormida. La levanto muy lentamente de la bañera, corto el
grifo y salgo con ella en brazos. Como puedo la tumbo en la cama e
intento secarla con una toalla que termina chorreando agua.
Cuando
despierta Ana, yo ya me he secado y me he puesto ropa de su hermano.
-Meglio
cosi? ¿Así
mejor?- pregunto mientras me acerco a ella, sentándome en el borde de
su cama.
-Sí-
me susurra. Me recuerda a un ciervo temeroso.
-Bene.
Duerme un poco. Te
prometo que te llamaré cuando sepa algo del reno.
Miro
atentamente como Ana se frota las manos por si vuelve a salir
disparada al baño, pero esta vez parece que ya no siente la sangre.
Me fijo en sus uñas, casi no se nota la sangre bajo ellas.
-No
te vayas- me dice con ojitos. No me puedo resistir. Ya encontraré el
momento de estar solo y recapacitar sobre todo lo que he echo hoy...
-Me
iré cuando te hayas dormido
vabbè?-
la propongo.
Me mira fijamente a modo de respuesta antes de cerrar los ojos.
Pasan
los minutos, en los cuales no dejo de contemplarla. Ella es como mi
perdición. Todo lo que no debo hacer.
* * *
-¿Podemos
hablar de algo?- me pregunta Ana. Sigo sin quitarle los ojos de
encima. No soy capaz de mirar a otra parte. ¡Seré estúpido!
-È
ok-
acepto
sin saber qué más decir. Me siento en el suelo para estar a la
altura de sus ojos. Ella se gira para mirarme.
-Cuéntame
cómo has llegado hasta aquí- me pide Ana. Es la única pregunta que
nunca debería haber formulado, pues no puedo decirla la verdad. No
sé qué decirla. No puedo y no voy a ser sincero con ella en ésto.
-Fue
una oportunidad que no pude rechazar- miento, aunque bueno, se podría
considerar mentira piadosa. Se me queda mirando para que siga
hablando, así que le cuento solo mi plan inicial algo retocado. Me
mira espectante quiere saber más —.¿Quiéres
saber más no es así? —pregunto a pesar de saber la respuesta. No
espero ni a que asienta para contestar —. He estudiado botánica y
laboratorio en Italia... —sigo hablando y más mentiras salen por
mi boca. No me puedo abrir a ella. Lo tengo prohibido. Suficiente
todo lo que estoy empezando a sentir por ella. Podría poner su vida
en peligro, si es que no lo he echo ya.
¡Dios! Esta niña de papá.. ¡Me tiene loquito!
Intento ser lo más sincero que puedo con Ana, sin desvelar
demasiado. Intento ser amable con ella, pero cuando me pregunta por
la edad de mis hermanos... Mi vena de chulo sale a la luz como otras
tantas veces.
-Si
lo que quieres es saber cuántos años tengo se lo podrías haber
preguntado a tu padre o a mí directamente en vez de usar el pretexto
de mis hermanos- digo con engreimiento. Echo mi cabeza hacia atrás y
río por lo bajo. Me sale solo ser así. Por naturaleza tiendo a
alejar a la gente de mi entorno que no sean de mi clan, y con
actitudes así, lo suelo conseguir.
-No
es verdad- susurra Ana. No sabe mentir. Y tampoco sabe huir del
peligro, parece que lleva una diana encima donde pone “si eres
peligroso, acércate”. Se nota a la legua cuando miente. Solo hay
que mirarla a los ojos. ¿¡Qué coño estoy diciendo!? ¿La conozco
tanto como para saber si miente? Si la respuesta es sí, supone un
problema, si es no, un alivio. Y la respuesta es, claramente, SÍ.
Estoy en un buen lío.
-Sí
lo es o no habrías reaccionado así- argumento en contra de su
respuesta.
-Está
bien. Sí, quiero saberlo- admite Ana. Tiene poco aguante. Si la
cogieran y la sometieran a un interrogatorio no tardaría ni dos
segundos en largar todo. Al contrario que yo, que he sido entrenado
para callar pase lo que pase. Aunque termine muriendo por mi
silencio.
-Tengo
casi veintidós- afirmo. Miro su cara. Es un poema. Puedo asegurar que
no esperaba esta respuesta para nada -¿Qué pasa? ¿No te lo
esperabas?- pregunto creciéndome.
-No,
te veo más inmaduro- contesta Ana con tono de burla. Me ha dado
donde duele la muy niñata.
-E
tu? ¿Y
tú?- pregunto para intentar restablecer mi orgullo herido dos
segundos antes.
-más
de dieciocho- me contesta. Esta es la mía.
-Yo
también te creía más cría. Unos dieciséis- contraataco. Se queda
en un pequeño estado de shock unos segundos. Después me fulmina con
la mirada. Enarco una ceja. Ella pasa de mi gesto y habla.
-Oye
Luca, ¿qué ha pasado con los cazadores?- me pregunta. Me pilla de
improvisto la pregunta. Le cuento por encima que ha pasado sin entrar
en detalles y mintiendo por enésima vez en lo que llevo de día.
Nunca había dicho tantas mentiras juntas. Sin venir a cuento cambia
de tema y nos ponemos con el tema de selectividad. Quedaremos lunes,
miércoles y viernes por la mañana. Hablaré con Jose para ver cómo
podemos organizarnos, pues no siempre necesita mi ayuda. Esa
conversación deriva en por qué Ana no sale de casa. No la entiendo,
tiene la oportunidad de estar aquí y conocerlo todo y no lo
aprovecha. Dice que está enfadada con el mundo... Hablamos de su
perra Sami...
-Vino
aquí dos meses después que yo. Las cosas aquí son peores que las
de Madrid..- me dice Ana contraatacando a lo que acabo de decir sobre
Sami.
-Non
lo credo. No
lo creo- digo -aquí estoy yo- digo con voz chulesca. Me gusta
alardear. Me río junto con Ana.
—Oye...
Luca... Sobre... —comienza a decir y se calla, como esperando que
yo termine la frase. La miro esperando que ella misma la termine —.
Los besos...
—Por
lo que a mí respecta, no ha pasado —la interrumpo. En cuanto
pronuncio esas palabras noto como su rostro, que estaba tenso, se
relaja; como si estuviera aliviada. Así que tal vez, solo yo sea el
loco respecto a los sentimientos que empiezan a surgir dentro de mí
desde la primera vez que nos tocamos. Tal vez ella no haya sentido
esa conexión.
Ana
asiente antes de cambiar de tema una vez más, como si verdaderamente
nunca hubieran existido esos besos, como si ella nunca hubiera sacado
el tema ahora mismo.
-Déjame
ver tus manos- me pide. Intento sacar de mi mente cada roce de sus
labios, cada beso que la he dado, sabiendo que nunca más volverá a
pasar. Me recompongo del golpe rápido.
-Per
che? ¿Para
qué?- la pregunto completamente sereno. Sé que terminará
convenciéndome, así que tiendo una de mis manos. Ella la observa
antes de cogerla entre sus manos y examinarla. La miro mientras
sonrío. Estoy
acostumbrado al después de las peleas.
-Tutto
bene. No
es nada.
Ella
pasa de mi afirmación y me pide la otra mano. Se lleva los nudillos
de mis manos a sus labios para besarlos. El contacto de su saliva con
mi piel me hace estremecer. Escuecen las heridas. Estoy acostumbrado
a peleas donde termino mucho mucho peor y sin embargo, ninguna herida
me ha escocido tanto como ésta... Tal vez porque la herida
signifique más que ninguna que haya tenido nunca antes.
Salgo
de mi ensimismamiento al oír la voz de Ángel de fondo. La puerta de
la habitación de Ana se abre. Ana en un principio no se inmuta, mis
manos entre las suyas, rozando sus labios carnosos.
-Hola
chicos, ya nos han contado lo que ha pasado- dice Ainhoa con un tono
de voz un tanto nervioso mientras se acerca a Ana, la abraza y la
besa la frente. Después, sin que Ana se entera me mira y me la las
gracias con la mirada. Asiento.
Los
amigos y el hermano de Ana enseguida nos ponen en marcha y decidimos
ver una película para hacer la espera de la llegada de noticias del
reno más llevadera. Ana elige Ice-Ace. La mitad de la película
logro mantenerme firme y lejos de Ana. Pero poco a poco me vence la
excitación de sentirla a centímetros de mi piel. Me acerco a ella y
la miro. Deslizo mi mano sobre la suya. Noto como se estremece y no
puedo evitar reír socarronamente por lo bajo cuando la electricidad
de nuestros cuerpos juntos me invade. Así es como me gusta que
reaccionen ante mí las chicas, y más concretamente, ella. Lo hago a
pesar de que ella me ha dado a entender que no quiere nada, pero su
cuerpo... Su cuerpo reacciona ante el mío, es obvio.
-Voy-
grita de repente Ana. Quito mi mano de encima de la suya como acto
reflejo. Ella me sonríe.
-Ahora
vuelvo- dice Ana. La miro fijamente.
-Vado
con te.
Voy
contigo-
digo. Siento la imperiosa necesidad de que de acompañarla por si hay
malas noticias.
-Vamos
todos- dice Miguel. Ana asiente y se va hacia la trampilla del
desván. Nos dirigimos a la escalera.
* * *
No
sé en qué momento para mí la hija de Jose ha pasado a llamarse
Ana, ni en qué momento la casa de Jose ha pasado a llamarse la casa
de Ana. Lo único que sé es que como todo siga igual, ella será mi
perdición. Me ganaré una muerte segura a pulso.
Miro
a Ana, ha echo falta que su vida corra peligro para darme cuenta de
que no me puedo sentir indiferente ante ella, su vida. Hoy he
descubierto, gracias a ella, una faceta que creía extinguida, pero
que tan solo estaba dormida. No soy insensible, no tanto como creía.
FIN
SEGUNDA PARTE
Espero que os haya gustado esta segunda parte desde el punto de vista de Luca!!
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