Capítulo
4
La
luz penetra por la habitación, lo sé porque en mis ojos noto
chirivitas de color amarillo. Me quejo y me giro hacia la derecha,
huyendo de la luz, pero algo pesado hace que mi movimiento sea más
lento y torpe. Abro uno de mis ojos y mi mirada se dirige al cuerpo
pesado que me impide moverme con gracilidad. Un brazo. De Pablo.
Suspiro y sonrío. Paso mi brazo alrededor de su torax, dejando mi
mano rozando su espalda. Vuelvo a cerrar mis ojos, intentando volver
a dormir.
—Despierta
—me susurra al oído una voz que no logro reconocer.
—Mmmm
—es mi contestación. Me giro evitando la voz.
—Es
muy tarde ya princesa —dice Pablo. Esta vez sí que reconozco su
voz. Solo él me llamaría princesa.
—Es
pronto —gruño.
—Ni
siquiera has mirado la hora —murmura Pablo en mi oído. Todo su
peso está sobre el lateral derecho de mi cuerpo. Eso hace que me
cueste más llenar mis pulmones de aire.
—Sí
y es pronto —digo abriendo los ojos. Primero veo borroso. Me giro
para encarar a Pablo y dejo de ver borroso.
—Vaya
pelos —es mi saludo de buenos días.
—Anda
que los tuyos —me contesta Pablo guiñándome un ojo. Nos echamos a
reír juntos. Sus carcajadas me hacen estar feliz. Se cuelan en lo
más hondo de mi cuerpo y lo hace vibrar.
—Desayunamos?
—Claro
—contesto. Me quito la sábana y me estiro, haciendo un ruido
extraño muy agudo, como todas las mañanas.
—Nunca
me acostumbraré a tus mañanas —me dice Pablo sonriendo.
—Ya
lo harás —digo juguetonamente.
—Vamos
princesa, se enfría el desayuno —me insta Pablo que ya está en la
puerta de nuestra habitación.
—Llegaríamos
antes si me llevases a caballito.
—Pues
venga, corre —me dice Pablo dándome la espalda y flexionando de
manera inperceptible las rodillas. Corro hacia él y salto.
—Yuju!
—grito cuando Pablo sale de la habitación. Apoyo mis manos
alrededor de su cuello, intentando no ahogarle. Él pasa sus manos
por mis muslos, sujetándome estrechamente hacia él.
—Buenos
diiiiaaaas! —digo alzando la voz cuando entramos en el salón.
—Buenos
días! —contestan todos al unísono. Busco con mi mirada a Marcos,
pero no lo encuentro.
—Marcos?
—Se
ha ido a casa a por unas cosas. Ahora vuelve —me contesta Fer
levantándose del suelo —. Qué quieres de desayuno?
—Qué
queda? —pregunto a sabiendas de que al ser la ultima, tendré que
desayunar las sobras de los demás.
—Huevos
revueltos y dos cruasanes te valen? —pregunta Fer desde la cocina.
—Sip.
Perfecto.
—Bueno
princesa, creo que ya es hora de bajarse no?
—Vale...
Pablo
me deja en el suelo y me acerco a ver las tortugas. No queda comida.
Miro a Pablo sonriente.
—No
hay comida —dice él leyéndome la mente.
—Cómo
lo sabes?
—Por
dos razones. La primera es por tu cara de felicidad y la segunda
porque me he levantado pronto y me he asomado para ver si se habían
comido todo, por saber cómo tenía que actuar cuando te levantases
—me cuenta Pablo regalándome una sonrisa torcida.
—Gracias
—le digo. Pablo me guiña un ojo.
—Aquí
está su desayuno señorita —dice Fer poniendo un plato en la mesa.
Me
siento entre Tete y Ángel a desayunar y hablamos de un montón de
cosas, la mayoría intranscendentales. Cuando terminamos de
desayunar, me muerdo de calor.
—Hace
mucho calor —me quejo.
—No
sé cómo puedes tener calor, llevas puestas unas bragas y una
camiseta —contraataca Tete. Le fulmino con la mirada.
—Podemos
abrir la terraza y la puerta principal por si se hace corriente —dice
Ángel. Asiento y me voy hacia la puerta mientras Fer abre la puerta
de la terraza.
Y
cual es mi sorpresa al abrir la puerta y encontrar a un perro con
ojos tristes mirándome.
—Chicos!
Tenemos a un podenco en la puerta de casa! —grito. El perro se
asusta y se aleja un poco de mí.
—Shh!
Chico, no pasa nada, ven, mira. No te voy a hacer daño —digo
extendiendo la mano nerviosa. El perro se acerca a oler mi mano. Su
mirada demuestra que no confía mucho en mí. Da un pasito hacia mi,
pero se queda mirándome, a una distancia prudencial. Intento
acercame a él, pero da un paso atrás. Frustrada, me siento en la
puerta del apartamento, con la mano extendida. Unas lágrimas
calientes amanazan con brotar de mis ojos. Miro su pata, tiene una
cicatriz.
Pablo
aparece por la puerta y se sienta detrás de mí. Sus piernas
alrededor de mí. Me abraza y apoya su barbilla en mi hombro.
—Qué
pasa —me susurra.
—El
perro... Está abandonado —digo sin poder contener más las
lágrimas.
—Como
lo sabes?
—No
lleva collar y mira... No se quiere acercar a mí...
—Dale
tiempo. Espera aquí. Voy a traer un poco de pasta que sobró ayer
—dice Pablo levantándose lentamente. Me besa la nuca y se va. El
perro sigue todos sus movimientos y cuando éste se ha ido, se acerca
un poco más a mí. Le miro a los ojos. Esos ojos marrones,
temerosos.
—Ven
aquí chico. No te vamos a hacer nada. Pablo ha ido a por algo de
comer y de beber también supongo —digo con voz dulce. Me sonrío a
mí misma al verme hablando con un perro.
—Ya
estoy —susurra Pablo tendiéndome un plato de plástico con
espaguetis dentro y un baso de agua.
—Gracias
—digo. Pongo el plato a una distancia prudencial de nosotros, pero
lo suficientemente cerca como para que el perro tenga que acercarse.
Pongo el agua a su lado y al poco, el perro se acerca a comer. Le
observamos comer lentamente y poco a poco el perro pierde el miedo y
soy capaz de rozarle el lomo. Tiene el pelo entre largo y corto. De
color canela. Es e típico podenco de caza, por aquí creo que son
muy comunes. Cuando termina de comer, se relame y nos mira, esperando
más comida.
—Voy
a traer la cazuela y le damos más —dice Pablo. Asiento.
En
menos que canta un gallo el perrillo se come tres platos de pasta y
se bebe cuatro vasos de agua. Para cuando queremos darnos cuenta, el
perro quiere hasta colarse en la casa.
—Chico,
no creo que sea buena idea... Marcos...
—Ey
princesa. Será nuestro secreto. Le pondremos agua y comida todos los
días vale. Él no se dará cuenta de que hay un plato de comida
fuera o un vaso y como el perrillo es temeroso, no se acercará
cuando estemos todos fuera.
—Gracias
—susurro a Pablo. Suena el motor de un coche y el perro corre hacia
la parte de atrás de la finca. Mis ojos se ponen acuosos y un nudo
se me forma en el estómago. No quiero que le pase nada al perrillo.
—Vamos
a decirles lo que pasa a los demás.
—Vale
—contesto. Dejamos la puerta de casa abierta por si volviera el
perro y contamos a los demás lo que ha pasado.
—Dejadle
entrar! —pide Fer. El en su casa tiene perros y le encantan los
animales.
—Pero
Marcos.... Ya sabes... No más animales Ana —digo.
—Además
no podemos encerrarle en casa. Tendrá que ir confiando en nosotros
poco a poco —dice Pablo.
—Tenemos
quince días para que entre en casa —dice Ángel.
—No
sé si me parece buena idea. Puede tener de todo el bicho —dice
Tete. Y tiene razón. Pero me ha dado tanta pena...
—Mentimos
entonces? —pregunta Ángel.
—No,
nos hacemos los locos si el perro se pasa por casa —contesta Pablo
por mí.
—Ya
veremos que pasa con él...
—Con
quién? —pregunta Marcos apoyándose en el marco de la puerta.
—Con...
—comienzo la frase sin saber cómo terminarla.
—Con
el partido —termina por mí Ángel. Pongo los ojos en blanco.
—No
sabía que te gustaba el fútbol —me dice Marcos enarcando una ceja.
Me mira fijamente a los ojos y temo que pueda notar en mi mirada la
mentira, que me carcome.
—No
es de fútbol, es de waterpolo —digo con una sonrisa un tanto falsa.
—Eso
si suena más a ti —dice despegándose del marco de la puerta para
acercarse a mí y tocarme la espalda con su mano al pasar por mi
lado.
—Sí...
—Oye
la puerta abierta es por algo?
—Tenía
calor —digo yendo hacia la puerta para cerrarla. Puedo ver a lo
lejos al perrillo. Un nudo más grande que el anterior se forma en mi
interior.
—No
la cierres, se está bien así —dice Marcos viniendo hacia mí. El
nerviosismo se apodera de todo mi cuerpo.
—No,
no, ya se me ha pasad el calor —digo cerrando de un portazo.
La
mañana pasa despacio. Nos vamos todos a la piscina y allí
discutimos sobre lo que haremos los días que nos quedan por aquí.
—Hola
chicos —nos saluda el hombre que nos ha alquilado el apartamento,
del cual todavía no sé el nombre.
—Hola
—contesto por todos.
—Solo
venía a decíos que al final el grupo que había alquilado el
apartamento al lado del vuestro, no van a venir, así que tenéis
estos quince días la finca para vosotros.
—Genial.
Muchas gracias. Espero que ayer no te molestáramos —digo
sonrojándome un poco por los dos gritos que metí ayer y las risas
al pasar por los aspersores.
—No,
no, tranquilos. Yo no duermo aquí estos días. Me voy a casa de mi
hermana, aquí al lado.
—Oh.
Pues... Esto... Genial —digo sin saber qué demonios debo
contestar.
—Dejo
la finca cerrada. Tomad esta llave para poder abrirla si queréis saber —nos dice tendiéndome a mí una llave.
—Gracias.
La
conversación no se alarga mucho y minutos después escuchamos el
sonido de un motor y un coche saliendo de la finca y la puerta de
metal cerrándose.
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